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martes, 25 de abril de 2017

Montserrat, la montaña mágica. #loscuentosdeflora

¡Bienvenidos!  

¡Hoy haremos un transbordo!

Hemos navegado por la costa  desde primeras horas de la mañana  y arribamos al puerto de  Barcelona a bordo del  pailebote Santa Eulalia, un precioso barco clásico de madera que es la extensión en el agua del Museo Marítimo de la ciudad condal. Una vez atracados en el Moll de la Fusta, -donde podéis visitar este magnífico velero mercante casi centenario-, me dirijo hacia el Helipuerto  que hay a pie de muelle,  donde a veces atracan  los remolcadores, salvamento marítimo, y algunos grandes veleros que visitan nuestra ciudad y que suelen amarrar  frente al Maremágnum.  


Hoy navegaremos durante unos minutos, pero esta vez será a bordo de un helicóptero,  sobre la montaña mágica que tenemos en Barcelona:  Montserrat. No voy a extenderme en explicaros la conformación geológica  ni la historia del monasterio, pues es muy extenso y podéis encontrarlo por internet, si es que no la conocéis ya. Pero si  que me gustaría dar algunas pinceladas...


                   (Las nubes copan la Canal del Mediodía, una brecha de ascenso a las cumbres por la cara sur.)

Muchas son las leyendas y las historias que se han dicho y escrito sobre esta montaña del Montserrat, ya sean de índole religiosa o laica y que se han barajado a lo largo de los siglos -esos en que los habitantes de los pueblos colindantes han ido fraguando la historia en estas tierras-, a las que pusieron nombres según sus formas o su uso. Así pues, encontramos cumbres con nombres como La Momia, Los Libros, la Roca Foradada, El Elefante y también  algunos lugares muy frecuentados, como la via ferrata de las Damas y El Camino de los Franceses. Existen numerosas vías de escalada, siendo una montaña de referencia para esta actividad. Desde hace relativamente poco también encontramos  informaciones controvertidas sobre algunos  temas ufológicos;  una novedad en que se habla de ella con misterio desde tiempos más recientes. 

¡Cada cual llegue a sus conjeturas!

Lo que si es  cierto y corroborable por todos los que la hemos visitado o contemplado desde parajes cercanos, es que nuestra mirada es atraída por el magnetismo de esta emblemática montaña. La serenidad que trasmite y la majestuosidad  que emana de sus formas, -que emergen desde las entrañas de la tierra-, hace que sus faldas se entreguen al espacio colindante con verticalidad  por lo que desciende su cota de altura con brusquedad, enmarcando los campos de cultivo y las colinas montañosas en una frontera natural confiriéndole una identidad propia, conocida incluso, allende los mares.


La abadía benedictina que hay  entre sus cumbres aserradas, posee una coral de jóvenes cantores reconocida internacionalmente y  una de las mas antiguas de Europa. En el recinto también existe una  espléndida biblioteca de mas de 300.000 volúmenes  en la que -desde el siglo XII-, los monjes copiaban manuscritos; también  alberga un archivo de  valiosos incunables, grabados y mapas, que hacen las delicias de algunos investigadores privilegiados, que son los que pueden acceder a este fondo documental e histórico. Siguiendo los  numerosos senderos de la montaña, podéis encontrar las cuevas de algunos ermitaños que todavía viven allí, donde han ocurrido historias inimaginables.


Desde los tiempos del descubrimiento, en el siglo XV, el nombre de Montserrat se ha propagado por todo el mundo ya fuera de mano de descubridores, evangelizadores, colonialistas, viajeros o peregrinos.  En mil cuatrocientos noventa y tres,  Cristóbal Colón puso este nombre a una isla del Caribe, que aún hoy día lo conserva, a pesar de que pasó a dominio británico a mediados del siglo XVII. Esta isla se encuentra entre Puerto Rico y Antigua y muchos la conocimos por las devastadoras erupciónes volcánicas que tuvieron lugar en la isla, entre mil novecientos noventa y cinco  y mil novecientos noventa y siete.


En fin,  en la entrada de hoy he combinado un clásico, como en nuestra cocina: ¡Mar y Montaña! 
Como colofón a este itinerario me gustaría compartir con vosotros un fragmento de uno de mis relatos del volumen EntreTRENimientos: La Masía del Montserrat.

(…)

Andreu Remensa apagó la llama de la vela, y  escuchó unas gotas que  caían sobre el suelo. Comenzó a caer agua en el cubo que acertadamente había puesto bajo la gotera. La tormenta arreciaba. Un viento huracanado silbaba por entre las rendijas y los huecos de las tejas y las maderas que golpeaban unas contra otras; los truenos retumbaban prolongadamente en la montaña, en un eco sin fin,  como queriendo devolverle la furia al mismísimo cielo.  Y contuvo el aliento ante la caída cercana de un rayo, que pareció quebrar aquella casa;   un convulso trueno desgarró el cielo durante unos largos segundos. Andreu nunca había escuchado la reverberación de un trueno tan fuerte y  duradera. El eco prolongado era propio de la montaña mágica. Se lo había contado Laia, a propósito de la hazaña  del muchacho del Bruc.  

Dio una y mil vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. La lluvia había cesado y la tormenta se alejó. El silencio se adueñó de la noche solo interrumpido por el goteo del agua que caía en el cubo, cuya cadencia se fue espaciando cada vez más.     
Uuh, u... Uuh, u… Uuh, u…  
             
Andreu escuchó el  sobrio y grave  ulular  del búho  real, que advertía así de su presencia -por lo que el cárabo que anidaba en  el sobrado de la casa-, esperó pacientemente a que el rey de las rapaces nocturnas acabara de cazar   ratoncillos entre la paja y la leña de los corrales y se fuera.  Andreu lo escuchó, y tras unos minutos de silencio, le pudo el cansancio y se durmió, pensando en  aquella joven que lo había encandilado.

A la mañana siguiente, al alba, el cielo estaba nítido y despejado, aunque un manto de niebla  rastrera cubría los valles colindantes dejando ver las cimas aserradas que asomaban tras las nubes blancas, que caían sobre las cumbres menos elevadas como cascadas deshilachadas.  Laia había ordeñado ya a una de las dos vacas que tenían, la que tenía ternero; y la abocó del cubo a una olla honda, donde hirvió la leche por tres veces. Y puso la nata espumada en un cuenco, para el desayuno de los más madrugadores. Cogió dos hogazas más de pan, para que aquellos hombres curtidos tuvieran algo que llevarse a la boca, y para que lo migaran en la leche, con un poco de achicoria que había hervido y con un trozo de panal de miel, para que tuvieran fuerzas hasta la hora del mediodía, en que comerían pan con ajo y tomate; unos trozos de tocino y de queso; y un par de secallonas; todo a pie de bancal o en el bosque. Y luego nada más hasta la cena.

Andreu bajó al tiempo que los jornaleros entraban en la estancia para el desayuno. Comenzaba a salir el astro rey tras las colinas. Las cumbres del Montserrat se tiñeron de un color sonrosado en las paredes orientadas al este. El joven se asomó a la puerta de entrada y  vio que con el calor del sol, la niebla ascendía lentamente desde las vaguadas. Entre las nubes, se veían los bosques, más verdes y oscuros al hallarse empapados; y en el suelo, un manto de hierba reverdecida destacaba por entre las hojas marrones y rojizas depositadas sobre los grandes charcos y el barro del camino.  Laia trajo las hogazas de pan y las dejó en la mesa, y se agachó para atizar el fuego con el cabello recogido en una larga trenza, que había echado a un lado. Los ojos de Andreu se quedaron fijos, mirando fortuitamente los  senos de la muchacha -pues se había enganchado un botón de su vestido, con una astilla de los troncos que  la muchacha llevaba cogidos en sus brazos, y que, al dejarlos sobre el suelo de la chimenea, rasgaron su escote-. Sabiéndose observada, frunció la tela rota con una de sus manos y desapareció tras la puerta de su habitación, volviendo enseguida con un fular anudado, y con una expresión más relajada, aunque el rubor de sus mejillas no había desaparecido... 

(…)

¡Os animo a recorrer alguno de los senderos señalizados que conducen a sus cumbres! Pero abastecidos con agua suficiente y una brújula pues es fácil perderse si se toma el camino equivocado. Los peregrinos  y visitantes que quieren procurarse unos días de asueto o de retiro, suelen alojarse en los hoteles o  las llamadas celdas de que dispone el complejo por el que deambulan los turistas que lo visitan. La paz retorna a la montaña cuando parte el último cremallera hacia Monistrol y la plaza y las calles colindantes quedan desiertas, solo jaspeadas por las aves que picotean aquí y allá las migajas dispersadas en el suelo. La noche en la montaña mágica es espectacular, pues se contemplan las constelaciones y las estrellas a placer, allí en lo alto.  En los días  de cielos rasos,  en que no hay bruma desde San Geroni,  en el crepúsculo, se ve el mar... ¡incluso la isla de Mallorca en el horizonte!  

Mi sugerencia literaria para hoy es:  La Brújula Interior. Autor: Alex Rovira Celma.

Me voy corriendo,  que el piloto  me está esperando.  ¡Hasta pronto!






martes, 18 de abril de 2017

Shakespeare, Cervantes y el Dragón. #loscuentosdeflora

¡Bienvenidos  de nuevo!


Faltan pocos días para el 23 de abril  yen estas latitudes  celebraremos la festividad de Sant Jordi — el día de la rosa—. También se conmemora la muerte de Shakespeare y paradójicamente la del Dragón, pues la de Cervantes se adelantó por unas horas y data del 22 de abril. Afortunadamente sus obras   y también la leyenda han permanecido a través de los siglos, por lo que  que en esta semana con tantas ofertas literarias navegaremos por un océano palabras y emociones.

Mas allá de aquellos genios de la literatura, la vida  del resto de los mortales sigue fluyendo y los Jordis, Jorges y Jordinas celebran su onomástica. Hay paradas de libros por todas las calles, especialmente en la zona centro de las ciudades y de los pueblos. Las librerías  rebosan actividad: están repletas de gentes que abren y hojean las páginas  y el reverso de los ejemplares expuestos.

He  de explicar para los que visitáis este blog desde el ámbito internacional,   que este es un día  festivo en Cataluña (España), especialmente dedicado a los libros y  a la cultura, en el que tenemos por  costumbre  intercambiarnos un regalo:  un libro que  regalamos las mujeres y los hombres nos obsequian con una rosa acompañada por una espiga de trigo. Esto obedece a una leyenda.

[La leyenda de Sant Jordi, cuenta que  un dragón asedió  el castillo del rey y también el poblado albergado  dentro de sus murallas, exigiendo dos corderos diarios, so pena de comerse a todos sus habitantes de un atracón.  Transcurrieron algunos días, y  se acabaron los animales. Entonces  decidieron que había que ofrecerle dos personas cada día, elegidas a suertes, para satisfacer la exigencia del dragón y salvar así al resto, en espera de que ocurriera algún milagro que les librara de tal pesadilla. Y un día, le tocó a la princesa. El rey muy angustiado, quiso hacer prevalecer sus privilegios, pero la gente se rebeló y  la princesa fue librada al monstruo, como cualquiera de ellos.

Pero apareció San Jorge:  un caballero armado que defendió a la princesa y luchó con el dragón,  clavándole su espada en el corazón. Donde cayó la sangre, brotó un rosal de rosas rojas. Por ello desde ese día  la rosa, la princesa, San Jorge y el dragón, quedaron entrelazados en un mar de historias…]

Sant Jordi es una festividad muy especial. ¡Un día mágico!


Los autores firman  sus libros  a los lectores, que hojean curiosos las páginas de libros mil  en Las Ramblas, en el Paseo de Gracia de Barcelona, y en las plazas de los barrios,  donde se diseminan puestos y paradas donde se fomenta  el comercio de libros y de rosas al aire libre, con sol o con lluvia.   Hay multitud de gente yendo y viniendo por estas emblemáticas avenidas, jaspeando la calle de colorido gracias a las bonitas flores que todos llevan cogidas.


¡Se respira  alegría!


Escritores y lectores comparten algunos eventos literarios; también se organizan talleres de escritura en algunos jardines de la ciudad o en dependencias de interés social y cultural.

Hoy día, tanto  rosas como libros se  los regalan  las personas entre sí, algo muy gratificante, pues la cultura y los conocimientos se propagan en el marco de la diversidad y según el deseo de cada individuo, más allá de su género. Y no me refiero al de los libros.

También ha cambiado el formato de edición, que ahora es mas diverso. Algunas personas en vez de libros impresos en papel,  regalan una tarjeta regalo  para que la persona agasajada obtenga  su  
e-Book en las  librerías virtuales de Internet.  Otros regalan el  propio soporte para el libro electrónico. O una versión en audio,  descargado de las plataformas que tienen los audiolibros. Es otra forma de disfrutar de la literatura que además supone una ventaja cuando hay dificultades en la movilidad, las dislexias, o simplemente porque gusta hacer manualidades o quizás  porque exista alguna discapacidad.  Los más golosos regalan  además, la rosa  sobre un pastel  dulce de hojaldre, simulando un libro de mil hojas.   ¡Hay para todos los gustos!














Os agradezco desde aquí, a vosotros—lectores anónimos de mi blog—,vuestro interés.  Quiero deciros que estoy  gratamente sorprendida porque seguís este blog desde muchos puntos del planeta que nunca hubiera imaginado.

España, EEUU, Australia, Argentina, Chile, Brasil, México,  Colombia, Malta, Grecia, Turquía, Bielorrusia, Italia, Países Bajos, Finlandia,  Alemania, Francia, Reino Unido, Bosnia-Herzegovina, Egipto, Filipinas, Bélgica….

¡Muchas gracias a todos!

He actualizado los enlaces disponibles, por si preferís utilizarlos desde aquí para mayor comodidad. ¡Gracias!

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                                                                *******

Este año reedito esta entrada para Sant Jordi, con un relato  acorde con la temática que nos ocupa, por si os apetece leer:

(Cuando me pongo a escribir,  suelo disfrutar de la habitual compañía sosegada de mis perros que se acomodan junto a mi, al lado o debajo del escritorio
y allí permanecen todo el tiempo que dedico a la escritura, sumergida en mis mundos y navegando en mis sueños. Creo que a mis perros les arrulla el  ritmo del tecleo de la  vieja máquina de escribir, pues se pasan horas dormitando tumbados cerca de mis pies y cuando paro de teclear, mueven las orejas y suspiran. Quizás  sueñan o se imaginan historias…¡Quien sabe!


RELATO 

Todo ocurrió súbitamente  ayer  por la tarde, mientras  escribía. Mis perros dieron un respingo y salieron corriendo y ladrando insistentemente hacia la puerta. Olfatearon  la rendija que hay entre la puerta y el suelo — por la que  se filtraban algunos hilillos  desmadejados de  humo negro—. Gus y Yak gemían nerviosos de pura desazón, arañando la puerta con las patas y ladrando con ansiedad. Pensé que había un incendio y me alarmé.  Pero unos fuertes golpes—como de algo metálico—,  resonaron tras la puerta, en el rellano de la escalera. Y deduje  que, o ya habían llegado los bomberos y estaban intentando descerrajar la puerta del vecino—, o bien que ocurría algo extraño y misterioso.

Como no oía voces ni sirena alguna, me dispuse a indagar lo que ocurría—eso sí, muerta de miedo—. Asustada ante aquellos extraños golpes, cogí una espada de mano que tenía colgada en la pared—que era un recuerdo de mi padre, pues había sido herrero—  y seguidamente destrabé el cerrojo y me puse en guardia, levantando la espada aunque me temblaban las piernas;   armándome de valor, ordené a los perros que se apartaran mientras metía el pie en la abertura y con un gesto decidido abrí la puerta con él.

Cual fue mi sorpresa al descubrir que, tras las volutas de humo había un pequeño  y tímido dragón, con unos grandes ojos llorosos. Con mirada suplicante y con expresión asustada, se protegía  con sus patitas tras el escudo de su atacante, que lo empujaba contra la pared. El animalito gemía desconsolado enroscando su cola, mientras unas diminutas llamas humeantes salían de su naricilla. Frente a él, agrediéndole ensimismado, había un apuesto caballero  vestido con una armadura tiznada, que lucía un conocido blasón. Blandía su espada bastarda muy obcecado, cortando el aire a diestro y siniestro  y  no con buenas intenciones, a la vista de lo que contemplaban mis ojos.
—¡Ven aquí, monstruo! ¡Bestia inmunda! —gritó  con rabia. ¡Pelea!
—¡Basta ya! —grité con ganas.

Sorprendido ante mi súbita entrada en escena, el caballero se  quedó atónito; paralizado. A modo de cómic podía describirse así:   caballero  chamuscado;  inmóvil; con la espada levantada y boquiabierto, con los ojos  salidos de sus órbitas,  asomando por fuera de su yelmo.  La espada en alto pesa mucho y  vence con su peso el equilibrio del caballero, que da un traspiés y  cae hacia atrás. Fin de la escena.

Entonces, reconocí quien era. Y  reaccioné  con  un grito para llamar su atención:
—¡Eh..!  ¡Tú! ¿Pero se puede saber que estás haciendo?
—Cumplo con mi cometido…— contestó con voz  grave y  con porte muy ufano— .
—Ya... ¡Ya  se lo que pretendes! ¡Cada año lo mismo! ¡Bruto! ¡Desalmado! Anda—dije apoyando mi espada en el mueble de la entrada del piso. ¡Toma!  ¡A ver si te atreves con esto!—grité retándolo—, mientras le lanzaba el montón de libros que tenía apilados sobre la mesilla del recibidor para devolverlos a la biblioteca.

Viéndome tan cabreada,  aquel hombre vestido de hierro reaccionó instintivamente y soltó la espada para coger los libros  que  le había tirado a la altura de su cara, —seguramente  para protegerse  del peso de tanto conocimiento—.

Mientras, el pequeño dragón pasó por mi lado como una exhalación  humeante y se refugió en mi casa. Los perros  ladraban  ansiosos ante todo lo que ocurría sin saber que hacer,  cuando de pronto, el  maldito escudo resbaló escaleras abajo armando un estruendo colosal, dando tumbos de peldaño en peldaño; los canes se  asustaron y también corrieron al interior de la casa para refugiarse con la cola entre las patas.  Los vecinos ni se atrevieron a salir a ver que pasaba. Pero seguro que  mas de uno debía estar fisgoneando en silencio por la mirilla de la puerta.

Con los brazos en jarras, miré  al apuesto caballero de la cabeza a los pies y le dije:
-¡Pero bueeeeno! ¿Te das cuenta de la que estás liando? Seguro que suben la derrama de la comunidad con tal estropicio.
—Pero si yo no…
¡Ahh!…—Veo que en el fondo valoras los libros, puesto que has soltado la espada, en vez de cortarlos por la mitad. No sé porqué te da vergüenza  reconocerlo. ¿Qué pasa, que no hay otra manera de solucionar los conflictos que a golpe de espada? ¡Qué desastre!  Anda, toma —dije ya más  calmada, dándole unas monedas—, ¡que seguro que no llevas bolsillo donde llevar dinero en esas  mallas!

(Y dicho esto,  ví que le sentaban la mar de bien.)

El caballero aguantó estoicamente el chaparrón en silencio. Seguramente porque le había quedado trabado el barbote del yelmo, del cual tiraba con fuerza  para poder zafarse de él.  Entonces le dije:

—Ve a la floristería que hay en la esquina  y cómprale una rosa al dragón, que el libro ya se lo regalo yo—añadí muy resuelta. Al fin y al cabo también es un personaje relevante en esta historia. ¿No crees?
—Bien mirado, tiene razón mi señora—dijo el caballero—, quitándose por fin el yelmo y atusándose los largos cabellos negros que  ahora enmarcaban su cara sudorosa.¡Que sería de mí sin él!

(¡La verdad que era guapo el puñetero…! ¡Qué ojazos!)

— Voy a ver como está el dragoncito ¡No tardes!
— Pero si me permite, yo …
—¿A qué estás esperando...? ¡Corre, que van a cerrar! Voy a prepararte una tila y un tentempié para cuando vuelvas, a ver si te calmas, que seguro que no has comido nada.

El caso es que Jorge no se atrevió a decir nada más  y traspasó el dintel cargado con los libros; los dejó sobre el recibidor y bajó corriendo las escaleras de tres en tres, diciendo:
-Esperadme bella dama, que no he de tardar…

Una cascada de sonidos metálicos  como de quincalla, delató un fortuito traspiés  con su emblemático escudo, pues la luz de la escalera se había apagado  inoportunamente. Cerré la puerta resoplando y arremangándome el jersey,  pues todo esto me había puesto de los nervios y últimamente enseguida me acaloro.
—¡Cada año igual!  (murmuré contrariada).
Y me fui  a ver por donde andaba el pequeño dragón. Lo busqué aquí y allá y no estaba en las habitaciones ni la cocina.  Y los perros tampoco. Intuí lo que ocurría y me dirigí  hacia mi dormitorio donde vi la puerta entreabierta y allí afuera, en el balcón,  estaban los tres.  Llamas—que así  se llamaba el tímido dragón—,  estaba acurrucado junto a mis perros, implorándome con su mirada que lo dejara refugiarse allí.  Me agaché a acariciarlo y se tranquilizó.  En esto, que una nube luminiscente nos envolvió...

……….



¡Ding, dong!

— Ya voy, ya voy — dijo mientras iba apresuradamente hacia la puerta. ¡Hola  Jordi, que sorpresa!
— Toma,  es para ti — dijo su apuesto vecino ofreciéndole un rosa roja—. ¿Puedo pasar? —preguntó mientras se quitaba las gafas y se atusaba el largo cabello oscuro, esperando impaciente en el dintel.

—¡Muchas gracias…! Que sorpresa, chico! ¡ Uy, disculpa!  Pasa, pasa, que estoy un poco atontada. Llevo toda la tarde escribiendo y ni siquiera me he levantado para tomar un café—dijo—recogién-dose el cabello y arremangándose el jersey, pues últimamente se acaloraba por nada. Espera un momento que ahora  tomamos un trozo de pastel si te apetece. ¿O te apetece mejor  una cerveza y algo salado?
—Mejor algo dulce a estas horas…
—Vale, pero antes  voy a apagar el ordenador, que está ardiendo —dijo con la rosa aún en su mano.

Jordi entró  en el piso, y siguió los pasos de su vecina, por la que suspiraba desde hacía tiempo.  Mientras,  el joven contempló fascinado la cantidad  ingente de libros que había las estanterías del salón. Y se puso a hojear algunos. A su lado había una máquina de escribir antigua: la carcasa era negra  con el teclado redondo y  con un reborde metálico—ese que fue la pesadilla de los dedos de los escritores noveles de antaño—,  que descansaba sobre una mesa de madera tallada, también antigua.
—Tu biblioteca parece un museo —dijo en voz alta. No me había fijado. ¡Que barbaridad!
Mmmm...
— Espera,  que no se qué dices. Estoy guardando lo último en el disco externo, no sea caso que lo pierda si se me estropea. ¡Que llevo un día, que ni te cuento!
— Cuenta, cuenta..¿que  novela estás escribiendo ahora? —preguntó acercándose  a su  voluptuosa vecina.

La joven se hallaba inclinada, apoyada sobre la mesa. Sus caderas  atrapaban como un imán la mirada de Jordi, al que le salían sus ojos de las órbitas.
—Sigo con  aquella historia  de la Orden de los Caballero— contestó ella. Pero hoy estoy liada con un relato sobre la festividad, para relajarme un poco. Bueno, ¡ya está!  Ven, que voy a ponerla en agua.

Y el la siguió  en  silencio. Musa puso el tallo de la rosa  entre sus labios, mientras llenaba un jarrón con agua en la cocina. Y haciendo equilibrios para que no rebosara el agua, anduvo lentamente y dejó el jarrón sobre la mesilla de su dormitorio, sobre un posavasos.

—¿Una historia de Caballeros con yelmo y armadura? —dijo  Jordi emulando  a un caballero, con su espada imaginaria cortando el aire a diestro y siniestro, siguiéndola hasta  la puerta del dormitorio.
—Si, claro.
¡Ejem!
 —¿Puedo pasar? -preguntó Jordi  mientras andaba  hacia ella.

Y quitándose por fin su armadura,  se puso trás  aquella muchacha que le había encandilado desde que llegara a vivir en aquel viejo edificio, a pie de playa;  y acarició sus cabellos con delicadeza y en silencio, recogiéndolos con sus dedos.  Y entonces la besó  en la mejilla. El espejo del tocador mostraba la escena de la muchacha sonriendo  con la rosa en la mano, mientras  Jordi recorría el cuello de la muchacha  lentamente con sus labios, rodeando con sus brazos  el talle de la muchacha desde atrás. Ella permaneció en silencio.  Entonces  Jordi levantó la mirada y la contempló en el espejo.
—Pues si —dijo la muchacha mirándolo a su vez.  Puedes pasar, aunque lo preguntas un poco tarde —contestó— mientras sonreía satisfecha-.

Y se giró, mirándolo embelesada. Entonces con la rosa recorrió lentamente  los  labios de su apuesto vecino.
—Me gustaría leer algún capítulo…—dijo  él  en un susurro y con una mirada más que sugerente.
—Puedes leer el libro entero si quieres —dijo Musa. Y entonces lo besó en los labios, dejando caer la rosa al suelo.

De hecho, aquella tarde comenzó  una nueva historia.


A la mañana siguiente,  los restos de un delicioso desayuno salpicaban la bandeja  que había sobre el tocador.  Y los pétalos de  la rosa, yacían sobre la cama. Musa, envuelta en un salto de cama transparente, cepilló su cabello ante el espejo del tocador haciendo tiempo.  Jordi abrió la puerta que daba al balcón del dormitorio y contempló el mar  mientras apuraba el café de su taza.  La muchacha se acercó  a él y lo abrazó con ternura. Luego lo cogió de  la mano y ambos regresaron al interior de la alcoba. Al lado de la puerta, sobre unas esteras, dormitaban Gus y Yak. A  su lado había una  curiosa figura  petrificada:  un pequeño y tímido dragón, que solo cobra vida cada veintitrés de abril, desde hace siglos...
…………….

La leyenda se ha conjurado con este cuento, en que  por fortuna nadie  ha resultado herido.


Hoy os recomiendo un libro de armas tomar:

El caballero de la armadura oxidada, de Robert Fisher.  (The Knight in Rusty Armor)

Amenizo esta entrada con una  inolvidable canción que parece hecha a propósito…

*****Os esperamos en Sant Jordi, de 10 a 20 h en la parada del Aula de Escritores de Barcelona 
@aula_de_escritores  y de la Editorial Cronos, @editorial_cronos,  en la plaza de La Revolución, 9 en El Barrio de Gracia. Barcelona.

¡Hasta pronto!












miércoles, 12 de abril de 2017

1912


¡Bienvenidos a bordo!

Hoy el título de la entrada no se refiere a una glamourosa marca de  colonia. He de confesar que lo he puesto  con una segunda intención y la verdad que nos irían bien unas gotas de perfume.   Porque en la entrada de hoy algo huele mal…

El 15 de abril de 1.912 tuvo lugar la tragedia del Titanic, donde murieron 1513 personas. Algo lamentable que podría no haber ocurrido. No voy a extenderme con la historia del colosal naufragio, puesto que esta tragedia  es harto conocida por todos y refrendada en una  excelente película.

La prepotencia del ser humano, la avaricia y la especulación, frecuentemente originan tragedias en todo el mundo. Esto no es nada nuevo. El porqué  murió tanta gente es una respuesta que solo supieron algunas personas con certeza y el porqué  la mayoría de las víctimas fueron de la clase  más humilde, también.


El mar engulle  por causas fortuitas a los que navegan en él, pero frecuentemente  también a los que lo subestiman, o a las víctimas de éstos. Las inclemencias del tiempo y los caprichos inusuales de la naturaleza son incontrolables. También el error humano  está presente, pues  no somos perfectos. Pero lo que cuesta es asumir que ocurran  por una negligencia. Eso si que es duro. Inaceptable.


Los emigrantes que van en pateras  no poseen el glamour  ni las dimensiones del Titanic, pero también han comprado un billete que no llega ni a la categoría de tercera clase, aunque hayan pagado por él mucho más.  Esto conlleva a una nueva clasificación en el argot náutico: Naufragio Remediable, puesto que son previsibles.  

La cotidianidad de estos sucesos mientras vemos la televisión comiendo, ha hecho de estas terribles noticias algo normalizado, a lo que ya casi nadie presta atención.  Ya no son noticia candente. Atrás quedó El Niño ahogado en la playa que tanto nos conmocionó. La suma encadenada  y cotidiana de estos sucesos, parece que les confiera normalidad.  Pero no es así. 
¡No es normal, ni aceptable que ocurra esto!

Tan solo en un año -en el pasado 2016-, han muerto 3.800 personas en el Mar  Mediterráneo. Mas del doble que los fallecidos por el hundimiento del Titanic. Ni pretendo comparar, ni  se puede medir el dolor sufrido. Cada muerte es única. Cada duelo es propio.  No debería haber  categorías entre los muertos. No me gusta hablar del número de  muertos, sean los fallecidos en el Titanic, o los muertos en las pateras. No son números. Son personas. Individuos de diversas índole, puesto que todos son padres, hermanos, madres, hijos o abuelas de otras personas a las que amaron, como cualquiera de nosotros.  

Desterremos los números, las nacionalidades y hablemos de personas, aunque en este caso si que es  relevante el hablar del porqué. Porqué se vieron obligados a  emigrar y a embarcar en condiciones denigrantes: arriesgar su vida y la de sus seres queridos, porque no es un riesgo vivir bajo las bombas o porque sus condiciones de vida son miserables. El porqué lo sabemos todos. 
¿Acaso no merecen una vida  digna en su país, -ese con el que nuestros gobiernos tratan, negocian y comercian, para  beneficio de los propios actores, mientras que los resultados de éstas conversaciones de paripé, se dilatan inexplicablemente en el tiempo y  no repercuten en los intereses y necesidades de  la población?   

["Quien ha perdido la esperanza, ha perdido también el miedo. Tal significa la palabra desesperado."]
                                                                
                                                         (Arthur Schopenhauer 1.788-1860)

La paradoja es que ellos se adentran en el mar para  llegar a las costas de los "países civilizados". Y a los que estamos en ellos nos dan ganas de irnos a una isla desierta.  El caso es que ya no quedan islas desiertas. Las han comprado los magnates  y multimillonarios. 

Volviendo a los Naufragios Fortuitos. Algunos  náufragos  reales y conocidos, se salvaron porque la suerte les acompañó y  porque el sentido común y algunos conocimientos que poseían, les ayudaron. La industria cinematográfica con el tiempo ha hecho eco de ello y la literatura está repleta de libros que hablan sobre naufragios de diversa índole.  




Este fragmento de la película Náufrago, (Tom Hanks) me gusta especialmente porque en el se muestran varias fases interesantes:  el coraje  y el ingenio con que se prepara para aventurarse en el mar en busca de otra vida mejor;  la esperanza  y la determinación que mantiene al mirar el horizonte;  la tristeza con que deja atrás  la isla que le ha dado cobijo y  la necesidad  de comunicarse con " otro", aunque sea una pelota llamada Wilson. Una estrategia de supervivencia para soportar la soledad. Aún así, Noland fue afortunado, pues estaba solo. 

Peor hubiera sido estar rodeado de chiquillos a los que cuidar. Al fin y al cabo, Wilson no podía pasar hambre, enfermedad ni penalidades. ¡Un alivio!


Hoy os recomiendo algunos libros sobre naufragios, a propósito del tema.  Algunos de ellos relatan escenas crudas e inimaginables que descubriréis en sus páginas -basadas en hechos reales-, mas allá de la trama de la novela que los cose.

Vida o muerte en la mar.  Autor:  Dougal Robertson.   Cuenta la historia de un capitán mercante que decidió tomarse un año sabático y zarpó a bordo de su velero para dar la vuelta al mundo con su mujer y sus hijos. No imaginaban entonces lo que iba a sucederles.

En el corazón del mar.  Autor : Nathaniel Philbrick. Basada en hechos reales, cuenta la historia de los marineros de Nantucket, que tripularon el ballenero Essex, que naufragó a más de mil quinientas millas al oeste de las Islas Galápagos, en el Océano Pacífico. Una tragedia que no deja indiferente a nadie.

Robinson Crusoe.  Autor:  Daniel Defoe.  Una  novela basada  en la historia  de un náufrago  que pasó cuatro años en una isla del pacífico.  


 ¡ Hasta pronto!





miércoles, 5 de abril de 2017

¡CARPE DIEM !


¡Bienvenidos!

Fue el año 1986 cuando muchos de nosotros pudimos contemplar el cometa Halley en  su efímero viaje por el firmamento. 

El concepto de efímero determina una apreciación   sobre un lapso de tiempo breve. Pero…¿como medimos el tiempo?  Al cometa no lo veremos durante ese  lapso de tiempo que tardará en volver a pasar cerca de la tierra, pero  sigue su viaje y se desplazará durante todos estos años por el universo, aunque no seamos conscientes de ello.  Se verá de nuevo según ocurre cada 76 años, en el 2.062.  Y eso implica que mi generación y yo, ya habremos dejado de navegar por este mar de vida.


Y ello me hace pensar en la muerte y en el transcurso del tiempo. Muchos jóvenes  que alardean de su  manera de vivir a tope,  han puesto de moda la frase Carpe Diem como bandera a los cuatro vientos., como un sinónimo de disfrute y desenfreno ¡Es lo que les toca! A modo de conjuro algunos de nosotros, los maduros y carrozas, solemos decirla también, incluso con mayor énfasis, porque a partir de una cierta edad medimos el hipotético  poco tiempo que nos queda y ya tenemos más presente que no hay que desperdiciarlo.  Pero esta frase también se refiere a la otra parte de la vida, a la tristeza, al duelo, al esfuerzo, al reto.  Vivir  significa aceptar lo que venga. ¡Todo! 

  ¡Carpe Diem! (Vive el momento)   

En esta entrada de hoy, me gustaría que me acompañarais en esta reflexión  sobre el significado  y el contexto en que muchas veces repetimos  ritualmente estas palabras,  que en realidad inician la frase formulada por  el conocido seguidor de la filosofía de los epicúreos, Horacio ( 68 a. a  de C) y que dice así:   [Carpe diem quam  mínimim crédula postero].  (Aprovecha el día de hoy y confía lo menos posible en el mañana)


Mi apreciación sobre ella,  además de vivir con intensidad el aquí y ahora, —esa frase que pregonan muchas terapias contemporáneas para tratar la ansiedad y la angustia,  a las que nos precipita nuestra  acelerada forma de vivir—,  es que  Carpe Diem  no implica  que nos desentendamos del mañana y de las consecuencias de nuestras acciones. Interpreto yo, que no implica impunidad ni despreocupación absoluta,  o pasar de todo, como muchas veces es interpretado, quizás erróneamente. No implica solo que debemos saciar nuestros deseos de forma inminente y compulsiva, mirando solo nuestro ombligo.  De lo que sí nos advierte es que el tiempo  que pasa, ya no vuelve. O al menos eso hemos creído hasta ahora, con permiso de Einstein.  Carpe Diem nos hace reflexionar que, sobre lo que pueda acontecer mañana,  no tenemos que preocuparnos pues no todo es predecible.  Ya se verá.


Pero Carpe diem  nos invita a  que  no nos dejemos vencer por  la procrastinación; que no  posterguemos y  no dejemos para mañana lo que podamos hacer hoy, porque el mañana es incierto. Esta frase se ha repetido desde hace siglos,  pero hoy quiero hacer especial mención de ella en la escena en que  el profesor Keating, -en  "El club de los poetas muertos", (Peter Weir)-,  hace algunas propuestas a sus alienados alumnos, mientras se sube al pupitre.

La creatividad y el cambio de posicionamiento  en la forma en que observamos el mundo que nos rodea, — aunque sea subidos a una tarima— ,  provoca cambios en nosotros.

¡Que diferente se ve el mar  buceando, o a vista de pájaro desde un avión!  El mar es el mismo. 
Cambia nuestra realidad. La realidad del observador en relación a lo observado. El observarlo desde diferentes ángulos  abre nuevos enfoques  y dimensiones en la percepción y  en la mente del individuo.  Para ello los espejos son muy útiles.

¡Volvamos al pupitre del Sr. Keating! 
Cuestionarnos como postula su personaje  el porqué  son así las cosas y no de otra manera, supone  abrir  y ejercitar nuestra mente. Esto posibilita  a su vez un cambio en nuestra actitud, no siempre fácil.  Con ello se forja un  mecanismo  mental que favorece  la decisión y  que promueve conductas activas.  El Porquesí y el porqueno  quedan desterrados y esta nueva forma de ver el mundo puede resultarnos  útil para vivir  de acuerdo a nuestras propias inquietudes y decisiones, esas que nos posibilitarán descubrir nuevos horizontes hasta entonces impensables, pero que estaban allí.  

La plasticidad de la mente -y también físicamente del cerebro, como ocurre a navegantes, músicos, taxistas y arquitectos, además de los científicos-,  es  inherente al ser humano y  nos permite descubrir y modificar lo que está establecido a través de la curiosidad, del razonamiento y de  nuevas experiencias, si desbancamos los prejuicios y las ideas preconcebidas que nuestra  educación nos ha transmitido.   Los genios  lo  son porque se permitieron la licencia de preguntárselo todo a si mismos. Y estuvieron expectantes  y abiertos a  todas las respuestas. 

Esto me hace pensar en Einstein, que  siempre fue un estudiante controvertido. Se aburría en las clases.  Quizás con  sus novillos hurtó el tiempo necesario para  imaginar un mundo donde  el espacio, la aceleración y la masa estaban relacionados.   Desconozco si  Einstein alguna vez se subió a algún pupitre en sus clases, pero de lo que no hay duda es de que traspasó muchos umbrales impensables y que  transgredió numerosas normas y costumbres.  Su curiosidad y su convicción fueron su mejor brújula.  Descubrirse y confiar en si mismo y en su instinto, fue su mejor odisea: un viaje en el tiempo.


¡Que fascinante es el concepto del tiempo!  
¿Os he dicho ya que suelo perderme en él...? Por si acaso, dejaré las elucubraciones de sus dimensiones para los científicos, que bastante tarea tengo  hoy para acabar esta entrada al blog.

Pero el tiempo tal y como lo medimos en nuestra vida cotidiana, no es como creemos que es. Yo me enteré hace algunos años, de forma casual, en un cursillo: 
El tiempo en el que vivimos es aparente. Cada día no tiene veinticuatro horas siempre. Ni cada año tiene trescientos sesenta y cinco días;  por ello existen los años bisiestos.  Todo es cuestión de cálculos y de ajustes matemáticos para que el transcurso del tiempo —tan variable de un lugar a otro de nuestro planeta— , haga que los pobladores del mundo funcionemos a una, al menos por zonas geográficas y políticas. Por ello  inventaron los husos horarios. 

La medición del tiempo para los humanos de a pie, es rutinaria. No solemos prestarle atención cuando vivimos de forma sedentaria y cómoda dentro de nuestro huso horario. Sin embargo, tanto los pilotos que realizan vuelos de largas distancias, como los navegantes transoceánicos, saben de la importancia de los desfases horarios, pues incluso legalmente tiene repercusiones el cambio de fecha. Por ello la distancia y la velocidad, influyen en  el tiempo que transcurre entre el lugar de partida y el destino, que  es relevante para las personas,  para mercancías y trámites legales. Y para la salud, pues no hay que menospreciar el Jet Lag. Algo que no ocurre  a bordo de un velero…

El  gran volumen de la actividad diaria mercante y en la movilidad de viajeros intercontinentales, ha promovido que la velocidad   y la frecuencia de los transportes marítimos y aéreos hayan ido en aumento desorbitadamente. Y  esto está íntimamente ligado con la rentabilidad. La velocidad y la masificación serán la droga del siglo XXII, que ya  hemos comenzado a padecer. Todo está inventado y optimizado para una mayor rentabilidad y  en una mayor comodidad para favorecer  el consumo de los  miles de millones de habitantes del planeta,  de manera que  repercuta en los pocos sistemas financieros y políticos que gobiernan  todo el mundo:  "Just in time"  

¡Todo a su tiempo! El caso es que no hace tantos años que se inventó el reloj de pulsera, ese artilugio  que contribuía cual carcelero a controlarnos la vida  al minuto. No hace tantos años, repito,  en que cada día teníamos que dar cuerda al reloj, ya fuera el de pulsera y también el de pared, que  antaño solía presidir el salón o el comedor de casa. Desahuciados están ya los campanarios, que marcaban los cuartos y las medias horas, amen de las campanadas horarias de rigor en  todos los pueblos y ciudades. No hace tantos siglos que los navegantes volteaban el reloj de arena  para  contar el tiempo…

Hoy día todo ha cambiado y es muy diferente. Y quiero puntualizar que las palabras cambio y diferente no son sinónimo de negativo por si mismas. Aunque en este caso si les confiero ese matíz, pues  la realidad es que vamos siempre corriendo y muy  acelerados.  No hay tiempo para pensar.
Todo corre prisa. la frase del siglo: Era para ayer….  ¡Demasiada celeridad! 

Incluso coloquialmente nos estamos acostumbrando a hablar en años luz,  cuando nos referimos a las  frecuentes incursiones espaciales de cohetes, naves y satélites, que cotidianamente vemos a través del televisor.  Muy pronto, el hombre (como entidad), colonizará  el espacio científica y turísticamente y  a lo grande —a costa de lo que sea— ,  como hizo con otras tierras allende los mares hace algunos siglos. Con la carrera del té, con las metas que se pone a si mismo. Lo importante es llegar  primero. Y me temo que lo hará de igual manera:   ¡A contrarreloj! 

Esto da que pensar. La pregunta es: ¿Quedará  obsoleta la frase Carpe Diem en un futuro, si el tiempo compatible con nuestra vida, fuera variable?   ¡Menudo dilema!

Me gusta imaginar a Horacio sentado y charlando sosegado con sus alumnos.  Pero no me lo imagino  saliendo de la terminal del aeropuerto cada día, mientras come un perrito caliente y un caffelate…, para acudir de su casa a la la Universidad en avión,  porque está a 300 millas de distancia, la verdad. 

¿Carpe Diem es compatible con tal aceleración  y con tanta  hipermovilidad y frenesí?  

Ahí dejo la pregunta...

A veces pienso que la velocidad  en que transcurren las acciones del hombre y sus consecuencias,  es  de gran relevancia  para la vida de los habitantes de este planeta,  en que el espacio intuimos que es finito, aunque  el tiempo sea relativo. Quizás también para la futura vida interplanetaria. No se que pensaría Einstein sobre todo esto… 

Hoy en el espacio ya es mañana, ¡o vete tu a saber que año!….  pero podría también ser ayer, según la teoría de los mundos paralelos u otras teorías que hay sobre la mesa. ¿¡Quién sabe si a través de los agujeros de gusano, el  concepto del tiempo cobrará una nueva dimensión!?  ¿Donde está el límite pues, si lo hay?  

Lástima que  también a Einstein  le faltó tiempo, pues seguro que tendría alguna respuesta más que ofrecernos… [¡En que era tan fascinante vivimos!] Esta frase me sumerge de lleno en una película sin parangón:  

"Master & Commander: Al otro lado del mundo".  


En ella se evidencia de la importancia de la medición del tiempo, para los cálculos de navegación. Y para la vida a bordo. Cada cosa y cada acción a bordo de aquellos navíos tenía un tiempo prefijado. Quien tenía la certeza (relativa) de que era mediodía, eran los navegantes, en este caso de la Surprise, con los cálculos que hacían  de la altura del sol, -medición que  hacían con el sextante, el octante o la ballestilla-, no recuerdo bien. También los alumnos del buque escuela  Albatros, de la película Tormenta blanca,  aprendieron que el transcurso del tiempo es relevante en todas sus dimensiones.



Disfruté  de estas  magníficas películas y  también escribiendo la entrada  de  hoy  -que más ha sido un ensayo que otra cosa-, por  el que considero que  hoy  no he perdido el tiempo. 




¡Disfrutadlo!