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martes, 16 de julio de 2019

DEL OLOR Y LAS EMOCIONES. #loscuentosdeflora


¡Bienvenidos a bordo!

¡Que aire tan fresco se respira a bordo de un barco  cuando navega a vela!  Tan diferente del olor a gas-oil  que emana de la sentina y del escape del motor en otros buques que navegan solo a motor...

¡Que placer respirar! ¡Oler el aire limpio!
A veces tenemos la oportunidad de disfrutar del  olor a salitre en las playas y zonas marítimas aledañas. En las marismas también, aunque el olor es diferente… Somos capaces de discriminar, seleccionar y memorizar un número ingente de olores y sus variables.  Y además el olfato puede  educarse, si tenemos esa capacidad  innata bien desarrollada.  No obstante, olvidamos con frecuencia  que nuestro olfato nos proporciona gran cantidad de información  de nuestro propio cuerpo, ya sea a consecuencia de la evolución hormonal, o de alguna enfermedad que padezcamos; las enfermedades "huelen de manera diferente" y son capaces de modificar el sudor, la orina y la sangre;  eso lo sabemos bien los que nos hemos relacionado estrechamente en el ámbito sanitario con el cuidado de los enfermos.  También huele diferente el medio ambiente en el que estamos en cada momento y las variables que lo modifican.  Frecuentemente  y aunque sea de manera sutil,  el olfato nos hace evocar recuerdos.Y viceversa.  Para recordar, a veces olemos adrede cosas, objetos, ropas, o volvemos a lugares "que huelen a"…   El olfato de una manera contundente, nos alerta ante peligros y agresiones  diseminadas  en el aire, como un escape de gas…

Afortunadamente, la mayoría de las veces, tomamos con-s-ciencia de lo que olemos a consecuencia de una actividad placentera, como impregnarnos con una colonia o un perfume en nuestro cuidado personal. Bien lo saben los agentes de marquetin de las multinacionales de aromas y perfumes.  Los olores crean identidad. Y nos la recuerdan. La nuestra y la de los otros.

Nos gusta  regalarnos el olfato, también con flores, con  un guiso u otro tipo de alimento especial; sobre todo con algunas bebidas cotidianas, que son capaces de  hacernos desear un instante de asueto para poder disfrutarlas, como un buen té… 

¿Quién se resiste al olor de un buen café por la mañana?



Los olores nos han marcado socialmente. Los usamos de manera cotidiana. En la época contemporánea, el olor a limpio del gel de la ducha, el olor del dentífrico, de la gomina, la laca, el desodorante, la colonia o el perfume,  se han catalogado ya como imprescindibles  en nuestra sociedad.

Por otra parte la inclusión de nuevos olores —alejados de las formas naturales y aromáticas con que impregnábamos las estancias y ropas de antaño—,  han apostado por la inclusión de derivados del petróleo en la fabricación de la industria de  los aromas, perfumes, suavizantes,  ambientadores y todo producto al que  se le pretenda conferir  un olor mas intenso y que perdure más  en el tiempo.

Ello nos lleva a estar oliendo  "algo" —constantemente— y de manera contundente.  La intensidad  de los aromas y olores está saturando el aire que respiramos, cargada además de componentes  que pueden generar cierto nivel de toxicidad o intolerancias.

También necesitamos  un respiro al oler.  ¡Aire limpio! Nuestros pulmones, nuestra garganta y nuestro cerebro nos lo agradecerán.

Cada vez es mas frecuente "tapar olores", subiendo la saturación del olor del ambientador de la Oficina o de los vestuarios, otras veces es el intenso perfume que utilizamos,  o el  del desodorante personal; y también y diariamente, el suavizante de la ropa.

Traspasar la frontera de las estanterías en  el sector de limpieza de las grandes superficies, o en la zona de perfumes y maquillajes es impactante. Todo huele a esos productos. Irrita la nariz y la garganta de muchos usuarios. Ni que decir de los fuertísimos ambientadores de cines y lavabos públicos. O de los productos de limpieza en la Cocina, y en la higiene del hogar.

La casuística es muy amplia y diversa. La cantidad ingente de productos químicos que pasan por nuestra piel, por nuestros pulmones, por nuestro cerebro,  y por  nuestros hogares están colapsando nuestro aire. ¡Y nuestras aguas!
No olvidemos que todos los desagües, van a los ríos y  por tanto, al mar.  Y que tanto producto químico tóxico —y, además, mezclado entre sí—, revierte en la cadena trófica y en la cadena alimentaria.  Los derivados del petróleo alteran las hormonas y afectan a nuestra salud, mas allá de los tubos de escape… Nos estamos envenenando nosotros mismos, porque diariamente utilizamos productos insalubres.

Dicho esto y mas allá de estas  crónicas del día a día de cualquier persona de a pie, en lo que quiero incidir especialmente, es en la importancia del olor en los recuerdos.

Sin lugar a dudas, todos recordamos los malos olores. Los evitamos.  Es lógico.

No obstante, en nuestro cotidiano hacer , ya desde los hogares, tendemos a "borrar olores propios agradables", tendemos a sustituir los olores personalizados  por "olores de marca estandarizados".  Y con ello borramos también el olor de nuestra historia, de nuestros recuerdos.  La sociedad de consumo y la invasión sistemática de nuestros espacios por parte de estas sustancias odoríferas, que cada vez se prolongan más en el tiempo a golpe de derivados del petróleo, actúan de borradores.

El olor a ropa vieja ya no existe. El olor  agradable de las personas se borra...

En un futuro —quizás no tan lejano— ya no podremos decir: huele a Tí. Quizás esta frase solo sea recuperable en novelas  románticas y relatos, aunque  quizás en un futuro, el lector ya no sepa como reproducir un olor que ya no percibe, ni pueda reproducirlo en su mente.  Cosas de escritores. Ya sabéis que tendemos a dramatizar…

[…]

Ana, Balbina y Lourdes recogían el menaje de La Cocina de su madre. Ésta había fallecido  hacía un par de meses y hasta la fecha no habían encontrado ni ánimos, ni tiempo suficientes como para enfrentarse a la dura tarea de deshacerse de las cosas que habían rodeado su vida en aquel  rústico pueblo gallego, distante de la ciudad a mas de una hora en automóvil, pues el bus de línea, solo hacía dos viajes de ida y vuelta al día.

Cogieron la silla de ruedas y su andador, para darlo a la beneficencia. Luego entraron en el aseo y cogieron  las peinetas  negras con las que recogía su moño plateado, acariciándolas y mirándolas con melancolía.  Sus pendientes negros —aquellos que guardaba para los días de luto y entierro— , estaban encima de su tocador. Y el colgante a juego en el joyero, bajo la tapa que alojaba unos  utensilios de manicura que nunca utilizó. Allí guardaba las joyas de la familia, que ahora tendrían que repartirse irremediablemente. En aquella vieja casa de ladrillo y piedra, las tres hermanas rememoraban sus días de juegos y su infancia.

—¿Te acuerdas cuando nos poníamos sus zapatos de tacón? ¿Los que guardaba para las bodas?
—Me encantaban y eso que mis pies cabían solo en la punta…
—¿Alguna de vosotras quiere las peinetas..?—dijo la tercera.
Toc toc...
—¿Quién será a estas horas? Está chovendo—dijo Ana.
— La señora Encarnación, seguramente.  Me dijo que se acercaría para vernos—dijo Balbina. Menos mal que hacían buenas migas… ¡¡Voy!!—gritó dirigiéndose apresuradamente hacia el vestíbulo.
— Pues si. Tantos años de amistad, le hicieron muy bien a madre. Se sintió muy acompañada luego de la muerte de padre—dijo emocionada Lourdes, mientras abría el joyero.
— Gracias a Dios que Encarnación recogió   la casa cuando nos fuimos en la ambulancia. ¡¿Quien iba a pensar que madre estaría tantos días en el hospital?! dijo Ana.
— Salimos corriendo y ni echamos cuenta de lo que quedaba en la nevera. Y encima se estropeó. ¡Que desastre! Me dijo la hija de Encarnación, que  hasta habían gusanos en la carne del cocido y que había moho por toda la nevera.  Menos mal que no abrí yo  la nevera —dijo Lourdes con una mueca de asco—… no quiero ni pensarlo.
—Una suerte que haya limpiado la casa. Tenemos que pagarle la limpieza y las horas que haya echado, además del mes. Se nota que ha limpiado bien. Huele a limpio.
— ¿Donde está?
— Ahora viene, que ha ido a buscar unos guantes que se dejó en el lavadero—dijo Balbina.
—Suerte que aún huele a chimenea. Me consuela llegar a casa y recordar como prendíamos la lumbre y poníamos el pote en el trébede.  ¿Os acordáis el olor de los cocidos que hacía madre? Esta casa nunca a olido a Chinpún Ultramax—dijo Ana— . Se me hace raro.
—¿A que dices que huele?preguntó Lourdes extrañada.
—Es el fregasuelos de moda. En todas las tiendas y bares huele así.

Mientras Balbina iba hacia  el colgador que había tras la puerta, Lourdes abrió el armario ropero. Y lo encontró vacío.
—¡Anda…! Exclamó Lourdes.  ¿Y la ropa?
Lourdes y Ana miraron desconsoladas aquel espacio muerto. Esperaban encontrar los vestidos  de su madre colgados y en los estantes, su ropa interior, sus visos  y toallas bien doblados, con una pastilla de jabón de Flores de Pravia entre las piezas. Su madre colgaba  sus vestidos  entre saquitos de ropa repletos de flores de lavanda que ella misma recolectaba.
—Bueno está. ¡Que ganas tenía de veros!—dijo Encarnación aparcando un carro con dos grandes fardos en el recibidor de la casa y dejando un enorme paraguas—el del pastor, su marido—, dentro de un cubo que había al lado de la puerta. Seguidamente, se anudó el pañuelo negro que llevaba en la cabeza.
—Hola, Encarnación.  Si que andas cargada… ¿Que traes?—preguntó Balbina
Lourdes y Ana  adivinaron el abultado contenido y se miraron temiendo lo peor…
—Pues la ropa. La he lavado todita para que —cuando vinierais— ya estuviera limpia para llevarla a la parroquia. Ahí la dejo, ya vendré a buscar el carro cuando acabéis, que tengo que irme al chamizo de la Bernarda, que va a parir la Canela.

Y desdoblando un papel que tenía unas sumas escritas rudimentariamente con lápiz, señaló el total.
—Son setenta euros. Ya me lo daréis cuando os vaya bien, que no lo digo por cobrarlo hoy.
—No, mujer. Tenga, tenga..—dijo Balbina rebuscando el monedero en el bolso.  Así ya está zanjado, que luego no sabemos cuando podremos volver..
—Gracias niña.  Fregué todo y tiré  unas cáscaras de naranja y unas ramas de menta que colgaban de La Cocina.  Hay un par de bolsas  en el patio. Son para tirar. Me tomé la libertad de recoger las cosas del lavabo  y algunas cosas viejas que encontré sobre la mesilla de la máquina de coser, que me pareció que no valen. Si me hacéis el favor, las tiráis vosotras, que ahora han puesto unos contenedores nuevos abajo, en el cruce  con la general y me queda lejos.
—Tranquila mujer, muchas gracias por todo. Está todo impecable. No se que hubiéramos hecho sin su ayuda. Que vaya bien lo de la Canela. Ya la llamaremos cuando vayamos a venir otra vez, para el verano. Gracias.
—A vosotras. Andad con Dios—dijo mientras se metía los billetes por el escote de su jersey negro.

Balbina cerró la puerta y miró la casa en silencio. Ya no les quedaba nadie. Entonces se dió cuenta de que sus hermanas habían abierto uno de los fardos y tenían cogidas algunas prendas de ropa, estrechándolas contra su pecho. Y las olieron…
— ¡Maldito suavizante! gritó Lourdes con desconsuelo, mientras unas lágrimas resbalaban por sus mejillas.  No la huelo. No huelo a mamá—dijo sollozando.
—Todo está lavado—dijo Ana. Ya no hay remedio..

En silencio, las tres  fueron repartiendo la ropa en varias bolsas y se guardaron algunas piezas  de ganchillo hecho por ella, como recuerdo. Y el joyero.  Luego se acercaron a la parroquia para que  las aprovechara la gente mas necesitada.

Iban hacia el coche, cuando repararon en que no habían cogido las basuras.
Entraron a la casa las tres, para revisar que no hubieran olvidado algo mas, pues estaban tristes y despistadas. Cogieron las bolsas. Y súbitamente, un olor familiar les llegó. En el fondo de la bolsa había un manojo de cabellos enredados en un viejo cepillo. ¡Y la vieja botella de plástico  azul con la colonia que utilizaba su madre.


También rescataron tres  viejos pañuelos planchados y amarilleados por el transcurso del tiempo, con unas franjas de vainica, que olían a ella.  Las tres hermanas, olieron aquella agua de colonia. Una colonia casera, hecha por su madre, con la que solía refrescarse y de la que también solía verter algunas gotas en pañuelos y ropas de cama. Pusieron  cada una su pañuelo, en un tarro de cristal,  de los que guardaba para las conservas, para gozar de su recuerdo.

Aquella noche,  evocaron su presencia. Aquel olor les hizo soñar con el amoroso abrazo con que su madre solía recibirlas cuando iban a verla. Siempre tenía preparada una botellita de esencia de flores para cada una de ellas...




¡Hasta la próxima entrada!