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sábado, 13 de octubre de 2018

Y Narciso cayó al agua...

¡Bienvenidos a esta nueva entrada!

Ha sido un largo paréntesis sin escribir en el blog. He tenido que aparcarme un tiempo para lidiar con asuntos propios y para  escribir, pues estoy acabando mi  última novela. No doy abasto. Y además caí en las redes…  ¡Nunca lo hubiera imaginado! Cuando no es el teléfono, es contestar los mensajes de Facebook, y cuando no, Instagram o el mail.   ¡Hasta aquí he llegado! ¡No puede ser!





    Aparte de la época estival,  que propicia estos parones veraniegos, las redes nos enredan —valga la redundancia—  y  nos comprometen, porque hay que contestar, —por interés y por  cortesía—.  Pero tras esta época  frenética y novedosa  en que he debutado en ellas, he llegado a la conclusión de  que tengo que administrar un tiempo determinado para estos asuntos sociales y publicitarios. Se hace necesario  que administre mi tiempo de otra manera. Por salud mental, familiar y social.

Estos medios tecnológicos son estupendos, magníficos para relacionarnos y saber de los demás  e intercambiar opiniones y compartir afinidades; también para  dar a conocer nuestros proyectos, pero como diría mi abuela,  al final nos sorben el seso.  Y aún mas. Los ojos. La mirada. El pensamiento.

He descubierto  tras utilizarlos,  que mucha gente vive de las imágenes, como las abuelas que van a la peluquería y solo pasan las hojas para ver las fotos y no leen. En ellas lo entiendo, pues tienen deficiencias visuales y solo miran.    Pero…. ¿y los jóvenes y de mediana edad?  Apenas  leen. Ni ha dado tiempo a que acabara de colgar algún post con parrafada incluida, y ya tengo varios me gusta. ¡No les da tiempo de leerlos!  Valoran la imagen. Lo que  miran:  fotos, stickers , gifs  y vídeos. Los clics son compulsivos. A mi también me ha pasado.  Afortunadamente también se cuelan  en las redes escritores, poetas y artistas, agencias de viajes y páginas de naturaleza y ecología, de manualidades. Y así se hace mas ameno. Y también  mas adictivo…¡¡Allí encontramos todo lo que queremos.!!



Me preocupa profundamente que  en las nuevas generaciones hay grupos numerosos de jóvenes y no tan jóvenes, que parece que solo están pendientes de acumular seguidores, y conseguir me gustas.  Su interés principal es hacer  movimientos repetitivos ,  fotos  enseñando la lengua, o parte de su cuerpo,  haciendo muecas para acumular  todas —las Kas—  que puedan para destacar en el ranking de seguidores. Eso es vital. No hay vida mas allá de los seguidores.  No tener muchísimos seguidores supone un fracaso social y personal. 

En mi reciente debut en Instagram,  hace unos meses, me he quedado estupefacta  de encontrar páginas en las que solo hay fotos-fotos- fotos -fotos -fotos, del cuerpo serrano. Y está bien. Hay mucha gente guapa por el mundo y es agradecido mirar un cuerpo hermoso. ¡¿Y que más?!… Porque sería bueno que  hubiera algo mas. Entiendo que los que son modelos tengan la casa, la Oficina, y todas sus páginas virtuales empapeladas con sus fotos, pues viven de ello.

Pero la gente joven que esta estudiando -o no-, que dedique  la mayor parte de su tiempo libre a confeccionar estos looks, para obtener el selfy mas fashion para obtener miles de me gustas,  sin mas motivación que esa, me parece incluso peligroso. O que algún ministro/a, esté en el congreso jugando o mirando una pantalla, en vez de atender, ya es el colmo. 

                                             
La recompensa constante—ante ningún esfuerzo mas, que  el de buscar el tiempo necesario y el escenario idóneo  para hacer la foto—, para recibir una aprobación continua, y una demanda  de atención continuada las veinticuatro horas, probablemente modularán  una baja tolerancia al fracaso.   
Regalarse los oídos —o en este caso los ojos—, ante tanto corazón y ante tantos likes4likes difícilmente proporcionará elementos de contraste  y de maduración en estos jóvenes que quizás no  toleren o no encajen los — ya no me gustas, —o—,  no voy a estar pendiente de ti todo el día.

Es fácil acostumbrarse a que la gente se vuelva adicta a tí y a tus cosas. Pero  puede  alimentar una falsa autoestima.  Si uno necesita de la aprobación constante de los demás para sentirse bien, —y con el agravante de que es solo imagen lo que muestras— me parece que si es el único,  no es un buen camino.


                                   

Puede ocurrir que cualquier  circunstancia ajena, fortuita o accidental rompa el efecto espejo. Incluso una gota de agua, interrumpirá esa contemplación  y moda fashion y las ondas distorsionarán esas fotos que hacemos o contemplamos  con una asiduidad enfermiza. 
¿Como afrontarán la distorsión de su imagen estas nuevas generaciones,  con la evolución y el desgaste de la edad o con las modificaciones naturales, como pueden ser el embarazo y la lactancia si solo  han centrado  si interés en una figura perfecta? 

Preferiría pensar que bien, pero podría resultar ser una fuente de dificultades y frustraciones. Los educadores, padres y maestros no deberían perderlo de vista.  Y esto lo comento  expresamente porque me quedé pasmada escuchando la  conversación de unas jóvenes adolescentes: completo rechazo a la maternidad y a la lactancia, porque —como decían— es un rollo y un pestiño lo gorda y deformada que se pone una. Que se embarace otra por mí,  fue la joven mas contundente, pues no se refería a ningún problema de fertilidad, sino por una cuestión meramente estética.  Tengo en cuenta que eran adolescentes —que es un parámetro a tener en cuenta—, pero da que pensar.

En estos meses  también he observado las  fotos, escenas y vídeos que se cuelgan y  que me llevó a reflexionar  sobre la intimidad que se comparte en las redes. Encuentro muy desafortunado el que se comparta casi todo en las redes.  ¡Todo no, por favor!  Cada uno tiene su intimidad, sus momentos, su privacidad.  Se desvelan así datos, vivencias, relaciones, estados de ánimo y otras cosas que no deberían de concernir a esos "amigos", que no son tal.  Y que si lo son, además lo está "mirando" mucha mas gente de la que no tenemos cons-ciencia.  

Aquí también  quiero hacer una mención especial. Encuentro una perversión de la palabra amigo en las redes.   Afortunadamente,  se va distinguiendo con  la palabra "seguidores"… Amigo no es cualquiera que ha visto una foto y le gusta. La palabra conocido, está en desuso.  Conocer " de vista", conocemos a mucha gente.  Pero un amigo es algo más. Y buenos amigos solemos tener pocos. Tenemos seguidores, contactos y afinidades. Conocidos. Colaboradores. Compañeros. Amigos. Familia. Y cada cual tiene en valor,  un espacio y unas necesidades; un tiempo de dedicación diferente…  También es cierto, que  las redes han proporcionado contactos que luego han acabado en una buena amistad.  Cada cual saque sus conjeturas.

El tiempo de dedicación…. Un handicap.   Precisamente,  justo  he comenzado un proceso de racionalización y de organización del tiempo que dedico a cada una de las redes con las que  me relaciono… ¡Que distorsion social y familiar!   ¡Vale la pena reorganizarse y reencontrar esas miradas de nuevo! Estaban ahí..., pero estamos tan distraídos mirando la pantalla del móvil, que no nos damos cuenta...



Encontráis  que falta algo al lado de la taza de la imagen?  El móvil, por supuesto. No está.

¡Fuera móviles en la mesa  mientras comemos! No interrumpamos la atención que prestamos cuando estamos hablando con alguien in situ…cara a cara.  Es lamentable que la influencia de las redes nos interrumpa continuamente con nuevos mensajes y posts.  Porque nosotros lo permitimos. Porque nos dejamos llevar por la compulsividad de contestar la llamada o el aviso del tweet, el Fb o instagram.   ¡Fuera móviles de la mesilla de noche en la habitación!  Fuera zumbidos. No es saludable, ni orgánica ni mentalmente.  La calidad de la relación que establecemos con los demás es esencial.  Y el tiempo que nos dedicamos a nosotros mismos también.

El silencio es importante. Nos ayuda a relajarnos, a reflexionar.  Existen estudios que dicen que el cerebro necesita un mínimo de silencio cada día.  Dosificar el uso del móvil y la dependencia que tenemos de esta maravilla de la tecnología es muy aconsejable.  Disminuir el estrés que nos impone el frenesí y el estrés de la vida cotidiana, saturando los pocos momentos en que no estamos pendientes de algo, es ínfimo. Necesitamos un ratito de silencio, de ocio, de no hacer nada. Silencio. 

La inmediatez en las repuestas telefónicas, los wtsps, audios, tweets, Faecbook e Instagram, se ha convertido en una frenética actividad que tiraniza nuestra vida cotidiana.  Secuestran nuestra atención y nuestro bienestar. Desbancan al confort……¿Seguro?

 ¡¡Mentira!!  Precisamente su peligrosidad está en que aprendemos a sentirnos confortables en este bullicio y frenesí compulsivo.  Precisamente — el disconfort—  llega cuando no tenemos el teléfono a mano, cuando no nos llaman, cuando no tenemos ese contacto virtual habitual.  Es  entonces  cuando nos ponemos ansiosos y nos sentimos vacíos. Nos falta algo.  Desorientados  ¡¡No podemos hacer nada!! ¿Es esto normal? No.
Esto también me ha pasado a mi.  Y por ello no he podido menos que reaccionar  a tiempo y reflexionar sobre todas estas circunstancias.  Y compartirlo con vosotros. No queda otra que acotar los tiempos y administrar bien los afectos. No es fácil, pero se puede.

Solo un par de recomendaciones mas:

Si lees, des-movil-izate.  Si charlas con alguien, des-movil-izate y préstale atención. Y  sugiere que haga lo mismo.   Si escuchas música o ves una película, disfruta de ella y des-movil-izate.

Y así como es bueno movil—izarse para realizar acciones y actividades  sociales e interesantes,  para poder hacer otras es  necesario "des— movil— izarse".


"Cons-ciencia tu vida".  "Consciencia tu tiempo".  Preserva tus momentos de intimidad para contigo mismo y para con los demás.  Acota el tiempo  que dedicas a  las redes.  ¡Es saludable!

En fin, la entrada de hoy  ha sido un reencuentro con los lectores que seguís mi blog.  Pude conciliarme con las redes y con otros vericuetos que no vienen al caso…


Aqui os dejo mi pagina de Instagram por si os apetece curiosearla,  😏pero no abuséis…  

@florasmithbcn

#cons-cienciate   #des—movil—izate   #pon-cota-a-tu-tiempo-en-las-redes


¡Hasta la próxima entrada!


viernes, 15 de junio de 2018

¿Escribir…, o no escribir ? ese es el dilema. #loscuentosdeflora


¡Bienvenidos de nuevo a bordo!

La entrada de hoy nos adentra en la navegación nocturna allende los mares y  al más allá...

LA VIDA ES DUELO     ( Fragmentos…)

Nos deslizamos sobre las negras aguas onduladas, coronadas por blancas orlas encrespadas. El susurro del agua que se escinde desde la proa, acaricia la linde de la obra muerta deslizándose por las amuras. El cielo  estrellado y velado por algunas nubes  nos permite percibir  sombras, chasquidos  y burbujeos procedentes de las aguas que están bajo la niebla rastrera.
Los músculos de las piernas se tensionan con el  brusco balanceo del barco y con una mano nos apoyamos en la regala; en la borda. La mirada se fija en las tenebrosas aguas con cierto temor, quizás a  la aparicion  de un monstruo marino ancestral, al que tutela un oscuro emisario de las profundidades obligándolo a sumergirse de nuevo…  Entre la niebla escuchamos el sonido de la rompiente en los escollos  como presagio de infortunios, pues el péndulo del reloj trae horas amargas en su efímero viaje.
La brisa húmeda y pegajosa nos impregna  la piel y nos revuelve el cabello, mientras las velas se tornan sonoras tras algunas rachas de viento. El cabeceo de la embarcación propicia la modorra, pues tras el duro día de trabajo, el cansancio nos rinde. Se releva la guardia; y  la saliente  entra por fin en los aposentos para descansar bajo la cubierta.

Sumida en un sueño agitado, repleto de imágenes inconexas pero inquietantes, abro los ojos en medio de la oscuridad, envuelta en los pliegues de las blancas sábanas que, — con el vaivén de las olas— , me rebujan hacia un lado y hacia el otro.  Los golpes secos de las olas en el pantoque,  revelan que navegamos ahora  de ceñida, contra el viento;  y el murmullo del agua  que se escucha tras la obra viva del barco, que se sumerge cada vez más en un mar bravo, desvela  un efímero silencio en que  la proa sale del agua para caer estrepitosamente de nuevo sobre el agua, provocando otro soberbio pantocazo. Los enseres ruedan y algunas cosas caen al suelo. La angustia me provoca calor en el estómago y una fuerte presión en el costado. Una sensación de ingravidez y mareo.  Desazón. 

Una y mil vueltas. Enroscada  de nuevo en las sábanas, vuelvo a mullir la almohada, sin poder encontrar la cómoda postura que me permita conciliar el sueño, mientras mi mente cabalga cual caballo desbocado sumida en  el miedo, evocando algunas fantasías, recuerdos y otras imágenes visionarias. No es posible dormir y deambulo inquieta por el camarote. Me asomo luego a la cubierta y veo la luna entre las nubes y acaso algún faro lejano. Quizás el señor de las tinieblas… Huele a salitre. Hace frío. Huele a muerte. Y vuelvo al catre aterida de frío.

A duermevela me despierto sollozando. Los sueños han abierto el baúl de los recuerdos y mis seres queridos ausentes se asoman para visitarme entre abrazos. Un halo de alivio me consuela al visualizarlos: abuelas padre, madre, amigos.. y en apenas un suspiro, su recuerdo se diluye sin más, provocándome de nuevo angustia al visualizar imágenes de guerra, miedo, muertos, ahogados y desgracias.  Siento entonces la necesidad de sacar fuera de mí estos pensamientos y estas inquietudes, pero estoy agotada y  vuelvo a sumergirme entre las sábanas. Cierro los párpados en un nuevo intento de dormir. Pero mis pensamientos  luchan entre sí: ¿levantarme y escribir?, ¿o seguir intentando apartar  estos pensamientos —pesadillas interrumpidas—, que tanta desazón me han procurado? Lo cierto es que he de lograr un poco de descanso. Una música martillea mi cerebro.  Una melodía que vuelve una y otra vez  a mi mente con el embrujo de  sus coros... No se qué hacer.



El tiempo transcurre lentamente. Los latidos del corazón suenan en mi pecho. El tiempo perdido para la noche, es ganado por la madrugada. Un dolor de cabeza espantoso todavía añade más confusión a mi dilema. Los ojos me duelen y parece que se hundan en sus órbitas.  Es el duelo. Ese sentimiento tan difícil de gestionar, ya sea originado por una decisión, o por el contrario, por la impotencia ante la muerte. Aprender a dejar ir… Aceptar la ausencia.  Soltar amarras…  (…/…)

                                                                      **********

Una especie de hormigueo recorre mis pies.  Un súbito tirón de la sábana, deja mi cuerpo parcialmente descubierto. Vuelvo a arroparme y de nuevo otro tirón. Y la sábana cae al suelo. Unos toques suaves me provocan un respingo. ¡No puedo más! Y abro los ojos.  ¿Musa?—pregunto con voz trémula—, escudriñando lo que ocurre en la penumbra… Pero no.   ¡Eran ellos!
























Desde que Cenicienta se mudó a vivir al castillo con su flamante príncipe azul, estos ratoncillos buscaron nueva casa y ocupación.  Desde entonces —en esas noches largas y cargadas de intrigas y desazón—, acuden a despertarme para que escriba. Y en vez de hacer vestidos y coser volantes como hacían antaño, se dedican a ponerme el papel en la máquina de escribir, me ordenan el escritorio y me hacen compañía. Yak suele consultar el diccionario. Y Gus me susurra algunas ideas inéditas y divertidas.  Las ratoncitas suelen contarme historias  y  algunos chismorreos sobre los amoríos de las ratonas de su linaje. Incluso  me piden que les arregle sus vestidos, pues las que son costureras andan atareadas reparando y cosiendo algunos  libros antiguos que tengo en la biblioteca.

Así pues, con tal panorama, finalmente decido levantarme. Cubro la mesa con un paño para no ensuciarla y preparo una batea con agua y  algunas vendas de yeso y algunos pigmentos de colores.  Y paso buena parte de la noche arreglándoles los vestidos que se les han roto a causa de sus travesuras, mientras charlo con ellos. Por fin me distraigo. Me olvido de las pesadillas y del duelo.  Y me relajo.

Delante mío tengo a la la troupe de ratoncitos mágicos.  Vuelven de vez en cuando a verme, sobre todo cuando Musa se va de vacaciones. 
Huelo a café… Constanze, — la ratona cocinera de la nobleza—, ha hecho café para todos. Y nos reanima.
Está visto que estos personajes no me van a dar tregua, pues  han encendido la lamparilla del estudio y han colocado mi libreta de notas al lado.  Gus se afana en abrillantar las teclas y Yak me trae el portátil, y corre la vieja máquina de escribir donde está subido Gus, a un lado, a modo de decoración.  Sentados sobre una pila de libros,  ambos se quitan el gorro y  se atusan el mechón de pelo, se rascan sus orejas y el hociquillo  y apoyando sus manitas en la barbilla, mientras esperan  complacidos a que comience a escribir…

Ya no hay  dilema. ¡Escribir, escribir, escribir…!

Nos sorprende el alba con el toque de  la campana. Toca cambio de guardia. Tenemos que  dejaros.



Mi recomendación literaria para hoy es un clásico: Las mil y una noches. Autor anónimo.

¡Hasta la próxima entrada!

viernes, 11 de mayo de 2018

Anhelo de sonidos.

¡Bienvenidos  bordo!


          Amenudo,  la vida nos da sorpresas y estamos predispuestos y demasiado habituados a que no sean gratas, pues las malas noticias abundan.  En  ese mar de vida encrespado y turbulento, frecuentemente nos enconamos en luchar contra las olas y su rugir insuperable y, queriendo nadar a contracorriente impulsivamente, nos agotamos y nos desorientamos. Perdemos la perspectiva.

Afortunadamente, a veces por propia decisión  — y en otras ocasiones de forma fortuita—, ocurre que nos sumergimos bajo  la superficie y entonces apreciamos que  cerca del fondo marino hay mas calma y el estruendo pasa a ser un sonido en off…. El buceo a pulmón libre nos permite deslizarnos suavemente por las aguas  y   observar que la tormenta  quedó allá arriba.  Las aguas nos conducen por sus corrientes y nos mecen con el vaivén de la resaca, menos violenta que las olas, aunque es imprescindible alejarse de escollos, rocas y acantilados.

El  sonido bajo el agua nos adentra en otro mundo. Lo podemos comprobar en una piscina en la que estemos nadando en soledad.  Nadar bajo el agua resulta ser un mundo fascinante, aunque sea por un breve lapso de tiempo—acaso un par de minutos, en que el tiempo adquiere otra dimensión—, en la que  la visión y el oído resultan ser  las percepciones muy intensas, aunque por supuesto, es  la consciencia de nuestra respiración la mas importante, puesto que  nos traslada al aquí y ahora por fuerza, — ya que hemos de controlar la apnea y la espiración dosificada en cada instante—, esos en los que  el silencio y a veces el murmullo, son los que predominan bajo el mar  y que acaparan nuestra atención.   

Nuestra respiración cobra pues un  protagonismo contundente. Vital. Y el sonido y la visión se coordinan, pero en modo fantástico. Nos hechiza.  Sin embargo, sin el sonido, se produce un resultado  diferente.  Podéis probarlo quitando el sonido al siguiente vídeo, si estáis en completo silencio.  El sonido bajo el agua nos relaja  y relaciona con ese medio, sumergiéndonos en una especie de burbuja, que nos aisla del mundo exterior, integrándonos en el medio acuático.




No es de extrañar pues, que los buceadores en una inmersión prolongada— además del aturdimiento que a veces sufren por la proporción del gas de las bombonas de oxigeno y el CO2—, se emborrachen con ese mundo misterioso que está ahí abajo y no quieran abandonarlo. Probablemente  porque al subir a la superficie   habrán de enfrentarse a las olas bravas y volver a rutina diaria, y la segunda— que es la mas cautivadora y habitual—,  es que los atrapa y se quedan embelesados contemplando la belleza intrínseca del mar, sus montañas sumergidas y sus habitantes. Un mundo maravilloso.

Bajo el agua  disfrutamos de sonidos muy específicos, pero sonidos al fin.
Es difícil  vivir, —sin "escuchar el lugar donde estamos"—.  Es difícil vivir sin percibir las señales que — a través de los sonidos, nos alertan e inquietan— o por el contrario,  nos procuran paz...

No obstante, ese murmullo que tanto nos molesta en nuestra vida cotidiana, terrestre y frenética es deseado cuando estamos en una  vasta zona despoblada, donde nos encontramos más vulnerables. Esto nos puede ocurrir en mitad de la montaña perdidos,  o en un desierto, o en medio del mar a merced de las olas.
Es entonces cuando anhelamos escuchar sonidos familiares que nos orienten: voces, campanas, aviones que surquen los cielos, un arroyo de agua,  el canto de una cigarra,  el motor de un vehículo o el ladrido del un perro, o el rumor  de una embarcación. Unos sonidos que nos evocan recuerdos y experiencias. Y nos infunden esperanza.

El sonido nos guía. Nos hace percibir como es y  que es lo que sucede en el mundo que nos rodea.

En ese sentido,  a veces me siento un poco huérfana de algunos sonidos que  me acompañaron en mi infancia, como el toque de campanas de la iglesia, el canto de los gallos al amanecer, la flauta del afilador, y también las voces de algunos locutores de la radio. La voz  y su entonación tienen un potente efecto sobre nosotros.  También  lo tenían antaño las radionovelas  que nos acompañaban por las tardes, cuando mi abuela no podía, o no estaba para explicarme cuentos y aventuras. También mi madre me contaba historias.  Contar… Tradición oral. Ancestral.
Sabiendo de mi afición por escuchar,  mi madre me proporcionó algunos  cuentos que ponía en una gramola o tocadiscos— no recuerdo bien—  y que eran de vinilo y algunos con vivos  colores.


Mi frágil salud  en aquel entonces, me hacía permanecer largos tiempos de reposo en los que no podía jugar, ni correr. Y escuchar los cuentos radiados o las novelas, era una forma de distracción novedosa, que complementaba mi lectura  habitual.  Mas allá de su contenido y de su calidad narrativa, lo cierto es que las novelas o cuentos que emitían por la radio, o los  cuentos en formato vinilo que escuchaba en el tocadiscos, — además de  la música clásica, los cantantes de la época, las zarzuelas ú óperas, — afición que compartía con mi padre y con mi hermano,  suponían un lapso de tiempo valioso y educativo.
Al igual que para mi, la radio supuso  un fiel  acompañante para viudas, mujeres,  enfermos y niños, en una época en que el único canal de  televisión solo se veía durante un par de horas; el resto era una carta de ajuste y la típica nieve que aparece cuando estaba fuera de emisión.

La esperada musiquilla de la radionovela que anunciaba el siguiente capítulo radiado nos hacía parar, o cambiar de actividad, para poder escucharla. Esperábamos cada día la hora de la emisión de tal o cual programa de  radio. Y por supuesto, el de las radionovelas por la tarde. Aprovechábamos entonces para coser, bordar, planchar, pelar las patatas y limpiar las judías para la cena.  O simplemente nos sentábamos a descansar en un viejo sillón orejero, mientras escuchábamos el toque de  las horas del reloj de pared, aquel que estaba recluido en una caja de madera con la puertecita acristaláda y al que dábamos cuerda cada día con una llave, al mas puro estilo  Harrison. 

Aunque parezca extraño — ya que desde entonces han transcurrido cerca de cincuenta años—,  fue por este  motivo que, cuando me ofrecieron editar  mi libro de Entre-TREN-minientos  en formato Audio, no lo dudé. Y aquí está, colmando mis expectativas  tanto en formato CD, como en Apps para móviles y otros soportes para móviles, tabletas y pc.

¡Y aderezados con bonitas músicas introductórias en cada relato!

Creo que estos formatos, recuperados a día de hoy, colmarán las expectativas de muchos oyentes "especiales" vintage, y modernos también.  Quizás con mayor contundencia a los nostálgicos como yo. Un público al que hemos querido dirigirnos especialmente ha sido para las personas que presentan algún tipo de discapacidad o dificultad:

-Para ancianas o personas maduras que no dominan las aplicaciones de los móviles.
-Quizás para enfermos que han de permanecer en el hospital, enredados con los cables de los sueros, que les dificultan coger un libro con comodidad.
-Para personas que padecen dislexia
-Para las personas que tienen problemas de retina y discapacidades visuales de otra índole.
-Quizás  para los que  tengan alguna discapacidad  de movilidad que les dificulte o impida la lectura…

Entre-tren-imientos Audiolibro, sea en CD, o en Apps para móviles y otros soportes, está confeccionado de manera personalizada y con una agradable voz humana, que narra  en castellano los 30 relatos,  a cargo de Carlos Quintero, una voz muy agradable con la que puedes contar y que ha puesto especial  énfasis en la interpretación  del contenido. De la esencia.

¡Aquí no hay robots!

La narración se ha hecho con esmero y aunque la perfección no existe, el aderezo de músicas diferentes y adecuadas al tono, al matíz  y a la temática  de cada relato, — que se anuncia  antes o insertada en cada título— ,  ha sido  elegida personalmente,  y con el deseo de proporcionar al oyente, —un espacio de tiempo grato que le permita  desconectar del relato anterior para poder iniciarse en una nueva aventura en el  relato siguiente—, pues  los 30 relatos son muy dispares e inconexos, lo cual le confiere a este seguimiento musical exhaustivo,  un valor añadido de autor, tanto de la escritora, como del narrador.

Entre-TREN-imientos Audiolibro ya está grabado para  Apps para Móviles, Tablets y Pcs.  y también en CD.

Sea como fuere,  Carlos, Editorial Sonora y yo, ya estamos ya impacientes  por que finalicen los trámites con las distribuidoras y  que  Entre-TREN-imientos Audiolibro pueda entre-tren-eros en ese espacio de silencio, que por un motivo u otro, anheláis llenar con sonidos agradables e historias inéditas y diversas.

¡Disponible en SONOLIBRO  https://www.sonolibro.com/audiolibros/flora-smith/entretrenimientos

Tambien disponible en STORYTEL y SPOTIFY  si estáis suscritos, podéis escucharlos como relatos independientes o canciones numeradas.



¡Hasta pronto!

lunes, 2 de abril de 2018

Tusitala


¡Bienvenidos de nuevo a bordo!

 "No juzgues cada día por la cosecha que recoges, sino por las semillas que plantas." (Robert Louis Stevenson)

Con el apodo  de Tusitala  ( el que cuenta historias)  los isleños de Samoa, que por aquel entonces —si no estoy equivocada, pertenecía al Reino Unido— , denominaron a aquel viajero y aventurero  de frágil salud, que fue Robert Luis Stevenson (1850-1.894), nacido en Edimburgo. Es el autor de La isla del tesoro, La flecha negra, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde  y el Señor de Ballantrae, como obras mas conocidas, ya que  fue un prolífico escritor, también en prosa y poesía.

A menudo, cuando era niña, me lo imaginaba escribiendo en el despacho de mi abuelo, en actitud concentrada, esgrimiendo su pluma blanca sobre el papel. Pero lo que mas me gustaba era imaginarme a los personajes que creó y que en aquel entonces captaban mi interés con La isla del tesoro.  Jim, era por aquel entonces, mi  colega coetáneo, que con el transcurso del tiempo, fue distanciándose de mis lecturas cotidianas, pero que siempre guardó un lugar y cierta complicidad en mi corazoncito.  Y ahora, a pesar del transcurso del tiempo, sigo viendo a aquel zagal rubio, delgado e inquieto que  imaginé. Por él no han pasado los años. Y  el recuerdo que yo tenía de él y que aún conservo, tampoco.  

Esa es la magia de la lectura.  ¿Cuantos Jim , Silver , o capitán Flint con caras diferentes habrá en  la mente de todos los que lo hemos leído?  El único enlace común con el resto del mundo será la trama y los caracteres que les confirió, la pata de palo, el sombrero, el loro, la isla... Eso es lo que no cambia, porque el propio escritor nos conduce a través  de sus escenas, por las aventuras que describió y que han resultado  una historia inolvidable.

Robert publicó su primera obra a los dieciséis años: Pentland Rising.  Por aquel entonces,  era costumbre que el padre o mecenas editara y comprara todos los volúmenes que no se hubieran vendido en un plazo estipulado con la editora, como así hizo su padre pasado dicho plazo, pues solo había vendido veinte libritos, ya que era una obra breve.

A menudo me pregunto qué es lo que convierte una obra en un referente, en algo especial —  en relación a los lectores— , ya que seguramente el éxito íntimo de Stevenson, probablemente fue engendrarla y escribirla.  Probablemente que ni el propio escritor lo intuye y lo comprueba, hasta que ha transcurrido  un cierto tiempo. Y  quizás ni se sabe porqué es  en aquel momento tan apreciada. No es fácil saber  el porqué el destino encarta el juego  y se saca el As de la manga…

¡La aventura, es la aventura!

El caso es, que con su  interesante historia, confeccionó un espléndido  libro de aventuras, que, con el tiempo evolucionó al formato cinematográfico, en el que se han producido varias versiones de  la película, y que han adaptado a los nuevos tiempos… ¡Si Robert levantara la cabeza!   

Lo que si sé cierto, es  que mas allá de la ambientación y  del atrezzo de los personajes..., el brillo de la mirada de Silver y de Jim siguen estando ahí. ambién lo he visto reflejado en la mirada de mis hijos, que conocieron la obra también, en otros formatos diferentes. Además.




La isla del tesoro ha dado juego a innumerables versiones desde su creación, abarcando desde las  escenas mas amables destinadas al público infantil hasta las  escenas mas sanguinarias que ilustran una trama muy elaborada  y de calidad como la moderna  Blacksails, la famosa serie que ha acaparado el entusiasmo de todos los piratalovers  que conozco, en los que me incluyo.




Lo sorprendente es que ninguna  de las versiones versión ha conseguido desvirtuar ni borrar de mi mente la lectura original y la ideación  personal de los personajes que leí en mi infancia. La paradoja es que siendo la misma historia, mi memoria no  las  ha emborronado y me gustan todas las versiones que están perfectamente separadas en mis recuerdos.  ¿Os pasa algo parecido? No obstante para mi es relevante en cualquier novela, leer primero el libro y luego ver la película. Ahí se transmite -o no- la empatía entre el escritor y el lector y  se posibilita la magia donde, tú como lector te imaginas  a esos personajes y los haces tuyos: en el papel.  Las películas son geniales pero tienen el inconveniente de que si has visto la película ya pones esas caras al libro cuando lo lees. La magia  que supone ir descubriendo a sus personajes se desvirtúa.

Siempre me ha sorprendido la extensa obra de Stevenson, pues comenzó a escribir a temprana edad, pero murió muy joven. A los dieciséis ya había publicado y aún dejó una obra póstuma a medio hacer, cuando falleció a los cuarenta y cuatro años.  Y no puedo menos que pensar en el buen ritmo de escritura que  debió de llevar, a pesar de sus enfermedades, de sus estudios y  de sus viajes, y  lo comparo con los escritores noveles, con mis compañeros y conmigo misma, que siempre vamos arañando  tiempo para escribir y para aprender. 

La mayoría de las veces,  probablemente son la inspiración y el entusiasmo por algún tema que  motiva al escritor a dedicar un tiempo intensivo para realizar su obra. Probablemente es la ilusión por moldearlo y darle forma— , la que espolea al autor a no levantarse de la silla sino es para comer a deshoras  y atender sus otras necesidades fuera de los tiempos que habitualmente destina a sus actividades cotidianas, mientras crea y define la obra.

En las tertulias con algunos de mis compañeros, lo hemos  hablado y en muchos casos coincidimos. Ni comes bien, ni vas a dormir a horas regulares, ni te relacionas con una normalidad  horaria con los tuyos, mientras estas construyendo la obra. A los compositores de música les ocurre algo parecido.  La escritura,  y sobre todo las correcciones, te abducen. Mientras estas sumergido en tu obra, la relatividad del tiempo la compartes con Einstein, a quien algunas ocasiones te parece ver sentado a tu lado, junto a tus  personajes. 

Precisamente vengo de tomarme un café con Jim y con el Loro — que, hartos ya de tanto ir y venir del fuerte al barco y viceversa, han dejado a John Silver en la playa, junto a la barca. Y  han decidido venir  un rato conmigo —el Loro sobre mi hombro—. El avispado psitáceo  se está acomodando sobre mi jersey mientras tuerce la cabeza erizando las plumas.  Y observa  con interés las letras que aparecen en la pantalla, emitiendo unos grititos guturales. Afortunadamente no sabe leer. Podría liarla parda,  si pudiera repetir lo que escribo...

¡Temiendo estoy que escuche un audiolibro!


¡Hasta la próxima entrada!













viernes, 9 de marzo de 2018

De Mujercitas, a Tomb Raider. #loscuentosdeflora

¡Bienvenidos de nuevo!



Hoy en nuestro país la movilización de las mujeres ha sido multitudinaria y hemos expresado nuestras lícitas reivindicaciones, como personas, trabajadoras, estudiantes y madres, hijas, esposas…  El aluvión de noticias al respecto ha sido la constante de todo el día. Un éxito.

Desde hace siglos las mujeres han luchado de la mejor manera que han sabido dentro de los medios de los que disponían, para  liberarse de la opresión, de la humillación , del control y del cerco social que habitualmente, —antaño— , padres, hermanos, abuelos  y luego el que sería su marido, ejercían sobre sus vidas. Y lo peor,  es que a veces quien más controlaba que se cumplieran los designios de los hombres, eran las propias mujeres de la familia… Era una cuestión cultural, costumbrista y religiosa en las cuales, las palabras poseer y servir solo eran aplicadas a la mujer. Pero… ¡eh! que tampoco las admitimos para aplicarlas al hombre.

El hombre también ha utilizado desde hace siglos, a la mujer como herramienta para criar y también controlar a sus propios hijos. Y sobre todo a las hijas. Y las mujeres se avenían a ello aunque contrariadas. Lo hacían por miedo, claro está.  Por miedo al maltrato físico  y al sufrimiento emocional; al menosprecio, a los gritos, a  la humillación, incluso a la obligación de mantener las formas de cara a la sociedad.  También tenían miedo y soportaban en sus carnes el castigo físico que iba dirigido a las niñas, si éstas se rebelaban al estatus machista exigido en la familia. Incluso eran menospreciadas por no haber nacido niño— y de esto no hace tantos años, pues me refiero a los tiempos de mil novecientos veinte,  que puede coincidir con la edad de nuestros abuelos— ,  pues lo cierto es que los varones eran mas valorados por el padre. El hijo varón, —en caso de que  pudiera estudiar carrera  algún hijo en la familia— , era el candidato elegido y preferentemente el primogénito. Si, también para esto el hombre había puesto jerarquías.  

Las niñas estaban destinadas a casarse incluso antes de su mayoría de edad, frecuentemente entre los dieciséis y dieciocho años... Pero no solo sufrían estos maltratos las niñas, sino los niños también. A ellos también les pegaban y les decían, no llores, que  si lloras no eres hombre y pareces una niña...  Y de todo esto aprendían a que el rígido, el inflexible y el violento, son los que mandan. Y el que manda nunca llora.  Así se transmitía el modelo del rol masculino mal entendido.  También ellos fueron víctimas  del machismo del padre en su infancia. 

Dentro de todo este despropósito,  algunas  mujeres pudieron salir de este infierno gracias a su propio coraje y  en ocasiones gracias al encubrimiento de los problemas de la crianza de sus hijos y al disimulo, pero sobre todo gracias  a la solidaridad de otras mujeres; porque si hay algo  muy positivo que las mujeres tenemos, es la solidaridad con el sufrimiento; es muy habitual que compartamos nuestros sentimientos y emociones entre nosotras. Las mujeres sabemos hacer piña. 

Es  triste que a los hombres los  educaran desde el origen de los tiempos a no mostrar socialmente lo que sienten y  a mantener posturas rígidas estereotipadas y que les hayan inculcado y burlado con  un sentido del ridículo magnificado.  Afortunadamente con el paso del tiempo todas estas dificultades en la comunicación  entre las personas, entre hombres y mujeres, se van solucionando, aunque  con lentitud, pues aún persisten socialmente la justificación o una tolerancia laxa hacia el maltrato, el servilismo y la humillación de la mujer. Persisten los celos,  pues los hombres todavía entienden el amor  como una posesión y viceversa;  y persiste en nuestra sociedad el control obsesivo de la vida y el entorno social, laboral y familiar de las mujeres en un abanico demasiado amplio de la población.

Todo ello está refrendado en algunos de mis relatos, con un fragmento de los cuales quiero amenizar la entrada de hoy y que se titula:  "Un día cualquiera de verano".


(….)

Al cabo de un rato, las niñas se bajaron del columpio y fueron para casa. Marta y Catalina se hallaban delante de la puerta de ésta, puesto que era la hora de la cena. Marta había decidido acompañarla, pues pensó que al ir con ella, no le pegarían, como otras veces. Y nerviosas, picaron al timbre... Tras la puerta se escuchaban gritos y golpes. Y ambas niñas se miraron. Las dos tenían miedo. Una más que la otra.
—¿Quién es?  —Preguntaron a través de la puerta—.
—Madre soy yo.
Y transcurrieron unos segundos sin que nadie abriera, pero se escuchaba hablar tras la puerta. Luego entreabrió la puerta Susa —la madre de Catalina— , con un ojo morado, y unos arañazos en el brazo y en la cara…
—Marta, mejor que te fueras a tu casa… Mejor que hoy no entres. Vete.
—Caty ha de devolverme unas gomas que le dejé —argumentó Marta para ganar tiempo.
Apenas había acabado de decir esto, cuando una mano ruda, salió de detrás de Susa y agarró a Caty por el brazo. Era Cantreras, — su padre— , que había vuelto. El padre de Caty era un hombre delgado, con huesudos pómulos y una barriga prominente y caída. Su tez, siempre cenicienta solía estar cubierta por una barba dejada, de un par o tres de días. Y sus manos callosas — fruto del duro trabajo cuando lo tenía— , quizás lo fueran también, de tantos golpes como les llegaba a dar a todos. Quizas porque estuviera enfermo de tanto alcohol. Entonces Cantreras dio la cara y salió de detrás de la puerta, y miró a Marta con mal talante. Y obligó a su hija a ir para adentro entre insultos y collejas.
—Hija de perra. ¡Zorra! ¿Dónde estabas? ¿Eh? ¡Pasa…! pasa para dentro que te voy a reventar la cabeza.  — ¿Cómo que no estabas ayudando a tu madre?
Susa — mirando al suelo, fue a cerrar la puerta—, cuando Marta puso un pie en el dintel de la puerta.
—¡Déjela!…déjela. ¡No le pegue! —le gritó al padre, mientras se colaba de improviso a casa de su amiga, aprovechando la sorpresa de Susa—, que no acertó a impedirle el paso en aquel momento.
—Vete, vete —decía angustiada Susa en voz baja, empujando a Marta hacia la puerta.
—¿Qué le ha hecho Caty? ¿Por qué le pega usted así? —dijo desgañitándose Marta, muy alterada al ver como aquel hombre descargaba su puño contra aquella niña que era su amiga. ¡Pare! ¡No le pegue más! ¿No ve que le hace daño? —dijo con firmeza Marta, a pesar de su corta edad....
Aquel hombre, incrédulo, paró de pegarle a Caty y se quedó mirando a Marta, quien le aguantó la mirada, mientras le temblaban las piernas y su respiración se aceleraba.
—Métete en tus asuntos niña, que te voy a dar un guantazo a tí también. Mira la mocosa ésta —dijo con mal talante.
—Vete, niña, vete —dijo Susa  mirando con los ojos desencajados a Marta… ¡Que te vayas!

Caty aprovechó el inciso para zafarse y corriendo se encerró en su habitación con llave. Porque en aquella casa, todas las puertas tenían llave. Ese momento lo aprovechó Susa para tirarle algunos cacharros a su marido por la cabeza, gritándole e insultándolo, pues la cocina daba al recibidor y los tenía a mano, sobre el mármol blanco. Y habiéndole dado con un cazo, el hombre, — que estaba bastante borracho—, se tambaleó. Susa —que era una mujer recia y  mucho más fuerte que su marido—,  lo cogió estirándo de él por la camisa y el cinturón y lo echó afuera,  a la escalera. Y cerró la puerta, con las mejillas encendidas, y jadeando.
Marta estaba temblando ante lo ocurrido. Le costaba respirar y el corazón le latía con tanta fuerza que diríase que se le salía del pecho y tenía las mejillas encendidas. Ella no podía entender toda aquella violencia. Pero a pesar del miedo que la atenazaba, no había podido quedarse pasiva ante el maltrato que le habían infringido a su amiga y que había pasado delante de sus ojos.
—Este loco cualquier día nos mata. ¡Marta tenías que haberte ido! Esto son cosas de familia. —En todas las familias hay problemas. Seguro que a ti también te dan una zurra cuando haces algo mal.
—No. A mí no me han pegado nunca respondió categóricamente Marta.
—Pues ya me extraña…—dijo Susa un tanto sorprendida por la firmeza de la contestación. Pero escúchame bien:  aunque veas así a mi marido, luego, cuando se le pasa la borrachera, no es mala persona —añadió visiblemente afectada. Y nos quiere mucho. Es el alcohol que lo tiene perdido.
Marta la escuchó en silencio. No entendía todo aquello que le contaba Susa. Marta no podía imaginarse que sus padres, que tanto la querían, pudieran comportarse así. Nunca lo habían hecho y estaba muy segura de que nunca lo harían. Lo que ocurría ante sus ojos era otra cosa. No era amor. No era solo el alcohol… No era un simple cachete. O una riña en la que se hubieran perdido los nervios puntualmente. Marta sabía que algo parecido les ocurría a algunas otras compañeras de su clase… Solo sabía que no podía ver aquello y darse media vuelta sin decir nada.
—Ahora no puedes salir Marta, que es capaz de tirarte escaleras abajo —dijo Susa mientras observaba por la mirilla, —pues vio que su marido, luego de aporrear la maciza puerta, se había quedado en la escalera—. Esperando.
—Ya saldréis… ¡Zorras, malas putas! —gritó Cantreras tambaleándose en el rellano.
—Espérate…—dijo sollozando Susa, mientras se enjugaba las lágrimas con un pañuelo que llevaba guardado en el escote.
En eso que salió Caty de la habitación y Susa, en un arrebato, se fue para ella y comenzó a pegarle con rabia y a insultarla. También…  Marta, asombrada, no daba crédito a lo que ocurría.
—¿No te he dicho yo que no volvieras tarde? ¿Ves lo que has conseguido?..
—¡Madre no me pegue. Si no he venido tarde — dijo Caty desesperada— , mientras lloraba sin parar, cubriéndose con los brazos la cabeza y la cara. Siempre me echa usted la culpa de todo a mí.
Hi hi….snzzz. —dijo la niña llorando.
—¡Susa no le pegue más! —dijo Marta gritando y sujetándola por el brazo. Y Caty, zafándose, volvió a encerrarse en la habitación, llorando a moco tendido. Y no volvió a salir.
Susa rompió a llorar. Las lágrimas que brotaban de sus ojos negros, se juntaban con sus mocos —que, como chorros, resbalaban por su cara—, y entonces dijo enfurecida:
—¡Tú también tienes la culpa!
 Sino hubieras entrado, lo mismo su padre solo le habría dado un par de bofetadas… ¡No vuelvas más por aquí Marta! ¿Me oyes? No quiero verte más esta casa. Puedes jugar con Caty en la calle y ya está. En menudo problema nos has metido hoy…—dijo tapándose los ojos con las manos.
—Puedo llamar a mi padre…
—Ya no tenemos teléfono —dijo mirando el aparato roto que había sobre el aparador, con el cable arrancado. Tengo que bajar a la cabina de la plaza si quiero llamar... ¿Y ahora qué hacemos? No puedes salir mientras esté ahí. Que nos mata a palos a las tres. ¡No se caerá por las escaleras y se abrirá la crisma, Dios me perdone. ¡Me voy a volver locaaaaaaaa…¡Aaaargggg! —gritó fuera de sí, tirando varios objetos del aparador contra la puerta.
Y con la mano sujetándose la cabeza, Susa, derrotada, se sentó apoyada sobre la mesa de aquel humilde comedor, mientras ella y Marta escuchaban en silencio a su marido, que seguía aporreando la puerta, profiriendo insultos, a cual más soez.  De repente Susa miró a Marta, y con una súbita energía se dirigió hacia la habitación que daba al cielo abierto de la finca. Y abrió la ventana y comenzó a gritar.
—Antoniaaaaa, Antoniaaaa —gritó Susa por el cielo abierto, a la vecina del segundo, la del piso de abajo—, cuyo marido frecuentaba el bar con Cantreras.
—¿Susaaa? ¿Qué te pasa?
—Vete al cuartelillo y di que hay unos hombres que  están robando en los pisos del tercero… ¡Corre!
—Por los clavos de Cristo… ¿Es eso verdad? ¡No me digas! —dijo la vecina con angustia.
—¡Ve y no te entretengas!…Y ojea por la mirilla antes de salir, no sea caso que te los encuentres en tu rellano. Y si ves a mi marido, tampoco abras. Que tiene un mal día…
—Ya. Ya he oído que ha vuelto. Se ha oído por toda la escalera. Voy enseguida…

El engaño de Susa surtió efecto. Y al poco aparecieron dos guardias civiles picando en las puertas del tercer piso de aquellas viviendas antiguas, de escaleras empinadas y un cielo abierto repleto de vecinas de buena voluntad. Cantreras, al ver a la pareja de guardias civiles, bajó las escaleras sin llamar demasiado la atención, como cualquier vecino borracho... Y se fue a la plazoleta y se sentó en un banco a tomar el aire, esperando a que se fueran. Susa bajo con Marta, resguardadas detrás de los guardia civiles —que despotricaban por la falsa alarma—. Y así, escondida, aprovechó para acompañarla hasta la calle...
                                                                                                                                                      (…)


Afortunadamente  las mujeres vamos recuperando el control de nuestras vidas y día a día, reafirmamos nuestra lucha y nuestras reivindicaciones.  A pesar de los años transcurridos entre la novela de Mujercitas, —en algunas ocasiones tildada de rancia y alienadora— lo cierto es que esta obra  nos mostraba la vida de las mujeres  de la época en la que se escribió como en un espejo, y si no recuerdo mal se publicó en 1898.  

No hay que olvidar que  siempre hubo y habrá muchas Jo, —la niña rebelde que se cortó los tirabuzones y que no gustaba de los juguetes propios de las niñas—.  Las mujeres como ella seguirán  dispuestas a transgredir el papel que alguien les haya asignado.  Y contrastando  aquella época con la nuestra, se evidencian  numerosas diferencias y contrastes; cambios impensables  que  podéis encontrar con el personaje de Tomb Raider, — por poner un ejemplo llamativo—,  que muestra una mujer guerrera en todo el sentido de la palabra; también  destaco  la fuerza y la violencia física con que se dota al personaje.  La ficción también ha promovido cambios importantes en su relato de género, aunque  no  igualaría los cambios que reivindicamos las mujeres con  temas como la  promoción de la violencia  en los medios y las redes sociales, tan de moda hoy día, ya sea en la literatura,  en el cine, en las series de televisión o en Twiter. 

Han habido muchos cambios en la vida de las mujeres en estos años, la mayoría para bien. Pero sinceramente, no creo que las mujeres queramos igualarnos con los hombres.  En oportunidades laborales, académicas, científicas, de libertad personal y en las tareas del hogar, sin duda alguna.  Pero igualarnos no; yo mas bien diría recuperarnos, o incluso recrearnos, redescubrirnos a nosotras mismas y expandir nuestras capacidades, que son muchas. 

Disponemos de aptitudes y actitudes magníficas, que están ligadas al hecho de ser mujeres precisamente, y ello nos proporciona muchas más ventajas: somos solidarias entre nosotras y tenemos coraje.  La palabra compromiso y la comunicación tienen un valor específico en nuestra vida. Las mujeres  nos escuchamos, hablamos, nos abrazamos, nos besamos y lloramos juntas. Reímos juntas. Bailamos juntas. Hacemos labores juntas….Las mujeres  hemos aprendido a compartir muchas cosas.  Desde tiempos ancestrales y  asociada al gen XX, nos acompaña la empatía, la tenacidad y la resistencia a las adversidades. También la organización y la buena administración de los tiempos.  Por todo ello vamos recuperando poco a poco lo que nos pertenece,  pero no por un desquite o agravio hacia los hombres, como algunos creen. 

Que esto no es ninguna revancha ni guerra.  Las mujeres queremos compartir nuestra vida con los hombres, con los niños, con los ancianos, con el trabajo, con las amigas. Queremos conciliar  con el hombre el reparto de nuestro tiempo en el día a día del hogar, sin que ello suponga dejar de disfrutar de la maternidad y del cuidado de los  que decidamos cuidar, sin renunciar a nada, pero que no sea solo a costa de nuestro esfuerzo y nuestro tiempo. Queremos compartir y  conciliar y no renunciaremos a nada. La numerosa movilización y la actitud  de la mayoría de las mujeres en este 8 de marzo, abre nuevos horizontes a nuestras aspiraciones.  ¡Ha sido un gran día!  

              

Mi  recomendación literaria para hoy, es:  ¡Ahora Yo!  Autor:   Dr. Mario Alonso Puig

¡Hasta la próxima entrada!

miércoles, 7 de febrero de 2018

No es el lobo...


¡Bienvenidos de nuevo!


La entrada de hoy se gestó por la tristeza que me provocó  el ver en las noticias de Facebook  la caza de varios lobos en nuestro país, a los que se exponía como trofeos. Un hecho lamentable.

La simbiosis entre el hombre, los niños y las mujeres  con algunos animales salvajes desde tiempos ancestrales, ha sido y sigue siendo un fenómeno maravilloso.  Existe una convivencia desde la noche de los tiempos en que los humanos compatibilizaban la guarda del hogar  con algunos juegos y con la utilización del animal, generalmente perros, para la caza —o para el transporte de personas y/o mercancías en las zonas nórdicas como es el caso de los trineos; en otros lugares fueron los  caballos,  los bueyes, los camellos y incluso de los elefantes como mas representativos—, en que el animal  obtenía el afecto y alimento por parte de sus cuidadores, a cambio de sus servicios. En el caso del Musher, su conocimiento y empatía con el temperamento de  los huskys, malamutes y mestizos le confiere una autoridad  sobre éstos, basada en el afecto, el respeto y la rutina, que le hace comprender en que posición ha de colocar a cada perro en el trineo, según su carácter y resistencia para que dé lo mejor de si mismo. Saber seleccionar el perro guía es un arte y configurar un tiro perfecto una habilidad primordial. La armonía del equipo formado por el Musher y sus perros se percibe al observar la impaciencia de los perros por correr y al contemplar como se desliza el trineo. ¡Todo un espectáculo!



Pero también existe la crueldad con que los humanos, hemos tratado a estos mismos animales, traicionando la confianza que —concretamente, los perros y otros descendientes de los lobos—, han depositado en los hombres. Véase las torturas que aún hoy algunos individuos desalmados infringen a galgos y perros de caza en nuestro país. No es la caza el problema,  que también  pudiera ser objeto de alguna controversia en un momento dado,  sino el individuo.

El individuo violento, el que disfruta con la tortura, probablemente lo es en muchas facetas de su vida.  Mas allá de esta reflexión, no quiero centrar el tema de esta entrada en estos hechos crueles — llevados a cabo por algunos individuos que maltratan a los animales…

Mas grave es  el hecho de que muchos hombres  matan a  "sus" mujeres y niños a los que consideran objetos o súbditos que le pertenecen y a los que humilla reiteradamente. Por ello no  hemos de considerar  deleznable  el maltrato animal,  que al igual que el humano, parece que vaya tomando fuerza, cuando se supone que nuestra sociedad está "mas civilizada".  Lo que este ranking de violencia  evidencia, es que, el que  ha obtenido placer con el dominio y  con el poder que  ejerce mediante la violencia, el dolor y  la crueldad, difícilmente renunciará a disfrutar de ello de nuevo. 

Volviendo al tema de los animales, en nuestro país los hechos nos demuestran que, pese a las leyes de protección,  se está intensificando una ofensiva hacia el lobo, una especie en peligro de extinción.  El porqué de este hecho, en mi modesta opinión, es porque  el lobo no se ha doblegado a los intereses y a la doma de los hombres.  Seguramente porque convivir con el lobo nos exigía  demasiado tiempo y dedicación para lograr empatizar con  el espíritu independiente de este  fantástico animal. Y nos molesta. Nos interfiere y estorba. Nos da miedo. Sortea nuestras previsiones y elude nuestro control. Supone un reto para los humanos. Y por ello supone un trofeo.

El lobo provoca pérdidas nada desdeñables  matando al ganado, —ese que los humanos hemos introducido en valles y dehesas, donde hemos invadido las tierras donde antes habían corzos, marmotas y conejos suficientes como para que el lobo pudiera cazar y alimentarse. Y no es el ganadero el que ha de asumir estas pérdidas, eso está claro. El ganadero necesita ayuda y solidaridad con sus problemas, que no son pocos.

En el mundo actual, preservar una especie en peligro de extinción tiene un coste que la administración  y el estado han de asumir "ipso-facto", restituyendo el valor perdido en dinero o proporcionando nuevas cabezas de ganado al ganadero afectado. De lo contrario la rabia del ganadero que ha perdido sus reses, se encona contra el lobo.  Es mas fácil ponerle veneno,  un cepo o dispararle un tiro, que pelear con la administración.  

Quizás la solución pase por ayudas para mejorar los vallados del redil, incluso electrificados, por tener más mastines cuidando el rebaño,  por recuperar  la profesión del pastor  y que sean varios los que  vigilen el ganado, también mejorando sus condiciones salariales y de los refugios montanos. Incluso podría estudiarse  la ubicación  adecuada de  cebaderos para que el lobo encuentre sustento.  Todo esto por si solo no anularía  el instinto de caza de lobo, pero contribuiría a minimizar los daños. El hombre dispone de la razón y de  la inteligencia —si se lo propone, para superar sus reacciones compulsivas—. El lobo no puede, pues tiene sus limitaciones por ser un animal, aunque en demasiadas ocasiones menospreciamos sus aptitudes,  quizás porque no nos ha interesado conocerlas. ¡Como añoro a Félix  Rodríguez de la Fuente!

El caso, es que quizás este conflicto es, — además de  las pérdidas económicas—  un problema de dominio y de categoría.  El de dominio, porque  el hombre no puede controlar al lobo. Y por si fuera poco, lo ha catalogado ancestralmente como alimaña. Malo por definición. Hasta en los cuentos se le ha conferido ese papel.  Por el contrario, con los perros el hombre ha tenido mas suerte y dedicación  y ha conseguido  adiestrarlos por lo que  se han convertido una herramienta, en un compañero, en un cómplice  y en una ayuda.  Los perros adiestrados nos acompañan con el ganado, en las guerras buscando minas anti persona, en misiones de salvamento por tierra y mar, en las catástrofes detectando supervivientes y cadáveres, como compañeros en la calle, en casa, en el barco, en operaciones anti-droga. Y también colaborando con las atroces actividades del hombre en contra de otros seres humanos, a los que enseña a atacar.  Hasta tal punto llega su obediencia. Su lealtad. No es el perro...
































El lobo es diferente. Es como un garañón— un caballo salvaje—,  que se resiste a estar en un cercado. Siempre prevalece su instinto. Necesita espacio. Correr mundo.  Si queremos preservar el lobo, habrá que entender y aceptar que  el mundo moderno le hemos arrebatado lo que necesita. Y que tenemos que procurarle unas condiciones  mínimas que posibiliten su normal desarrollo, pero de manera  que su impacto no nos perjudique mas de lo imprescindible. Igual ocurre con  zorros, coyotes y otros similares.


Pero quiero enfocarme en la parte buena, en la sinergia y los sentimientos positivos y edificadores. Y me gusta evocar las escenas de la película Bailando con lobos, donde el capitán Dunbar, establece comunicación con los Indios, y también con Calcetines, el lobo solitario. Obviaré en esta ocasión el indignante y triste  desenlace de la película, ya que es mas de lo mismo...

Para mi, en este film hay un eje central,  en la que el protagonista, — siguiendo un magnífico guión, muestra  la necesidad  intrínseca del ser humano  para lograr la comunicación con  otro,  sea animal o persona— , a través de la empatía,  el respeto, la tenacidad y el compromiso,  incentivado por la soledad que siente.

La película supone una oda a la empatía. Y pone de manifiesto los esfuerzos, el empeño y el aprovechamiento de las pocas oportunidades que el teniente dispone en los inicios de la historia, para lograr la mejor manera de comunicarse  y relacionarse con los Indios. También empatiza con su caballo y especialmente con Calcetines, el lobo, al que dedica especial atención. Hace un uso exhaustivo de la paciencia. Porque  al final obtenía una compensación, está claro.

Ahí está la cuestión.  En el mundo real si los ganaderos no obtienen rédito, ni compensaciones no les resulta interesante que el lobo exista.  A los cazadores, les tienta el trofeo. Y a los que vivimos en la ciudad, ni fu ni fa, más allá de la figura mítica del lobo como animal salvaje y que pensamos que ha de protegerse como especie. Pero  lo cierto es que los urbanitas no convivimos con él, ni compartimos los parajes por donde deambula, ni nos afectan sus cacerías.


A otros niveles, en nuestra sociedad siguen dándose  retos similares a los de Dunbar. La comunicación sigue necesitando de las mismas premisas que el guión peliculero.  Mi apreciación es que se está mermando o diluyendo  socialmente la necesidad de aparcarnos tiempo para conversar con tranquilidad, nos cuesta saber escuchar y observar las necesidades del otro,  sería bueno que aprendiéramos a  enfatizar los diferentes matices  para desterrar las conductas  y pensamientos absolutos; neutralizar la polarización y los bandos enfrentados es imprescindible para una buena convivencia y enfatizar el respeto a las personas y para con la naturaleza, es primordial; sería bueno impulsar y fomentar la serenidad y la paciencia para  lograr contrarrestar el frenesí, la impaciencia y la velocidad  a que nos arrastra el día a día. Todo ello  repercute en los valores y  en las prioridades. Cada cual llegue a sus propias conjeturas.

No es el lobo... ¡Somos nosotros los depredadores del planeta!



Mi recomendación literaria para hoy es una novela acorde con esta entrada para los amantes de la naturaleza y de estos bellos animales:

Kazán, perro lobo. Autor:  James Oliver Curwood. 1.878 -1927

Para los que no conocéis a este escritor, la película de El Oso, llevada a la gran pantalla por  Jean Jacques Annaud, está basada en una de sus novelas: el rey de los Osos,  Grizzly.  Curwood tiene una gama extensa de novelas, también románticas, que están ambientadas en su mayor parte en  las montañas y lagos del Canadá.

Su abuela materna fue una india mohawk.  Fue cazador en una época de su vida,  pero con el transcurso el tiempo y gracias a  la intensa observación de la naturaleza fue que aprendió a amarla y respetarla, seguramente influenciado por  su ascendente indio, ya que éstos tenían un gran respeto por   ella, y abandonó la caza, pues como constata su frase del final de la película de El Oso: 

[ "La mayor emoción de la caza no es  matar, sino dejar vivir" ]


¡Hasta la próxima entrada!