Bueno, como fondeamos hace unos días en la isla, he venido remando hasta aquí, para el encuentro de los miércoles. He dejado los remos a buen recaudo, -en el esquife que he dejado varado en la playa-, al pie de una duna y amarrado al tocón de un pino, en previsión de la hora de la bajada de la marea, para que no se lo lleve. Quiero aprovechar para dar un paseo y para estirar las piernas por esta larga playa del sur; y mi sorpresa ha sido encontrarme los arenales que lindan con la orilla repletos de florecitas y de matojos y hierbas que reverdecen.
¡También es primavera en estas latitudes!
Como veis las pequeñas dunas que lindan con la playa también se visten con flores. ¡La fuerza de la vida también llega a la orilla del mar!
Siempre me ha gustado observar y coger la arena entre mis manos. Y también hundir los pies en ella, ya sea cuando quema, calentada por un sol implacable, o cuando está fría por la noche y dejo mis huellas a la luz de la luna. Me gusta sentarme al atardecer y contemplar esa dorada franja de inquietas dunas que anuncian la entrega de la tierra a los océanos, donde se albergan historias impensables...
Me gusta ver como las marismas -a modo de brocado-, ralentizan con sus formas y relieves las aguas y las tierras de las zonas salobres para que se cobijen la flora y fauna propias, abrazando la zona de las dunas para contener el límite de las aguas del mar, pues las olas, con gran avidez -al igual que el viento-, roban día a día la diminuta y extensa arena, socavando el reino de la madre tierra.
Esos traviesos y diminutos cristales de roca pulverizada, aprovechan los vientos para desplazarse y agruparse, formando colinas y vaguadas, que acogen en su seno infinidad de semillas, mariposas, libélulas, setas, insectos y pajaritos, que anidan entre los juncos, esparteras y lirios.
Las aves de mayor envergadura se cobijan entre romeros, retamas, enebros y en también entre los pinos colindantes, donde el intenso aroma del bosque caldeado por el sol, acalla la brisa con el murmullo de sus ramas y nos invita sestear...
Precisamente fue en los límites de Doñana -en las playas próximas al poblado del Rocío-, que pensé en hacer un relato ambientado allí. Y allí se quedo la idea. La inspiración brotó años después, con la súbita muerte de Paco de Lucía.
A finales de febrero, el profesor de escritura creativa nos había dado deberes: teníamos que hacer un relato sobre algunas fotografías diferentes. Y a mi me tocó aquella... ¿Azar, destino? ¿Quien lo sabe? Yo vi en aquella imagen, una mujer joven vestida con un traje flamenco, de corte elegante y de color sobrio, sin estampado alguno. Estaba mirando de frente desde la fachada de una casa encalada, que estaba elevada de la acera que limitaba con la calle arenosa, cuya puerta estaba cubierta en parte con una cortina moruna rayada, recogida hacia un lado del dintel.
Aquella imagen evocó el recuerdo de las casas del famoso poblado del Rocío, en Huelva
(Andalucía-España) donde habíamos ido hacía ya tiempo, pues habíamos sido invitados por nuestros primos a la famosa romería que hacen cada año. El caso es que la brisa del mar, las largas playas, el poblado en sí y el continuo ir y venir de las gitanas bailando, dando las palmas y taconeando en el tablao al son de las guitarras hasta entrada la noche, suscitó mi interés . A todas horas estaba rodeada de preciosos caballos que iban y venían con montura o tirando de una calesa o algún carro. Algunos corrían por la playa, espoleados por sus jinetes, saltando entre las olas, con la crin al viento. Un animal apasionante. Todo ello me caló hondo. Y la muerte del maestro de la guitarra también.
La noticia llegó en aquel momento, aquella tarde, años después, cuando estaba escribiendo el borrador de aquel relato, mientras escuchaba una pieza de Manuel de Falla: El Amor Brujo. Pero en esta ocasión la melodía se desgranaba desde el alma de Paco de Lucía. Y se fraguaron mis pensamientos. La pasión que emana del Amor Brujo y el duende de Entre Dos Aguas, -la pieza que le seguía a continuación, y una de mis preferidas-, dieron lugar en mi mente a la creación de una breve historia de amor prohibido entre la música y el baile; entre el músico y la bailaora, del que os ofrezco un fragmento:
A finales de febrero, el profesor de escritura creativa nos había dado deberes: teníamos que hacer un relato sobre algunas fotografías diferentes. Y a mi me tocó aquella... ¿Azar, destino? ¿Quien lo sabe? Yo vi en aquella imagen, una mujer joven vestida con un traje flamenco, de corte elegante y de color sobrio, sin estampado alguno. Estaba mirando de frente desde la fachada de una casa encalada, que estaba elevada de la acera que limitaba con la calle arenosa, cuya puerta estaba cubierta en parte con una cortina moruna rayada, recogida hacia un lado del dintel.
Aquella imagen evocó el recuerdo de las casas del famoso poblado del Rocío, en Huelva
(Andalucía-España) donde habíamos ido hacía ya tiempo, pues habíamos sido invitados por nuestros primos a la famosa romería que hacen cada año. El caso es que la brisa del mar, las largas playas, el poblado en sí y el continuo ir y venir de las gitanas bailando, dando las palmas y taconeando en el tablao al son de las guitarras hasta entrada la noche, suscitó mi interés . A todas horas estaba rodeada de preciosos caballos que iban y venían con montura o tirando de una calesa o algún carro. Algunos corrían por la playa, espoleados por sus jinetes, saltando entre las olas, con la crin al viento. Un animal apasionante. Todo ello me caló hondo. Y la muerte del maestro de la guitarra también.
La noticia llegó en aquel momento, aquella tarde, años después, cuando estaba escribiendo el borrador de aquel relato, mientras escuchaba una pieza de Manuel de Falla: El Amor Brujo. Pero en esta ocasión la melodía se desgranaba desde el alma de Paco de Lucía. Y se fraguaron mis pensamientos. La pasión que emana del Amor Brujo y el duende de Entre Dos Aguas, -la pieza que le seguía a continuación, y una de mis preferidas-, dieron lugar en mi mente a la creación de una breve historia de amor prohibido entre la música y el baile; entre el músico y la bailaora, del que os ofrezco un fragmento:
........... (... )
Rocío de Falla besó aquella entrañable fotografía, antes de
salir al escenario, como tenía por costumbre. Retocó el carmín de sus labios y
mirándose al espejo, atusó la rosa que estaba prendida en su moño, como colofón
a su atuendo. Cogió las castañuelas que había sobre el tocador —y moviendo con
gracia la pierna, aparto la cola del ajustado vestido negro—. Respiró hondo,
pasó sus manos por el contorno de su talle, recomponiendo algunos volantes que
habían quedado mal puestos.
Paco, el de Lucía —el maestro—, la
esperaba en el escenario tocando su guitarra con su alma y con sus
dedos inquietos, el arpegio de unas dulces notas que improvisó, —como tenía por
costumbre, para entretener al público, siempre impaciente—. Y se hizo el
silencio.
La tarima rebosaba duende. Bajo la amplia frente, los oscuros ojos
del músico toparon con la mirada cómplice de Rocío, que al instante adoptó la emblemática
pose.
Dap, dap, dap.
El espíritu de Paco y también sus sentimientos, fluían
cuando cerraba los ojos, haciendo vibrar con sus ágiles dedos aquellas
cuerdas, a las que extraía —unas veces con ímpetu, y otras con armonía, pero
siempre con encanto—, la brevedad del tiempo, al que robaba el intervalo
suficiente para poder disfrutar de la magia de aquellos sonidos. La intensidad que
irradiaba su rostro sudoroso y contraído —en esa enajenación que posee todo
artista—, hacía fluir con pasión la música que se desgajaba de su alma y de su
guitarra, en una generosa ofrenda a la humanidad.
Rocío movía graciosamente los brazos en un
efímero abrazo, con harta determinación y vehemencia, contorsionando sus
caderas ante un amante invisible. La música se fundía amorosamente con la danza. Con el último taconeo, el moño se deshizo, liberando la
melena cautiva -que enmarañándose con el sudor de su cara,
fue atrapada al instante entre los labios, entreabiertos por el jadeo—.
Aplausos, aplausos mil. El maestro, —sublime
como siempre—, sonrió complacido con humildad y con la mirada baja, como era su costumbre. Emocionado
y sudoroso, rindió los honores a su guitarra, a la que amaba sin medida. Luego
alargó la mano, rindiendo pleitesía a la bailaora. Tras su sonrisa, un sentir vehemente y apasionado,
que ambos compartían desde el alma... (...)
He escogido este vídeo -exento de decoración y de luces en el escenario y sin tanta tecnología de audio como otros que he visto en las redes-, porque precisamente es en éste donde me parece que se percibe mejor la desnudez de la guitarra y la sencillez del maestro. Espero que lo disfrutéis.
Mágico Flora!!!
ResponderEliminarSabiendo de las fuentes que bebes...entiendo un poco mas la viveza y magia de tus escritos, semejantes genios!!
Bravo!
El duende es travieso, etéreo, transversal y caprichoso y suele aparecer entre la música, las palabras, las imágenes o la pintura… provocando emociones donde solo había silencio y ausencia de color. Es un placer haber que tu también lo has encontrado y que lo compartes.
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