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viernes, 15 de junio de 2018

¿Escribir…, o no escribir ? ese es el dilema. #loscuentosdeflora


¡Bienvenidos de nuevo a bordo!

La entrada de hoy nos adentra en la navegación nocturna allende los mares y  al más allá...

LA VIDA ES DUELO     ( Fragmentos…)

Nos deslizamos sobre las negras aguas onduladas, coronadas por blancas orlas encrespadas. El susurro del agua que se escinde desde la proa, acaricia la linde de la obra muerta deslizándose por las amuras. El cielo  estrellado y velado por algunas nubes  nos permite percibir  sombras, chasquidos  y burbujeos procedentes de las aguas que están bajo la niebla rastrera.
Los músculos de las piernas se tensionan con el  brusco balanceo del barco y con una mano nos apoyamos en la regala; en la borda. La mirada se fija en las tenebrosas aguas con cierto temor, quizás a  la aparicion  de un monstruo marino ancestral, al que tutela un oscuro emisario de las profundidades obligándolo a sumergirse de nuevo…  Entre la niebla escuchamos el sonido de la rompiente en los escollos  como presagio de infortunios, pues el péndulo del reloj trae horas amargas en su efímero viaje.
La brisa húmeda y pegajosa nos impregna  la piel y nos revuelve el cabello, mientras las velas se tornan sonoras tras algunas rachas de viento. El cabeceo de la embarcación propicia la modorra, pues tras el duro día de trabajo, el cansancio nos rinde. Se releva la guardia; y  la saliente  entra por fin en los aposentos para descansar bajo la cubierta.

Sumida en un sueño agitado, repleto de imágenes inconexas pero inquietantes, abro los ojos en medio de la oscuridad, envuelta en los pliegues de las blancas sábanas que, — con el vaivén de las olas— , me rebujan hacia un lado y hacia el otro.  Los golpes secos de las olas en el pantoque,  revelan que navegamos ahora  de ceñida, contra el viento;  y el murmullo del agua  que se escucha tras la obra viva del barco, que se sumerge cada vez más en un mar bravo, desvela  un efímero silencio en que  la proa sale del agua para caer estrepitosamente de nuevo sobre el agua, provocando otro soberbio pantocazo. Los enseres ruedan y algunas cosas caen al suelo. La angustia me provoca calor en el estómago y una fuerte presión en el costado. Una sensación de ingravidez y mareo.  Desazón. 

Una y mil vueltas. Enroscada  de nuevo en las sábanas, vuelvo a mullir la almohada, sin poder encontrar la cómoda postura que me permita conciliar el sueño, mientras mi mente cabalga cual caballo desbocado sumida en  el miedo, evocando algunas fantasías, recuerdos y otras imágenes visionarias. No es posible dormir y deambulo inquieta por el camarote. Me asomo luego a la cubierta y veo la luna entre las nubes y acaso algún faro lejano. Quizás el señor de las tinieblas… Huele a salitre. Hace frío. Huele a muerte. Y vuelvo al catre aterida de frío.

A duermevela me despierto sollozando. Los sueños han abierto el baúl de los recuerdos y mis seres queridos ausentes se asoman para visitarme entre abrazos. Un halo de alivio me consuela al visualizarlos: abuelas padre, madre, amigos.. y en apenas un suspiro, su recuerdo se diluye sin más, provocándome de nuevo angustia al visualizar imágenes de guerra, miedo, muertos, ahogados y desgracias.  Siento entonces la necesidad de sacar fuera de mí estos pensamientos y estas inquietudes, pero estoy agotada y  vuelvo a sumergirme entre las sábanas. Cierro los párpados en un nuevo intento de dormir. Pero mis pensamientos  luchan entre sí: ¿levantarme y escribir?, ¿o seguir intentando apartar  estos pensamientos —pesadillas interrumpidas—, que tanta desazón me han procurado? Lo cierto es que he de lograr un poco de descanso. Una música martillea mi cerebro.  Una melodía que vuelve una y otra vez  a mi mente con el embrujo de  sus coros... No se qué hacer.



El tiempo transcurre lentamente. Los latidos del corazón suenan en mi pecho. El tiempo perdido para la noche, es ganado por la madrugada. Un dolor de cabeza espantoso todavía añade más confusión a mi dilema. Los ojos me duelen y parece que se hundan en sus órbitas.  Es el duelo. Ese sentimiento tan difícil de gestionar, ya sea originado por una decisión, o por el contrario, por la impotencia ante la muerte. Aprender a dejar ir… Aceptar la ausencia.  Soltar amarras…  (…/…)

                                                                      **********

Una especie de hormigueo recorre mis pies.  Un súbito tirón de la sábana, deja mi cuerpo parcialmente descubierto. Vuelvo a arroparme y de nuevo otro tirón. Y la sábana cae al suelo. Unos toques suaves me provocan un respingo. ¡No puedo más! Y abro los ojos.  ¿Musa?—pregunto con voz trémula—, escudriñando lo que ocurre en la penumbra… Pero no.   ¡Eran ellos!
























Desde que Cenicienta se mudó a vivir al castillo con su flamante príncipe azul, estos ratoncillos buscaron nueva casa y ocupación.  Desde entonces —en esas noches largas y cargadas de intrigas y desazón—, acuden a despertarme para que escriba. Y en vez de hacer vestidos y coser volantes como hacían antaño, se dedican a ponerme el papel en la máquina de escribir, me ordenan el escritorio y me hacen compañía. Yak suele consultar el diccionario. Y Gus me susurra algunas ideas inéditas y divertidas.  Las ratoncitas suelen contarme historias  y  algunos chismorreos sobre los amoríos de las ratonas de su linaje. Incluso  me piden que les arregle sus vestidos, pues las que son costureras andan atareadas reparando y cosiendo algunos  libros antiguos que tengo en la biblioteca.

Así pues, con tal panorama, finalmente decido levantarme. Cubro la mesa con un paño para no ensuciarla y preparo una batea con agua y  algunas vendas de yeso y algunos pigmentos de colores.  Y paso buena parte de la noche arreglándoles los vestidos que se les han roto a causa de sus travesuras, mientras charlo con ellos. Por fin me distraigo. Me olvido de las pesadillas y del duelo.  Y me relajo.

Delante mío tengo a la la troupe de ratoncitos mágicos.  Vuelven de vez en cuando a verme, sobre todo cuando Musa se va de vacaciones. 
Huelo a café… Constanze, — la ratona cocinera de la nobleza—, ha hecho café para todos. Y nos reanima.
Está visto que estos personajes no me van a dar tregua, pues  han encendido la lamparilla del estudio y han colocado mi libreta de notas al lado.  Gus se afana en abrillantar las teclas y Yak me trae el portátil, y corre la vieja máquina de escribir donde está subido Gus, a un lado, a modo de decoración.  Sentados sobre una pila de libros,  ambos se quitan el gorro y  se atusan el mechón de pelo, se rascan sus orejas y el hociquillo  y apoyando sus manitas en la barbilla, mientras esperan  complacidos a que comience a escribir…

Ya no hay  dilema. ¡Escribir, escribir, escribir…!

Nos sorprende el alba con el toque de  la campana. Toca cambio de guardia. Tenemos que  dejaros.



Mi recomendación literaria para hoy es un clásico: Las mil y una noches. Autor anónimo.

¡Hasta la próxima entrada!