Me gusta. Una expresión de satisfacción conjugada en presente.
Me gusta contemplar los grandes veleros. Me gusta navegar. Me gustan los barcos clásicos. Me gusta escribir y leer sobre barcos y navegación. Me gusta aprender. Me gusta compartir.
Este es un fragmento de uno de mis libros, un libro complejo: mitad crónicas mitad novela, titulada Descubriendo Tortuga. Un estilo diferente.
( Cazando el viento…)
Un libro es como un paseo por otras realidades y también un viaje por otros mundos, donde lo inverosímil es posible, donde lo absurdo encuentra un camino. Y donde la realidad se plasma como en un espejo:
Bárbara ya
había subido a la cubierta y mostraba su exuberante contorno bajo la transparente blusa que ahora se había pegado por completo al cuerpo,y que marcaba perfectamente, sus más sutiles relieves. Contorno que
enseguida fue rodeado por los
fuertes brazos de Frihman, que la atraía hacia él, mientras la besaba en el cuello susurrándole algunas palabras. Y sonrió complacida.
Marhivent y yo los contemplamos con sana envidia,
mientras en voz baja, comentamos que hacían buena pareja.
—¿Os quedáis vigilando a los pequeños? —les dijimos—, es que nos vamos a bañar.
—Sí, ya me ocupo —dijo
Bárbara mientras cogía a TincGanah y
TincSedh y los ponía a horcajadas en sus caderas, dándoles un achuchón—. Frihman cogió
a Mahrréc y lo sentó en su pierna sana, en
el banco de popa. Y empezó a
hablarle con dulzura en aquella
extraña jerga africana, mientras el niño le escuchaba con gran atención.
Marhivent y yo
nos capuzamos desde la portezuela de la borda de estribor,
zambulléndonos en el azulado espejo que proporcionaban las calmas. Por fin
disfrutamos de un buen baño; nos
sentó la mar de bien. Nadamos unos minutos.
—¡Mira, allí!…—¡Unas aletas en el agua!
—¡Cuidado!…¡Sal del agua! ¡Deprisa!
Las aletas se
acercaban hacia nosotras a gran
velocidad; debían de estar más o menos a
unos cien metros pues tomé como referencia la eslora del
barco.
Trepamos rápidamente por la malla que hacía las veces de escalera. El corazón me latía apresuradamente y una
sensación de pánico me invadió por unos instantes. Cuando por fin estuvimos en
la cubierta, pudimos ver claramente, que
eran ¡cuatro delfines! y que nos
miraban fijamente, curioseando lo que hacíamos.
Nos serenamos y nos pusimos a reir y a hacer comentarios sobre los
momentos angustiantes que habíamos vivido, apenas hacía un par de minutos. Instintivamente, cogí uno de los tapones de plástico de la bombona de butano, y lo tiré al agua. ¡Al minuto el tapón estaba de vuelta en la cubierta!
Marhivent les lanzó una botella de plástico
con las que los delfines jugaron un buen rato. También jugaron con el
salvavidas que flotaba en el agua, llevándolo de aquí para allá, todo lo que el
largo del cabo les permitía. Dando saltos,
se zambulleron con rapidez para ir a buscar los improvisados
juguetes. Volvían de nuevo, solicitando
continuar el juego: emitieron algunos
sonidos y chasquidos para comunicarse entre ellos; y también con
nosotros; no teníamos ninguna duda Luhtier
y Gheisa subieron a cubierta, ante la algarabía y los gritos que dimos. Los
niños rieron a carcajadas por segunda
vez. Al cabo de un rato, los delfines se
alejaron, saltando sobre el espejo del mar y siguieron su rumbo; entonces se sumergieron y los perdimos de
vista.
Pareció que los delfines se habían llevado la alegría a las profundidades del océano, dejándonos con un cierto desencanto.
Estos maravillosos animales habían sido
capaces de hacernos olvidar, por unos
momentos la indeseable situación en la
que nos encontrábamos. Luego, Yáckolson
y yo bajamos por la malla, y acercamos con el bichero de a bordo, los
tapones y las botellas de plástico
que ahora flotaban en el agua. Los
recogimos y nos quedamos en silencio. Todavía no habíamos comido y teníamos hambre. Marhivent y yo fuimos al cuarto de la
despensa, donde estaba el congelador, para ver qué podíamos hacer para comer.
Entonces vimos que el congelador estaba
rezumando agua. Se habían descongelado los
pocos alimentos que quedaban y tuvimos que cocinarlos todos, antes de que se estropearan. No podíamos
reservarlos por mas tiempo. Así lo hicimos. Fuimos hacia la cocina y anunciamos
el menú del día: Hoy había canelones.
Afortunadamente, el horno era de butano y pudimos
gratinarlos disfrutando del dorado
manjar. Tocamos a tres canelones por
cabeza. Y Yimmy, nuestra pequeña mascota, comió también. TincGanah, TincSedh y
Mahrréc comieron con la mano, como tenían por costumbre; y Halienar, también. A
juzgar por sus caras, la comida les gustó.
Luego comimos una naranja cada uno.
Los niños se pusieron llenos de churretes mientras masticaban la dulce pulpa haciendo
chasquidos con la lengua; cogían los
gajos de la naranja con los dedos,
y las gotas de zumo resbalaban por sus bracitos, hasta el
codo. Daba gusto contemplar la
satisfacción con que comían. Por la
tarde, cuando el calor del sol se hizo
más soportable, salimos de nuevo a la a
cubierta.
Observamos que
Frihman nos estaba esperando, algo
impaciente, con una pícara mirada: acababa de anudar algunos cabos que ahora colgaban
de la botavara de la vela cangreja, en la popa. Entre el tambucho de popa —por el que
subíamos desde el salón, la mesa y el banco de la bitácora— , quedaba un espacio libre en cubierta y Frihman …¡había hecho un columpio! … Fue la delicia de niños y grandes. Todo el mundo disfrutó columpiándose y empujando el columpio. Y donde había calmas, ¡creamos viento!
Lo de pescar estaba más difícil. No había forma de que pescáramos nada. Nos quedaba un jamón de jabugo, pero, ¡para
qué pensar en él, cuando no teníamos agua para beber! Además habría que
reservarlo por si la situación se agravaba. Y entonces recordé algo.
Fui hacia los pescantes
de popa, donde estaba la lancha auxiliar y pedí que me ayudaran a bajarla. La dejamos
en el agua, asegurada con dos cabos atados a la popa del barco, pero
algo alejada. Y tiré la caña al lado de ella. Había renovado el cebo con unos
trozos de pulpo que cogí de una lata que
quedaba por la despensa. El sol comenzaba a declinar, y la sombra de la
barca aumentó. Transcurrió un buen
rato. Y picaron.
—¡Ha picado un pez! —dije recogiendo rápidamente el sedal—: es un dorado; ¡lo sabía! —dije satisfecha—.
—¿Un dorado? —
preguntó Bárbara— ¿Y es bueno para comer?
—¡Y tanto que es bueno!, de hecho, al dorado se le llama el pez de los náufragos, pues siempre se pone
a la sombra de las embarcaciones y las balsas de salvamento. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? —dije en voz
alta—.
—Dame, que voy a
limpiarlo,— me dijo Marhivent— tu sigue pescando.
En un par de
horas, pescamos cinco dorados. Cuando estaba sacando
el anzuelo de la boca al último pez, noté una fresca sensación en mis manos, que estaban
mojadas. Instintivamente alzé la vista hacia arriba.
—Eyy…¡Mirad! —dije señalando hacia las velas—.
Contemplamos esperanzados, cómo las velas eran
llenadas, tímidamente, por un fugaz soplo de viento. Las velas comenzaron a
moverse y a dar gualdrapazos, chocando
contra los mástiles y las jarcias anárquicamente. Pero en un par de minutos,
la débil brisa comenzó a fluir con una
orientación más definida. Y las velas comenzaron a
tomar forma. Teníamos que cazar el
viento cuanto antes; para
ello teníamos que orientar las vergas y luego
trincar los cabos correspondientes
en los cabilleros, tanto en los del pie del mástil trinquete, como en los ubicados en los obenques.
Recogimos rápidamente todo lo de cubierta y Bárbara y Frihman —que
parecían haber asumido una tarea paternal para con los niños— bajaron al salón, para quitarlos de en medio del
trajín. YáckHolson estaba hablando con Nohvela junto a la amura de babor, mientras ella —sin
quitarse el velo—, atusaba su cabello para que se le acabara de secar. Pero una inesperada ráfaga del
travieso viento del norte, súbitamente levantó su velo hacia arriba. Y se lo llevó. El velo de
la muchacha se elevó por el aire haciendo algunos bucles. El viento jugaba con aquella prenda, suspendiéndola en las alturas para luego
dejar que cayera al vacío, donde sus vaporosos pliegues se movían libremente,
en una etérea dánza con Eolo; hasta que por fin, Neptuno cobró su presa. Y lo perdimos de vista.
Consternada por el suceso, la muchacha se giró de espaldas, para ocultar su rostro
y, arremangando el borde de su
túnica, se volvió a cubrir parte del rostro con él.
Mientras observábamos atónitos lo acontecido, pensé que en un barco, no se
puede ir con las manos ocupadas. Es
bastante improbable. El habitual
vaivén de la embarcación, hace
imprescindible que nos apoyemos con las manos.
Tiempo al tiempo...
Las velas comenzaron a flamear, moviéndose a son de la
brisa que cada vez fluía más entablada, fijándo la dirección del
viento.
—¡Bracea la verga del trinquete!, —dijo Yáckolson a Luthier—. ¡Eh!, tú … —¡Arría en banda
apagavelas de estribor! — dijo a su vez a Frihman.
Los demás hicimos firmes los puños de las escotas de las velas, para
tensarlas. Y lucieron al viento
magníficamente. El Cyrano comenzó por fin a desplazarse por el agua. Recogimos
la malla que habíamos hecho y que todavía colgaba por la borda. Por fín nos movíamos. Marhivent y
yo fuimos a hablar con YáckHolson, con las cartas náuticas en la mano, y le
explicamos las anotaciones que había dejado hechas Aimé y las últimas que había
hecho Black Gun.
YackHolson fue hacia la bitácora y puso el
rumbo que había trazado Black Gun en su
chuleta: un rumbo directo al mar Caribe,
mirando la rosa de los vientos de la bitácora.
Teníamos que mantener el rumbo
a 297 º.
Al cabo del rato oímos el violín de Luthier. Le estaba dedicando una alegre melodía a
Gheisa. Entendimos que nuestro amigo ya
se había recuperado de su mal de amores y disfrutábamos de nuevo de su talante habitual. La
música nos amenizó el viaje. Nohvela
disfrutaba ahora de la melodía, asomada a la borda, cerca de la bitácora; por
fin pudo experimentar la sensación de
libertad en su largo cabello, que ahora ondeaba al viento y
pudimos admirar sus bellas facciones y sus
rasgados y oscuros ojos y su
mirada serena. YáckHolson la miraba embelesado.
El viento, que ahora estaba bien entablado, nos subió la moral: los
Alisios nos llevaban hacia el oeste.
A menudo, los libros solemos escribirlos y documentarlos en lugares afines, en este caso fue a bordo de este bergantín, lamentablemente ya desaparecido. En este caso, los vídeos existentes en youtube y también en mi obra, quedarán como testimonios de su historia y de los que la hicieron posible. Gracias a todos ellos.
(…)
Mi recomendación literaria para hoy es: Cabo Trafalgar, de Arturo Pérez Reverte
¡Hasta la próxima entrada!
No hay comentarios:
Publicar un comentario