¡Bienvenidos!
Antes que nada, quisiera recordaros la premisa que rige en los barcos, para los que no estáis acostumbrados a navegar y también para los que, como yo, llevamos demasiado tiempo en dique seco:
-Lo primero es no caerse por la borda. ¡Y la puntualidad en el embarque!
-Lo segundo, es que en un barco cada cosa ha de estar en su sitio.
-Tercero, que cada maniobra o tarea de a bordo, hay que llevarla a cabo en su justo momento. No hay lugar para el aplazamiento.
-Cuarto, que la buena comunicación entre los tripulantes, es esencial.
Y aunque hay más consideraciones a tener en cuenta, las iremos abordando con el tiempo en el blog y mediante algún fragmento de una de mis novelas, de la que ya os hablaré cuando acabe de revisarla.
El caso es que la idea se me ocurrió hace algunos días, mientras estaba metida en faenas, limpiando el polvo en la biblioteca; me acompañaba Irene, la mas joven de mis amigas, con la que acababa de tomar café, tras lo cual, seguí apilando algunos libros de Joseph Conrad. En alguna de sus portadas había la silueta de algunos barcos antiguos y hablamos sobre ellos.
Irene apartó las tazas del borde de la mesa con cuidado y se apoyó en él mientras limpiaba las gafas con sus delgados dedos, que frotaron insistentemente los cristales, enfundados en un trapillo. Su rostro pecoso se iluminó al decirme que desde siempre había soñado con navegar en un velero clásico pero que no conocía ninguno que estuviera en un puerto cercano. Atusó su rubio cabello de la frente. Sus ojos azules lucían mas grandes tras ponerse las gafas y con cierta melancolía me comentaba que disfrutaba mucho viendo las películas en las que se podían contemplar grandes veleros, pero que le parecía algo inalcanzable. De otra época.
No creas -le dije mientras barría con un pincel el polvo añejo de los libros-.
La mayoría de navíos que salen en las películas son barcos reales que en ocasiones se mantienen para la industria cinematográfica,o como objeto de museo, pero también como buques escuela en artes de la navegación a vela y también para la explotación turística y el ocio en vacaciones.
-Mira, ahí tienes un ejemplo -dije señalando a un libro que tenía en la estantería que quedaba por encima de su cabeza-. Pásamelo, por favor.
Irene cogió aquel volumen, de entre los muchos que tengo de Arturo y leyó en voz alta:
-La Carta Esférica. Me suena…
-¡Exacto! La película -si no recuerdo mal-, se rodó a bordo de la goleta La Morena. Y creo que tiene el amarre en Cartagena. Ya ves, no está tan lejos de tu casa de veraneo.
-¿En serio?
¡Y tanto! Vamos a comprobarlo -le dije entusiasmada. Espera que cierro la entrada de mi blog, que lo he dejado a medias. Voy a pinchar en la web de marinetraffic, -añadí-, pues siendo un barco de recreo seguramente lleva instalado el AIS.
[(El AIS un artilugio de obligado uso en barcos de pasajeros, mercantes, pesqueros, remolcadores y barcos de salvamento, que emite una señal que posibilita la localización del barco allá donde esté, en cualquier lugar del mundo, si está conectado, claro). Una de las webs para localizarlos es marinetraffic.com/es El buque se detecta con una figura diferente, según esté navegando o parado. Si navega es una especie de triangulito de color. Cada color indica un tipo de barco diferente.]
Puse el nombre del barco y sailing vessel, porque es un barco a vela y también puse la bandera del país donde está registrado… ¡Y allí estaba! En la pantalla del ordenador, vimos un cuadradito estático donde ponía goleta La Morena, en un puerto del levante. Pero no era en Cartagena. Ahora estaba en Benalmádena. Seguramente -pensé-, están realizando su puesta a punto y reparándola para las singladuras veraniegas por la costa levantina. Pero lamentablemente no fue así.
En nuestra búsqueda por internet, también pudimos comprobar ¡que está en venta! ¡Vaya!
Y me quedé pensativa. ¡Otro velero tradicional que queda al margen de la protección cultural! Precisamente son estos barcos los que albergan y posibilitan in situ la transmisión los antiguos conocimientos de las artes de navegación tradicional a vela y de construcción artesanal en madera. Y ambas artes se podrían enseñar en nuestro país a bordo de ellos, a modo de buque escuela y como también como ocio, como hacen en otros países, -si la administración les diera un poco de apoyo o subvencionara parte de su mantenimiento, amarre, o gastos de varadero, que tanto necesitan-, ya que su mantenimiento es costoso, tanto en trabajo, como en dinero. Igual pasa con las obras de arte, sean lienzos, esculturas, frescos, retablos, o lo que sea. Y eso si que se protege.
El arte y el patrimonio cultural marítimo, van más allá
del rescate de los pecios que
descansan en el fondo de nuestras costas;
o de los fondos documentales y de los legajos de los archivos
históricos, y de la conservación de
objetos antiguos; también de los preciosos lienzos que se hallan en el Museo del Prado, en el museo del Louvre, o en el del MNAC,
por poner algunos ejemplos.
No concebiríamos ver algunos lienzos de Velázquez, de Sorolla, de
Matise, de Rembrandt, o de Van Gogh, largados como velas en el mástil o las vergas de un barco. Tampoco entenderíamos por
qué la escultura del David
de Miguel Ángel, pudiera estar sumergida en el mar, como ancla de fondeo.
Los barcos de madera que todavía flotan y pueden navegar -y los que, por mil causas,
están varados o hay que reparar-, también forman parte de la historia. Son un
museo flotante y dinámico al que hay que proteger y promocionar, porque todavía están vivos.
Valoramos muy poco lo que todavía tenemos.
Y todo es, o debería ser, compatible.
El presente y el futuro de las artes de la pesca tradicional, de los
oficios y de las embarcaciones de madera y, en resumen —del bagaje milenario
de la navegación tradicional—, se nos va
por el desagüe de una mal llamada modernidad. Es necesario garantizar con diligencia la protección y la promoción de la cultura
marítima, que por fortuna y con gran esfuerzo, todavía emana de la escasa
población marinera que se extingue en
nuestros pueblos costeros. El momento actual es un punto de inflexión. astillerosnereo.es ¡Estamos
en el último eslabón!
Todo esto lo digo porque no ocurre lo mismo con los recursos millonarios que destinan nuestros gobiernos a la construcción de diques y muelles para promocionar el amarre de los megayates de la Jet Set de los multimillonarios y magnates, sobre todo internacionales. Mientras, nuestra flota de barcos de madera tradicional, -la poca que queda como único bagaje histórico de la cultura y de algunos oficios artesanos-, se extinguen bajo el peso del titánico esfuerzo laboral y comercial que desarrollan sus propietarios para que no desaparezcan, siendo abandonados a su suerte por la administración. ¡Es indignante!
Entonces se me ocurrió que podía daros a conocer en el blog, al igual que hice en una de mis novelas, la historia de algunas de estas embarcaciones tradicionales pues algunas de ellas tienen su amarre en puertos de nuestra península y de nuestras islas. Y también creo interesante en mostraros algunos barcos emblemáticos y peliculeros del extranjero, para ampliar la lista de veleros que todavía están en activo.
¡Que buena idea!Le facilité a Irene algunas webs para que pudiera hacer realidad su sueño navegando a bordo de un gran velero, (tall ship) en el que podía colaborar con las tareas de a bordo, además: Sail Training International. Incluso podía ser de interés para algunos lectores de este blog: sailonboard.com la web está en inglés, pero podéis usar el traductor.
Pensé que podía ser interesante adjuntar en algunas de mis entradas, vídeos y datos para que podáis localizar a estos barcos, de los que en algún caso haré algún resumen monográfico.
¡Muchos sueños son posibles! Solo hay que creer en ellos y buscar el como hacerlos realidad.
Entusiasmada con la idea, me senté sobre los peldaños de la escalera en la que estaba encaramada y estuve hablando con Irene largo rato sobre el tema. Tenía la mejilla hundida por la palma de su mano, pues apoyada con el codo en la mesa, escuchaba embelesada lo que le estaba contando. La conversación comenzó hablando de La Morena y de la novela de Arturo -al que tengo dedicada toda una estantería- y acabamos hablando de las cartas de navegación y del cálculo del triángulo esférico, ese que queda determinado desde el lugar donde estamos, el lugar de destino y el polo de la tierra del que tomamos referencia.
Al cabo de un rato, Irene tenía que marcharse que ya iba justa de tiempo para recoger a su nieta a la escuela.
-El miércoles próximo tengo un par de horas libres y podemos hacer la reserva para este verano. ¡Que ilusión me hace!. Uff.. tengo que irme... -Me ha encantado hablar sobre todo esto, contigo.
-Vale, el miércoles quedamos y miramos en que puerto puedes incorporarte. Lo mismo me apunto yo también. ¿Te imaginas? -¡Las dos juntas a bordo de ese pedazo de barco!
-Sería estupendo. Me voy corriendo. ¡Hasta el miércoles!
-Adiós. Un beso a la pequeña, de mi parte.
Una vez se cerró la puerta, suspiré emocionada y me dispuse a colocar los libros en su sitio. Luego seguí escribiendo en mi blog algunas pinceladas sobre el tema:
Uno de los responsables sobre importantes avances sobre la navegación, fue un matemático y astrónomo portugués, un tal Pedro Nunes, pues publicó el Tratado de la navegación, (1.546). Constató unos aspectos cruciales que determinaron la diferencia entre los cálculos sobre la línea loxodrómica -en que se sigue y se dibuja en la carta náutica un rumbo constante, dando como resultado un trayecto mas largo, y la línea ortodrómica -que es la que exige una constante modificación del rumbo-, pero que nos proporciona un trayecto más corto como resultado de dichos cálculos.
Al ser la tierra una esfera, las mediciones y los cálculos náuticos configuran sobre los meridianos, un triángulo en volumen, que podríamos comparar a la cata que hiciéramos en una sandía redonda. Las ecuaciones pertinentes, teniendo en cuenta el arco del meridiano que queda dibujado -nada fáciles y de las que me declaro negada por completo-, darán como resultado la distancia exacta entre el punto de origen y el de destino. Esta figura resultante es sustancialmente diferente al dibujo lineal sobre la carta náutica.
No se más.
O sea que si os interesa el tema tendréis que indagar por otros derroteros, nunca mejor dicho.
¡La carta náutica! ¡Apasionante! Soy neófita en estos temas, pero me pasaría horas y horas contemplando las áreas de los bajíos, escudriñando los metros de profundidad de las diferentes plataformas continentales y de las abismales fosas marinas. También me encanta observar las cartas náuticas de viento. Y los derroteros. Esos que describen perfectamente las costas de las islas y continentes y que también marcan la ubicación
de naufragios, plataformas petrolíferas, etc y sobre todo de los faros y la cadencia de
sus destellos.
Lo que no cogeré nunca es el almanaque náutico: me marea solo mirar las páginas repletas de números y columnas, pero que sepáis que es imprescindible para navegar y realizar los cálculos náuticos; y tiene caducidad, pues cada año es diferente. En él se detallan las mediciones de la altura del sol y de la luna cada hora durante los trescientos sesenta y cinco días del año y facilita las formulas para corroborar la hora de paso por los meridianos, las declinaciones y muchas cosas más -que os repetiría como un loro, pues no soy capaz de entenderlas-.
Para alguna de mis novelas tuve que consultar el anuario de mareas… ¡Me encantó saber a que horas sube y baja la marea en cada lugar, pues es diferente a pesar de ser el mismo país y el mismo mar el que baña sus costas y varía cada año! Es impresionante.
Os invito a que os sumerjáis en ellos, ya sea en una biblioteca, o mejor, a bordo de algún velero. Si sentís curiosidad por estos temas, existen cursos de patrón de embarcaciones y seguramente será una experiencia muy grata si sois amantes del mar y de los barcos.
Como en todo, es bueno relativizar, observar y abrir la mente. Si no nos elevamos del plano del agua del mar, el horizonte puede quedarnos tan solo a un tiro de piedra. En cambio, si nos subimos al mástil de un barco, el alcance de la visión se amplía cuanto más alto subimos, pues podemos otear el horizonte a 6 millas náuticas y más allá… Y esto nos sirve también como una actitud ante la vida, además del ámbito náutico.
Mi recomendación literaria para hoy es: la Carta Esférica. Autor: Arturo Pérez-Reverte
¡Buena suerte y buenos vientos para el destino de esta entrañable goleta, La Morena!
¡Nos vemos en la próxima entrada!
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