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miércoles, 13 de diciembre de 2017

Likes. #loscuentosdeflora

¡Bienvenidos a bordo!


Me gusta. Una expresión de satisfacción conjugada en presente. 

Me gusta contemplar los grandes veleros. Me gusta navegar. Me gustan los barcos clásicos. Me gusta escribir y leer sobre barcos y navegación. Me gusta aprender. Me gusta compartir. 

Este es un fragmento de uno de mis libros, un libro complejo: mitad crónicas mitad novela, titulada Descubriendo Tortuga. Un estilo diferente.


( Cazando el viento…)

Un libro es como un paseo por otras realidades y también  un viaje por  otros mundos, donde lo inverosímil es posible, donde lo absurdo encuentra un camino. Y donde la realidad se plasma como en un espejo:  

Bárbara ya había subido a  la cubierta y  mostraba su exuberante contorno bajo la  transparente blusa que ahora se había  pegado por completo  al cuerpo,y que  marcaba  perfectamente, sus más sutiles relieves.  Contorno que  enseguida  fue rodeado por los fuertes brazos de Frihman, que la atraía hacia él, mientras la besaba en el cuello susurrándole algunas palabras. Y sonrió complacida.
Marhivent y yo los contemplamos con sana envidia, mientras en voz baja, comentamos que hacían buena pareja.
¿Os quedáis vigilando a los pequeños? les dijimos,  es que nos vamos a bañar.
Sí, ya me ocupo dijo Bárbara mientras cogía a  TincGanah y TincSedh y los ponía a horcajadas en sus caderas, dándoles un achuchón.  Frihman cogió a Mahrréc y lo sentó en su pierna sana, en  el banco de popa. Y  empezó a hablarle con dulzura  en  aquella  extraña jerga africana, mientras el niño le escuchaba con  gran atención.
Marhivent y yo  nos  capuzamos desde la  portezuela de la borda de estribor, zambulléndonos en el  azulado espejo que proporcionaban las calmas. Por fin  disfrutamos de un  buen baño; nos sentó la mar de bien. Nadamos unos minutos.
¡Mira, allí!…—¡Unas aletas  en el agua! 
—¡Cuidado!…¡Sal del agua! ¡Deprisa!
Las aletas se  acercaban  hacia nosotras a gran velocidad;  debían de estar más o menos a unos cien metros  pues tomé como referencia la eslora del barco.  Trepamos  rápidamente por  la malla que hacía las veces de escalera.  El corazón me latía apresuradamente y una sensación de pánico me invadió por unos instantes. Cuando por fin estuvimos en la  cubierta, pudimos ver claramente, que eran ¡cuatro delfines!  y que nos miraban fijamente, curioseando lo que hacíamos.  
Nos serenamos y nos pusimos a reir y a hacer comentarios sobre los momentos angustiantes que habíamos vivido, apenas hacía un par de  minutos. Instintivamente, cogí uno de los tapones  de plástico de la bombona de butano, y  lo tiré al agua.  ¡Al minuto  el tapón estaba de vuelta en la cubierta!   
Marhivent les lanzó una botella de plástico con las que los delfines jugaron un buen rato. También jugaron con el salvavidas que flotaba en el agua, llevándolo de aquí para allá, todo lo que el largo del cabo les permitía. Dando saltos,  se zambulleron con rapidez para ir a buscar los improvisados juguetes.  Volvían de nuevo, solicitando continuar el juego: emitieron algunos  sonidos y chasquidos para comunicarse entre ellos; y también con nosotros;  no teníamos ninguna duda Luhtier y Gheisa subieron a cubierta, ante la algarabía y los gritos que dimos. Los niños rieron  a carcajadas por segunda vez.  Al cabo de un rato, los delfines se alejaron, saltando sobre el espejo del mar y  siguieron su rumbo;  entonces se sumergieron y los perdimos de vista.

Pareció que los delfines se habían llevado la alegría  a las profundidades del océano, dejándonos con un cierto desencanto. Estos maravillosos animales  habían sido capaces de hacernos  olvidar, por unos momentos  la indeseable situación en la que nos encontrábamos. Luego, Yáckolson  y yo bajamos por la malla, y acercamos con el bichero de a bordo, los tapones y las  botellas de plástico que  ahora flotaban en el agua.  Los recogimos y nos quedamos en silencio.  Todavía no habíamos comido  y teníamos hambre.  Marhivent y yo fuimos al cuarto de la despensa, donde estaba el congelador, para ver qué podíamos hacer para comer. Entonces vimos que el congelador  estaba rezumando agua. Se habían descongelado los  pocos alimentos que  quedaban  y tuvimos que cocinarlos todos,  antes de que se estropearan. No podíamos reservarlos por mas tiempo. Así lo hicimos. Fuimos hacia la cocina y anunciamos el menú del día: Hoy había canelones.

Afortunadamente, el horno era de butano y pudimos gratinarlos disfrutando  del dorado manjar. Tocamos  a tres canelones por cabeza. Y Yimmy, nuestra pequeña mascota, comió también. TincGanah, TincSedh y Mahrréc comieron con la mano, como tenían por costumbre; y Halienar, también. A juzgar por sus caras, la comida les gustó.  Luego comimos una naranja cada uno.  Los niños se pusieron llenos de churretes  mientras masticaban la dulce pulpa haciendo chasquidos con la lengua;   cogían los gajos de la naranja  con los dedos, y  las gotas  de zumo resbalaban por sus bracitos, hasta el codo.  Daba gusto contemplar la satisfacción con que comían.  Por la tarde, cuando el calor del sol  se hizo más soportable,  salimos de nuevo a la a cubierta. 
               
Observamos  que Frihman  nos estaba esperando, algo impaciente,  con una pícara mirada:  acababa de anudar  algunos cabos que  ahora colgaban  de la botavara de la vela cangreja, en la popa.  Entre el tambucho de popa —por el que subíamos desde  el salón, la mesa y el banco de la bitácora— ,  quedaba un espacio libre en cubierta y Frihman …¡había hecho un columpio! … Fue la delicia de niños y grandes. Todo el mundo disfrutó columpiándose y empujando el columpio.  Y donde había calmas,  ¡creamos viento! 

Lo de pescar estaba  más difícil. No  había forma de que pescáramos nada.  Nos quedaba un jamón de jabugo, pero, ¡para qué pensar en él, cuando no teníamos agua para beber! Además habría que reservarlo por si la situación se agravaba. Y entonces  recordé algo.
Fui hacia los pescantes de popa, donde estaba la lancha auxiliar y pedí que me ayudaran a bajarla.   La dejamos  en el agua, asegurada con dos cabos atados a la popa del barco, pero algo alejada. Y tiré la caña al lado de ella. Había renovado el cebo con unos trozos de pulpo  que cogí de una lata que quedaba por la despensa. El sol comenzaba a declinar, y la sombra de la barca  aumentó. Transcurrió un buen rato.  Y picaron.
¡Ha picado un pez! dije recogiendo rápidamente el sedal: es un dorado; ¡lo sabía! dije satisfecha. 
¿Un dorado? preguntó  Bárbara ¿Y es bueno para comer?
—¡Y tanto que es bueno!, de hecho, al dorado  se le llama  el pez de los náufragos, pues siempre se pone a la sombra de las embarcaciones y las balsas de salvamento.  ¿Cómo no se me había ocurrido antes?  dije en voz alta.
Dame, que voy a  limpiarlo, me dijo Marhivent tu sigue pescando.
En  un par de horas, pescamos cinco dorados. Cuando  estaba sacando  el anzuelo de  la boca al  último pez, noté una  fresca sensación en mis manos, que estaban mojadas. Instintivamente alzé la vista hacia arriba.
Eyy…¡Mirad! dije  señalando hacia las velas.

Contemplamos esperanzados, cómo las velas eran llenadas, tímidamente, por   un  fugaz soplo de viento. Las velas comenzaron a moverse  y a dar gualdrapazos, chocando contra los mástiles y las jarcias anárquicamente.  Pero en un par de minutos, la  débil brisa comenzó a fluir con una orientación más definida. Y las velas comenzaron   a tomar forma.  Teníamos que cazar el viento cuanto antes; para ello teníamos que orientar las vergas y luego  trincar los cabos  correspondientes en los cabilleros, tanto en los del pie del mástil trinquete, como  en los ubicados en  los obenques.  

Recogimos rápidamente todo lo de cubierta y Bárbara y Frihman  que parecían haber asumido una tarea paternal para con los niños bajaron al salón, para quitarlos de en medio del trajín.   YáckHolson estaba hablando con Nohvela  junto a la amura de babor, mientras ella  sin quitarse el velo, atusaba su cabello para que  se le acabara de secar.  Pero una inesperada  ráfaga del  travieso viento del norte, súbitamente  levantó su velo hacia arriba.  Y se lo llevó.  El velo de  la muchacha se elevó por el aire haciendo algunos bucles.  El viento jugaba  con aquella prenda,  suspendiéndola en las alturas para luego dejar que cayera al vacío, donde sus vaporosos pliegues se movían libremente, en una etérea dánza  con Eolo;  hasta que  por fin, Neptuno   cobró su presa.  Y lo perdimos de vista.  
Consternada por el suceso, la muchacha  se giró de espaldas, para ocultar su rostro y,  arremangando el borde  de  su túnica, se volvió a cubrir parte del rostro con él. 

Mientras observábamos atónitos  lo acontecido, pensé que en un barco, no se puede ir con las manos ocupadas. Es  bastante improbable.  El habitual vaivén de la embarcación,  hace imprescindible que nos apoyemos con las manos.   Tiempo al tiempo...
Las velas comenzaron a flamear, moviéndose a son de la brisa  que cada vez  fluía más entablada, fijándo la dirección del viento.
—¡Bracea la verga del trinquete!, dijo Yáckolson a Luthier—. ¡Eh!, tú …  —¡Arría en banda  apagavelas de estribor! — dijo a su vez a Frihman.
Los demás hicimos firmes  los puños de las escotas de las velas, para tensarlas.  Y lucieron al viento magníficamente. El  Cyrano comenzó por fin a desplazarse por el agua.   Recogimos  la malla que habíamos hecho y que todavía colgaba por la borda.  Por fín nos movíamos.   Marhivent y yo fuimos a hablar con YáckHolson, con las cartas náuticas en la mano, y le explicamos las anotaciones que había dejado hechas Aimé y las últimas que había hecho Black Gun.

YackHolson fue hacia la bitácora y  puso  el rumbo  que había trazado Black Gun en su chuleta: un rumbo directo al  mar Caribe, mirando la rosa de los vientos de la bitácora.  Teníamos que  mantener el rumbo a  297 º.
  

Al cabo del rato oímos el violín de Luthier.  Le estaba dedicando una alegre melodía a Gheisa.   Entendimos que nuestro amigo ya se había recuperado de su mal de amores y disfrutábamos  de nuevo  de su talante habitual.   La música nos amenizó el viaje.  Nohvela disfrutaba ahora de la melodía, asomada a la borda, cerca de la bitácora; por fin pudo experimentar la sensación de  libertad  en su  largo cabello, que ahora ondeaba al viento y pudimos admirar sus bellas facciones y sus  rasgados y oscuros  ojos y su mirada serena. YáckHolson la miraba embelesado.  El viento,  que ahora estaba  bien entablado, nos subió la moral: los Alisios nos  llevaban hacia el oeste.

     A menudo, los libros solemos escribirlos y documentarlos en lugares afines, en este caso fue a bordo de este bergantín, lamentablemente ya desaparecido. En este caso, los vídeos existentes en youtube y también en mi obra, quedarán como testimonios de su historia y de los que la hicieron posible. Gracias a todos ellos.

                   

                                                                                                                                            (…)
Mi recomendación literaria para hoy es: Cabo Trafalgar, de Arturo Pérez Reverte

¡Hasta la próxima entrada!
































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