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lunes, 2 de abril de 2018

Tusitala


¡Bienvenidos de nuevo a bordo!

 "No juzgues cada día por la cosecha que recoges, sino por las semillas que plantas." (Robert Louis Stevenson)

Con el apodo  de Tusitala  ( el que cuenta historias)  los isleños de Samoa, que por aquel entonces —si no estoy equivocada, pertenecía al Reino Unido— , denominaron a aquel viajero y aventurero  de frágil salud, que fue Robert Luis Stevenson (1850-1.894), nacido en Edimburgo. Es el autor de La isla del tesoro, La flecha negra, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde  y el Señor de Ballantrae, como obras mas conocidas, ya que  fue un prolífico escritor, también en prosa y poesía.

A menudo, cuando era niña, me lo imaginaba escribiendo en el despacho de mi abuelo, en actitud concentrada, esgrimiendo su pluma blanca sobre el papel. Pero lo que mas me gustaba era imaginarme a los personajes que creó y que en aquel entonces captaban mi interés con La isla del tesoro.  Jim, era por aquel entonces, mi  colega coetáneo, que con el transcurso del tiempo, fue distanciándose de mis lecturas cotidianas, pero que siempre guardó un lugar y cierta complicidad en mi corazoncito.  Y ahora, a pesar del transcurso del tiempo, sigo viendo a aquel zagal rubio, delgado e inquieto que  imaginé. Por él no han pasado los años. Y  el recuerdo que yo tenía de él y que aún conservo, tampoco.  

Esa es la magia de la lectura.  ¿Cuantos Jim , Silver , o capitán Flint con caras diferentes habrá en  la mente de todos los que lo hemos leído?  El único enlace común con el resto del mundo será la trama y los caracteres que les confirió, la pata de palo, el sombrero, el loro, la isla... Eso es lo que no cambia, porque el propio escritor nos conduce a través  de sus escenas, por las aventuras que describió y que han resultado  una historia inolvidable.

Robert publicó su primera obra a los dieciséis años: Pentland Rising.  Por aquel entonces,  era costumbre que el padre o mecenas editara y comprara todos los volúmenes que no se hubieran vendido en un plazo estipulado con la editora, como así hizo su padre pasado dicho plazo, pues solo había vendido veinte libritos, ya que era una obra breve.

A menudo me pregunto qué es lo que convierte una obra en un referente, en algo especial —  en relación a los lectores— , ya que seguramente el éxito íntimo de Stevenson, probablemente fue engendrarla y escribirla.  Probablemente que ni el propio escritor lo intuye y lo comprueba, hasta que ha transcurrido  un cierto tiempo. Y  quizás ni se sabe porqué es  en aquel momento tan apreciada. No es fácil saber  el porqué el destino encarta el juego  y se saca el As de la manga…

¡La aventura, es la aventura!

El caso es, que con su  interesante historia, confeccionó un espléndido  libro de aventuras, que, con el tiempo evolucionó al formato cinematográfico, en el que se han producido varias versiones de  la película, y que han adaptado a los nuevos tiempos… ¡Si Robert levantara la cabeza!   

Lo que si sé cierto, es  que mas allá de la ambientación y  del atrezzo de los personajes..., el brillo de la mirada de Silver y de Jim siguen estando ahí. ambién lo he visto reflejado en la mirada de mis hijos, que conocieron la obra también, en otros formatos diferentes. Además.




La isla del tesoro ha dado juego a innumerables versiones desde su creación, abarcando desde las  escenas mas amables destinadas al público infantil hasta las  escenas mas sanguinarias que ilustran una trama muy elaborada  y de calidad como la moderna  Blacksails, la famosa serie que ha acaparado el entusiasmo de todos los piratalovers  que conozco, en los que me incluyo.




Lo sorprendente es que ninguna  de las versiones versión ha conseguido desvirtuar ni borrar de mi mente la lectura original y la ideación  personal de los personajes que leí en mi infancia. La paradoja es que siendo la misma historia, mi memoria no  las  ha emborronado y me gustan todas las versiones que están perfectamente separadas en mis recuerdos.  ¿Os pasa algo parecido? No obstante para mi es relevante en cualquier novela, leer primero el libro y luego ver la película. Ahí se transmite -o no- la empatía entre el escritor y el lector y  se posibilita la magia donde, tú como lector te imaginas  a esos personajes y los haces tuyos: en el papel.  Las películas son geniales pero tienen el inconveniente de que si has visto la película ya pones esas caras al libro cuando lo lees. La magia  que supone ir descubriendo a sus personajes se desvirtúa.

Siempre me ha sorprendido la extensa obra de Stevenson, pues comenzó a escribir a temprana edad, pero murió muy joven. A los dieciséis ya había publicado y aún dejó una obra póstuma a medio hacer, cuando falleció a los cuarenta y cuatro años.  Y no puedo menos que pensar en el buen ritmo de escritura que  debió de llevar, a pesar de sus enfermedades, de sus estudios y  de sus viajes, y  lo comparo con los escritores noveles, con mis compañeros y conmigo misma, que siempre vamos arañando  tiempo para escribir y para aprender. 

La mayoría de las veces,  probablemente son la inspiración y el entusiasmo por algún tema que  motiva al escritor a dedicar un tiempo intensivo para realizar su obra. Probablemente es la ilusión por moldearlo y darle forma— , la que espolea al autor a no levantarse de la silla sino es para comer a deshoras  y atender sus otras necesidades fuera de los tiempos que habitualmente destina a sus actividades cotidianas, mientras crea y define la obra.

En las tertulias con algunos de mis compañeros, lo hemos  hablado y en muchos casos coincidimos. Ni comes bien, ni vas a dormir a horas regulares, ni te relacionas con una normalidad  horaria con los tuyos, mientras estas construyendo la obra. A los compositores de música les ocurre algo parecido.  La escritura,  y sobre todo las correcciones, te abducen. Mientras estas sumergido en tu obra, la relatividad del tiempo la compartes con Einstein, a quien algunas ocasiones te parece ver sentado a tu lado, junto a tus  personajes. 

Precisamente vengo de tomarme un café con Jim y con el Loro — que, hartos ya de tanto ir y venir del fuerte al barco y viceversa, han dejado a John Silver en la playa, junto a la barca. Y  han decidido venir  un rato conmigo —el Loro sobre mi hombro—. El avispado psitáceo  se está acomodando sobre mi jersey mientras tuerce la cabeza erizando las plumas.  Y observa  con interés las letras que aparecen en la pantalla, emitiendo unos grititos guturales. Afortunadamente no sabe leer. Podría liarla parda,  si pudiera repetir lo que escribo...

¡Temiendo estoy que escuche un audiolibro!


¡Hasta la próxima entrada!