Esta noche celebraremos la castañada tradicional en nuestro país, acompañada con boniatos, panellets y dulces en forma de hueso, elaborados con almendra molida, patata y piñones, un manjar que quizás regaremos los adultos con un vino dulce, seguramente un moscatel. Los niños esperan este día ansiosos, ya sea en La Cocina de casa o en el colegio, para pringarse los dedos con la masa con que les enseñamos a preparar los dulces, a los que darán forma con sus manitas, recubriéndolos con piñones. Luego mirarán expectantes nuestras caras en busca de la expresión: hmmm, ¡que bueno!
La globalización y el marketing, han introducido la palabra Halloween en nuestro país como sustituta de la denominación de nuestra fiesta, de La Castañada , los panellets y los dulces regionales por la bolsa de caramelos y el truco-trato foráneo; una actividad que a los niños les encanta, porque además se disfrazan. Es lo que ha de ser, que se lo pasen bien. Además. Y lo digo porque no me gustan las sustituciones o suplantaciones culturales, que sí los complementos y la diversidad
Lo que no me gusta es pasear por Las Ramblas de Barcelona o la calle de cualquier barrio y no encontrar aquella emblemática parada humeante. Lo que no me gusta es encontrar los hogares familiares con perfume a lavanda sentations plus ultrapower, en vez del cálido aroma que desprenden los boniatos y dulces recién sacados del horno.
Quiero seguir oliendo el sabroso aroma que la castañera reparte hasta entrada la noche, mientras los grupos de gente esperan pacientemente haciendo cola, frotándose las manos mientras un halo de vaho escapa de sus bocas, bailando con los pies para que no se les queden helados...
Y además es día de todos Los Santos y luego de los difuntos. ¡Qué paradoja! 364 días de tabú y uno de fiesta. ¡Vaya tema el de los muertos!, esos de los cuales alejamos a los niños en los paises desarrollados, para que no entren en contacto con la muerte, cuando es inevitable por la cercanía; para que no lloren, ni nos vean llorar cuando, paradójicamente nuestros niños, en el día a día, ven cientos de muertos en la tele… y a todo color. Ven muertos reales, aunque asépticos, en las noticias, en las películas, en los cines, en los videojuegos, en el ordenador, en el móvil, en los periódicos . El caso es que ven diariamente y con "normalidad" como las personas se matan unas a otras. Y ahí no ponemos barreras. Por el contrario, en los países subdesarrollados o que sufren un conflicto bélico, 364 días viven con la muerte y acaso algún día al año, cesa el horror. ¿Qué deben pensar unos y otros niños? ¡Que abismo tan grande los separa, en experiencias vividas y también culturalmente!
Hemos elevado la muerte a la categoría de ficción. Y aunque la vemos — insisto, asépticamente y a diario— , la paradoja es que en nuestra sociedad incluso ya es costumbre tirar compulsiva mente a la basura la mascota del niño: aquel pequeño hámster o pajarito que se ha muerto, diciéndoles que se ha escapado. Para que no sufran. Para que no la conozcan. Con ello les privamos que aprendan a gestionar el duelo y la pérdida. Un duelo del que deberían descansar los niños de los países en guerra.
Y por otra parte, una vez al año, nosotros —para no recordarla demasiado a menudo—, pretendemos mofarnos de ella. Todo son disfraces y caracterizaciones macabras, cuchillos clavados en la espalda, Frankesteins diversos, muertos vivientes, fantasmas, brujas, sangre, maquillajes, tumbas y horror. ¡Como si no hubiera horror suficiente en el mundo! La verdad que a veces me resulta un tanto obsceno.
En fin, que tampoco pretendía fastidiaros la fiesta con mis elucubraciones. Dejaremos la guadaña tras la puerta y rezaremos para que su dueña tarde mucho en visitarnos. Y que cada cual lo celebre como quiera. Yo por el momento me voy a preparar los dulces y las castañas para esta noche, que nos juntaremos un montón de gente. ¡Ah! y ya tengo una calabaza con una vela dentro, para que presida la mesa.
Pero antes quiero compartir un fragmento de uno de mis relatos, a propósito de la temática de hoy:
Piel de oveja, diente de lobo
(…)
Debían de ser cerca de las doce de la
noche. Una noche fría en la que por el callejón, se olía el aroma de boniatos y
castañas asadas. Días grises de soledad. Días de muertos.
Ricardo, desde una posición apartada quizás para no inmiscuirse en aquel embrollo, instó a su amigo:
Ricardo, desde una posición apartada quizás para no inmiscuirse en aquel embrollo, instó a su amigo:
—¡Déjala Nacho! Estás muy nervioso y sabes
que pierdes los papeles. Hay muchas como ella. ¡Olvídate!
—¡No! ¡Se va a enterar esa puta! Se va a
enterar de quien manda aquí. Por mis cojones que…
En ese instante, se encendió la tenue luz de
la portería. La ventana que había al fondo reflejaba la puerta del ascensor y una
muchacha rubia, que calzaba unas zapatillas azules, salió de él, atolondrada. Se
oyeron los tres cuartos del campanario de la iglesia de la plaza de San Blas,
que estaba al final del oscuro callejón. La muchacha miró fijamente a Nacho
tras los cristales de la puerta de hierro forjada, y contuvo el aliento ante la
feroz expresión del que ella había pretendido que fuera, antaño, también algo
más —además de su cliente habitual—. Aún así, abrió la puerta dispuesta a
enfrentarse a él. Y con una voz resuelta, le dijo:
—Nacho, ¿Tú crees son horas de venir? Uf,
¡apestas! Al menos podías haberte duchado al salir del trabajo.
—Óyeme bien, puta. He sido el hazmerreir
en el trabajo. ¿Cómo te has atrevido a colgar los vídeos de nuestras fantasías
de rol en YouTube?... ¿Sabes la vergüenza que he pasado? ¡Esto no te lo
perdono!
—¿Qué yo? Si acaso los habrás colgado tú,
cabronazo, si tan siquiera sé… Y no es para tanto; tampoco se veía nada
escandaloso —dijo ella levantando la voz—, para demostrarle que no se amilanaba.
—A mi no me levantes la voz, zorra —dijo
con un ademán malintencionado.
— ¡Oye! ¿Me estás amenazando con ese
garfio? Que no me das miedo ¿te enteras? ¡Asqueroso machista!
—Déjame tranquila, que no quiero verte más
—añadió Vera a voz en grito. Y tú, no te escondas, que te he visto!...
Ricardo salió entonces de un recoveco de
la fachada, cobijado por las sombras del callejón, diciendo:
—Lo siento Vera, pero no he podido
convencerlo —dijo mirándola con lascivia.
—No disimules —que mucho empeño seguro que
no le has puesto. ¡Cobarde! Que ya nos conocemos.
—¿Qué no quieres verme más? ¡A mí no me
deja nadie! ¿Entendido? —gritó Nacho.
y cogiéndola por los hombros la zarandeó
como un trapo, obligándola a respirar su pestilente aliento mientras le
sujetaba la cara.
—¡Suelta! —gritó Vera zafándose de él
bruscamente. Pues que te enteres que me voy a un concurso y me disfrazaré de
Cenicienta para la pole dance en el
festival de strippers de Macabrus. Eso sí que es un juego de rol elegante.
—No quiero que vayas a esa fiesta. Sólo
vas a estar conmigo, cómo y cuando yo quiera —dijo Nacho tajantemente. ¡Ven
aquí!
—Ya. ¡Porque tú lo digas! Pues no vas por
buen camino. ¡Quita imbécil! ¡Que te zurzan!
Y déjame pasar, que me espera mi
acompañante.
—¿Tu qué?
—¿Acaso no me has oído?¡Claro que no! Tú a lo tuyo, a piñón fijo. Pues sí. Nos vamos con la asociación de gays y
lesbianas de Madrid. Nos han preparado una carroza preciosa tirada por tres
caballos, para recogernos a todas las que concursamos.
—Esto no se va a quedar así —masculló
Nacho en un arrebato de ira, golpeando con el garfio el cristal de la puerta,
que estalló en pedazos; y añadió: dile a tu acompañante que si es un hombre,
que baje aquí ahora mismo. ¡O subo yo!
¡Ja, ja!…, —Pues no va a bajar si es por
eso. ¡Uiií! Mira por donde, ¡aquí viene! —dijo Vera con un talante desafiante.
Nacho hizo una mueca de fastidio, que en
un instante se tornó en perplejidad. Por las escaleras bajaba "La Elo",
la íntima amiga de Vera, con un impecable y escaso atuendo de Príncipe. Cuando
llegó hasta el umbral de la puerta, Elo miró a Nacho con descaro y abrazando a
Vera delante de él, la besó en la boca. Diez segundos. Veinte segundos y sus
labios seguían deslizándose, húmedos, delante de sus narices; torturándolo con
aquel placer ajeno que él no podría, ni disfrutar, ni poseer.
—Te espero arriba.Date prisa que llegamos
tarde —dijo Elo. Despáchalo pronto, que solo te ha dado malvivir —insistió,
mirándolo de arriba a abajo despectivamente.
Nacho crispó los puños y se hizo un
silencio sepulcral.
Proveniente del final del callejón, se escuchó el resonar
de los cascos de unos caballos que se acercaban al trote, seguidos por unas
sombras fantasmagóricas que recorrían las paredes, deslizándose también por la
calzada adoquinada de aquel viejo barrio.
Delante del portal se detuvo una carroza tirada
por tres briosos corceles provocando tal sorpresa en los presentes, que nadie
dijo ni mu. El que hacía las veces de lacayo, era un fornido y apuesto joven
que llevaba un extravagante atuendo de cuero negro; iba maquillado, con las
cejas muy perfiladas. Se bajó y abrió la portezuela de la carroza, y dijo
presentándose, con una voz potente:
—Hola, soy Fred.
—Hola guapo, respondió Vera.
Nacho se quedó estupefacto. Ricardo
contempló la escena pasivamente, con una mirada un tanto extraña. Vera
aprovechó aquel intervalo y le dijo al anfitrión del carruaje:
—¿Así que tú eres Fred? Yo soy Vera. Traes
una carroza muy bonita y me encantan esos caballos. Son preciosos.
—Sí. Este año se han lucido con el atrezo.
He venido un poco antes de lo convenido para ir con más tranquilidad. ¿Ya
estáis listas?
—Espera unos minutos Fred, que tengo que
ir a buscar algunas cosas.
—Okey, respondió Fred. Hace una espléndida
noche — dijo entusiasmado, sin percatarse del mal rollo reinante.
—¡Tú no vas a ir a esa fiesta!¿Me oyes?
—gritó Nacho gesticulando, mientras Ricardo le cogía del brazo sujetándolo,
—como hacen los que promueven las peleas caninas con los canes—.
Haciendo caso omiso de aquel bravucón, Vera
subió rápidamente al piso, cruzándose con Elo, que ya bajaba por la escalera.
—Este maldito reloj se ha estropeado
de nuevo. ¡Qué oportuno! —murmuró de mal talante.
Elo iba al encuentro de Fred, cuando
susurró maliciosamente a Nacho —que estaba
en medio de la acera, unas palabras cerca de la oreja—. El rostro de Nacho se encendió
iracundo y con una mueca de indignación, propinó a Elo un soberbio
puñetazo en la boca del estómago, que quedó doblada y gimiendo con los brazos pegados al cuerpo.
Ricardo mantuvo las distancias y sin
inmiscuirse, gritó:
—Nacho ¡que te pierdes! Déjala. Vamos a
buscarnos dos chorbas por ahí, que hoy es día de botellón y seguro que van
salidas.
Pero fue inútil. Nacho comenzó a golpear a
Elo de nuevo—y ésta, sacando fuerzas de donde no tenía—, profirió toda suerte
de insultos, dándole una patada en la entrepierna que le dejó arrodillado en el
suelo, sin aliento.
A todo esto, Vera bajaba las escaleras con precaución,
haciendo alarde de unos zapatos como de cristal. Apareció bellísima, con su
rubia melena recogida en un moño y coronada por una magnífica tiara; lucía una
transparente gasa blanca, —que como velos—, apenas cubrían un ceñido y escueto body
de piel, de color azul.
—¡Noooo!, —gritó angustiada, al contemplar
con los ojos desencajados, el desaguisado que se había montado en su breve
ausencia. ¡Por Dios! ¡Bruto! ¡Hijo de puta!
Y dicho esto, se agachó a atender a Elo.
Nacho se levantó con la mirada enloquecida y arremetió contra Vera,
revolcándola por el suelo, con tal mala fortuna, que el body se desgarró con
los cristales rotos que estaban diseminados por la calle. Vera montó en cólera
y comenzó a pegarle. Él la sujetó violentamente.
—¡Déjame! ¡Que te he dicho que me dejes!
—¡Puta lesbiana! Menos mal que no me dejé
engatusar. ¡Desgraciada! Te voy a escarmentar.
Ambos rodaron por el suelo, tiznándose con
la mugre de la calle, mientras se insultaban frenéticamente. Vera cogió
entonces un pedazo de cristal grande que había sobre la acera, y asestó un
golpe a ciegas, yendo a dar en el hombro de Nacho, que comenzó a sangrar a
borbotones. Se oyó un alarido de dolor, seguido de varios insultos. Y la soltó.
Los caballos relincharon nerviosos ante
los gritos y el ajetreo; y comenzaron a jalar con fuerza de las riendas —a
pesar de que el lacayo les mantenía el bocado firme, a fin de que no se
desmandaran—.
Elo, ajena al cariz sangriento que había
tomado la pelea —pues la penumbra dificultaba lo que ocurría—, sabía no
obstante, lo que sugerían aquellos gritos y forcejeos, pues era una conducta recurrente
entre los dos desde que los conocía, y les gritó:
—¡Parad ya! ¡Vámonos! —dijo con una mano
en la boca del estómago y con la otra agarrando a Vera del brazo.
Las doce campanadas de la iglesia sonaban
a sentencia. A muertos. Vera, despeinada, y con el body roto y manchado de
sangre, intentó huir, pero Nacho se lo impidió, estirándole del moño con el
garfio y tirándola al suelo.
— Ayyy… Brutooo. ¡Suéltame!
Elo, en el afán de socorrer a su amiga, lo
agarró por detrás y le trabó las piernas para que cayera.
— ¡¡Déjalaaa, cabrón!!
Fred, asustado y desconcertado, prefirió
no inmiscuirse y se refugió en el interior de la carroza. Simultáneamente, un
caballo se soltó del tiro. Elo y Vera se zafaron del agresor y se subieron a
la grupa de aquel caballo blanco con agilidad, espoleándolo con los tacones. La
carroza se tambaleó al ser levantada del suelo por los otros dos caballos —que relincharon alzando las patas, pero sin soltarse del tiro—. Nacho y
Ricardo lograron coger las riendas al vuelo y consiguieron dominarlos. Enfilaron
la carroza por el callejón, restallando el látigo sobre la grupa de los caballos. Y fueron tras ellas…
(…)
(…)
Como recomendación literaria para hoy, os recomiendo un clásico:
<El sabueso de los Baskerville, de Sir Arthur Conan Doyle.>
Amenizo esta macabra entrada con un videoclip imprescindible.
¡Que paséis una feliz castañada! ¡Feliz Halloween!
Hasta la próxima entrada.
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