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viernes, 28 de julio de 2017

Instintos básicos. #loscuentosdeflora


¡Bienvenidos de nuevo!


¡Vaya título el de hoy!  

Por cierto, remarco que está en plural, no nos vayamos a ir  por los cerros de Úbeda, esa frase tan coloquial que utilizamos en nuestro país.

Instinto, intuición, amor, coraje, supervivencia... ¡Que palabras tan vastas! Tienen un alcance enorme, al igual que la violencia. Cada cual cultiva la que puede, le dejan, o quiere; existe un dicho que dice que querer, es poder. Y a colación de esta última frase, quiero enfatizar que las madres se llevan el trofeo, la palma de oro, el Oscar y lo que se les ponga por delante en exponenciar la dimensión de dichas palabras.  


























   De ahí la frase:  "Madre no hay mas que una".


Evidentemente estoy pensando la mía y probablemente muchos de vosotros estaréis pensando en la vuestra. Podría estar hablando de ella días enteros, de su bondad, de su firmeza, de su perseverancia , de su clarividencia, de su buen hacer, de su capacidad de afrontar las adversidades, de su comprensión y  empatía, pero sobre todo, de su gran amor por sus hijos y  por sus nietos, por lo que nos sentimos muy  afortunados. Mujer, madre, maestra, amiga, esposa, abuela, organizadora, administradora,…, la lista de adjetivos  es muy larga. Más allá de las palabras está el amor  que emana de ella y que es correspondido por los que la queremos. Las emociones y los sentimientos tienen que expresarse. Tienen que fluir. Y nadie mejor que una madre  que esté en su sano juicio, para dar ejemplo con su actitud amorosa, pues es capaz de llegar donde sea para proteger a los suyos.

No soy religiosa, aunque ello no me impide apreciar que hay frases de oro en las diversas religiones del planeta. Hay una  que me gustaría enfatizar:  por sus hechos los conoceréis.  Las palabras  en demasiadas ocasiones se nos escapan fácilmente, impelidas por la intensidad de un instante de amor o de ira, de obcecación, de trivialidad, de confusión, de indiferencia, de excitación o por el agotamiento y el malhumor.  Pero los hechos y las actitudes importantes prevalecen, constatan y afianzan los lazos y los sentimientos. Nos dan seguridad y sosiego. Con ellos llegamos a buen puerto. 

No obstante, refiriéndome ya al título de la entrada, no todas las madres son así. Ni todos los padres. Solo hace falta ver las noticias. Hay días que provoca espanto y horror escucharlas. Madres que abandonan a sus hijos en un contenedor de basura, padres que los torturan y matan.  Lo aceptamos con cierto reparo cuando ocurre en el reino animal, pero no podemos entenderlo y nos horroriza cuando ocurre con los seres humanos. Y es que la palabra humanidad también es muy vasta, tanto, que hay días que pierdo de vista su alcance y me pregunto: Sócrates, ¿donde estás?

A pesar de ello, el instinto materno prevalece sobre la mayoría de las especies. Incluso algunas adoptan crías que han quedado huérfanas, ya sea en solitario o con el apoyo de la manada; la familia..



























No hay mas que observar lo  que ocurre cuando se intenta separarlos de los suyos.  El instinto de protección es de tal intensidad que  las madres ponen en peligro su vida por defender a sus vástagos, plantando cara al agresor y ofreciéndoles refugio.  

¡Que no podremos hacer los humanos!

Dar protección y una salida digna a las víctimas del maltrato, y a los niños que sufren por estas circunstancias, debería ser la prioridad. Y ya que no lo es,  demos un aplauso a la solidaridad de la gente de buena voluntad, mientras exigimos a nuestros gobiernos  que claven codos y aprueben una ley justa y digna. ¡Ya!
A propósito de las madres,  quiero compartir  con vosotros en la entrada de hoy un fragmento del borrador de mi próxima novela de fantasía, en que  algunos  de sus personajes estuvieron a merced de una terrible maldición:



Cuento de  Dana  ( fragmento)



Querida hija, fruto  de mis ilusiones  de mi esperanza, quiero contarte los mucho que te he amado en estos meses en que mi vientre te alberga. Mi inquietud  y mi temor pugnan por hacerse con mi ánimo cada día que pasa. Pero la felicidad que siento en cada movimiento tuyo que percibo, los desbanca cada día.   Quiero que conozcas  en su momento la historia de la  maldición que pesa sobre nuestra estirpe desde hace siglos. El poco tiempo de que dispongo quiero emplearlo en que conozcas de mi puño y letra el maleficio que  ha afectado a nuestros antepasados, también a mi madre, que abandonó la isla  y fue a vivir durante algún tiempo a una cabaña  construida  cerca de los acantilados de Möher, donde podría observar la presencia de la niebla con mayor ventaja.  
Allí comenzó a escribir un diario de una parte de su vida que dejó bien guardado en una caja de lata sellada con cera, para que no pudiera estropearse y que hemos guardado hoy, el día en que verás La Luz,  en un cofre custodiado por el guardián de la familia, Cámhnòir. Con el devenir del tiempo mis hermanas y yo lo leímos varias veces y nos aprendimos de memoria lo que allí nos contó, que, junto con los  recuerdos de nuestra infancia y juventud,  proporcionó mayor sentido a nuestra existencia.  Y en los años venideros llegará la hora en que tu lo conozcas también, aunque yo ya no esté. Tus tías te contarán mi historia, también escrita  de mi propia mano, pues te criarás bajo su custodia, pues yo no podré hacerlo como he deseado toda mi vida desde que fuiste mi proyecto de vida, mi ilusión.  Por ello comienzo a contarte algunas anécdotas de mis padres amados, así conocerás la vida de tus abuelos y el porqué de algunos sucesos que no entenderías sin esta pequeña historia.


Mery-que así se llamaba tu abuela-, esperó pacientemente la llegada de   Brandan, tu abuelo —un recio y simpático irlandés de cabello dorado— , que en aquel entonces viajaba enrolado en un velero mercante, pues era carpintero y músico. Decía mi madre, que cuando tocaba el violín, diríase que se paraba el mundo, para procurarle silencio. Y se libraron  en aquellos primeros tiempos del hechizo de enfermedad y de la muerte, porque la arribada del barco al puerto siempre se producía  cuando las velas cazaban el  viento, un elemento aliádo  que impide que aparezca la niebla.  Mi madre fue una mujer alegre y con mucho carácter que  siempre gozaba de buen humor; según ella, porque las mujeres robustas  y poco agraciadas necesitan de otras gracias añadidas, que las que su naturaleza no les proporcionó para provocar interés  en los hombres.

Mery nació en 1.898,  en Irlanda y heredó los rasgos de las pelirrojas de la familia, con su tez  pecosa, y unos bonitos ojos azules. Pero hasta los cuarenta años no logró tener descendencia. Fueron muchos los retos que tuvo que afrontar para salvar su vida y también para lograr  que  sus  hijas sobreviviéramos.


 Sabedora del beneficio de los vientos, madre se enroló en el velero donde trabajaba mi padre en calidad de marmitón, -algo así como una ayudante  de cocina-.  En aquel entonces no  enrolaban mujeres a bordo. Y se hizo pasar por un hombre, para poder estar junto a él. Zarparon  en un bergantín desde los muelles de Glasgow, para realizar una expedición de investigación alrededor del mundo, que duró dos años.  Al año siguiente el barco fue destinado al transporte de cereal y siguieron en el rol del barco, pues al contramaestre le gustaba mantener  el mayor número de su tripulación de confianza, ya que en  los puertos, suelen transitar gente de  todo tipo.    Habían pasado ya seis meses, cuando  se descubrió el engaño, pues los vendajes con que mi madre  disimulaba sus pechos, ya no fueron suficiente. 
El capitán del barco, enojado,  dio la orden de desembarcarla en el primer puerto que avistaran, como era  costumbre. Pero reconsideró su decisión a petición  de la tripulación en pleno, ya que todos apoyaban a Brandan,  mi padre, al que consideraban un buen compañero. Y también porque conocían la historia que mi madre les contó en el rancho, cuando servía las escudillas a los hambrientos marineros;  todos conocían pues, los motivos que la habían impelido a urdir aquel engaño: eludir  la maldición de Zeohgrey. Y aunque algunos argumentaron que traería mala suerte y maldiciones para todos los allí embarcados, fueron muchos los que abogaron por ella. Así pues la mayoría de los marineros, conmovidos por su preñez y por la camaradería que tenían con mi padre, intercedieron por ella con firmeza.  Hubo una votación y la expusieron al segundo de a bordo, quien habló con el capitán.  Éste finalmente accedió, con la condición de que construyeran unos mamparos en la bodega, para que pudiera acomodarse mejor aquella mujer encinta y  sobre todo porque no despertara inquietud en el resto de los hombres y pudieran haber disputas, pues por aquel entonces, la bonita silueta de mi madre ya evidenciaba su embarazo, atrayendo la mirada de aquellos hombres. Y de esta manera quedó casi recluida en La Cocina, saliendo tan solo en las horas del alba y la puesta de sol a disfrutar del aire fresco de la cubierta.

(…)

              


 ¡Disfrutad de vuestro tiempo y hasta pronto!



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