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viernes, 9 de marzo de 2018

De Mujercitas, a Tomb Raider. #loscuentosdeflora

¡Bienvenidos de nuevo!



Hoy en nuestro país la movilización de las mujeres ha sido multitudinaria y hemos expresado nuestras lícitas reivindicaciones, como personas, trabajadoras, estudiantes y madres, hijas, esposas…  El aluvión de noticias al respecto ha sido la constante de todo el día. Un éxito.

Desde hace siglos las mujeres han luchado de la mejor manera que han sabido dentro de los medios de los que disponían, para  liberarse de la opresión, de la humillación , del control y del cerco social que habitualmente, —antaño— , padres, hermanos, abuelos  y luego el que sería su marido, ejercían sobre sus vidas. Y lo peor,  es que a veces quien más controlaba que se cumplieran los designios de los hombres, eran las propias mujeres de la familia… Era una cuestión cultural, costumbrista y religiosa en las cuales, las palabras poseer y servir solo eran aplicadas a la mujer. Pero… ¡eh! que tampoco las admitimos para aplicarlas al hombre.

El hombre también ha utilizado desde hace siglos, a la mujer como herramienta para criar y también controlar a sus propios hijos. Y sobre todo a las hijas. Y las mujeres se avenían a ello aunque contrariadas. Lo hacían por miedo, claro está.  Por miedo al maltrato físico  y al sufrimiento emocional; al menosprecio, a los gritos, a  la humillación, incluso a la obligación de mantener las formas de cara a la sociedad.  También tenían miedo y soportaban en sus carnes el castigo físico que iba dirigido a las niñas, si éstas se rebelaban al estatus machista exigido en la familia. Incluso eran menospreciadas por no haber nacido niño— y de esto no hace tantos años, pues me refiero a los tiempos de mil novecientos veinte,  que puede coincidir con la edad de nuestros abuelos— ,  pues lo cierto es que los varones eran mas valorados por el padre. El hijo varón, —en caso de que  pudiera estudiar carrera  algún hijo en la familia— , era el candidato elegido y preferentemente el primogénito. Si, también para esto el hombre había puesto jerarquías.  

Las niñas estaban destinadas a casarse incluso antes de su mayoría de edad, frecuentemente entre los dieciséis y dieciocho años... Pero no solo sufrían estos maltratos las niñas, sino los niños también. A ellos también les pegaban y les decían, no llores, que  si lloras no eres hombre y pareces una niña...  Y de todo esto aprendían a que el rígido, el inflexible y el violento, son los que mandan. Y el que manda nunca llora.  Así se transmitía el modelo del rol masculino mal entendido.  También ellos fueron víctimas  del machismo del padre en su infancia. 

Dentro de todo este despropósito,  algunas  mujeres pudieron salir de este infierno gracias a su propio coraje y  en ocasiones gracias al encubrimiento de los problemas de la crianza de sus hijos y al disimulo, pero sobre todo gracias  a la solidaridad de otras mujeres; porque si hay algo  muy positivo que las mujeres tenemos, es la solidaridad con el sufrimiento; es muy habitual que compartamos nuestros sentimientos y emociones entre nosotras. Las mujeres sabemos hacer piña. 

Es  triste que a los hombres los  educaran desde el origen de los tiempos a no mostrar socialmente lo que sienten y  a mantener posturas rígidas estereotipadas y que les hayan inculcado y burlado con  un sentido del ridículo magnificado.  Afortunadamente con el paso del tiempo todas estas dificultades en la comunicación  entre las personas, entre hombres y mujeres, se van solucionando, aunque  con lentitud, pues aún persisten socialmente la justificación o una tolerancia laxa hacia el maltrato, el servilismo y la humillación de la mujer. Persisten los celos,  pues los hombres todavía entienden el amor  como una posesión y viceversa;  y persiste en nuestra sociedad el control obsesivo de la vida y el entorno social, laboral y familiar de las mujeres en un abanico demasiado amplio de la población.

Todo ello está refrendado en algunos de mis relatos, con un fragmento de los cuales quiero amenizar la entrada de hoy y que se titula:  "Un día cualquiera de verano".


(….)

Al cabo de un rato, las niñas se bajaron del columpio y fueron para casa. Marta y Catalina se hallaban delante de la puerta de ésta, puesto que era la hora de la cena. Marta había decidido acompañarla, pues pensó que al ir con ella, no le pegarían, como otras veces. Y nerviosas, picaron al timbre... Tras la puerta se escuchaban gritos y golpes. Y ambas niñas se miraron. Las dos tenían miedo. Una más que la otra.
—¿Quién es?  —Preguntaron a través de la puerta—.
—Madre soy yo.
Y transcurrieron unos segundos sin que nadie abriera, pero se escuchaba hablar tras la puerta. Luego entreabrió la puerta Susa —la madre de Catalina— , con un ojo morado, y unos arañazos en el brazo y en la cara…
—Marta, mejor que te fueras a tu casa… Mejor que hoy no entres. Vete.
—Caty ha de devolverme unas gomas que le dejé —argumentó Marta para ganar tiempo.
Apenas había acabado de decir esto, cuando una mano ruda, salió de detrás de Susa y agarró a Caty por el brazo. Era Cantreras, — su padre— , que había vuelto. El padre de Caty era un hombre delgado, con huesudos pómulos y una barriga prominente y caída. Su tez, siempre cenicienta solía estar cubierta por una barba dejada, de un par o tres de días. Y sus manos callosas — fruto del duro trabajo cuando lo tenía— , quizás lo fueran también, de tantos golpes como les llegaba a dar a todos. Quizas porque estuviera enfermo de tanto alcohol. Entonces Cantreras dio la cara y salió de detrás de la puerta, y miró a Marta con mal talante. Y obligó a su hija a ir para adentro entre insultos y collejas.
—Hija de perra. ¡Zorra! ¿Dónde estabas? ¿Eh? ¡Pasa…! pasa para dentro que te voy a reventar la cabeza.  — ¿Cómo que no estabas ayudando a tu madre?
Susa — mirando al suelo, fue a cerrar la puerta—, cuando Marta puso un pie en el dintel de la puerta.
—¡Déjela!…déjela. ¡No le pegue! —le gritó al padre, mientras se colaba de improviso a casa de su amiga, aprovechando la sorpresa de Susa—, que no acertó a impedirle el paso en aquel momento.
—Vete, vete —decía angustiada Susa en voz baja, empujando a Marta hacia la puerta.
—¿Qué le ha hecho Caty? ¿Por qué le pega usted así? —dijo desgañitándose Marta, muy alterada al ver como aquel hombre descargaba su puño contra aquella niña que era su amiga. ¡Pare! ¡No le pegue más! ¿No ve que le hace daño? —dijo con firmeza Marta, a pesar de su corta edad....
Aquel hombre, incrédulo, paró de pegarle a Caty y se quedó mirando a Marta, quien le aguantó la mirada, mientras le temblaban las piernas y su respiración se aceleraba.
—Métete en tus asuntos niña, que te voy a dar un guantazo a tí también. Mira la mocosa ésta —dijo con mal talante.
—Vete, niña, vete —dijo Susa  mirando con los ojos desencajados a Marta… ¡Que te vayas!

Caty aprovechó el inciso para zafarse y corriendo se encerró en su habitación con llave. Porque en aquella casa, todas las puertas tenían llave. Ese momento lo aprovechó Susa para tirarle algunos cacharros a su marido por la cabeza, gritándole e insultándolo, pues la cocina daba al recibidor y los tenía a mano, sobre el mármol blanco. Y habiéndole dado con un cazo, el hombre, — que estaba bastante borracho—, se tambaleó. Susa —que era una mujer recia y  mucho más fuerte que su marido—,  lo cogió estirándo de él por la camisa y el cinturón y lo echó afuera,  a la escalera. Y cerró la puerta, con las mejillas encendidas, y jadeando.
Marta estaba temblando ante lo ocurrido. Le costaba respirar y el corazón le latía con tanta fuerza que diríase que se le salía del pecho y tenía las mejillas encendidas. Ella no podía entender toda aquella violencia. Pero a pesar del miedo que la atenazaba, no había podido quedarse pasiva ante el maltrato que le habían infringido a su amiga y que había pasado delante de sus ojos.
—Este loco cualquier día nos mata. ¡Marta tenías que haberte ido! Esto son cosas de familia. —En todas las familias hay problemas. Seguro que a ti también te dan una zurra cuando haces algo mal.
—No. A mí no me han pegado nunca respondió categóricamente Marta.
—Pues ya me extraña…—dijo Susa un tanto sorprendida por la firmeza de la contestación. Pero escúchame bien:  aunque veas así a mi marido, luego, cuando se le pasa la borrachera, no es mala persona —añadió visiblemente afectada. Y nos quiere mucho. Es el alcohol que lo tiene perdido.
Marta la escuchó en silencio. No entendía todo aquello que le contaba Susa. Marta no podía imaginarse que sus padres, que tanto la querían, pudieran comportarse así. Nunca lo habían hecho y estaba muy segura de que nunca lo harían. Lo que ocurría ante sus ojos era otra cosa. No era amor. No era solo el alcohol… No era un simple cachete. O una riña en la que se hubieran perdido los nervios puntualmente. Marta sabía que algo parecido les ocurría a algunas otras compañeras de su clase… Solo sabía que no podía ver aquello y darse media vuelta sin decir nada.
—Ahora no puedes salir Marta, que es capaz de tirarte escaleras abajo —dijo Susa mientras observaba por la mirilla, —pues vio que su marido, luego de aporrear la maciza puerta, se había quedado en la escalera—. Esperando.
—Ya saldréis… ¡Zorras, malas putas! —gritó Cantreras tambaleándose en el rellano.
—Espérate…—dijo sollozando Susa, mientras se enjugaba las lágrimas con un pañuelo que llevaba guardado en el escote.
En eso que salió Caty de la habitación y Susa, en un arrebato, se fue para ella y comenzó a pegarle con rabia y a insultarla. También…  Marta, asombrada, no daba crédito a lo que ocurría.
—¿No te he dicho yo que no volvieras tarde? ¿Ves lo que has conseguido?..
—¡Madre no me pegue. Si no he venido tarde — dijo Caty desesperada— , mientras lloraba sin parar, cubriéndose con los brazos la cabeza y la cara. Siempre me echa usted la culpa de todo a mí.
Hi hi….snzzz. —dijo la niña llorando.
—¡Susa no le pegue más! —dijo Marta gritando y sujetándola por el brazo. Y Caty, zafándose, volvió a encerrarse en la habitación, llorando a moco tendido. Y no volvió a salir.
Susa rompió a llorar. Las lágrimas que brotaban de sus ojos negros, se juntaban con sus mocos —que, como chorros, resbalaban por su cara—, y entonces dijo enfurecida:
—¡Tú también tienes la culpa!
 Sino hubieras entrado, lo mismo su padre solo le habría dado un par de bofetadas… ¡No vuelvas más por aquí Marta! ¿Me oyes? No quiero verte más esta casa. Puedes jugar con Caty en la calle y ya está. En menudo problema nos has metido hoy…—dijo tapándose los ojos con las manos.
—Puedo llamar a mi padre…
—Ya no tenemos teléfono —dijo mirando el aparato roto que había sobre el aparador, con el cable arrancado. Tengo que bajar a la cabina de la plaza si quiero llamar... ¿Y ahora qué hacemos? No puedes salir mientras esté ahí. Que nos mata a palos a las tres. ¡No se caerá por las escaleras y se abrirá la crisma, Dios me perdone. ¡Me voy a volver locaaaaaaaa…¡Aaaargggg! —gritó fuera de sí, tirando varios objetos del aparador contra la puerta.
Y con la mano sujetándose la cabeza, Susa, derrotada, se sentó apoyada sobre la mesa de aquel humilde comedor, mientras ella y Marta escuchaban en silencio a su marido, que seguía aporreando la puerta, profiriendo insultos, a cual más soez.  De repente Susa miró a Marta, y con una súbita energía se dirigió hacia la habitación que daba al cielo abierto de la finca. Y abrió la ventana y comenzó a gritar.
—Antoniaaaaa, Antoniaaaa —gritó Susa por el cielo abierto, a la vecina del segundo, la del piso de abajo—, cuyo marido frecuentaba el bar con Cantreras.
—¿Susaaa? ¿Qué te pasa?
—Vete al cuartelillo y di que hay unos hombres que  están robando en los pisos del tercero… ¡Corre!
—Por los clavos de Cristo… ¿Es eso verdad? ¡No me digas! —dijo la vecina con angustia.
—¡Ve y no te entretengas!…Y ojea por la mirilla antes de salir, no sea caso que te los encuentres en tu rellano. Y si ves a mi marido, tampoco abras. Que tiene un mal día…
—Ya. Ya he oído que ha vuelto. Se ha oído por toda la escalera. Voy enseguida…

El engaño de Susa surtió efecto. Y al poco aparecieron dos guardias civiles picando en las puertas del tercer piso de aquellas viviendas antiguas, de escaleras empinadas y un cielo abierto repleto de vecinas de buena voluntad. Cantreras, al ver a la pareja de guardias civiles, bajó las escaleras sin llamar demasiado la atención, como cualquier vecino borracho... Y se fue a la plazoleta y se sentó en un banco a tomar el aire, esperando a que se fueran. Susa bajo con Marta, resguardadas detrás de los guardia civiles —que despotricaban por la falsa alarma—. Y así, escondida, aprovechó para acompañarla hasta la calle...
                                                                                                                                                      (…)


Afortunadamente  las mujeres vamos recuperando el control de nuestras vidas y día a día, reafirmamos nuestra lucha y nuestras reivindicaciones.  A pesar de los años transcurridos entre la novela de Mujercitas, —en algunas ocasiones tildada de rancia y alienadora— lo cierto es que esta obra  nos mostraba la vida de las mujeres  de la época en la que se escribió como en un espejo, y si no recuerdo mal se publicó en 1898.  

No hay que olvidar que  siempre hubo y habrá muchas Jo, —la niña rebelde que se cortó los tirabuzones y que no gustaba de los juguetes propios de las niñas—.  Las mujeres como ella seguirán  dispuestas a transgredir el papel que alguien les haya asignado.  Y contrastando  aquella época con la nuestra, se evidencian  numerosas diferencias y contrastes; cambios impensables  que  podéis encontrar con el personaje de Tomb Raider, — por poner un ejemplo llamativo—,  que muestra una mujer guerrera en todo el sentido de la palabra; también  destaco  la fuerza y la violencia física con que se dota al personaje.  La ficción también ha promovido cambios importantes en su relato de género, aunque  no  igualaría los cambios que reivindicamos las mujeres con  temas como la  promoción de la violencia  en los medios y las redes sociales, tan de moda hoy día, ya sea en la literatura,  en el cine, en las series de televisión o en Twiter. 

Han habido muchos cambios en la vida de las mujeres en estos años, la mayoría para bien. Pero sinceramente, no creo que las mujeres queramos igualarnos con los hombres.  En oportunidades laborales, académicas, científicas, de libertad personal y en las tareas del hogar, sin duda alguna.  Pero igualarnos no; yo mas bien diría recuperarnos, o incluso recrearnos, redescubrirnos a nosotras mismas y expandir nuestras capacidades, que son muchas. 

Disponemos de aptitudes y actitudes magníficas, que están ligadas al hecho de ser mujeres precisamente, y ello nos proporciona muchas más ventajas: somos solidarias entre nosotras y tenemos coraje.  La palabra compromiso y la comunicación tienen un valor específico en nuestra vida. Las mujeres  nos escuchamos, hablamos, nos abrazamos, nos besamos y lloramos juntas. Reímos juntas. Bailamos juntas. Hacemos labores juntas….Las mujeres  hemos aprendido a compartir muchas cosas.  Desde tiempos ancestrales y  asociada al gen XX, nos acompaña la empatía, la tenacidad y la resistencia a las adversidades. También la organización y la buena administración de los tiempos.  Por todo ello vamos recuperando poco a poco lo que nos pertenece,  pero no por un desquite o agravio hacia los hombres, como algunos creen. 

Que esto no es ninguna revancha ni guerra.  Las mujeres queremos compartir nuestra vida con los hombres, con los niños, con los ancianos, con el trabajo, con las amigas. Queremos conciliar  con el hombre el reparto de nuestro tiempo en el día a día del hogar, sin que ello suponga dejar de disfrutar de la maternidad y del cuidado de los  que decidamos cuidar, sin renunciar a nada, pero que no sea solo a costa de nuestro esfuerzo y nuestro tiempo. Queremos compartir y  conciliar y no renunciaremos a nada. La numerosa movilización y la actitud  de la mayoría de las mujeres en este 8 de marzo, abre nuevos horizontes a nuestras aspiraciones.  ¡Ha sido un gran día!  

              

Mi  recomendación literaria para hoy, es:  ¡Ahora Yo!  Autor:   Dr. Mario Alonso Puig

¡Hasta la próxima entrada!