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miércoles, 3 de junio de 2020

#loscuentosdeflora


¡Bienvenidos de nuevo!


Dado que aún estamos en estado de alarma y no hemos retomado nuestra actividad normal—aún—,
he pensado en  editar en el blog algunos escritos que hice, avuelapluma,  en mi página de Instagram @florasmithbcn para amenizar  este tiempo  en que  sufrimos de un cierto tedio. La verdad que todos estamos cansados ya de este ritmo de inactividad, pero no tenemos que bajar la guardia; es necesario que tengamos un poco mas de paciencia para finalizar con ciertas garantías que esta pandemia no nos vuelva a sorprender de manera indeseable. Sabemos todos que  habrán  rebrotes  y picos de infección   pero hemos de saber manejar nuestra vida para   minimizarlos y acotarlos, manteniendo distancias y protegiéndonos unos a otros con el uso de las mascarillas.

Como estos escritos son breves y, los hashtags sobre quedarse en casa  y sus sinónimos ya nos hartan, he decidido titular esta entradas con  #loscuentosdeflora, confiriéndoles así  un matiz  mas cálido. Quiero matizar que no son cuentos propiamente, sino reflexiones, microrelatos o anécdotas contadas en prosa, en los que me apeteció crear una atmósfera intimista.


Gracias por vuestro seguimiento. Espero que los disfrutéis.


AVUELAPLUMA

                                                      Imagen de  Pixabay 


La muchacha trabajaba como pinche en la cocina de Hard Castle, bajo las órdenes de la cocinera, la señora Cuk —una mujer rotunda y afable—,  que bregaba con aparente severidad, con los chiquillos que le enviaban del orfanato, pues se hallaban hacinados y era costumbre que  algunos de los que estaban sanos, fueran acogidos por  alguna ama de llaves compasiva en  los muchos castillos de la rica comarca, donde los mantenían a cambio de  su colaboración en los trabajos de las caballerizas, la cocina y la lavandería. Los mas correctos, agraciados y obedientes pasarían años mas tarde al servicio de aprendices, auxiliando a mayordomos y  doncellas.

Así pues, los niños ayudaban en el día de mercado, traían la leña par los fogones y baldeaban la cocina a cambio de un plato caliente y algún chusco de pan.
El pacto del Sr. Purple —el dueño de aquella mansión escocesa— con el orfanato, fue recomendado por la ama de llaves —una mujer  de expresión adusta, con un moño repeinado y vestida de negro hasta los botines, cuyo perfeccionismo crispaba al mas pintado; la Sra Cuk no soportaba su talante tajante y drástico y siempre que podía disimulaba  o callaba las pequeñas picardías de aquellos niños hambrientos, también de cariño.

En el orfanato les habían puesto unos nombres horribles: a los gemelos, Arsénico y Bromuro, y Dolores y Angustias  a las niñas , por lo que la cocinera, les adjudicó a los niños un mote cariñoso, que, a modo de juego, los niños aceptaron de buen grado y que se basaba en alguna característica peculiar de cada uno de ellos.

Y así llamó al mas menudo de los mellizos— el pelirrojo—: Shus, porque le gustaba probarse todos los zapatos que el mayordomo ponía en fila para abrillantarlos, y a su hermano, lo llamó Grin, porque le gustaba usar y revolcarse en la hierba.  A la niña mediana le encantaban las magdalenas y ayudaba a la cocinera con la repostería, y por ello, le puso Keik. La niña más mayor era una adolescente rubia que solía quedarse embobada  con la mirada perdida, soñando, cuando  miraba el cielo o El Valle. Le gustaba mirar los pájaros en silencio, mientras tendía los manteles. Su mayor ilusión era leer las recetas de cocina, el periódico atrasado y algún libro de la biblioteca que su coetánea—Nice, la hija del señor Purple, le prestaba a escondidas de su padre.
La huérfana aprovechaba sus escuetos ratos de descanso para salir al jardín trasero—el del servicio—, para leer, tendida sobre la hierba. La señora Cuk, se asomó a la puerta y secándose las manos con el largo mandil, se ajustó la cofia sobre sus cabellos plateados; y contemplándola, sonrió. Y la llamó Sosiego.

                                                                     *****

LOVESTORY

— De bizcochos y croquetas—.
( Créditos históricos y agradecimientos a quien corresponda)




Sabido es, que el origen del bizcocho se remonta a los tiempos de Ramsés y que las pirámides guardan su receta original. Aunque, no sería hasta el siglo XIII cuando se elaboraría con esta textura esponjosa con que lo conocemos hoy y que dicen que inventó una cocinera francesa, para deleite de un miembro de la realeza rusa que vivía en Francia.

Tambien servidas ante el rey Sol, las croquetas, quizás inventadas por el cocinero francés Luis de Bechamel—aunque algunos las atribuyen a los italianos—, fueron una delicia para el paladar y que fueron también reseñadas por escritores como Alejandro Dumas—al que imagino ensartándolas con un florete— y que también incluyó en sus recetas, nuestra Emilia Pardo Bazán.

Mas allá de las cocinas de la realeza y de los ingredientes empleados—sin duda la base de tal exquisitez—, quisiera, no obstante, hace hincapié en la importancia social de tales manjares, pues seguramente se debió a la afición de las cocineras de cada hogar.
Probablemente fueron las mujeres las que supieron divulgar la regia receta, pues sabido es que entienden del aprovechamiento de sobras, carnes y cocidos; generosas en la adición de  harina, leche y huevos, impregnaron sus manos cálidas con aquella masa con la que alimentaron con cariño a sus infantes desnutridos y a sus ancianos desdentados.

Aquellos bizcochos y croquetas permanecieron en el recetario familiar hasta nuestros días, y en cada generación medraron  guardadas en un cajón para, correr la receta de boca a oreja en las cocinas, al calor de los recuerdos de una entrañable historia de amor...

                                                                           *****




     Agradecimientos a Pixabay / autor/a: Nak/Nak/Nak


Hablando de cocinas, ¿sabíais que en Irlanda del Norte—en  el condado de Leitrim—,  existe un castillo muy interesante? Es el castillo de Dunluce, —el de esta fotografía—.
La Cocina  se derrumbó en el siglo XVI y se despeñó a plomo por el acantilado, a causa de una falla en la base del acantilado de basalto, provocada  seguramente por los envites del mar. Cuentan las leyendas, que solo sobrevivió el pinche de La Cocina...

 ¡Para que digan que La Cocina no tiene riesgos!


¡Hasta la próxima entrada!







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