¡Bienvenidos de nuevo!
¡Vaya título el de hoy!
Por cierto, remarco que está en plural, no nos vayamos a ir por los cerros de Úbeda, esa frase tan coloquial que utilizamos en nuestro país.
Instinto, intuición, amor, coraje, supervivencia... ¡Que palabras tan vastas! Tienen un alcance enorme, al igual que la violencia. Cada cual cultiva la que puede, le dejan, o quiere; existe un dicho que dice que querer, es poder. Y a colación de esta última frase, quiero enfatizar que las madres se llevan el trofeo, la palma de oro, el Oscar y lo que se les ponga por delante en exponenciar la dimensión de dichas palabras.
De ahí la frase: "Madre no hay mas que una".
Evidentemente estoy pensando la mía y probablemente muchos de vosotros estaréis pensando en la vuestra. Podría estar hablando de ella días enteros, de su bondad, de su firmeza, de su perseverancia , de su clarividencia, de su buen hacer, de su capacidad de afrontar las adversidades, de su comprensión y empatía, pero sobre todo, de su gran amor por sus hijos y por sus nietos, por lo que nos sentimos muy afortunados. Mujer, madre, maestra, amiga, esposa, abuela, organizadora, administradora,…, la lista de adjetivos es muy larga. Más allá de las palabras está el amor que emana de ella y que es correspondido por los que la queremos. Las emociones y los sentimientos tienen que expresarse. Tienen que fluir. Y nadie mejor que una madre que esté en su sano juicio, para dar ejemplo con su actitud amorosa, pues es capaz de llegar donde sea para proteger a los suyos.
No soy religiosa, aunque ello no me impide apreciar que hay frases de oro en las diversas religiones del planeta. Hay una que me gustaría enfatizar: por sus hechos los conoceréis. Las palabras en demasiadas ocasiones se nos escapan fácilmente, impelidas por la intensidad de un instante de amor o de ira, de obcecación, de trivialidad, de confusión, de indiferencia, de excitación o por el agotamiento y el malhumor. Pero los hechos y las actitudes importantes prevalecen, constatan y afianzan los lazos y los sentimientos. Nos dan seguridad y sosiego. Con ellos llegamos a buen puerto.
No obstante, refiriéndome ya al título de la entrada, no todas las madres son así. Ni todos los padres. Solo hace falta ver las noticias. Hay días que provoca espanto y horror escucharlas. Madres que abandonan a sus hijos en un contenedor de basura, padres que los torturan y matan. Lo aceptamos con cierto reparo cuando ocurre en el reino animal, pero no podemos entenderlo y nos horroriza cuando ocurre con los seres humanos. Y es que la palabra humanidad también es muy vasta, tanto, que hay días que pierdo de vista su alcance y me pregunto: Sócrates, ¿donde estás?
A pesar de ello, el instinto materno prevalece sobre la mayoría de las especies. Incluso algunas adoptan crías que han quedado huérfanas, ya sea en solitario o con el apoyo de la manada; la familia..
No hay mas que observar lo que ocurre cuando se intenta separarlos de los suyos. El instinto de protección es de tal intensidad que las madres ponen en peligro su vida por defender a sus vástagos, plantando cara al agresor y ofreciéndoles refugio.
¡Que no podremos hacer los humanos!
Dar protección y una salida digna a las víctimas del maltrato, y a los niños que sufren por estas circunstancias, debería ser la prioridad. Y ya que no lo es, demos un aplauso a la solidaridad de la gente de buena voluntad, mientras exigimos a nuestros gobiernos que claven codos y aprueben una ley justa y digna. ¡Ya!
Dar protección y una salida digna a las víctimas del maltrato, y a los niños que sufren por estas circunstancias, debería ser la prioridad. Y ya que no lo es, demos un aplauso a la solidaridad de la gente de buena voluntad, mientras exigimos a nuestros gobiernos que claven codos y aprueben una ley justa y digna. ¡Ya!
A propósito de las madres, quiero compartir con vosotros en la entrada de hoy un fragmento del borrador de mi próxima novela de fantasía, en que algunos de sus personajes estuvieron a merced de una terrible maldición:
Cuento de Dana ( fragmento)
Cuento de Dana ( fragmento)
Querida hija, fruto de mis ilusiones de mi esperanza, quiero contarte los mucho que te he amado en estos meses en que mi vientre te alberga. Mi inquietud y mi temor pugnan por hacerse con mi ánimo cada día que pasa. Pero la felicidad que siento en cada movimiento tuyo que percibo, los desbanca cada día. Quiero que conozcas en su momento la historia de la maldición que pesa sobre nuestra estirpe desde hace siglos. El poco tiempo de que dispongo quiero emplearlo en que conozcas de mi puño y letra el maleficio que ha afectado a nuestros antepasados, también a mi madre, que abandonó la isla y fue a vivir durante algún tiempo a una
cabaña construida cerca de los acantilados de Möher, donde podría observar la presencia de la niebla con mayor ventaja.
Allí comenzó a escribir un diario de una parte de su vida que dejó bien guardado en una caja de lata sellada con cera, para que no pudiera estropearse y que hemos guardado hoy, el día en que verás La Luz, en un cofre custodiado por el guardián de la familia, Cámhnòir. Con el devenir del tiempo mis hermanas y yo lo leímos varias veces y nos aprendimos de memoria lo que allí nos contó, que, junto con los recuerdos de nuestra infancia y juventud, proporcionó mayor sentido a nuestra existencia. Y en los años venideros llegará la hora en que tu lo conozcas también, aunque yo ya no esté. Tus tías te contarán mi historia, también escrita de mi propia mano, pues te criarás bajo su custodia, pues yo no podré hacerlo como he deseado toda mi vida desde que fuiste mi proyecto de vida, mi ilusión. Por ello comienzo a contarte algunas anécdotas de mis padres amados, así conocerás la vida de tus abuelos y el porqué de algunos sucesos que no entenderías sin esta pequeña historia.
Mery-que así se llamaba tu abuela-, esperó
pacientemente la llegada de Brandan, tu abuelo —un recio y simpático irlandés de cabello dorado— , que en
aquel entonces viajaba enrolado en un velero mercante, pues era carpintero y
músico. Decía mi madre, que cuando tocaba el violín, diríase que se paraba el
mundo, para procurarle silencio. Y se libraron en aquellos primeros tiempos del hechizo de
enfermedad y de la muerte, porque la arribada del barco al puerto siempre se producía cuando las velas cazaban el
viento, un elemento aliádo que impide que aparezca la niebla. Mi madre fue una mujer alegre y con mucho carácter que
siempre gozaba de buen humor; según ella, porque las mujeres
robustas y poco agraciadas necesitan de
otras gracias añadidas, que las que su naturaleza no les proporcionó para
provocar interés en los hombres.
Mery nació en 1.898, en Irlanda y heredó los rasgos de las pelirrojas
de la familia, con su tez pecosa, y unos
bonitos ojos azules. Pero hasta los cuarenta años no logró tener
descendencia. Fueron muchos los retos que tuvo que
afrontar para salvar su vida y también para lograr que sus hijas sobreviviéramos.
Sabedora del beneficio de los vientos, madre se enroló en el velero donde trabajaba mi padre en calidad de
marmitón, -algo así como una ayudante de cocina-.
En aquel entonces no enrolaban mujeres a bordo. Y se hizo pasar por un hombre, para poder estar
junto a él. Zarparon en un
bergantín desde los muelles de Glasgow, para realizar una expedición de investigación alrededor del mundo,
que duró dos años. Al año siguiente el barco fue destinado al transporte de cereal y siguieron en el rol del barco, pues al contramaestre le gustaba mantener el mayor número de su tripulación de confianza, ya que en los puertos, suelen transitar gente de todo tipo. Habían pasado ya seis meses, cuando se descubrió el engaño, pues los vendajes con
que mi madre disimulaba sus pechos, ya
no fueron suficiente.
El capitán del barco, enojado, dio la orden de desembarcarla en el primer
puerto que avistaran, como era costumbre. Pero reconsideró su
decisión a petición de la tripulación en pleno, ya que todos apoyaban a Brandan, mi padre, al
que consideraban un buen compañero. Y también porque conocían la historia que
mi madre les contó en el rancho, cuando servía las escudillas a los hambrientos marineros; todos conocían pues, los motivos que la habían impelido a urdir aquel engaño: eludir la maldición de Zeohgrey. Y aunque algunos argumentaron que traería mala suerte y maldiciones para todos los allí embarcados, fueron muchos los que abogaron por ella. Así pues la mayoría de los marineros, conmovidos por su preñez y por la camaradería que tenían con mi padre, intercedieron por ella con firmeza. Hubo
una votación y la expusieron al segundo de a bordo, quien habló con el
capitán. Éste finalmente accedió, con la
condición de que construyeran unos mamparos en la bodega, para que pudiera acomodarse
mejor aquella mujer encinta y sobre todo porque no despertara inquietud en el resto de los hombres y pudieran haber disputas, pues por aquel entonces, la bonita silueta de mi madre ya evidenciaba su embarazo, atrayendo la mirada de aquellos hombres. Y de esta manera quedó casi recluida en La Cocina, saliendo tan solo en las horas del alba y la puesta de sol a disfrutar del aire fresco de la cubierta.
(…)
¡Disfrutad de vuestro tiempo y hasta pronto!
No hay comentarios:
Publicar un comentario