¡Bienvenidos a bordo!
Antaño, llevar un zarcillo de oro en la oreja izquierda, distinguía a los grandes navegantes que hubieran cruzado a vela el temido Cabo de Hornos. Y el zarcillo de plata cuando hubieran hecho uso del motor, en épocas mas recientes.
Antaño, llevar un zarcillo de oro en la oreja izquierda, distinguía a los grandes navegantes que hubieran cruzado a vela el temido Cabo de Hornos. Y el zarcillo de plata cuando hubieran hecho uso del motor, en épocas mas recientes.
Ese inhóspito lugar sigue siendo un lugar indómito que justifica sobradamente el concepto de que la naturaleza es salvaje y colosal. Prueba fehaciente de ello son las olas de treinta metros o más que se alcanzan donde los dos grandes océanos convergen y donde es habitual que el viento huracanado sobrepase los cien kilómetros por hora, siendo llamados los vientos aulladores, que suponen una terrible pesadilla para los valientes navegantes, de la que podéis haceros una idea bastante aproximada en la magnífica película de Master&Commander.
El nombre de este emblemático cabo se corresponde con la ciudad holandesa de Hoorn, desde donde zarparon los dos hombres que describieron esta porción de tierra austral, que linda con la Tierra del Fuego en la punta de América del sur que pertenece a Argentina. En neerlandés, se llamó Kape Hoorn, y probablemente el nombre traducido, derivó a Hornos. En todo caso, pensamientos que se me ocurren...
El canal de Panamá no existió hasta 1.914 y hasta entonces -y desde la Edad Moderna-, Hornos había sido el paso obligado por el oeste de África y Europa, entre ambos océanos. Un alto coste en vidas humanas, mercaderías y navíos, debido a los numerosos naufragios que se han producido en estas latitudes a lo largo de la historia.
En 1.937 en una bonita localidad de la costa francesa, en Saint-Malo, se fundó la cofradía de capitanes del Cabo de Hornos, para homenajear a sus intrépidos navegantes. También mas tarde en Valparaíso (Chile), se formó una asociación, que conservó el espíritu de Saint-Malo de la que os paso la web por si queréis averiguar algo más: www.caphorniers.cl
En Amsterdam (Holanda), también se constituyó la Fundación de navegantes holandeses del Cabo de Hornos: www.kaaphoornvaaders.nl. Por otra parte, en la Isla de Hornos, cercana al cabo, se erigió el monumento al Marinero Desconocido, en honor a los miles de tripulantes desaparecidos, ya fuera desempeñando sus labores en cubierta, en las jarcias, o víctimas de los naufragios.
Navegado por la red, busqué este breve vídeo en youtube para compartirlo con vosotros; en él podréis apreciar la magnitud del océano en esas latitudes. Sobran las palabras.
Como reconocimiento a esta peligrosa travesía, se otorga un trofeo a los navegantes que lo han surcado solo a vela, que no hayan utilizado el motor ni hayan largado el ancla.
En 1856 también hubo una joven mujer que navegó por el Cabo de Hornos y merecedora de ese reconocimiento, pero ese será un tema para otra ocasión...
Precisamente estaba indagando sobre su historia, cuando se fue la luz a causa de una tormenta, interrumpiendo mis pesquisas. ¡No hay nada como quedarse sin luz para frustrar la racha de un escritor...! ¡O para inspirarlo!
Así pues, la cena transcurrió iluminada por el inquieto resplandor de las velas. La tempestad que se había desatado por la tarde, arreció durante toda la noche. Unos sonidos insufribles, me despertaron con unos ñiieeecs, ñieecs constantes, provocados por la antena de la televisión -sometida a los fuertes bandazos de aquel viento huracanado-, pues la antena estaba collada en la fachada del edificio, justo en la pared de mi dormitorio. Al poco la luz piloto del pasillo se encendió, anunciando que se había restablecido el suministro eléctrico. Era ya imposible que pudiera dormir; y como suelo hacer cuando pasado un tiempo prudencial no logro conciliar el sueño a altas horas de la madrugada, me levanté. Hacía frío. Calenté un poco de leche y me dispuse a leer un rato en el sofá, ya que mi mente no daba para escribir.
Elegí un libro de entre los muchos que tenía apilados sobre una silla, pues aquella tarde había estado desempaquetando algunos viejos libros heredados de mi padre. Cogí uno que estaba encuadernado en tela y que despedía un olor acre, a polvo añejo. La edición que tenía entre mis manos era de sesenta años atrás. ¡Teníamos la misma edad! Lo abrí fortuitamente por sus páginas mediales y la palabra piratas -como siempre-, acaparó la atención de mis ojos. Y vi que tenía delante de mí una historia espantosamente interesante...
Era una novela de Julio Verne que no conocía: <El faro del fin del mundo>. Fue una obra póstuma de este enigmático escritor, publicada por su hijo en 1905 tras su muerte. La trama de esta obra se desarrolla en La Isla de los Estados, en los aledaños del Cabo de Hornos.
[*Uno de los dos únicos ejemplares que se conocen en el mundo de la primera edición francesa de la novela El faro del fin del mundo, es la pieza estelar de la biblioteca del Museo Marítimo de Ushuaia.
(fuente: web jverne.net)]
Se me ocurrió pensar -a propósito de la trama de la novela-, que quizás a Julio Verne, en algún momento le hubiera sucedido algo similar mientras escribía. Quizás creó a sus dos personajes: Kongre y Carcante, -los piratas de su novela-, para que cargaran con el robo de tan valioso e indispensable bien, como es la luz... ¡Por piratas!
¡Hasta la próxima entrada!
Me encanta como describes y conduces tu historia! Es tan detallada y completa, que con sigues que en un momento pase de oler el mar y oír sus golpes contra los barcos de esos súper hombres a estar a tu lado en esa madrugada de insomnio con el crujido de la antena!! Te mereces un zarcillo por tu narrativa!!
ResponderEliminarNo, no! Se merece los dos zarzillos! Yo hasta voto por crear el de bronce, si es que no existe ya alguna proeza para usarlo. 😊
ResponderEliminar¡Cuántos retos en la vida de cada uno de nosotros lo merecen!
ResponderEliminarGracias por vuestro seguimiento.