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domingo, 31 de diciembre de 2017

Entre bambalinas… #loscuentosdeflora

¡Bienvenidos de nuevo!   Un cuento inesperado.

Bajé al camarote de aquella imponente embarcación de tres mástiles casi centenaria. El pailebote Santa Eulalia estaba atracado en el puerto de Brest al noroeste de Francia,  una emblemática ciudad  amurallada en la época medieval, donde había acudido este barco, —como es costumbre—, a la cita  periódica en la que concurren grandes  embarcaciones tradicionales de ámbito internacional.





















En los próximos días navegaría con ellos rumbo a Barcelona, el puerto donde tiene su amarre.  Bajo la cubierta, y específicamente para aquella  ocasión, el espacio de la bodega se había  dividido con mamparos móviles y desmontables, que se hallaban encastados en unas guías, para proporcionar mas comodidad a los pasajeros que llevaba excepcionalmente  en esta ocasión y por motivo de aquel encuentro.
El caso es que  entre los mamparos, además de los coys  que habían colgados para albergar a los pasajeros entre los que me encontraba, estaban estibadas las ropas y enseres;  y colgados se hallaban  los cabos adujados, un foque de respeto y también las defensas mas pequeñas sobre  unas cajas  donde se amontonaban algunos motones y guardacabos;  y un par de faroles que  colgaban de unos cabitos  para alumbrar los espacios comunes.  De tal manera estaba todo dispuesto, que me pareció estar entre las bambalinas de un teatro, sino fuera porque el balanceo —a pesar de estar amarrada y dentro de la rada—, movía la embarcación.  Y aquel ambiente, como en otras ocasiones, propició  que las musas que habitan en mi mente despertaran de su  letargo.

A duras penas  pude bajar  desde las escaleras hasta la mesa de oficiales, ubicada en un rincón en el centro de los bancos de madera que la rodeaban, sobre los que se hallaba una estantería provista de barandas, en la que pude encontrar algunos libros sobre la navegación a vela y algunas novelas muy interesantes, además de algunos derroteros y el  anuario de mareas del año en curso. El caso es que tenía  permiso del capitán, quien, como en otras ocasiones,  amablemente me había cedido aquel espacio mientras estaba de guardia, para que pudiera escribir más cómodamente, pues la brisa arreciaba en la cubierta y levantaba las hojas de mi cuaderno de notas.

¡Escribir!…¡Vaya aventura!  No soy periodista, ni tengo estudios académicos superiores relacionados con las lenguas. Escribo porque me gusta escribir.  Y me gusta compartirlo. Lo mío son las humanidades y la naturaleza; las artes y los oficios artesanos;  me gusta la vida al aire libre y  disfrutar y proteger el medio ambiente, su fauna y  su flora. Me gustan los espacios abiertos:  el mar y las montañas, pero también disfruto sentándome a escribir en soledad, o mientras escucho música en la mesa del rincón de una vieja bodega, donde sumergirme en otros mundos… El motor de mi escritura es mi mente curiosa e inquieta. Frecuentemente una imagen o una música provocan un flash que pone en marcha la maquinaria. Creo en las musas, en la inspiración fortuita. Luego están la dedicación y la tenacidad, como elementos imprescindibles para concluir una obra. Me gusta observar lo pequeño, lo cotidiano, lo novedoso y también lo excepcional. Me gusta escuchar y conversar con gente diversa.  Escribo y redacto con mas o menos acierto y me empeño en aprender y ejercitar la mente para mantener activa mi memoria  y ello me permite escribir mejor. Las palabras adecuadas son importantes. La semántica, crucial. Vuelco en el papel historias y ficción novelada o  basada  en experiencias vividas y también inventadas, que me suponen un alivio, un estímulo, y un deleite. Disfruto haciéndolo. Disfruto creando. No hay más.

Hace pocos días, en una presentación, el público preguntaba a los diversos autores que estábamos  en el Aula de Escritores,  cómo se llegaba a publicar un libro, y yo compartí mi argumento: la determinación en querer crear un libro y  en la voluntad de hacerlo público.  Esto supone una transición que necesita de cierto tiempo de maduración, al menos para mí. Supone mostrar al mundo tu creación, aquello que has gestado durante meses y años, con sus defectos y carencias; con su fantasía y su  magia;  o con su distorsión; con su tono, con sus posibles errores ortográficos o tipográficos… Publicar supone un reto enorme para el escritor novel, frecuentemente carente de apoyos y sumergido en sus propias inseguridades. Es  necesario prepararnos para separarnos de  nuestra creación. Es como parir. Lo que solo era tuyo, se separa y lo dejas ir ir y a partir de entonces lo compartes con el mundo. Y no hay vuelta atrás.  Para lo bueno y para lo menos bueno. Afortunadamente las redes han proporcionado una mejora en las comunicaciones y en las nuevas tecnologías, que han posibilitado que, autores y profesores hayan abordado la democratización  y la posibilidad de que las autopublicaciones hoy día sean un hecho cotidiano para los autores noveles. Les felicito por ello y celebro que en mi caso, también haya sido posible.


Día a día aprendo de los demás y  de lo que yo misma escribo, pues mis escritos frecuentemente me hacen de espejo; me gusta compartir algunos temas, historias y cuentos con los demás para contrastar mis errores.
La escritura y la lectura siempre han  enriquecido mi mente y mis expectativas. Me distraen y entretienen.  Me ayudan a evadirme,  es cierto, pero también me invitan  a sumergirme en mi misma y me invitan a reflexionar temas de diversa índole, relacionados con lo que escribo, pues el período de documentación te exige cotejar muchos datos, incluso creencias y normas para que sea verosímil. Y me insta a hacerme  muchas preguntas.

Esta experiencia es la que ofrezco también al lector al publicar mi libro. Los libros favorecen la intimidad con uno mismo mientras se está leyendo. La sincronía  de ojos, libro y mente es algo fantástico que, además —en el libro impreso en papel— , comparten dos privilegios más: el tacto y el olfato. 
Para mi es un placer leer un libro antiguo.  Me encanta ojear libros en una librería o en una biblioteca, sin una idea preconcebida. Me gusta elegir libros al azar. No he sido lectora asidua de las obras clásicas ni  los libros de lectura  académica obligada. Sin embargo la temática de mis lecturas ha sido diversa y muy variada; intensa, especialmente en mis años de juventud y madurez. Paradójicamente, desde que escribo, leo menos.
En algunos casos, un libro que nos ha gustado mucho  crea un vínculo que puede ser  efímero, o por el contrario, duradero; puede representar un enlace trascendente entre la historia y el lector.  Es lo que ocurre con esos libros  que recordamos siempre  y que nos calaron hondo por el motivo que fuera.  Esos libros forman parte de nuestra historia y de nuestra vida cronológica enmarcando una época, como también  nos ocurre con ciertas películas y músicas que recordamos de manera entrañable y a las que nos referimos en algunos temas de conversación, aunque hayan pasado años. Me refiero a esos libros que tienen un lugar  preferente en nuestra biblioteca y en nuestra memoria.

Cada cual tiene los suyos, pues la relación que establecemos con los libros es personal e intransferible.  Aún conservo  en mis estanterías un lugar privilegiado para algunos de mis libros especiales: algunos están encuadernados en  fina piel grabada, como los tres volúmenes  de  novelas de James Oliver Curwood, de la editorial Juventud de 1965. Un imprescindible de todo amante de la literatura marítima, es El espejo del mar, de Joseph Conrad . Y otro que era de mi abuela, una edición de cuentos  infantiles  encuadernado en cartulina y cosido con hilo,   titulado: Pues, señor...que data del 1.941, cuya autora  fue Elena Fortún. 

La biblioteca…¡vaya tema!  Un espacio en el hogar  que prácticamente ya ha desaparecido; está en peligro de extinción. No hay espacio en los pisos o en las casas;  es el argumento más esgrimido y comprensible. Cuando muere alguien y se vacían sus enseres, frecuentemente los libros acaban en la basura, en el punto urbano de residuos y muy pocas veces  acaban en las tiendas de compra-venta de segunda mano, o como donaciones.

Me gusta comprobar que, a pesar del poco espacio que hay en los barcos, se conservan las estanterías destinadas a los libros  de temática diversa y a los manuales de a bordo,  que siempre tienen un lugar reservado. 

El caso es que desde que comencé este escrito, ya han transcurrido algunas semanas. Las que ha durado el viaje, en el que he tenido demasiados quehaceres a bordo como para ponerme a escribir.

La singladura ha sido apasionante, pues hemos tenido todo tipo de climatología y hemos navegado a vela la mayor parte del tiempo, y  también han ocurrido algunas anécdotas que os contaré con mas tiempo otro día. Para no dejaros con la miel en los labios, comparto un vídeo de los tall ships (grandes veleros)  navegando, que espero que satisfaga en arte vuestra curiosidad.

               

Tras la estela de estas joyas de la navegación, pusimos rumbo a  nuestra ciudad de origen.  Arribamos tras algunas semanas de navegación  a la ciudad condal. El mar estaba en calma y con una tonalidad azul propia del día soleado que habíamos disfrutado. Una vez arribamos al puerto de Barcelona, el capitán del Santa Eulalia,  hizo una  precisa maniobra para abarloar el buque al muelle, donde quedó amarrado al negro bolado y  con sus muertos bien trincados desde la cubierta hasta la losa de hormigón que descansa bajo las aguas. Allí quedó el precioso navío, a la espera  de una nueva singladura ... 





Me he despedí de toda la tripulación y  he crucé con cierta añoranza la pasarela, pues la navegación engancha y crea una cierta adiccion. Luego anduve con cierta inestabilidad, como les ocurre a los neófitos como yo, cuando desembarcan pasando del mundo marítimo al terrestre, tan distintos un mundo del otro.  En pocos minutos rebasé el monumento a Colón y tras cruzar por  Las Ramblas sorteando la muchedumbre, fui sin demora hacia la biblioteca del Museo Marítimo a devolver un libro que había  pedido prestado antes de zarpar. Afortunadamente  en algunos edificios  en los que todavía acogen  una biblioteca, aún queda espacio para los libros...

Mi recomendación literaria para el día de hoy es: Piratería en el Caribe, de Helena Ruíz y Francisco Morales Padrón.  Ed. Renacimiento / Colección Isla de la Tortuga.

Gracias por navegar a bordo de mi blog.  Deseo que  disfrutéis de la entrada al nuevo año y que podáis cumplir vuestras expectativas.

¡Hasta la próxima entrada!








miércoles, 13 de diciembre de 2017

Likes. #loscuentosdeflora

¡Bienvenidos a bordo!


Me gusta. Una expresión de satisfacción conjugada en presente. 

Me gusta contemplar los grandes veleros. Me gusta navegar. Me gustan los barcos clásicos. Me gusta escribir y leer sobre barcos y navegación. Me gusta aprender. Me gusta compartir. 

Este es un fragmento de uno de mis libros, un libro complejo: mitad crónicas mitad novela, titulada Descubriendo Tortuga. Un estilo diferente.


( Cazando el viento…)

Un libro es como un paseo por otras realidades y también  un viaje por  otros mundos, donde lo inverosímil es posible, donde lo absurdo encuentra un camino. Y donde la realidad se plasma como en un espejo:  

Bárbara ya había subido a  la cubierta y  mostraba su exuberante contorno bajo la  transparente blusa que ahora se había  pegado por completo  al cuerpo,y que  marcaba  perfectamente, sus más sutiles relieves.  Contorno que  enseguida  fue rodeado por los fuertes brazos de Frihman, que la atraía hacia él, mientras la besaba en el cuello susurrándole algunas palabras. Y sonrió complacida.
Marhivent y yo los contemplamos con sana envidia, mientras en voz baja, comentamos que hacían buena pareja.
¿Os quedáis vigilando a los pequeños? les dijimos,  es que nos vamos a bañar.
Sí, ya me ocupo dijo Bárbara mientras cogía a  TincGanah y TincSedh y los ponía a horcajadas en sus caderas, dándoles un achuchón.  Frihman cogió a Mahrréc y lo sentó en su pierna sana, en  el banco de popa. Y  empezó a hablarle con dulzura  en  aquella  extraña jerga africana, mientras el niño le escuchaba con  gran atención.
Marhivent y yo  nos  capuzamos desde la  portezuela de la borda de estribor, zambulléndonos en el  azulado espejo que proporcionaban las calmas. Por fin  disfrutamos de un  buen baño; nos sentó la mar de bien. Nadamos unos minutos.
¡Mira, allí!…—¡Unas aletas  en el agua! 
—¡Cuidado!…¡Sal del agua! ¡Deprisa!
Las aletas se  acercaban  hacia nosotras a gran velocidad;  debían de estar más o menos a unos cien metros  pues tomé como referencia la eslora del barco.  Trepamos  rápidamente por  la malla que hacía las veces de escalera.  El corazón me latía apresuradamente y una sensación de pánico me invadió por unos instantes. Cuando por fin estuvimos en la  cubierta, pudimos ver claramente, que eran ¡cuatro delfines!  y que nos miraban fijamente, curioseando lo que hacíamos.  
Nos serenamos y nos pusimos a reir y a hacer comentarios sobre los momentos angustiantes que habíamos vivido, apenas hacía un par de  minutos. Instintivamente, cogí uno de los tapones  de plástico de la bombona de butano, y  lo tiré al agua.  ¡Al minuto  el tapón estaba de vuelta en la cubierta!   
Marhivent les lanzó una botella de plástico con las que los delfines jugaron un buen rato. También jugaron con el salvavidas que flotaba en el agua, llevándolo de aquí para allá, todo lo que el largo del cabo les permitía. Dando saltos,  se zambulleron con rapidez para ir a buscar los improvisados juguetes.  Volvían de nuevo, solicitando continuar el juego: emitieron algunos  sonidos y chasquidos para comunicarse entre ellos; y también con nosotros;  no teníamos ninguna duda Luhtier y Gheisa subieron a cubierta, ante la algarabía y los gritos que dimos. Los niños rieron  a carcajadas por segunda vez.  Al cabo de un rato, los delfines se alejaron, saltando sobre el espejo del mar y  siguieron su rumbo;  entonces se sumergieron y los perdimos de vista.

Pareció que los delfines se habían llevado la alegría  a las profundidades del océano, dejándonos con un cierto desencanto. Estos maravillosos animales  habían sido capaces de hacernos  olvidar, por unos momentos  la indeseable situación en la que nos encontrábamos. Luego, Yáckolson  y yo bajamos por la malla, y acercamos con el bichero de a bordo, los tapones y las  botellas de plástico que  ahora flotaban en el agua.  Los recogimos y nos quedamos en silencio.  Todavía no habíamos comido  y teníamos hambre.  Marhivent y yo fuimos al cuarto de la despensa, donde estaba el congelador, para ver qué podíamos hacer para comer. Entonces vimos que el congelador  estaba rezumando agua. Se habían descongelado los  pocos alimentos que  quedaban  y tuvimos que cocinarlos todos,  antes de que se estropearan. No podíamos reservarlos por mas tiempo. Así lo hicimos. Fuimos hacia la cocina y anunciamos el menú del día: Hoy había canelones.

Afortunadamente, el horno era de butano y pudimos gratinarlos disfrutando  del dorado manjar. Tocamos  a tres canelones por cabeza. Y Yimmy, nuestra pequeña mascota, comió también. TincGanah, TincSedh y Mahrréc comieron con la mano, como tenían por costumbre; y Halienar, también. A juzgar por sus caras, la comida les gustó.  Luego comimos una naranja cada uno.  Los niños se pusieron llenos de churretes  mientras masticaban la dulce pulpa haciendo chasquidos con la lengua;   cogían los gajos de la naranja  con los dedos, y  las gotas  de zumo resbalaban por sus bracitos, hasta el codo.  Daba gusto contemplar la satisfacción con que comían.  Por la tarde, cuando el calor del sol  se hizo más soportable,  salimos de nuevo a la a cubierta. 
               
Observamos  que Frihman  nos estaba esperando, algo impaciente,  con una pícara mirada:  acababa de anudar  algunos cabos que  ahora colgaban  de la botavara de la vela cangreja, en la popa.  Entre el tambucho de popa —por el que subíamos desde  el salón, la mesa y el banco de la bitácora— ,  quedaba un espacio libre en cubierta y Frihman …¡había hecho un columpio! … Fue la delicia de niños y grandes. Todo el mundo disfrutó columpiándose y empujando el columpio.  Y donde había calmas,  ¡creamos viento! 

Lo de pescar estaba  más difícil. No  había forma de que pescáramos nada.  Nos quedaba un jamón de jabugo, pero, ¡para qué pensar en él, cuando no teníamos agua para beber! Además habría que reservarlo por si la situación se agravaba. Y entonces  recordé algo.
Fui hacia los pescantes de popa, donde estaba la lancha auxiliar y pedí que me ayudaran a bajarla.   La dejamos  en el agua, asegurada con dos cabos atados a la popa del barco, pero algo alejada. Y tiré la caña al lado de ella. Había renovado el cebo con unos trozos de pulpo  que cogí de una lata que quedaba por la despensa. El sol comenzaba a declinar, y la sombra de la barca  aumentó. Transcurrió un buen rato.  Y picaron.
¡Ha picado un pez! dije recogiendo rápidamente el sedal: es un dorado; ¡lo sabía! dije satisfecha. 
¿Un dorado? preguntó  Bárbara ¿Y es bueno para comer?
—¡Y tanto que es bueno!, de hecho, al dorado  se le llama  el pez de los náufragos, pues siempre se pone a la sombra de las embarcaciones y las balsas de salvamento.  ¿Cómo no se me había ocurrido antes?  dije en voz alta.
Dame, que voy a  limpiarlo, me dijo Marhivent tu sigue pescando.
En  un par de horas, pescamos cinco dorados. Cuando  estaba sacando  el anzuelo de  la boca al  último pez, noté una  fresca sensación en mis manos, que estaban mojadas. Instintivamente alzé la vista hacia arriba.
Eyy…¡Mirad! dije  señalando hacia las velas.

Contemplamos esperanzados, cómo las velas eran llenadas, tímidamente, por   un  fugaz soplo de viento. Las velas comenzaron a moverse  y a dar gualdrapazos, chocando contra los mástiles y las jarcias anárquicamente.  Pero en un par de minutos, la  débil brisa comenzó a fluir con una orientación más definida. Y las velas comenzaron   a tomar forma.  Teníamos que cazar el viento cuanto antes; para ello teníamos que orientar las vergas y luego  trincar los cabos  correspondientes en los cabilleros, tanto en los del pie del mástil trinquete, como  en los ubicados en  los obenques.  

Recogimos rápidamente todo lo de cubierta y Bárbara y Frihman  que parecían haber asumido una tarea paternal para con los niños bajaron al salón, para quitarlos de en medio del trajín.   YáckHolson estaba hablando con Nohvela  junto a la amura de babor, mientras ella  sin quitarse el velo, atusaba su cabello para que  se le acabara de secar.  Pero una inesperada  ráfaga del  travieso viento del norte, súbitamente  levantó su velo hacia arriba.  Y se lo llevó.  El velo de  la muchacha se elevó por el aire haciendo algunos bucles.  El viento jugaba  con aquella prenda,  suspendiéndola en las alturas para luego dejar que cayera al vacío, donde sus vaporosos pliegues se movían libremente, en una etérea dánza  con Eolo;  hasta que  por fin, Neptuno   cobró su presa.  Y lo perdimos de vista.  
Consternada por el suceso, la muchacha  se giró de espaldas, para ocultar su rostro y,  arremangando el borde  de  su túnica, se volvió a cubrir parte del rostro con él. 

Mientras observábamos atónitos  lo acontecido, pensé que en un barco, no se puede ir con las manos ocupadas. Es  bastante improbable.  El habitual vaivén de la embarcación,  hace imprescindible que nos apoyemos con las manos.   Tiempo al tiempo...
Las velas comenzaron a flamear, moviéndose a son de la brisa  que cada vez  fluía más entablada, fijándo la dirección del viento.
—¡Bracea la verga del trinquete!, dijo Yáckolson a Luthier—. ¡Eh!, tú …  —¡Arría en banda  apagavelas de estribor! — dijo a su vez a Frihman.
Los demás hicimos firmes  los puños de las escotas de las velas, para tensarlas.  Y lucieron al viento magníficamente. El  Cyrano comenzó por fin a desplazarse por el agua.   Recogimos  la malla que habíamos hecho y que todavía colgaba por la borda.  Por fín nos movíamos.   Marhivent y yo fuimos a hablar con YáckHolson, con las cartas náuticas en la mano, y le explicamos las anotaciones que había dejado hechas Aimé y las últimas que había hecho Black Gun.

YackHolson fue hacia la bitácora y  puso  el rumbo  que había trazado Black Gun en su chuleta: un rumbo directo al  mar Caribe, mirando la rosa de los vientos de la bitácora.  Teníamos que  mantener el rumbo a  297 º.
  

Al cabo del rato oímos el violín de Luthier.  Le estaba dedicando una alegre melodía a Gheisa.   Entendimos que nuestro amigo ya se había recuperado de su mal de amores y disfrutábamos  de nuevo  de su talante habitual.   La música nos amenizó el viaje.  Nohvela disfrutaba ahora de la melodía, asomada a la borda, cerca de la bitácora; por fin pudo experimentar la sensación de  libertad  en su  largo cabello, que ahora ondeaba al viento y pudimos admirar sus bellas facciones y sus  rasgados y oscuros  ojos y su mirada serena. YáckHolson la miraba embelesado.  El viento,  que ahora estaba  bien entablado, nos subió la moral: los Alisios nos  llevaban hacia el oeste.

     A menudo, los libros solemos escribirlos y documentarlos en lugares afines, en este caso fue a bordo de este bergantín, lamentablemente ya desaparecido. En este caso, los vídeos existentes en youtube y también en mi obra, quedarán como testimonios de su historia y de los que la hicieron posible. Gracias a todos ellos.

                   

                                                                                                                                            (…)
Mi recomendación literaria para hoy es: Cabo Trafalgar, de Arturo Pérez Reverte

¡Hasta la próxima entrada!
































sábado, 25 de noviembre de 2017

2017: # 44 mujeres + #7 niños y niñas #Ni uno mas. Ni una más

¡Bienvenidos de nuevo! 

Hoy hago una entrada excepcional con motivo del día contra la violencia machista, esa lacra que a día de hoy cobra fuerza ante la perplejidad de un mundo más moderno y mas abierto, donde creemos que la libertad ha invadido las calles y los hogares. Y no es así.




Me trato bien, y me voy. Una gran frase.  Pero eso será si te dejan. 

Porque la persecución, la vigilancia que ejerce el agresor hacia sus víctimas, el acoso y el sentimiento de posesión, que se traducen en: yo te quiero tanto, que hasta luego me suicido porque no puedo soportar haberte matado…, eso indica o bien el grado de enfermos psiquiátricos que deambulan con total impunidad, desatención sanitaria y descontrol  familiar por las calles, o bien que la maldad  campa a sus anchas.

Sea como fuere, la sociedad,  la familia, la medicina psiquiátrica y la justicia han de conformar un estrecho lazo capaz de hacer frente a esta amenaza constante.  

La protección y la asistencia a las víctimas, sean mujeres, niños o familiares de éstos  y  también a las posibles víctimas, que detectan conductas extrañas o amenazas sutiles y que quieren desvincularse de estos hombres violentos, han de encontrar salidas diligentes y efectivas que les permitan vivir con seguridad. La angustia, la ansiedad y la determinación frustrada de estas mujeres y niños  que luchan por zafarse del mortal abrazo de la ira de su pareja y padre, en buena parte es debida a la situación económica precaria de muchos de estos casos.  Otras por falta de apoyo, por falta de credibilidad y también por  la abducción emocional que el agresor ejerce sobre sus víctimas. 

Y porque ni la atención psiquiátrica, ni la prisión preventiva adecuada, ni la vigilancia  de los agresores están siendo bien  encauzadas y aplicadas. No es una valoración gratuito. Me remito a las cifras de muertes violentas por este motivo, que constatan el fracaso del abordaje que se hace de esta problema, seguramente no por falta de buenas intenciones, sino producto de unas estrategias des coordinadas en el tiempo y de una tecnología insuficiente o inadecuada que tiene numerosos fallos.

¡BASTA YA!  

Cualquiera de los gobiernos que estén ahora y en el futuro próximo en el poder han de proporcionar las herramientas legales, sociales, médicas y educativas y  también económicas para atender con urgencia  y de manera contundente a las familias o personas que están en riesgo. 

 ¡Sus vidas dependen de ello!   Mañana ya es tarde...


Hasta la próxima entrada.


jueves, 23 de noviembre de 2017

Punto y aparte. De la sostenibilidad y algunos otros delirios.


¡Bienvenidos de nuevo!


¡Cuanto ha avanzado la aviación desde que Lindbergh cruzara el Atlántico!  Los cielos están saturados del ir i venir de los  miles  de aviones que  han trasladado a los pasajeros a miles de kilómetros  para satisfacer esa imperiosa necesidad de vivir nuevas aventuras, de visitar a la familia. de disfrutar de nuestras ansiadas vacaciones o quizás tan solo para ir a hacer shopping a un glamuroso centro comercial al otro lado del continente.  Y por supuesto, para realizar los  viajes derivados de asuntos políticos, de asuntos y conflictos militares — esos que bombardean  a la población que ni pueden ver, desde un jet supersónico, ese que también se quema gran cantidad de queroseno; también se quema este combustible ú otro mas adecuado en las pruebas y lanzamientos de cohetes y satélites al espacio en virtud del futuro; también contribuyen a gran escala  los  cotidianos  viajes a propósito de  negocios millonarios, con sus ejecutivos surcando el cielo a bordo de jets privados o aerolíneas convencionales. Las bombas, los misiles, las explosiones...

La cuestión es que tantos aviones, por un motivo u por otro, invaden los cielos  y la atmósfera, donde han soltado billones y trillones de  gases que provocan gases tóxicos y calor. Mucho calor.


Por una parte hablamos de sostenibilidad cada día: bla, bla y bla  y muchísimo de salud  y costumbres saludables; vaya, que hablamos por los codos mientras respiramos el combustible quemado, también el de esos aviones, cuyos gases ha ido directos a la atmósfera terrestre.  Esa   atmósfera por  la que vuelan estos mastodontes, mientras  nuestros pulmones y arterias enferman y los índices de benzenos alimentan al cáncer  y deterioran nuestros pulmones, nuestras arterias y nuestro cerebro.

En la atmósfera se almacena y acumula  una capa caliente de gases y partículas que hacen de techo sobre nuestras cabezas y que están presumiblemente interfiriendo en la normal circulación de las corrientes de aire de nuestro planeta azul, alterando la capa atmosférica. Además se añaden la enorme contaminación que emiten los automóviles, las calefacciones,  y las industrias y  que suben desde el nivel del suelo, a lo que se añaden también, el humo de los incendios y de la erupción de algunos volcanes. Solo tenemos que ver las noticias de estos días, en que en países como la China , India e Indonesia, el aire es irrespirable y la visibilidad dificultosa.  Y también comienza a ocurrir en las grandes ciudades de nuestro país de forma alarmante. ¿A qué estamos esperando? 

Los problemas  ambientales los generamos entre todos y  probablemente se deben a la velocidad a  la que vamos.  Esa que nos auto exigimos o nos exigen otros  para obtener lo que queremos de manera inmediata.
¡Todo  ha de estar cuanto antes,  lo mas deprisa posible!  La cantidad  de materiales y de artículos producidos para abaratar los costes  y ganar más dinero  ha resultado ser una adicción para los que especulan con las ganancias, pues han elevado la extracción de materias primas de forma frenética.  ¿Hace falta tanto? Los propósitos de esta conducta avariciosa son los que  nos están llevando a ese abismo medioambiental,  quizás irreversible en un futuro relativamente próximo.

Son las prisas las que nos pierden, el just in time, los monocultivos acelerados, el querer  disfrutar de los  tomates,  mangos, o piñas, por nombrar algo cotidiano, en cualquier época del año.  Esas mercancías  y alimentos que también se transportan en colosales buques, containers  y  camiones. O sea, quemamos combustibles varios por todos los medios: aéreo, terrestre, acuático y espacial. Y también generamos calor  subterráneo, con los metros y ferrocarriles en el subsuelo y con las pruebas derivadas de algunos ensayos nucleares.

El caso es que hemos creado un monstruo llamado contaminación, y otro llamado consumismo, a los que hay que alimentar día a día.

Sería una tragedia para los consumidores que no hubieran tomates, o ajos negros durante una semana. Sería una tragedia que no hubieran huevos durante tres días.  Sería una tragedia, que no hubiera merluza, ternera, mejillones, naranjas   o gambas durante todo un mes.  Sería una tragedia no disponer de cremas y perfumes de un millón de variedades.  Sería una tragedia, no disponer de suavizantes o quitamanchas para la ropa, gomina, lacas, maquillajes… ¡y gasolina!

¿Nos hemos  planteado la dependencia que tenemos de nuestro consumismo? ¿En serio no podemos pasar de nada de lo que nos abastecemos en nuestra vida cotidiana?

La paradoja es que  decimos queremos ser "diferentes, ecológicos y sostenibles", pero en realidad lo queremos todo cómodo y rutinario: por ejemplo, la temperatura de donde estemos, la queremos a 23 grados centígrados ¡todo el año!  Sea en casa,  en La Oficina o en El Centro comercial.  En invierno y en verano. o que siempre haya Tofu en la estantería, pues "lo necesitamos".

Tiramos toneladas de comida. Toneladas diarias. La paradoja es que también traemos a golpe de  combustible de la isla Delicatessen del pacífico, por poner algun ejemplo,  algunos kilos de frutas exóticas en su justa maduración, para el brunch de la boda, o del coctel de empresa,  y ¡ojo!  en un avión, para que su calidad sea la óptima. Coste económico: 20 euros el kg. por decir algo...  Coste medioambiental: ¡no se valora! No tiene precio, pero muchas consecuencias.Y no todas son positivas.

Muchos millones de niños se mueren de hambre  en los paises subdesarrollados porque no se invierte la tecnología de la que disponemos  para cultivar la tierra, para prepararla para un cultivo adecuado a su clima y a sus necesidades básicas. ¡Qué menos! Algunas  mujeres de estos países subdesarrollados, fueron las que aprendieron a recoger agua con la que regar sus escasos cultivos, mediante  una red de plástico puesta al viés y sujeta en alto con unos palos de diferente medida. En el extremo, un recipiente de agua. Con la condensación del relente de la noche, tras las altas temperaturas diurnas, gota a gota , la condensación les proporciona un litro diario de agua… (Pensemos...)

Nuestra sociedad desarrollada se ha vuelto tan exigente, que ya no concebimos que nuestros deseos NO sean satisfechos de inmediato; incluso las aplicaciones de nuestro móbil contribuyen a acelerar el fast food, las compras compulsivas que se satisfacen ipso-facto, con solo presionar una tecla o un botón. Las App nos avisan y facilitan nuestras gestiones, pues ya no tenemos tiempo para tanto control, con tantas teclas que tocamos al cabo del día, ese en que estamos enganchados en las redes, mientras dejamos de hablar con los que tenemos al lado.  El hecho de no utilizar dinero físico también nos disfraza la precariedad de nuestra cuenta, dejando para pagar con la VISA de mañana, lo que no podemos comprar hoy.

El lema es :  ¡No pienses, nosotros lo hacemos por ti!

Las caravanas de coches  se acumulan en las carreteras para cumplir con el  ritual  diario  de acompañar a nuestros hijos al colegio,  o para ir a comprar al centro comercial que está a diez kilómetros de casa, porque en el supermercado del barrio …¡no tienen de nada!  Unas caravanas y tráfico denso cuyas emisiones hacen de —nube-puente—  entre el lapso de tiempo que transcurre desde los  exagerados aires acondicionados del verano y las exageradas calefacciones del invierno, pues encima pretendemos ir en mangas de camisa, o top por casa. Es mas cómodo. (Pensemos)

La cantidad de calor que generan los automóviles y los aparatos  de climatización es desorbitada. El consumo eléctrico de los ordenadores y routers, encendidos indefinidamente, por la pereza de encenderlos y apagarlos, porque ya no consentimos una espera de un minuto, genera un coste energético considerable que se desperdicia en todo el planeta. El  abundante hielo que desperdiciamos en los vasos del refresco, tiene un coste energético que no valoramos. Los refrigeradores son los aparatos  que más energía consumen. (Pensemos)

¡Es desquiciante  nuestra conducta en términos medioambientales!

Intentemos pasar por al lado del aparato de un aire acondicionado… Sí. Esa rejilla que expulsa el calor de la maquinaria. No puede uno ni acercarse.¡Quema! y  además, por si fuera poco,  ocurre en verano, cuando la temperatura natural  de nuestras latitudes es calurosa.  ¿Acaso  ayudan a enfriar  la atmósfera?   ¿Tiene algún sentido generar mas calor ?  

¿Donde quedaron las calles  anchas con alamedas de árboles que nos daban sombra en nuestros pueblos y ciudades?  Cada vez más son difíciles de encontrar. Acaso alguna rambla, paseo o avenida   cobijan a algunas decenas de ellos.  Pero frecuentemente en las calles  estrechas han sido sustituidos por  especies perennes que  apenas crecen y que no "ensucian"  las aceras con la caída de la hoja, algunos recortados y dispuestos sin ton ni son.  

¿Donde quedaron las paredes de medio metro de grosor de las casas de los pueblos, así como las persianas, las esteras y las cortinas en puertas y ventanas? ¿Donde quedaron los árboles  caducos del jardín?  Esos que eran plantados en la cara sur y suroeste, para aliviar  la intensa radiación del sol en verano y así procurar un espacio bajo sus ramas donde el  aire fuera enfriado por aquella sombra "sostenible".  Y que,  también permitían el paso de  la calidez del sol invernal,  ya que sus ramas   quedan desnudas de sus hojas  en otoño  e invierno. 

El calor generado en los edificios, ya  sea por los aparatos de aire acondicionado o  por las emisiones de las calefacciones,  sube y sube, como la energía que consumimos con los ascensores, tan necesarios en esos edificios altísimos, precisamente por la especulación del suelo, ese engranaje en el que estamos subidos todos. Seguimos construyendo ciudades y pueblos insostenibles. Seguimos utilizando energías insostenibles.

¡Que diferente sería la vida urbana con edificios de dos o tres pisos y alamedas en las calles!























Todavía quedan pueblos  costeros, como éste en la costa Veneciana, o como ocurre todavía en nuestras rías de Galicia, o  en los canales de Holanda,   que  tienen el privilegio de poder mantener a raya la altura de sus edificios y  porque aún  utilizan  el transporte  fluvial para  algunos de sus desplazamientos habituales, aunque su mayor incentivo es ir andando y utilizar  las bicicletas. 

Volvamos a la atmósfera. Más allá del queroseno que queman los aviones, — que supone aproximadamente mil doscientos litros por cada cien kilómetros—, lo cierto es que dividido entre los cientos de pasajeros que puede llevar un Boeing 747, sale a una media similar al gasto de un vehículo todo terreno; lo leí recientemente en un artículo al que le he perdido la pista.  ¿Por otra parte cuántos todo terreno vemos en las ciudades, para llevar los niños al colegio o ir a comprar a un centro comercial?  ¿Tiene esto algún sentido? Los coches son cada vez mas grandes y potentes.  y…., ¿para hacer qué? ¿correr a más velocidad? 

Se promueve el comercio y el uso de los combustibles contaminantes, —hasta que, a  algunos gobernantes  les interese promocionar — en un momento político adecuado—   el invertir, o no poner palos a las ruedas  a las energías las renovables, como ocurre con las placas solares de auto consumo,  el coche eléctrico a precio asequible o  el motor de agua,  ese que no cesa de sufrir demoras desde hace varias décadas—.

Pero  todo ha de ir a SU tiempo ( al de ellos, me refiero )…al de  esos políticos y empresarios, que especulan con el momento oportuno para frenar, o para  promocionar el lanzamiento de nuevas energías; momento que tampoco se ajusta a la demanda social, ni  a la salubridad de las ciudades;  ni tampoco al que necesita la atmósfera del planeta. Parece que sus intereses están ligados a los requisitos político-empresariales del momento, como ocurre  por ejemplo, con el sistema de envasado alimentario... ¡Un gran tema!

Ese  disparatado consumo de envasados del que  nos responsabilizan a los consumidores, para que reciclemos, porque generamos muchas basuras. ¿Nosotros? ¿Que nosotros generamos más basuras? ¡Son los productos que compramos, los que llevan el envase! ¡Los productos que nos ofrecen los comercios! Los mayoristas y la industria, que ha incorporado en su marketing, un valor añadido que se corresponde con la comodidad y "limpieza..., que no salubridad", que proporcionan sus productos  a los que normalizan la forma, peso y volumen para la optimización  del transporte y la distribución.

También son responsables los gobiernos pasados y presentes (y probablemente futuros) que no decretan ni legislan medidas urgentes para minimizar  y penalizar la fabricación de los  multienvases y  envases desechables. Tampoco legislan medidas para poder  reutilizarlos. El envasado  supercómodo y  a medida, incluso en porción individual para  cada consumidor y de apariencia multicolor, repleta de tintas contaminantes está pensado para estimular  el aumento de las ventas. Pero  pensemos:  ¿A  costa de qué?

Nuestro consumismo desaforado  tiene un peso relevante y por tanto, también somos co-responsables con nuestra demanda y con nuestra exigencia sobre los productos de consumo. Compramos y compramos por y para nuestra comodidad elevada a la enésima potencia.  El trasiego  y el volumen de mercancías transcontinentales para satisfacer nuestras demandas de consumo es colosal. ¡Demencial!



Uno de los porta contenedores mercantes, el mas grande, similar al de la imagen de arriba, puede consumir más de 4.000 litros de combustible -¡por hora!-, en el recorrido que hace cargado desde  los puertos asiáticos hasta el continente europeo.  Lo paradójico de todo esto, es que hay muchas maneras de transportar las mercancías. Y muchas maneras de comprar y de obtener lo que necesitamos, que no sean tan compulsivas como las que hemos desarrollado y fomentado en estos últimos años, además de la velocidad vertiginosa a la que se hace.

Demasiado capricho. Demasiada inmediatez. ¿Es necesario  cultivar, a base de calefacción hortalizas de las que no es su época natural y trasladarlas a la otra parte del mundo "para tener de todo a todas horas y cada día del año"? Por no hablar de las ropas de algodón que se fabrican en la otra parte del mundo  y que vestimos en Europa y América. ¿Donde están los campos de algodón andaluces y castellanos?  ¿Tiene algún sentido importar o exportar productos y objetos a tanta distancia a golpe de combustible?

La globalización está resultando ser como el arsénico para la salud del planeta:  un veneno que mata poco a poco. 

Compramos a bajo coste, por lo cual tirar  y desperdiciar nos resulta más fácil y menos punitivo. Hemos devaluado el valor del dinero. Del esfuerzo. De la durabilidad y del aprovechamiento de ropas y utensilios. De las máquinas. De los coches. De los móviles. De las pilas...

La frase diabólica de nuestra sociedad actual, es: 

Total…¡me cuesta mas caro repararlo, que comprar uno nuevo! Y es cierto.  

La obsolescencia es un estrategia potente, permitida y legalizada, que promueve una constante obtención de materias primas y favorece la acumulación de residuos no biodegradables. Esos que han pasado a ser el negocio del siglo para algunos, cuando la política medioambiental y de residuos debería de ir encaminada a la -reutilización-, como primer objetivo, y al reciclaje como última opción.

Los envases de cristal reutilizables  deberían ser un objetivo primordial, que además  están libres  de los agentes cancerígenos que llevan los plásticos,  el aluminio, los films, poliuretanos y  aditivos, esos que envuelven nuestros alimentos y  que contienen el agua,  los zumos y la leche que bebemos en decenas de envases y recipientes mil,  que  inundan  de plástico nuestros hogares. Que enferman nuestro organismo,  que alteran nuestras hormonas a través de algunos disrruptores endocrinos con que se fabrican todavía en algunos países y que probablemente  generan cáncer y algunas alteraciones hormonales y orgánicas.

¿Tiene algún sentido seguir construyendo polígonos industriales  en nuestro país, unos al lado de otros,  que son polígonos fantasmas, -pues están vacíos desde  hace décadas-, y que,  están tapizando con su cemento, cientos de hectáreas y hectáreas de tierra cultivable, mientras la  población pasa hambre, pudiendo cultivar alimentos frescos cerca de casa? ¡Qué despropósito!  

Lo triste es que hemos integrado ya  en nuestro día a día, por poner un ejemplo,  que es necesario comer tomates y berenjenas en enero. Y delicias de huevos de grillo, con nata montada en tela de araña caramelizada, aderezada con perlas de ostra escarificada. Y no lo es.  Nos hemos creado necesidades ficticias.
Nos —han—  creado necesidades ficticias.  ¡Esto no es sostenible!  Buscamos compulsivamente los productos elaborados que hemos catalogado como imprescindibles para nuestra vida diaria en la estantería del supermarket… ¿Imprescindibles? (Pensemos)

Disminuye día a día  el tiempo y la extensión de las tierras  de cultivo en barbecho y se fuerza con fertilizantes a que la tierra  cultivada dé más y más frutos. Incluso en algunos invernaderos se cultiva ya sin tierra. En canales con agua y fertilizantes directamente suministrados a las raíces de las plantas. Cuando se plantan árboles frutales, a veces ya se les impregna de hormonas para el enraizamiento, luego otras para la floración, y luego los pesticidas para eliminar plagas. Y no somos conscientes de que nos estamos tragando esos químicos. En otros lugares en que las hortalizas se cultivan a la manera tradicional, el riesgo es que algún desalmado haya hecho algún vertido  tóxico en el río.  La ganadería intensiva con animales hinchados con antibióticos  producen purines en cantidades ingentes. Todo esto es  un despropósito, pues  los animales pueden estar en régimen extensivo, o en régimen mixto en el campo, donde evitarían muchos de estos problemas, si se adecuaran las granjas y sus infraestructuras; o se recuperara la transhumancia. Y comiéramos menos cantidad de carne.
¿Tiene algún sentido todo esto que hacemos?  No evaluamos las consecuencias de nuestras acciones, de nuestro ritmo de vida. La respuesta es sencilla: no tenemos tiempo, o: lo queríamos para ayer.

Volvamos al tema del combustible que quemamos en el transporte. No hace tantos años que los grandes veleros asumían el transporte de mercancías transoceánicas. Y se hacía aprovechando la fuerza del viento y la pericia de los navegantes. Se llevaban unas mercancías y se traían otras. Se amortizaba el viaje en la ida y en la vuelta: había lugar para el trueque y el cambalache, incluso  la parte destinada a la tripulación, que  comerciaba en los puertos.Y todo se desechó en pos de la industrialización y  de las máquinas, del motor y la velocidad— esa que  parece ser que supone una adicción para el ego  y el bolsillo de los humanos.

Afortunadamente  somos muchos en este planeta que pensamos que las cosas podrían ir de otra manera, aunque todavía no las hagamos bien.  De vez en cuando aparece alguien con buenas ideas.  Emprendedores entusiasmados  que llevan a cabo algunas acciones que parece que vayan  contracorriente y que se tildan de  idea alocada. Pero quizás vayan en la buena dirección. Esto está pasando y, aunque sea a un nivel  incipiente con el transporte marítimo de mercaderías, utilizando la fuerza del viento, de nuevo, con las velas.



Desde el año 2009, el Bergantín Tres Hombres, en aquel entonces bajo bandera holandesa, transportaba en sus bodegas 35 toneladas de mercancías como  ron, café y Champagne entre Europa, Las Islas Canarias, el Caribe y América.  Actualmente ya son dos bergantines los que se dedican a estos menesteres. Un número ínfimo, que tiene no obstante, un gran valor.

Como un ejemplo espectacular, pensemos en el Cutty Sark, el precioso clíper  que podéis contemplar en  dique seco en Inglaterra. Este  precioso navío  que en el año  1872 desplazaba casi 1000 toneladas  brutas en un trayecto de  666 kilómetros (360 millas náuticas en 24 h. a 15 nudos.  ¡Quince nudos! Un buque magnífico de 65 metros de eslora (largo), 11 metros de manga (ancho) y seis y pico de calado que surcó los mares en la Carrera del Té y la Lana. Y que ahora está, como en un museo, estático y pasivo en dique seco, a pesar del potencial que tendría en buen uso. 

Evidentemente que la menor velocidad y el considerable aumento  del tiempo del trayecto que realiza un buque a vela,  no puede cumplir con tiempos fijos en el transporte —ya que un velero está impulsado por los vientos y  no puede ser constante, por lo que ha de habilitarse  un motor—, pero barcos como éstos abaratarían sustancialmente el coste  ambiental para nuestros dañados ecosistemas, aún con el soporte de  motores, pues sería sustancialmente más bajo el gasto de combustible.

[El velero mercante más grande fue el  construido por un armador alemán: Ferdinand Laeisz en Hamburgo.  El Preussen, botado en 1.902  Tenía 134 metros de eslora, un aparejo de fragata, con 5 mástiles y podía cargar 8.000 toneladas en sus bodegas, cubriendo la línea Hamburgo-Chile en algo más de 66 días. Su velocidad media era de 6-8 nudos, aunque llegó a alcanzar puntas de 14 y 17 nudos (millas/hora)   Fuente: A sotavento, escuela de vela]

Y no vale el argumento de que estos mastodontes no tendrían lugar, ni  infraestructuras y astilleros adecuados donde ubicarlos en la actualidad, pues bien que se construyen y hacen sitio a codazos en nuestros puertos unos supermuelles adaptados  para ubicar  los megayates de famosos magnates, multimillonarios y políticos, así como los  monstruosos cruceros y ferrys dedicados al turismo;  que dicho sea de paso, queman cantidades ingentes y escandalosas de combustible.

En este planeta vivimos con un jet lag permanente, pues queremos ganarle tiempo al tiempo a golpe de motores y velocidad. Lo queremos todo. Y  de inmediato, pues  no paran de repetirnos que tenemos derecho a ello. Eso nos han dicho. ¡Que tenemos derecho!

El nivel de automatización de nuestras conductas y  también de  las instalaciones  y accesorios para hacernos la vida más cómoda, crece y crece. Y el nivel de exigencia para nuestra inmediata satisfacción  y comodidad también.

Es muy fácil tirar el aceite por el desagüe, y desperdiciar el agua como hacemos en las grandes urbes. Nos permitimos tirar o dar ropa continuamente, porque la de este año es mas chic o mas fashion. Y podemos hacerlo porque tras ese cardigan y  esos tejanos de cada temporada, hay muchos niños y mujeres explotadas con jornadas interminables, exposiciones a tintes y sustancias tóxicas y sueldos bajos, para que los precios sean mas asequibles Así se instala el consumo indolente.  Y si pensamos que por no pensar en ello, nuestra conciencia y nuestro bienestar están a salvo, nos equivocamos.

La tierra se está quejando  de tanta explotación, de tanto maltrato, de tanta intrusión en sus entrañas y de tanto calor  que producimos en el único espacio en que puede refrigerarse la tierra  para compensar sus ciclos: la atmósfera. Hemos perdido, además, el natural contacto con la naturaleza. Nos hemos alejado de ella y no leemos los cambios que nos advierten del revulsivo que ésta prepara, para lograr mantener su temperatura, la temperatura vital del planeta.  Serán tsunamis, terremotos, sequías, diluvios y vientos huracanados. Será lo que tenga que ser. La tierra  y el mar sobrevivirán, seguramente sin nosotros y sin las especies que los pueblan ahora, para encontrar un nuevo equilibrio.

Deberíamos amar y cuidar nuestro planeta, pues  la tierra y el mar son  generosos cuando los respetamos y restringimos el impacto y la interferencia  con que actuamos sobre ellos.

A diferencia del verano,—siempre activo, acelerado y un tanto inconsciente, puesto que aprovechamos las vacaciones para "olvidarnos de todo"—,  el otoño, nos brinda recogimiento y  sobriedad.  La madre tierra hace acopio de nutrientes y descanso. Se aletarga para transitar de la mejor manera el invierno, mientras gesta la primavera.  Un nuevo ciclo de esperanza.

 Sería bueno reflexionar sobre todo esto.  ¡El cambio está en nuestras manos!




Para amenizar la entrada de hoy comparto con vosotros un  fragmento de uno de mis relatos de ficción.

(…)

El caso, es que a Max, las horas se le hacían eternas. Y sin alicientes. A él no le  satisfacían las cosas que a sus coetáneos les distraían, o con las que los aleccionaban. Su padre, siempre ausente, trabajaba de conductor de aviobuses y tenía que realizar viajes supersónicos  regulares a las antípodas, durante tres semanas al mes. Luego, disponía de una semana de fiesta, en la que tenía que descansar, ayudar a su esposa y procurar no perderse las pocas horas que podía estar con su único hijo, Max.  Además de recuperarse del Jet-lag.

Plup plup

Szzzzz  Szzz —Max quiere hablar con usted—, Szzzzz
—Dime, ¿Pasa algo?  Te has levantado pronto. Estoy en el Magnetotrail y lo mismo pierdo cobertura
—¿Papá va a llegar hoy?
—Sí. Hoy es  viernes y final de mes. Le toca semana de  descanso.
—Pues yo iré a extraescolares con Mix. No quiero aguantarle  el malhumor del jet lag cuando llegue.

Szzzzzzzz no se preocupe. Szzzzzzz voy con él .Szzzz —dijo Nini—.
—Bueno, pero  a papa  le gustaría verte. Aunque es cierto, siempre viene de malhumor…Hmmm Mejor que duerma tranquilo. Nos vemos todos  a la hora de cenar.
—Trae crema de tortilla, que el  puré Transgenimit me sale por las orejas. Ayer volvieron a ponerlo en el comedor de la escuela.
—Vale. Compraré porrusalda escarificada y Delifish. Y un helado de Kelp para celebrarlo. Un beso.
—Vaaale. Un beso. Chao.

Plup, plup

La madre de Max,  trabajaba a turnos en la  Central de Protones Escindidos SAI., una empresa internacional dedicada a la energía, de la que dependían todas las demás industrias.  Trabajaba  a turnos  de cuatro horas, —durante doce horas al día—, con un descanso de una hora entre cada turno, con lo cual, apenas llegaba a casa, que ya tenía que volver a irse. El período de descanso era del todo  insuficiente, pues trabajaba de lunes a sábados y los domingos estaba de guardia localizable.

Esto era así por una estrategia laboral de la Polishtika,— la cámara de gobernantes nacionales, que había firmado un pacto laboral con Enterprises Arround,  gestora laboral de ámbito internacional. Su finalidad era conseguir que los individuos  fueran muy estresados, y que no tuvieran tiempo para pensar, ni organizar revueltas, ni protestas. Esto lo sabían todos los habitantes de la región de Silverdrón, pero nadie disponía —ni del tiempo necesario, ni de espacios donde reunirse libremente, ni de las fuerzas necesarias—,  sin que los Varapalo —las unidades de vigilancia y control—, se metieran de por medio, encarcelándolos y  quitándoles a sus hijos ante cualquier infracción de la ley.  La condena solía consistir en que el  gobierno se hiciera cargo  de la alienación  y cuidados básicos de los niños expropiados, hasta los catorce años, en que se les incrustaba un chip en el cerebro, se les esterilizaba y pasaban a trabajar en la cadena productiva que el gobierno considerara más adecuada para ellos, según su perfil de aptitudes. Por ello los padres estaban totalmente condicionados y  procuraban que sus hijos fueran “normales” y cumplieran con las normas exigidas por el gobierno. Era su seguro de integridad.

Los habitáculos en los domicilios de Silverdrón eran reducidos, y la vida muy rutinaria y rígida. Controlada hasta la saciedad. Los únicos grandes espacios que podían visitar o utilizar para conciertos de música cósmica, partidos de futbol  y mítines del gobierno, eran los estadios de futbol y los de atletismo, que estaban controlados por las fuerzas de seguridad con todo tipo de artilugios remotos.
Un ejército de aeronaves y drones,  así  como algunas  vallas  autobloqueantes automaticas, enjaulaban al público de los estadios, confinándolos hasta nueva orden en el estadio, al menor indicio de conductas anómalas.  Tambien ocurría  esto en las grandes superficies comerciales de consumo, de manera que el propio público o cliente, era el principal represor de conductas no autorizadas de algunos individuos, que, para bien o para mal, quisieran manifestar alguna disensión sobre las normativas u objetivos impuestos.

Las iglesias, las catedrales y otros lugares de culto, como mezquitas y monasterios, habían sido reconvertidas por sus características, en rocódromos,  hospitales,  salas de arte, discotecas, centros de fitness y platós de rodaje para la cromovisión y el cinemax. Los  bellísimos claustros eclesiásticos,  se transformaron en  salones de belleza con spas y jardines interiores  que contaban con la misma seguridad gubernamental y las mismas sofisticadas estrategias de control, que  en los estadios.

No había lugar para la individualidad ni para el silencio y el recogimiento o un buen descanso.  Las bibliotecas habían sido vaciadas, quemadas y  destruidas, haciendo de ellas un silo de compost con los libros carbonizados, que nutrían a los viveros de hortalizas urbanas para el autoconsumo de cada área de la ciudad. Los pocos libros que los ancianos pudieron rescatar, quedaron confinados, como ellos, en los resorts petrolíferos, en alta mar, aislados de la vida activa y privados de relación con los demás, salvo la que autorizaba  la cámara gubernamental, la Polishtika. 

Las reservas naturales terrestres y marítimas solo se podían  contemplar, viajando en unas vagonetas aerodinámicas, parecidas a una cápsula medicamentosa gigante, llamadas aviobuses, —donde trabajaba el padre de Max—que se desplazaban por la acción magnética de sus componentes, recorriendo unas bóvedas  que había a diferentes niveles de la atmósfera del planeta, mediante unos túneles  acristalados, dotados de sendos soportes  magnéticos. 

Estas bóvedas cubrían las ciudades por  encima de mares y continentes, en una red infinita de comunicaciones selladas, con rotondas de enlaces que encauzaban a la gente  a sus destinos, —programados y predeterminados por el gobierno de cada región y de cada continente—, cuyo recorrido transoceánico constituía una especie de autopista elevada por grandes columnas que se asentaban en el fondo. Cada individuo tenía un itinerario y área de mobilidad prefijada de por vida, que era controlada también a través del chip que se le  ponía al indivíduo a los catorce años. La infracción de esta norma, era castigada con la pena de muerte por inhalación en una cámara de gas automatizada, y  esto era retransmitido en directo por las megatablets de que disponían todos los hábitats, como sentencia gubernamental a la desobediencia.

El gobierno de Silverdrón no permitía a sus habitantes tener mascotas.  Para acallar a algunos activistas que reivindicaban sus opciones animalistas en el congreso,  habilitaron una especie de zoos, —los  Gataves— , que eran unos estadios ubicados en Mascotaland, un área cuyo acceso estaba restringido—. Los Gataves estaban cubiertos en parte, con césped y árboles artificiales autolavables, donde  los drones mantenían el orden y la limpieza al minuto.  Se solicitaba hora por videollamada, en la que  los usuarios seleccionaban el codigo del gato o ave con el que —niños y mayores— quisieran pasar un máximo de dos horas al mes, en un mismo día. Estaba prohibido ponerles nombres. Por ello estaban  numerados y codificados.


El gobierno era consciente que los animales fomentaban la sociabilidad y la emotividad. Y era peligroso no controlar estas emociones. Las emociones causaban problemas al gobierno, porque podían desestabilizar el sistema.  Tenían que mantener un nivel de indolencia y pasividad adecuado para que todo funcionara bien. Por ello los perros, los delfinarios, los caballos y los primates, entre otros animales,  estaban prohibidos, especialmente, puesto que eran animales con un índice empático alto.  Estos animales solo vivían en el medio natural, que era inaccesible para los habitantes de Silverdrón…

(…)


Mi recomendación  literaria  es en esta ocasión:  "Un mundo Feliz" y  "La isla",  de Aldous Huxley.

¡Hasta pronto!