¡Bienvenidos a bordo!
¡Estoy emocionada! ¡Por fin he encontrado un libro que había extraviado hacía tiempo! Estaba detrás de un lienzo que había pintado mi padre en su adolescencia y que tengo apoyado en un lugar preferente de mi casa, sobre un mueble de nogal tallado a mano.
El libro en cuestión estaba debajo de una de sus viejas libretas de tapas de grueso cartón gris y sus anotaciones fechadas en mil novecientos cuarenta y cinco. Me he entretenido curioseando algunos bocetos que había dibujado en ella con su lápiz plano de carpintero -ese que solía llevar encajado sobre su oreja, cuando estaba trabajando la madera-. Me gusta recordarlo vestido con su camiseta y su pantalón azul marino, y calzado con sus chirucas trasteando en su banco de trabajo.
Ha caído de entre las hojas un papel plegado al suelo. Con gran sorpresa he visto al desdoblarla, que es uno de mis poemas; dejo la libreta en su lugar, y seguidamente voy hacia el ordenador para copiar un fragmento que me apetece compartir con vosotros y que constituye el soporte del título de la entrada de hoy: la pasión por los grandes veleros.
El libro en cuestión estaba debajo de una de sus viejas libretas de tapas de grueso cartón gris y sus anotaciones fechadas en mil novecientos cuarenta y cinco. Me he entretenido curioseando algunos bocetos que había dibujado en ella con su lápiz plano de carpintero -ese que solía llevar encajado sobre su oreja, cuando estaba trabajando la madera-. Me gusta recordarlo vestido con su camiseta y su pantalón azul marino, y calzado con sus chirucas trasteando en su banco de trabajo.
Ha caído de entre las hojas un papel plegado al suelo. Con gran sorpresa he visto al desdoblarla, que es uno de mis poemas; dejo la libreta en su lugar, y seguidamente voy hacia el ordenador para copiar un fragmento que me apetece compartir con vosotros y que constituye el soporte del título de la entrada de hoy: la pasión por los grandes veleros.
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Lienzo pintado hace setenta años por mi padre, con pinturas elaboradas por él. |
Su proa emergió con bravura de entre las aguas,
abrazada por la blanca espuma del mar.
Tras unos instantes surcó de nuevo las olas,
cual arado la tierra.
Y mientras, arriba,
el viento que soplaba entre las blancas velas,
se escabullía burlón, aquí y allá, sin dejarse atrapar de nuevo.
Entre mis manos sujeto el libro encontrado: "El espejo del mar", de Joseph Conrad. No puedo zafarme de su magnetismo y acariciando sus tapas, deseo sumergirme en sus páginas de nuevo; pero será cuando acabe esta nueva entrada al blog.
Lo mismo pensáis que estoy perdiendo el juicio. Y bien pudiera ser. Porque…¿como explicaros la empatía que despierta en mi este gran escritor, cuando transmite su amor por los barcos? Si, lo que estáis leyendo ¡amor por los barcos! Todo comenzó hace ya muchos años, cuando un buen día descubrí que había un señor llamado coloquialmente Conrad por sus fieles lectores; un capitán y famoso escritor que vivió en la época de los grandes veleros y también la transición a los buques de máquinas de vapor. En los párrafos de sus libros, página a página, fui descubriendo para mi sorpresa, que lo que este hombre sentía por los veleros de gran eslora y que plasmaba en sus escritos -con mejores palabras que las que yo pondré nunca-, empatizaba con mi sentimiento y mi pasión hacia estas joyas de la navegación y sus velas al viento.
Aunque mi niñez y juventud transcurrieron al lado del mar y de algunas humildes barcas de pescadores, los grandes veleros me fascinaron siempre, desde pequeña. El nexo a este mundo fue mi padre, que vivió siempre en interacción con el mar, al que dedicaba cada minuto de su tiempo libre, en el que solíamos ir en familia. Plasmó el amor que sentía por el mar y por los barcos, incluso en sus pinturas -que hacía él mismo-, y también mediante los trabajos artesanos de diversa índole, ( piragua 1:1, maquetas a escala, filigranas, etc.)
Su conocimiento del mundo marítimo estaba documentado por una ingente cantidad de libros que leyó desde joven y que compartió con sus hijos. Los libros los guardaba en una gran biblioteca -un enorme armario empotrado-, que había en una pequeña habitación que daba al cielo abierto del edificio donde vivíamos entonces -que al igual que su mesilla de noche, se hallaba a rebosar de libros, enciclopedias y revistas monográficas, que releía continuamente-, además de algunas obras clásicas y novelas de temática diversa.
Tuve la oportunidad de adquirir algunos conocimientos del mundo del mar gracias a las actividades
y experiencias que compartía con mi hermano y conmigo, ya fuera a bordo de una barca de pesca,
o labrando la madera con la gubia y el formón; otras veces con las tenazas , un pequeño martillo y
el buril con el que modelaba sus miniaturas de cobre. También en sus días de asueto navegaba y
buceaba en las profundidades del mar. Frecuentemente de niños le acompañábamos a la playa -
donde comprábamos el pescado a piezas o a peso con la báscula romana. También ayudábamos a
los pescadores del pueblito costero a varar, o a botar sus barcas empujándolas sobre los troncos de
madera, pues pasábamos allí algunos meses del año y habíamos trabado amistad con ellos.
A menudo visitábamos el Museo Marítimo de Barcelona, charlábamos con los artesanos
maquetistas amics@mmb.cat y luego subíamos a bordo de la carabela Santa María que entonces
estaba amarrada en el puerto. Me gustaba pasar la mano por la regala del barco y mi hermano y yo
bajábamos por unas empinadas escaleras, a la oscura y húmeda sentina donde siempre había
algunos palmos de agua maloliente con olor a bodega añeja. Luego nos guindábamos por las
escalerillas del castillo de popa y a la proa, que era mi lugar preferido; a menudo navegábamos en
las barcazas a motor llamadas Las Golondrinas del puerto de Barcelona , que nos llevaban hasta el
espigón, donde solíamos ir a pescar y a coger cangrejos, por entre los grandes bloques de
hormigón mal puestos que conformaban el dique, por donde rugía el fragor de la resaca del mar.
Algunos domingos nos acercábamos al mercado de libros de segunda mano de San Antonio. Mi padre siempre tenía un libro en las manos. Me gustaba el olor acre que desprendían aquellos libros viejos, entre los que se encontraban algunas primeras ediciones, que hoy serían consideradas un tesoro y que estaban cosidas con hilo de algodón o seda y encuadernadas con tela; marinera, si hubiera dependido de él.
Así pues, Conrad para mi fue un descubrimiento maravilloso. Esa manera de expresar sus sentimientos hacia el mar y los veleros me resultaba familiar. Entrañable. Siempre me ha llamado la atención el contraste de la expresión adusta, impávida y templada de su fotografía, en la que, como en los barcos, se aprecia la obra muerta de su persona. Tras la apariencia impasible de Conrad me parece intuir a alguien contenido, sereno, perseverante y disciplinado. Un ser metódico e introvertido que supo describir con intensidad el arte de la navegación, la vida de los marinos, las partes de un barco y sus funciones. Allí, en su puesto de capitán, fue seguramente donde gestó la sobria trama de sus novelas, en las que supo entrelazar los sentimientos y las emociones de sus personajes como el alma de un cabo. En sus novelas aflora el calado y la obra viva de su esencia.
El Espejo del Mar fue un libro especial que me acompañó en los duros momentos en que la vida de mi padre iba llegando a su fin.
También en aquella época participé -desde un modesto lugar de cronista-, de la transformación del aparejo de un viejo barco de vela latina: una goleta. Desahuciado en un viejo muelle de las Baleares, el Cyrano, que así llamaron a aquel bergantín posteriormente, fue reparado y remodelado; un hecho singular y enriquecedor en el que pude asistir al nacimiento de un nuevo barco de generosa eslora. Y además navegar en él. Por si fuera poco lo aparejaron con velas cuadras, resultando un bonito bergantín. Fue una experiencia excepcional. Por el reto en sí mismo, y por el entusiasmo de todos los participantes -desde los armadores y gestores de aquel proyecto, pasando por una tripulación entregada y por un grupo de voluntarios enamorados de aquel barco-, que abocaron todo su esfuerzo y dedicación a este proyecto. Un proyecto que lamentablemente acabó unos años más tarde a causa de un accidente. Afortunadamente queda su testimonio en youtu.be/9oMw-f1DQYI y en una de mis novelas.
La perseverancia de algunas personas del ámbito privado, de algunas asociaciones y fundaciones por la cultura marítima, están logrando por ahora, que estos barcos y sus oficios no desaparezcan gracias al inestimable apoyo de los voluntarios, -enamorados de estas artes y oficios del mar. Me place daros a conocer algunos links que detallo a continuación, donde podréis conocer de primera mano, las actividades que algunas fundaciones y astilleros llevan a cabo para mantener estos oficios artesanos mediante sus actividades culturales, como ocurre con el crowfounding en el que podéis participar para la construcción del Bergantín Galveztown, en Málaga, en colaboración con el estado de Lousiana EEUU, https://trustme.es/es/bergantin-galveztown.com
Este proyecto está cobijado por los astilleros Nereo de Málaga, (España) artesanos de la carpintería de ribera por varias generaciones www.astillerosnereo.es
De la mano de la www.fundacionnaovictoria.org llevan a cabo diversos y ambiciosos proyectos culturales, que divulgan hasta los confines del mundo a bordo de La Nao Victoria y del Galeón La Pepa, que abarcan desde la promoción de los oficios artesanos de carpintería, hasta el gobierno de estos magníficos barcos y sus aparejos. Con gran esfuerzo han logrado pasar el testigo de estas artes marineras, a cargo de los oficiales y marineros expertos en este tipo de navegación a la antigua, transmitiéndolo in situ a las nuevas generaciones. youtu.be/E_YHRDjRXEI
También el museo marítimo de Barcelona, www.mmb.cat/ ha rescatado y proporcionado cobijo a algunas embarcaciones de madera tradicionales, como son el emblemático Pailebote Santa Eulalia, el Far de Barcelona y algunos más de menor eslora. Podéis visitarlos en el Moll de la Fusta de la ciudad condal. youtu.be/To87G4Yw4f4
¡Ojalá que por muchos años, podamos contemplar las velas de estos barcos en el horizonte!
¡Volvamos al pasado!
No hay que olvidar que desde hace siglos, la navegación fluvial fue relevante en nuestro país y de gran importancia en los nuevos descubrimientos de ultramar. Los grandes navegantes cruzaron mares y océanos y descubrieron grandes y caudalosos ríos cuyas aguas desembocaban en grandes deltas navegables, por los que se adentraron en pos de riquezas y conocimiento. Una navegación que no era fácil y que estaba sujeta a otras condiciones más lábiles, como enfrentarse a vientos desconocidos y cambiantes, a lluvias torrenciales, a bajíos arenosos y lodos -a menudo presentes en la cuenca de estas arterias de agua de extrañas mareas-, que provocaban corrientes inusuales; unas condiciones que requerían de una gran pericia en la navegación.
El Orinoco fue el primer gran río descubierto por Colón en 1.498, al que bautizó como Mar Dulce, pues resultó ser un encuentro fantástico debido al gran caudal y extensión de este gran río, cuya longitud sabemos hoy día que es de dos mil ciento cuarenta kilómetros. Fue un hallazgo excepcional ya que es el tercer río mas caudaloso del mundo, cuyo hábitat cobija a hermosas aves, flores efímeras y que se halla tutelado por verdes cumbres y paisajes insospechados. Tan solo el Amazonas y el Congo superan su grandiosidad. Fue a propósito de su viaje por éste río africano que Conrad escribió una de sus obras mas reconocidas, titulada "El Corazón de las Tinieblas".
Como contrapunto también os recomiendo un libro publicado aquí en 1.967 como resultado de las crónicas realizadas por un científico que viajó hasta el territorio mas recóndito de la selva venezolana, donde entonces vivían los indígenas con libertad. Se titula Los Yanoamas, el último paraíso. Autor: Ettore Biocca,
Como despedida de la entrada de hoy transcribo un fragmento de El Espejo del Mar, que me caló hondo, pues fue como leer en un espejo mágico mis propias emociones, -que en aquellos días por causa de la muerte de mi padre, tenía a flor de piel-, pues en las palabras de Conrad encontré las mías. Este es el origen del título de hoy.
[...quizás no haya más que añadir, sobre estas mis palabras de despedida, sobre mi talante postrero hacia mi gran pasión por el mar y los veleros… Es el mayor homenaje que mi piedad puede rendir a los configurados últimos de mi carácter, de mis convicciones y en cierto sentido de mi destino: al mar imperecedero, a los barcos que ya no existen y a los hombres sencillos cuyo tiempo ya ha pasado…]
[ Joseph Conrad 1.919]
¡Hasta la próxima entrada!
PD. Lamentablemente tengo un problema de configuración en el blog con los párrafos del texto, que deslucen la entrada de hoy. Espero poder solucionarlo en breve. Gracias.
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