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miércoles, 7 de febrero de 2018

No es el lobo...


¡Bienvenidos de nuevo!


La entrada de hoy se gestó por la tristeza que me provocó  el ver en las noticias de Facebook  la caza de varios lobos en nuestro país, a los que se exponía como trofeos. Un hecho lamentable.

La simbiosis entre el hombre, los niños y las mujeres  con algunos animales salvajes desde tiempos ancestrales, ha sido y sigue siendo un fenómeno maravilloso.  Existe una convivencia desde la noche de los tiempos en que los humanos compatibilizaban la guarda del hogar  con algunos juegos y con la utilización del animal, generalmente perros, para la caza —o para el transporte de personas y/o mercancías en las zonas nórdicas como es el caso de los trineos; en otros lugares fueron los  caballos,  los bueyes, los camellos y incluso de los elefantes como mas representativos—, en que el animal  obtenía el afecto y alimento por parte de sus cuidadores, a cambio de sus servicios. En el caso del Musher, su conocimiento y empatía con el temperamento de  los huskys, malamutes y mestizos le confiere una autoridad  sobre éstos, basada en el afecto, el respeto y la rutina, que le hace comprender en que posición ha de colocar a cada perro en el trineo, según su carácter y resistencia para que dé lo mejor de si mismo. Saber seleccionar el perro guía es un arte y configurar un tiro perfecto una habilidad primordial. La armonía del equipo formado por el Musher y sus perros se percibe al observar la impaciencia de los perros por correr y al contemplar como se desliza el trineo. ¡Todo un espectáculo!



Pero también existe la crueldad con que los humanos, hemos tratado a estos mismos animales, traicionando la confianza que —concretamente, los perros y otros descendientes de los lobos—, han depositado en los hombres. Véase las torturas que aún hoy algunos individuos desalmados infringen a galgos y perros de caza en nuestro país. No es la caza el problema,  que también  pudiera ser objeto de alguna controversia en un momento dado,  sino el individuo.

El individuo violento, el que disfruta con la tortura, probablemente lo es en muchas facetas de su vida.  Mas allá de esta reflexión, no quiero centrar el tema de esta entrada en estos hechos crueles — llevados a cabo por algunos individuos que maltratan a los animales…

Mas grave es  el hecho de que muchos hombres  matan a  "sus" mujeres y niños a los que consideran objetos o súbditos que le pertenecen y a los que humilla reiteradamente. Por ello no  hemos de considerar  deleznable  el maltrato animal,  que al igual que el humano, parece que vaya tomando fuerza, cuando se supone que nuestra sociedad está "mas civilizada".  Lo que este ranking de violencia  evidencia, es que, el que  ha obtenido placer con el dominio y  con el poder que  ejerce mediante la violencia, el dolor y  la crueldad, difícilmente renunciará a disfrutar de ello de nuevo. 

Volviendo al tema de los animales, en nuestro país los hechos nos demuestran que, pese a las leyes de protección,  se está intensificando una ofensiva hacia el lobo, una especie en peligro de extinción.  El porqué de este hecho, en mi modesta opinión, es porque  el lobo no se ha doblegado a los intereses y a la doma de los hombres.  Seguramente porque convivir con el lobo nos exigía  demasiado tiempo y dedicación para lograr empatizar con  el espíritu independiente de este  fantástico animal. Y nos molesta. Nos interfiere y estorba. Nos da miedo. Sortea nuestras previsiones y elude nuestro control. Supone un reto para los humanos. Y por ello supone un trofeo.

El lobo provoca pérdidas nada desdeñables  matando al ganado, —ese que los humanos hemos introducido en valles y dehesas, donde hemos invadido las tierras donde antes habían corzos, marmotas y conejos suficientes como para que el lobo pudiera cazar y alimentarse. Y no es el ganadero el que ha de asumir estas pérdidas, eso está claro. El ganadero necesita ayuda y solidaridad con sus problemas, que no son pocos.

En el mundo actual, preservar una especie en peligro de extinción tiene un coste que la administración  y el estado han de asumir "ipso-facto", restituyendo el valor perdido en dinero o proporcionando nuevas cabezas de ganado al ganadero afectado. De lo contrario la rabia del ganadero que ha perdido sus reses, se encona contra el lobo.  Es mas fácil ponerle veneno,  un cepo o dispararle un tiro, que pelear con la administración.  

Quizás la solución pase por ayudas para mejorar los vallados del redil, incluso electrificados, por tener más mastines cuidando el rebaño,  por recuperar  la profesión del pastor  y que sean varios los que  vigilen el ganado, también mejorando sus condiciones salariales y de los refugios montanos. Incluso podría estudiarse  la ubicación  adecuada de  cebaderos para que el lobo encuentre sustento.  Todo esto por si solo no anularía  el instinto de caza de lobo, pero contribuiría a minimizar los daños. El hombre dispone de la razón y de  la inteligencia —si se lo propone, para superar sus reacciones compulsivas—. El lobo no puede, pues tiene sus limitaciones por ser un animal, aunque en demasiadas ocasiones menospreciamos sus aptitudes,  quizás porque no nos ha interesado conocerlas. ¡Como añoro a Félix  Rodríguez de la Fuente!

El caso, es que quizás este conflicto es, — además de  las pérdidas económicas—  un problema de dominio y de categoría.  El de dominio, porque  el hombre no puede controlar al lobo. Y por si fuera poco, lo ha catalogado ancestralmente como alimaña. Malo por definición. Hasta en los cuentos se le ha conferido ese papel.  Por el contrario, con los perros el hombre ha tenido mas suerte y dedicación  y ha conseguido  adiestrarlos por lo que  se han convertido una herramienta, en un compañero, en un cómplice  y en una ayuda.  Los perros adiestrados nos acompañan con el ganado, en las guerras buscando minas anti persona, en misiones de salvamento por tierra y mar, en las catástrofes detectando supervivientes y cadáveres, como compañeros en la calle, en casa, en el barco, en operaciones anti-droga. Y también colaborando con las atroces actividades del hombre en contra de otros seres humanos, a los que enseña a atacar.  Hasta tal punto llega su obediencia. Su lealtad. No es el perro...
































El lobo es diferente. Es como un garañón— un caballo salvaje—,  que se resiste a estar en un cercado. Siempre prevalece su instinto. Necesita espacio. Correr mundo.  Si queremos preservar el lobo, habrá que entender y aceptar que  el mundo moderno le hemos arrebatado lo que necesita. Y que tenemos que procurarle unas condiciones  mínimas que posibiliten su normal desarrollo, pero de manera  que su impacto no nos perjudique mas de lo imprescindible. Igual ocurre con  zorros, coyotes y otros similares.


Pero quiero enfocarme en la parte buena, en la sinergia y los sentimientos positivos y edificadores. Y me gusta evocar las escenas de la película Bailando con lobos, donde el capitán Dunbar, establece comunicación con los Indios, y también con Calcetines, el lobo solitario. Obviaré en esta ocasión el indignante y triste  desenlace de la película, ya que es mas de lo mismo...

Para mi, en este film hay un eje central,  en la que el protagonista, — siguiendo un magnífico guión, muestra  la necesidad  intrínseca del ser humano  para lograr la comunicación con  otro,  sea animal o persona— , a través de la empatía,  el respeto, la tenacidad y el compromiso,  incentivado por la soledad que siente.

La película supone una oda a la empatía. Y pone de manifiesto los esfuerzos, el empeño y el aprovechamiento de las pocas oportunidades que el teniente dispone en los inicios de la historia, para lograr la mejor manera de comunicarse  y relacionarse con los Indios. También empatiza con su caballo y especialmente con Calcetines, el lobo, al que dedica especial atención. Hace un uso exhaustivo de la paciencia. Porque  al final obtenía una compensación, está claro.

Ahí está la cuestión.  En el mundo real si los ganaderos no obtienen rédito, ni compensaciones no les resulta interesante que el lobo exista.  A los cazadores, les tienta el trofeo. Y a los que vivimos en la ciudad, ni fu ni fa, más allá de la figura mítica del lobo como animal salvaje y que pensamos que ha de protegerse como especie. Pero  lo cierto es que los urbanitas no convivimos con él, ni compartimos los parajes por donde deambula, ni nos afectan sus cacerías.


A otros niveles, en nuestra sociedad siguen dándose  retos similares a los de Dunbar. La comunicación sigue necesitando de las mismas premisas que el guión peliculero.  Mi apreciación es que se está mermando o diluyendo  socialmente la necesidad de aparcarnos tiempo para conversar con tranquilidad, nos cuesta saber escuchar y observar las necesidades del otro,  sería bueno que aprendiéramos a  enfatizar los diferentes matices  para desterrar las conductas  y pensamientos absolutos; neutralizar la polarización y los bandos enfrentados es imprescindible para una buena convivencia y enfatizar el respeto a las personas y para con la naturaleza, es primordial; sería bueno impulsar y fomentar la serenidad y la paciencia para  lograr contrarrestar el frenesí, la impaciencia y la velocidad  a que nos arrastra el día a día. Todo ello  repercute en los valores y  en las prioridades. Cada cual llegue a sus propias conjeturas.

No es el lobo... ¡Somos nosotros los depredadores del planeta!



Mi recomendación literaria para hoy es una novela acorde con esta entrada para los amantes de la naturaleza y de estos bellos animales:

Kazán, perro lobo. Autor:  James Oliver Curwood. 1.878 -1927

Para los que no conocéis a este escritor, la película de El Oso, llevada a la gran pantalla por  Jean Jacques Annaud, está basada en una de sus novelas: el rey de los Osos,  Grizzly.  Curwood tiene una gama extensa de novelas, también románticas, que están ambientadas en su mayor parte en  las montañas y lagos del Canadá.

Su abuela materna fue una india mohawk.  Fue cazador en una época de su vida,  pero con el transcurso el tiempo y gracias a  la intensa observación de la naturaleza fue que aprendió a amarla y respetarla, seguramente influenciado por  su ascendente indio, ya que éstos tenían un gran respeto por   ella, y abandonó la caza, pues como constata su frase del final de la película de El Oso: 

[ "La mayor emoción de la caza no es  matar, sino dejar vivir" ]


¡Hasta la próxima entrada!