¡Bienvenidos a bordo!
En 1841, en la isla de Ibiza se construyó uno de tantos veleros que salían de los astilleros, al que se llamó Rafael Verdera. El interés que me mueve hoy a presentaros esta magnífica embarcación, es que a día de hoy sigue navegando por el Mediterráneo. Y esperemos que por muchos años más.
¡Es el barco mas antiguo de la flota española en activo!
Y esto es así, porque navega. Paradójicamente, la orden de largar los muertos* con asiduidad, es la acción que precede a la maniobra de zarpar para navegar. Y probablemente es lo que ha mantenido viva a esta embarcación durante más de un siglo, además de los cuidados para su mantenimiento.
(*Los muertos son unos gruesos cabos que están fijados a unos lastres de hormigón que descansan en el fondo de los puertos.
Unos están ubicados al pie de los amarres de los muelles, donde acotan la distancia de seguridad del casco al dique de hormigón; y otros, también a modo de tirantes submarinos, se tensan un poco más allá, sobrepasando el límite de la eslora (largo) de la embarcación en dirección contraria al muelle.
Sirven para amarrar y asegurar las embarcaciones, par protegerlas ante el oleaje y el viento, evitando que se muevan los barcos cuando están atracados. Así evitan que choquen con las embarcaciones de su alrededor y con el propio muelle.)
En una época en que el Rafael Verdera estuvo inactivo y amarrado en un puerto de Formentera, -lo cual podía suponer su sentencia de muerte-,en 1985 fue adquirido por Mikel, quien vive a bordo desea embarcación desde hace muchos años, con toda su familia y algunas mascotas fortuitas que disfrutan plenamente de su libertad jugueteando en la proa, www.rafaelverdera.com
Esta es una historia real e interesante, de un barco que ha sobrevivido gracias a la tenacidad y cuidados de su armador y su familia , pero que aún así pertenece a La Flota de la Extinción, pues supone el último eslabón de unas artes marineras y de los oficios artesanos ligados a estas embarcaciones; no ocurre así en otros países. Un tema arduo que evidencia las condiciones en que está la escasa flota de embarcaciones tradicionales en nuestro país, y que trato en uno de mis libros.
Esta familia nos demuestra que la navegación puede ofrecer una forma de vivir la vida de manera diferente, con otros valores y actividades que no son posibles tierra adentro, donde en muchas ocasiones estamos encajonados entre una selva de altos edificios y rascacielos, que acotan la expectativa y la visión amplia del mundo que nos rodea, impidiéndonos contemplar el horizonte...
os propongo un cambio de rumbo.
¿Qué es sino la escritura? ¡Un viaje sin fin!
Hoy me apetece compartir con vosotros un fragmento de una de mis novelas, cuyo título desvelaré próximamente, y que se desarrolla también en un velero: en este caso a bordo en un bergantín:
(…)
Lahplata soltó los muertos y dejó que se hundieran en las verdosas aguas del puerto.
—Aquí quedás, muertos y bien muertos, hasta la vuelta de nuestra singladura africana—dijo a viva voz el contramaestre argentino, mientras le guiñaba un ojo a Aimé, que estaba detrás mío—.
Luego se secó las manos en el pantalón, pues los cabos estaban chorreando. Vanhton quitó rápidamente las estachas de amarre, que rodeaban con una enorme gaza al negro bolardo de hierro que estaba en el borde del muelle y saltó diligente a la pasarela que estaba sujetando Rastafari para que pudiera subir a bordo.
Rastafari era el más joven de la tripulación: “un neguit”, pues no paraba quieto; un chaval moreno con largas rastas y con las orejas perforadas con varios pearcings, que hacía un chiste de cualquier comentario.
En la popa, el capitán daba las órdenes a la tripulación mientras aceleraba el ralentí de los motores del barco, para iniciar la maniobra para zarpar:
—¡Lahplata, cobra estachas de sotavento!
—Vanhton... ¡cobra las estachas de barlovento, que se enredan en el spring!
—Okay, mi capitán —respondió Vanhton, con esa forma de hablar medio holandesa a la que jocosamente llamábamos spanishland—.
—¡Defensas arriba!
—Las guardo en el tambucho de proa —gritó L'Enshaneta, el gaviero, desde la amura de estribor.
El capitán dio varias ordenes a Rastafari, mediante un rebujo de palabras incisas y concretas —todas ellas en un argot ininteligible para los neófitos como yo—, con las que les comunicó a los marineros las próximas maniobras a realizar. Y entonces comprendí que la clave del argot marinero es: la asertividad.
—¿Podés ayudarme con esto? —dijo Lahplata. Que me voy a quedar chueco de verdad.
—¡Voy! Espera que te ayudo —dijo Aimé, mientras andaba hacia el pasillo de babor.
El capitán, desde la bitácora, dio una voz a proa a L'Enshaneta, que fue sin demora a ayudar a su compañero. Frank me había estado explicando en el puerto — mientras estibaban las vituallas y los equipajes—, sobre algunas peculiaridades notorias de la vida a bordo de un barco; y ahora, liberado ya de la maniobra de zarpar, conversó conmigo en un tono de voz más bajo y paciente.
—¡Hay que ver las voces que dais! — exclamé sorprendida.
—Pues es la única manera de que te escuche el que está en la cofa o en la proa. Y no es cuestión de poner altavoces—dijo Frank con cierto chascarrillo—.
—Ya me lo figuro —respondí mientras me acomodaba en el banco que estaba situado al pie de la bitácora—.
Y dejé el cuaderno verde donde tomaba las anotaciones sobre la mesa, por si pudiera necesitarlo. Lo había adornado con una bonita fotografía del bergantín sobre la portada. Y en él pretendía anotar todo lo relacionado con la excepcional navegación de este viaje, a modo de cuaderno de bitácora. Mi diario de a bordo personal.
—Este viaje va a ser como un Máster para mí —dije entusiasmada. No es lo mismo navegar durante un día o una noche esporádicamente, que realizar una singladura de tantos días, y además traspasando del Mediterráneo al Atlántico. Estoy emocionada.
—Valdrá la pena. Ya te darás cuenta de cómo cambia el color del Mediterráneo al Atlántico, y de cómo la amplitud de las olas y su cadencia son completamente diferente. Incluso apreciarás el cambio de la luz del sol de un continente a otro. La experiencia será inolvidable —aseguró el capitán.
—¡Que bien! Cuántas cosas nuevas, sin apenas moverme de unos pocos metros cuadrados de madera flotante —dije sonriendo.
—Lo mismo te hartas, que la singladura será larga y si el tiempo no acompaña, podría ser muy dura.
—El tiempo dirá. Por el momento, hoy hace un día magnífico y no quiero pensar en nada más.Y mirando hacia el horizonte pensé en el Atlántico. Por delante tenía un océano por conocer; las costas de África para contemplar; bajar hasta el Ecuador, un reto. Treinta y dos días a bordo de en un bergantín: una nueva experiencia; un nuevo mundo por descubrir.
Frank me explicó la gran relevancia que tiene la buena convivencia en un barco; y haciendo hincapié en ello, me dijo:
—La comunicación es un elemento clave. En un barco, la disciplina y el compañerismo son imprescindibles. Bien podríamos compararnos a los mosqueteros: uno para todos y todos para uno, pero sin escaramuzas ni floretes —dijo sonriendo. La coordinación, la responsabilidad, la autonomía en las tareas y también la solicitud de ayuda, son de gran importancia para una buena cohesión de la tripulación — añadió con satisfacción.
Y me impregné de los contenidos de dicha conversación: disciplina; decisión y capacidad de resolución; responsabilidad; respeto y compromiso; coordinación; asunción de la cultura del esfuerzo. Solidaridad. Todos eran conceptos aprendidos y transmitidos en el eslabón de los oficios del mar, y escribí rápidamente en mi libreta verde:
Un eslabón, quizás el último eslabón... —escribí, mientras mi mente fluía desde mis dedos hacia la punta del bolígrafo: un trazo de tinta, que fijaría mi pensamiento.
(…)
Mi recomendación literaria de hoy: El miedo a la libertad. Erich Fromm
¡Disfrutad del viaje!
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