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jueves, 29 de junio de 2017

Conrad, mi padre y yo.

¡Bienvenidos a bordo!

¡Estoy emocionada!  ¡Por fin he encontrado un libro  que había extraviado  hacía tiempo! Estaba detrás de un lienzo que había pintado mi padre en su adolescencia y  que tengo apoyado en un lugar preferente de mi casa,  sobre un mueble de nogal tallado a mano.
El libro en cuestión estaba debajo de una de sus viejas libretas de tapas de grueso cartón gris  y sus anotaciones fechadas en mil novecientos cuarenta y cinco. Me he entretenido curioseando algunos bocetos  que había dibujado en ella con su lápiz plano de carpintero  -ese que solía llevar encajado sobre su oreja, cuando estaba trabajando la madera-. Me gusta recordarlo vestido con su camiseta y su pantalón azul marino, y calzado con sus chirucas trasteando en su banco de trabajo.

Ha caído  de entre las hojas un papel  plegado al suelo. Con gran sorpresa he visto al desdoblarla, que es uno de mis poemas; dejo la libreta en su lugar, y  seguidamente voy hacia el ordenador para copiar un fragmento que me apetece compartir con vosotros y  que constituye  el soporte del título de la entrada de hoy: la pasión por los grandes veleros.

Lienzo pintado hace setenta años por mi padre, con pinturas elaboradas por él.

                                                                                                                

Su proa emergió con bravura  de entre las aguas, 
abrazada por la blanca espuma del mar.
Tras unos instantes  surcó  de nuevo las olas,
cual arado la tierra.

Y mientras, arriba, 
el viento que soplaba  entre las blancas velas,
se escabullía burlón, aquí y allá, sin dejarse atrapar de nuevo.  




Entre mis manos  sujeto el libro encontrado: "El espejo del mar", de Joseph Conrad.  No puedo zafarme de su magnetismo y acariciando sus tapas, deseo sumergirme en sus páginas de nuevo; pero será  cuando acabe esta nueva entrada al blog.

Lo mismo pensáis que estoy perdiendo el juicio. Y bien pudiera ser. Porque…¿como explicaros la empatía que despierta en mi este gran escritor, cuando transmite su amor por los barcos?  Si, lo que estáis leyendo ¡amor por los barcos! Todo comenzó hace ya muchos años, cuando un buen día descubrí que había un señor llamado coloquialmente Conrad por sus fieles lectores; un capitán y  famoso escritor que vivió en la época de los grandes veleros y también  la transición a los buques de máquinas de vapor. En los párrafos  de sus libros, página a página, fui descubriendo para mi sorpresa, que lo que este hombre sentía por los veleros de gran eslora  y  que plasmaba en sus  escritos -con mejores palabras que las que yo pondré nunca-,  empatizaba  con mi sentimiento y mi pasión hacia estas joyas de la navegación y  sus velas al viento.
                    













Aunque mi niñez  y juventud transcurrieron al lado del mar y de algunas humildes  barcas de pescadores, los  grandes veleros me fascinaron siempre, desde pequeña.  El nexo a este mundo fue mi padre, que vivió siempre en interacción con el mar, al que dedicaba cada minuto de su tiempo libre, en el que solíamos ir en familia. Plasmó el amor que sentía por el mar y por los barcos, incluso en sus pinturas -que  hacía él mismo-, y  también mediante los trabajos artesanos de diversa índole, ( piragua 1:1, maquetas a escala, filigranas, etc.)  
Su conocimiento del mundo marítimo estaba documentado por una ingente cantidad de libros que leyó desde joven y que compartió con sus hijos. Los  libros los guardaba en una gran biblioteca -un enorme armario empotrado-,  que había  en una pequeña habitación que daba al cielo abierto del edificio donde vivíamos entonces -que al igual que su mesilla de noche, se hallaba a rebosar de libros, enciclopedias y revistas monográficas, que releía continuamente-, además de  algunas obras clásicas y  novelas de temática diversa.

Tuve la oportunidad de adquirir algunos conocimientos del mundo del mar gracias a las actividades  
   y experiencias que compartía con mi hermano y conmigo,  ya fuera a bordo de una barca de pesca, 
   o  labrando la madera con la gubia  y el formón; otras veces con las tenazas , un pequeño martillo y
   el buril con  el que modelaba sus miniaturas  de cobre. También en sus días de asueto navegaba y
   buceaba en las profundidades del mar.  Frecuentemente de niños  le acompañábamos a la playa -
   donde comprábamos el pescado a piezas o a peso con la báscula romana. También ayudábamos a
   los pescadores del pueblito  costero a varar, o a botar sus barcas empujándolas sobre los troncos de
   madera, pues pasábamos allí algunos meses  del año y habíamos trabado amistad con ellos.

   
 
  































    A menudo visitábamos el Museo Marítimo de Barcelona,  charlábamos con los artesanos  
   maquetistas  amics@mmb.cat  y  luego subíamos a bordo de  la carabela Santa María que  entonces
   estaba amarrada en el puerto. Me gustaba pasar la mano por la regala del barco y mi hermano y yo
   bajábamos por unas empinadas escaleras, a la oscura y húmeda sentina donde siempre había
   algunos palmos de agua maloliente con olor a bodega añeja. Luego nos guindábamos  por las
   escalerillas del castillo de popa y a la proa, que era mi lugar preferido; a menudo navegábamos en
   las barcazas a motor  llamadas Las Golondrinas del puerto de Barcelona , que nos llevaban hasta el
   espigón, donde solíamos ir a pescar  y  a coger cangrejos, por  entre los grandes  bloques  de
   hormigón mal puestos que conformaban el dique,  por donde rugía  el fragor de la resaca del mar.  

Algunos domingos nos acercábamos al mercado de libros de segunda mano de San Antonio. Mi padre siempre tenía un libro en las manos.  Me gustaba el  olor acre que desprendían aquellos libros viejos, entre los que se encontraban algunas primeras ediciones, que hoy serían consideradas un tesoro y que estaban cosidas con hilo de algodón  o seda y  encuadernadas con  tela; marinera, si hubiera dependido de él.  
Así pues, Conrad para mi fue un descubrimiento maravilloso. Esa manera de expresar sus sentimientos hacia el mar y los veleros  me resultaba familiar. Entrañable. Siempre me ha llamado la atención  el contraste de la expresión adusta, impávida y templada de su fotografía, en la que, como en los barcos, se aprecia la obra muerta de su persona. Tras la  apariencia impasible de Conrad me parece intuir a alguien contenido, sereno, perseverante y disciplinado. Un ser metódico e introvertido que supo describir con intensidad el arte de la navegación, la vida de los marinos, las partes de un barco y sus funciones. Allí, en su puesto de capitán, fue seguramente donde gestó la sobria trama de sus novelas, en las que supo entrelazar los sentimientos y las emociones de sus personajes como el alma de un cabo. En sus novelas aflora el calado y la obra viva de su esencia.

El Espejo del Mar fue un libro especial que me acompañó en los duros momentos en que la vida de mi padre iba llegando a su fin.

También en aquella época participé -desde un modesto lugar de cronista-, de la transformación del aparejo de un viejo  barco de vela latina: una goleta. Desahuciado en un viejo muelle de las Baleares, el Cyrano, que así llamaron a aquel bergantín  posteriormente, fue reparado y remodelado; un hecho singular y enriquecedor en el que pude  asistir al nacimiento de un nuevo barco de generosa eslora. Y además  navegar en él.  Por si fuera poco lo aparejaron con velas cuadras, resultando  un bonito bergantín.  Fue una experiencia excepcional. Por  el reto  en sí mismo, y por el entusiasmo de todos los participantes -desde los armadores y gestores de aquel proyecto,  pasando por una tripulación entregada y por un grupo de voluntarios enamorados de aquel barco-, que abocaron todo su esfuerzo y dedicación  a este  proyecto. Un proyecto que lamentablemente acabó unos años más tarde a causa de un accidente. Afortunadamente queda su testimonio en  youtu.be/9oMw-f1DQYI   y en una de mis novelas.

La perseverancia de  algunas personas del ámbito privado, de algunas asociaciones y fundaciones por la cultura marítima, están logrando por ahora, que estos barcos y sus oficios no desaparezcan gracias al inestimable apoyo de  los voluntarios, -enamorados de estas artes y oficios del mar. Me place daros a conocer algunos links que detallo a continuación, donde podréis conocer de primera mano, las actividades que  algunas fundaciones y astilleros llevan a cabo para mantener estos oficios artesanos mediante sus actividades culturales, como ocurre con el crowfounding en el que podéis participar para la construcción del Bergantín Galveztown, en Málaga, en colaboración con  el estado de Lousiana EEUU,  https://trustme.es/es/bergantin-galveztown.com 

Este proyecto está cobijado por los astilleros Nereo de Málaga, (España)  artesanos de la carpintería de ribera  por varias generaciones  www.astillerosnereo.es

De la mano de la  www.fundacionnaovictoria.org  llevan a cabo diversos y ambiciosos proyectos culturales, que divulgan  hasta los confines del mundo a bordo de La Nao Victoria y del Galeón La Pepa, que abarcan desde la promoción de los oficios artesanos de carpintería, hasta el gobierno de estos magníficos barcos y sus aparejos. Con gran esfuerzo han logrado pasar el testigo de estas artes marineras,  a cargo de los  oficiales y marineros expertos en este tipo de navegación a la  antigua, transmitiéndolo in situ a las nuevas generaciones.   youtu.be/E_YHRDjRXEI

También  el museo marítimo de Barcelona, www.mmb.cat/   ha rescatado y proporcionado cobijo a algunas embarcaciones de madera tradicionales, como son el emblemático  Pailebote Santa Eulalia, el Far de Barcelona y algunos más de menor eslora.  Podéis visitarlos en el Moll de la Fusta de la ciudad condal. youtu.be/To87G4Yw4f4

¡Ojalá que por muchos años, podamos contemplar las velas de estos barcos en el horizonte!  

¡Volvamos al pasado! 
No hay que olvidar  que  desde hace siglos, la navegación fluvial fue relevante en nuestro país y de gran importancia en los nuevos descubrimientos de ultramar.  Los grandes navegantes cruzaron mares y océanos  y descubrieron  grandes y caudalosos ríos cuyas  aguas   desembocaban en grandes deltas navegables, por los que se adentraron en pos de riquezas y conocimiento.  Una navegación que no era fácil y  que estaba sujeta a otras condiciones más lábiles, como  enfrentarse a vientos desconocidos y cambiantes, a  lluvias torrenciales, a bajíos arenosos y lodos -a menudo presentes en  la cuenca de estas arterias de agua de extrañas mareas-,  que provocaban corrientes inusuales; unas condiciones que requerían  de una gran pericia en la navegación.

El Orinoco fue el primer gran río descubierto por Colón en 1.498, al que bautizó como Mar Dulce, pues resultó ser un encuentro  fantástico debido al gran caudal y extensión de  este gran río, cuya longitud sabemos hoy día que es de dos mil ciento cuarenta kilómetros. Fue un hallazgo excepcional ya que  es el tercer río mas caudaloso del mundo, cuyo hábitat cobija a hermosas aves, flores efímeras y  que se halla  tutelado por verdes cumbres y  paisajes insospechados. Tan  solo el Amazonas y el Congo superan su grandiosidad. Fue a propósito de su viaje por éste río africano que Conrad escribió una de sus  obras mas reconocidas,  titulada "El Corazón de las Tinieblas".

Como contrapunto también os recomiendo un libro  publicado aquí en 1.967  como resultado de las crónicas realizadas por un científico que viajó hasta el territorio mas recóndito de la selva  venezolana, donde entonces vivían los indígenas con libertad. Se titula  Los Yanoamas, el último paraíso.  Autor: Ettore Biocca,




Como despedida de la entrada de hoy   transcribo  un fragmento  de  El Espejo del Mar,  que me caló hondo, pues fue como leer en un espejo mágico mis propias  emociones, -que en aquellos días por causa de la muerte de mi padre, tenía a flor de piel-, pues en  las  palabras  de Conrad encontré las mías. Este es el origen del  título de hoy. 

[...quizás no haya más que añadir, sobre estas mis palabras de despedida, sobre mi talante postrero hacia mi gran pasión por el mar y los veleros… Es el mayor homenaje que mi piedad puede rendir a los configurados últimos de mi carácter, de mis convicciones y en cierto sentido de mi destino: al mar imperecedero, a los barcos que ya no existen y a los hombres sencillos cuyo tiempo ya ha pasado…]

                                                                                   [ Joseph Conrad 1.919]




















¡Hasta la próxima entrada!



PD. Lamentablemente tengo un problema de configuración en el blog con los párrafos del texto, que deslucen la  entrada de hoy. Espero poder solucionarlo en breve. Gracias.

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