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miércoles, 29 de marzo de 2017

Saturno: el espacio, la historia y el tiempo.


¡Bienvenidos a bordo!
¡Hoy será un día diferente: navegaremos por el espacio!  

Ayer estaba consultando  las fechas en el calendario, cuando me fijé en que  es la onomástica de Saturno en nuestras coordenadas. Escribir en un blog de alcance mundial me obliga a reseñar que las costumbres de que hablo son propias, pues en otros lugares desde donde veis este blog  seguramente tenéis otras costumbres y se vive de otra manera. Y viceversa. Demasiado  acostumbrados estamos a medir y a valorar las cosas desde nuestro pequeño lugar en el mundo. Por este motivo y como  de santos no se mucho, prefiero que la entrada de hoy nos lleve por  diversos y lejanos mundos  a través del tiempo y del espacio.


La figura de Saturno  desde la época romana se representa como un anciano con larga y espesa barba blanca y una hoz o guadaña. Para nada os recomiendo  las pinturas de Goya, ni de Rubens sobre él, pues más allá del arte de los pintores, son dos escenas horribles a mi parecer, en que Saturno devora a sus propios hijos. ¡Vaya tema  escogieron para pintar!


Saturno en la mitología romana  se le identificó como el  dios que protegía los cultivos y las cosechas y poseía la potestad de gobernar el tiempo.  También los griegos atribuyeron al homólogo del Saturno romano,  -su dios Cronos-, el poder  y el control del tiempo.  Cronos era el hijo menor de Urano. Titán, el heredero de éste, dejó reinar  a su hermano menor bajo una condición:  no podría tener descendencia.  Por lo cual Saturno, -alias Cronos-, devoraba a sus hijos. Porque de lo que no se privó, fue de engendrarlos. ¡Vaya pieza y encima quedaba impune, por su deidad!  Así pues, los asesinatos y las intrigas familiares -por muy dioses que fueran-, estaban asegurados como ya os imaginaréis.  Ni os cuento la de rituales escabrosos y violentos que derivaron desde la antigüedad como ofrenda a ellos.  Cualquier excusa mitológica o divina era buena para matar  o sacrificar a alguien, en nombre de quien fuera.  ¡Y en eso no hemos avanzado  nada de nada…!

En fin,  a ver si encuentro más paz en el silencio del espacio y comparto con vosotros algunas pesquisas que he hecho en estos días pasados que yo desconocía: Saturno es un planeta gaseoso, que luce un color de la gama de los amarillos y  es uno de los más brillantes que podemos apreciar si hacemos una observación nocturna. 

Se vé a simple vista  en el cielo como un punto muy brillante en las noches en que  está raso  y no ilumina la luna, -amén de que nos hallemos en una zona donde la contaminación lumínica de las ciudades y  las poblaciones nos velen su observación-.  Para los neófitos en estos temas -como lo soy yo-, no hay que confundirlo con Venus, que es mucho más brillante y lo vemos a una altura muy baja en relación con nuestro horizonte en el hemisferio norte,  pues en el hemisferio sur se ven otras estrellas. Y en cada uno de ellos, además,  se ven a alturas celestes diferentes, según la latitud a la que estemos, claro. 

¡Todo es relativo en astronomía…!


Aquí podemos observar la hipotética relación de tamaño entre los planetas de nuestro sistema solar.

El primer hombre que observó los anillos de Saturno con un rudimentario telescopio, fue Galileo en el año 1.610

Saturno posee muchos anillos  gaseosos y numerosos satélites. Aunque posee un núcleo sólido, está compuesto en su mayor parte por Hidrógeno y un pequeño porcentaje de Helio.

Se producen frecuentes tormentas de viento en su atmósfera que pueden durar varios meses y su temperatura mínima ronda cerca de los -200ºC. Tarda en hacer su movimiento de traslación alrededor del sol, algo más de 29 meses, y sin embargo, su rotación diaria sobre su eje -lo que sería para nosotros un día-, solo tarda poco mas de 10 horas.

¡Madre mía!, podría ser el planeta de los ancianos por definición, si el tiempo se midiera como en nuestro planeta, que no es el caso. ¡Qué rápido envejeceríamos en Saturno! ¿No?  Aún así, me muero de ganas de poder observarlo con detalle a través de un telescopio.  
Para los que queráis adentraros en este mundo tan fascinante, os dejo aquí un enlace web en el que podéis curiosear algunos temas relativos a la las estrellas y los planetas y donde podréis ver las constelaciones y su movimiento:  stellarium.org/es







En la imagen  de arriba vemos a una muchacha emulando con el sextante  la medición de la altura solar en el crepúsculo, donde  presuntamente observa el momento en que  el limbo -que es  el contorno aparente de un astro,  en este caso el sol-, toca la superficie del horizonte aparente del mar. A partir de ahí se hacen múltiples cálculos  con los que determinar  la posición del navío. Lo suyo es hacerlo a la salida del sol, a mediodía y a la puesta del astro rey. Eso es importante:  ¡saber el lugar donde estamos!

Para los que navegáis en barco allende los mares por ocio,  os recomiendo:    rodamedia.com 
donde podréis hallar soluciones, ideas  y un foro para vuestro día a día en la navegación. También encontrareis  en esta web bibliografía  científica sobre navegación astronómica, de la que por cierto tampoco tengo ni idea.

Pero como  no puede faltar  algún  relato, a propósito del tema que he abordado hoy: El último viaje a las estrellas ( fragmento)

(…)

Mientras, ocurría esto en el despacho del director, Saturno encendió la luz y se puso sus viejos lentes y frunciendo el entrecejo, leyó unas anotaciones recientes que tenía en un cuaderno. Al instante comenzó a elucubrar con unos números que calculó en voz baja, cual letanía. Y los escribió con una tiza en la pizarra que tenía apoyada en un caballete.

—Pero… ¡Qué estupidez! —exclamó contrariado, mientras se rascaba su larga barba canosa. ¿Cómo no me he dado cuenta? —dijo en voz alta, tirando la tiza por el suelo.

Y borró los cálculos. Comenzó de nuevo. Y los volvió a borrar. Orientado hacia la ventana estaba su viejo telescopio, sobre unas baldosas desgastadas por el uso de tantos años. Harto de sus numerosos equívocos, desistió de sus cálculos. Apagó la luz de nuevo. Miró por el telescopio y ajustó una ruedecilla. Y como siempre, contrastó lo observado con los garabatos de su libreta, a la que alumbró con una pequeña linterna  que le había regalado Fugas por su cumpleaños. Y volvió a mirar durante largo rato por su entrañable artilugio —al que algunos de los responsables de aquella institución habían tildado de excentricidad—, pero como nunca hizo daño a nadie,  y como que poseía una gran fortuna —que  dijo que donaría al centro, en una audiencia en la que el director le había presionado hasta el acoso—, le fue permitido este privilegio. 

En la pared desconchada, cubierta de inflorescencias verdosas y blancas, había un poster de Marylin,  su estrella terrenal, clavado con chinchetas. También tenía un planisferio y una esfera terrestre que descansaban sobre una estantería roñosa.
Siempre pasaba las noches en vela, con la ventana abierta de par en par —fuera verano como ahora o invierno, pero siempre a oscuras—, mirando fijamente por esa lente que era capaz de transportarle a los cielos, de los que anotaba minuciosamente cualquier variación que observaba. También gustaba de hacer destellos con una potente linterna grande que Fugas le había comprado por encargo suyo hacía ya un par de años, a regañadientes de Don Hiracundo. 

Cada mañana, le contaba al celador que le enviaba un código de señales a un amigo del más allá… El caso es que era un lenguaje que nadie de aquella institución conocía —ni del que nunca se preocuparon por conocer—, salvo Fugas, aunque no disponía de tiempo libre  suficiente para dedicarle.
Las señales de código Morse que Saturno emitía, era una actividad que le toleraban por la antigüedad de su estancia, por su pacífico talante y porque no podía molestar a nadie, ya que el viejo edificio estaba en las afueras de la ciudad; y sin lugar a dudas, porque su cuenta bancaria era apetitosa y no tenía familia ni hijos a quien legarla. A pesar de que disfrutó de algunas licencias y privilegios —lo que nunca pudo conseguir, fue que le permitieran ampliar el ángulo del barrido del telescopio, que siempre topaba con las frías y negras barras de metal de la ventana—…
….(…)






¡Hasta pronto!



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