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jueves, 23 de abril de 2020

Cuentos de Sant Jordi . "El Confinado" #loscuentosdeflora

¡Bienvenidos!

Este año Sant Jordi es diferente. Este año  San Jordi tiene apellido.  ¡Con algo he de entretenerme! Es la primera vez que permanezco en casa sin compartir con amigos y lectores esta festividad en la parada de los libros y rosas del Barrio de Gracia en Barcelona, y la verdad que me siento extraña. Celebrar la fiesta en común, con el resto de la sociedad, es muy gratificante. Es nuestro día. El de escritores y poetas. Un día muy especial en el  que, meses antes nos esforzamos en acabar nuestras obras y  solemos "guardarlas" como primicia literaria  del año, para presentarlas a nuestros lectores.

Sant Jordi es la fiesta de todos. Es la fiesta de los lectores, que comparten su afición y hojean  y acarician los libros mientras escogen, tanto en librerías y, sobre todo las paradas de ramblas, plazas y calles de Barcelona, donde conocen de primera mano a escritores y poetas. Los talleres literarios al aire libre suelen ser una parte lúdica de la fiesta. La guinda es obtener un libro firmado por su autor. Es un ritual que proporciona gran satisfacción tanto al lector como al escritor, en un breve tiempo en  el que surgen comentarios interesantes sobre la obra. Tambien es el día de las editoriales, pues incrementan las ventas y contactos en un porcentaje estimulante. Este año, gracias a las nuevas tecnologías, todo será online…

Obtendremos el producto; el libro o la rosa. Pero parte de su valor no se disfrutará. También es el día de la rosa. No hay uno sin otro. Un intercambio singular  e identitario: rosa por libro. Un ritual, una costumbre que fomenta la cortesía , la ilusión y la sociabilidad, puesto  las calles se llenan de gente y colorido en un clima festivo y cordial…
Pero las circunstancias este año son las que son y habrá que posponerlo para tiempos mejores. Algunos  libros, en estas fechas  se recibirán  mediante la mensajería a domicilio, solitarios y encorsetados en un embalaje de cartón,  con la entrega a distancia de los  mensajeros que, fatigados ante tanto estrés y sobre esfuerzo en su trabajo,—en estos días que todo se compra en las redes— , no podrán transmitir, ni tampoco les corresponde,  una entrega ilusionada  puesto que no son libreros; esos que  amorosamente  cobijan con cuidado los libros entre sus compañeros de milhojas, apilados unos junto a otros sobre la tarima de un caballete poniendo un cubo de rosas a su vera…
También la rosa, impregnada de poesía y soledad,  será entregada por la floristerías a distancia, quizás con mejor talante, puesto que la fragilidad  de la rosa es un valor añadido para el esmero del mensajero.


Sant Jordi 2020
Quizás  alguna rosa furtiva, nostálgica y solitaria  visite las calles antaño repletas de gente, llorando su desdicha, buscando un libro furtivo o  una mano caritativa que la recoja de suelo, para regalarla a alguien, antes de que el paso del tiempo la marchite. El dragón permanecerá —con mascarilla—al pie de la torre de la princesa, velando para que no salga en busca de su amado. Y Sant Jordi —El Confinado— no saldrá del castillo hasta que  las huestes de  Virus Coronado, abandonen el sitio...
                                                                     ****

Por otra parte, es un año magnífico y excepcional, en que la contaminación ha descendido muchísimo desde que se inició el confinamiento. No hay aviones en el cielo, que luce un azul no conocido, precioso. Los animales salen de sus escondrijos visitando las ciudades, curioseando un entorno  que les fue arrebatado por la acción del hombre y  que limita con el asfalto, el ruido  de la maquinaria de de y las miles de personas que los asustamos cotidianamente por tierra mar y aire.

El silencio  presente en estos días es abrumador. Mágico. Magnífico.  Se escucha el canto de los pájaros y las gotas de la lluvia en medio de la ciudad, donde se respira mucho mejor. Abril ha recuperado sus aguas mil y nos regala un contraste de colores tus las cortinas de lluvia; lágrimas del cielo, que seguramente son de felicidad…  Un año de cambios y contrastes. Un año duro y esperanzador. Ciertamente la economía se resentirá, porque el virus y el confinamiento se ha producido  sin apenas avisar. Sin embargo, no puedo menos que, como tantas ocurrencias,  en lo beneficioso que sería  que, cada año, se disminuyera de manera programada la actividad  industrial, el consumo y la actividad humana; la movilidad durante un período de quince días, en todo el mundo. El planeta respiraría, se autolimpiaría; le daríamos una posibilidad de regenerar el daño que le infringimos y que a su vez impacta en nuestra salud. Lograr aunar una limpieza mundial en  que por espacio, por ejemplo de una semana, se retiraran basuras, plásticos y residuos del medio ambiente, además del plan de recuperación habitual que ya debiera estar implantado por los gobiernos de los diversos países, es imprescindible un pan mundial de limpieza, reducción, recuperación y reutilizaron de residuos.  Es imprescindible observar y  entender,   que el envenenamiento  que provocamos en el planeta revierte en nosotros y en el resto de especies de tierra mar y aire. La humanidad está provocando su propia degeneración con la destrucción de su medio natural.  El cambio está aquí si queremos asumirlo. Un gran reto… ¿Dragones? ¡Nimiedades!

                                                                       ****

En este día excepcional y extraño, comparto  excepcionalmente,  tres relatos en esta entrada de Sant Jordi,  acorde con la festividad que nos ocupa, por si os apetece leer y pasar de mejor manera esta festividad.  [— San Jordi - sigue- vivo- en- las- redes— ]

El primero está reeditado de una entrada antigua del blog. Otro está editado en mi página de Instagram @florasmithbcn — que os invito a visitar— ;  y el último es inédito, para conmemorar este año 2020  y el que da título a esta página.

                                                                         *


Cuando me pongo a escribir,  suelo disfrutar de la habitual compañía sosegada de mis perros que se acomodan junto a mi, al lado o debajo del escritorio y allí permanecen todo el tiempo que dedico a la escritura, sumergida en mis mundos y navegando en mis sueños. Creo que a mis perros les arrulla el  ritmo del tecleo de la  vieja máquina de escribir, pues se pasan horas dormitando tumbados cerca de mis pies y cuando paro de teclear, mueven las orejas y suspiran. Quizás  sueñan o se imaginan historias…¡Quien sabe!


CUENTO  I 


LA  ARMADURA

Todo ocurrió súbitamente  ayer  por la tarde, mientras  escribía. Mis perros dieron un respingo y salieron corriendo y ladrando insistentemente hacia la puerta. Olfatearon  la rendija que hay entre la puerta y el suelo — por la que  se filtraban algunos hilillos  desmadejados de  humo negro—. Gus y Yak gemían nerviosos de pura desazón, arañando la puerta con las patas y ladrando con ansiedad. Pensé que había un incendio y me alarmé.  Pero unos fuertes golpes—como de algo metálico—,  resonaron tras la puerta, en el rellano de la escalera. Y deduje  que, o ya habían llegado los bomberos y estaban intentando descerrajar la puerta del vecino—, o bien que ocurría algo extraño y misterioso. 
Como no oía voces ni sirena alguna, me dispuse a indagar lo que ocurría—eso sí, muerta de miedo—. Asustada ante aquellos extraños golpes, cogí una espada de mano que tenía colgada en la pared—que era un recuerdo de mi padre, pues había sido herrero—  y seguidamente destrabé el cerrojo y me puse en guardia, levantando la espada aunque me temblaban las piernas;   armándome de valor, ordené a los perros que se apartaran mientras metía el pie en la abertura y con un gesto decidido abrí la puerta con él.

Cual fue mi sorpresa al descubrir que, tras las volutas de humo había un pequeño  y tímido dragón, con unos grandes ojos llorosos. Con mirada suplicante y con expresión asustada, se protegía  con sus patitas tras el escudo de su atacante, que lo empujaba contra la pared. El animalito gemía desconsolado enroscando su cola, mientras unas diminutas llamas humeantes salían de su naricilla. Frente a él, agrediéndole ensimismado, había un apuesto caballero  vestido con una armadura tiznada, que lucía un conocido blasón. Blandía su espada bastarda muy obcecado, cortando el aire a diestro y siniestro  y  no con buenas intenciones, a la vista de lo que contemplaban mis ojos.
—¡Ven aquí, monstruo! ¡Bestia inmunda! —gritó  con rabia. ¡Pelea!
—¡Basta ya! —grité con ganas.

Sorprendido ante mi súbita entrada en escena, el caballero se  quedó atónito; paralizado. A modo de cómic podía describirse así: caballero  chamuscado;  inmóvil; con la espada levantada y boquiabierto, con los ojos  salidos de sus órbitas,  asomando por fuera de su yelmo.  La espada en alto pesa mucho y  vence con su peso el equilibrio del caballero, que da un traspiés y  cae hacia atrás. Fin de la escena.

Entonces, reconocí quien era. Y  reaccioné  con  un grito para llamar su atención:
—¡Eh..!  ¡Tú! ¿Pero se puede saber que estás haciendo?
—Cumplo con mi cometido…— contestó con voz  grave y  con porte muy ufano— .
—Ya... ¡Ya  se lo que pretendes! ¡Cada año lo mismo! ¡Bruto! ¡Desalmado! Anda—dije apoyando mi espada en el mueble de la entrada del piso. ¡Toma!  ¡A ver si te atreves con esto!—grité retándolo—, mientras le lanzaba el montón de libros que tenía apilados sobre la mesilla del recibidor para devolverlos a la biblioteca.

Viéndome tan cabreada,  aquel hombre vestido de hierro reaccionó instintivamente y soltó la espada para coger los libros  que  le había tirado a la altura de su cara, —seguramente  para protegerse  del peso de tanto conocimiento—.

Mientras, el pequeño dragón pasó por mi lado como una exhalación  humeante y se refugió en mi casa. Los perros  ladraban  ansiosos ante todo lo que ocurría sin saber que hacer,  cuando de pronto, el  maldito escudo resbaló escaleras abajo armando un estruendo colosal, dando tumbos de peldaño en peldaño; los canes se  asustaron y también corrieron al interior de la casa para refugiarse con la cola entre las patas.  Los vecinos ni se atrevieron a salir a ver que pasaba. Pero seguro que  mas de uno debía estar fisgoneando en silencio por la mirilla de la puerta.

Con los brazos en jarras, miré  al apuesto caballero de la cabeza a los pies y le dije:
-¡Pero bueeeeno! ¿Te das cuenta de la que estás liando? Seguro que suben la derrama de la comunidad con tal estropicio.
—Pero si yo no…
¡Ahh!…—Veo que en el fondo valoras los libros, puesto que has soltado la espada, en vez de cortarlos por la mitad. No sé porqué te da vergüenza  reconocerlo. ¿Qué pasa, que no hay otra manera de solucionar los conflictos que a golpe de espada? ¡Qué desastre!  Anda, toma —dije ya más  calmada, dándole unas monedas—, ¡que seguro que no llevas bolsillo donde llevar dinero en esas  mallas!

(Y dicho esto,  ví que le sentaban la mar de bien.)

El caballero aguantó estoicamente el chaparrón en silencio. Seguramente porque le había quedado trabado el barbote del yelmo, del cual tiraba con fuerza  para poder zafarse de él.  Entonces le dije:
—Ve a la floristería que hay en la esquina  y cómprale una rosa al dragón, que el libro ya se lo regalo yo—añadí muy resuelta. Al fin y al cabo también es un personaje relevante en esta historia. ¿No crees?
—Bien mirado, tiene razón mi señora—dijo el caballero—, quitándose por fin el yelmo y atusándose los largos cabellos negros que  ahora enmarcaban su cara sudorosa.¡Que sería de mí sin él!

(¡La verdad que era guapo el puñetero…! ¡Qué ojazos!)

— Voy a ver como está el dragoncito ¡No tardes!
— Pero si me permite, yo …
—¿A qué estás esperando...? ¡Corre, que van a cerrar! Voy a prepararte una tila y un tentempié para cuando vuelvas, a ver si te calmas, que seguro que no has comido nada.

El caso es que Jorge no se atrevió a decir nada más  y traspasó el dintel cargado con los libros; los dejó sobre el recibidor y bajó corriendo las escaleras de tres en tres, diciendo:
—Esperadme bella dama, que no he de tardar…

Una cascada de sonidos metálicos  como de quincalla, delató un fortuito traspiés  con su emblemático escudo, pues la luz de la escalera se había apagado  inoportunamente. Cerré la puerta resoplando y arremangándome el jersey,  pues todo esto me había puesto de los nervios y últimamente enseguida me acaloro.
—¡Cada año igual!  (murmuré contrariada).
Y me fui  a ver por donde andaba el pequeño dragón. Lo busqué aquí y allá y no estaba en las habitaciones ni la cocina.  Y los perros tampoco. Intuí lo que ocurría y me dirigí  hacia mi dormitorio donde vi la puerta entreabierta y allí afuera, en el balcón,  estaban los tres.  Llamas—que así  se llamaba el tímido dragón—,  estaba acurrucado junto a mis perros, implorándome con su mirada que lo dejara refugiarse allí.  Me agaché a acariciarlo y se tranquilizó.  En esto, que una nube luminiscente nos envolvió...
……….


¡Ding, dong!

— Ya voy, ya voy — dijo mientras iba apresuradamente hacia la puerta. ¡Hola  Jordi, que sorpresa!
— Toma,  es para ti — dijo su apuesto vecino ofreciéndole un rosa roja—. ¿Puedo pasar? —preguntó mientras se quitaba las gafas y se atusaba el largo cabello oscuro, esperando impaciente en el dintel.

—¡Muchas gracias…! Que sorpresa, chico! ¡ Uy, disculpa!  Pasa, pasa, que estoy un poco atontada. Llevo toda la tarde escribiendo y ni siquiera me he levantado para tomar un café—dijo—recogién-dose el cabello y arremangándose el jersey, pues últimamente se acaloraba por nada. Espera un momento que ahora  tomamos un trozo de pastel si te apetece. ¿O te apetece mejor  una cerveza y algo salado?
—Mejor algo dulce a estas horas…
—Vale, pero antes  voy a apagar el ordenador, que está ardiendo —dijo con la rosa aún en su mano.

Jordi entró  en el piso, y siguió los pasos de su vecina, por la que suspiraba desde hacía tiempo.  Mientras,  el joven contempló fascinado la cantidad  ingente de libros que había las estanterías del salón. Y se puso a hojear algunos. A su lado había una máquina de escribir antigua: la carcasa era negra  con el teclado redondo y  con un reborde metálico—ese que fue la pesadilla de los dedos de los escritores noveles de antaño—,  que descansaba sobre una mesa de madera tallada, también antigua.
—Tu biblioteca parece un museo —dijo en voz alta. No me había fijado. ¡Que barbaridad!
Mmmm...
— Espera,  que no se qué dices. Estoy guardando lo último en el disco externo, no sea caso que lo pierda si se me estropea. ¡Que llevo un día, que ni te cuento!
— Cuenta, cuenta..¿que  novela estás escribiendo ahora? —preguntó acercándose  a su  voluptuosa vecina.

La joven se hallaba inclinada, apoyada sobre la mesa. Sus caderas  atrapaban como un imán la mirada de Jordi, al que le salían sus ojos de las órbitas.
—Sigo con  aquella historia  de la Orden de los Caballeros— contestó ella. Pero hoy estoy liada con un relato sobre la festividad, para relajarme un poco. Bueno, ¡ya está!  Ven, que voy a ponerla en agua.

Y el la siguió  en  silencio. Musa puso el tallo de la rosa  entre sus labios, mientras llenaba un jarrón con agua en la cocina. Y haciendo equilibrios para que no rebosara el agua, anduvo lentamente y dejó el jarrón sobre la mesilla de su dormitorio, sobre un posavasos.

—¿Una historia de Caballeros con yelmo y armadura? —dijo  Jordi emulando  a un caballero, con su espada imaginaria cortando el aire a diestro y siniestro, siguiéndola hasta  la puerta del dormitorio. 
—Si, claro.
¡Ejem!
 —¿Puedo pasar? -preguntó Jordi  mientras andaba  hacia ella.

Y quitándose por fin su armadura,  se puso trás  aquella muchacha que le había encandilado desde que llegara a vivir en aquel viejo edificio, a pie de playa;  y acarició sus cabellos con delicadeza y en silencio, recogiéndolos con sus dedos.  Y entonces la besó  en la mejilla. El espejo del tocador mostraba la escena de la muchacha sonriendo  con la rosa en la mano, mientras  Jordi recorría el cuello de la muchacha  lentamente con sus labios, rodeando con sus brazos  el talle de la muchacha desde atrás. Ella permaneció en silencio.  Entonces  Jordi levantó la mirada y la contempló en el espejo.
—Pues si —dijo la muchacha mirándolo a su vez.  Puedes pasar, aunque lo preguntas un poco tarde —contestó— mientras sonreía satisfecha-.
Y se giró, mirándolo embelesada. Entonces con la rosa recorrió lentamente  los  labios de su apuesto vecino.
—Me gustaría leer algún capítulo…—dijo  él  en un susurro y con una mirada más que sugerente.
—Puedes leer el libro entero si quieres —dijo Musa. Y entonces lo besó en los labios, dejando caer la rosa al suelo.
De hecho, aquella tarde comenzó  una nueva historia.


A la mañana siguiente,  los restos de un delicioso desayuno salpicaban la bandeja  que había sobre el tocador.  Y los pétalos de  la rosa, yacían sobre la cama. Musa, envuelta en un salto de cama transparente, cepilló su cabello ante el espejo del tocador haciendo tiempo.  Jordi abrió la puerta que daba al balcón del dormitorio y contempló el mar  mientras apuraba el café de su taza.  La muchacha se acercó  a él y lo abrazó con ternura. Luego lo cogió de  la mano y ambos regresaron al interior de la alcoba. Al lado de la puerta, sobre unas esteras, dormitaban Gus y Yak. A  su lado había una  curiosa figura  petrificada:  un pequeño y tímido dragón, que solo cobra vida cada veintitrés de abril, desde hace siglos...
…………….

La leyenda se ha conjurado con este cuento, en que  por fortuna nadie  ha resultado herido.


                                                                           ***


CUENTO  II



UNA HISTORIA DIFERENTE

Érase una vez, un caballero llamado Jordi—de la corte de Traspiés, señor del condado—, que tenía como mascota a un dragón verde muy grande: Llamas, que era vuestro bisabuelo.
Traspiés quería que sus caballeros fueran sanguinarios y que se partieran el yelmo por defender sus tierras, mientras él se ocupaba de las princesas de su castillo, defendido por una gran muralla y un foso con dragones rojos. En el castillo había una princesa llamada Rosa, a la que el señor del condado no había llegado a conocer, pues se escondía de él. Le infundía miedo.

Ella estaba enamorada de Jordi y éste le correspondía. Cada tarde Jordi y Rosa se veían a escondidas en la biblioteca. Llamas vigilaba para que no los sorprendieran y mientras, se entretenía leyendo un libro y comía algunas grosellas, pues sabido es, que a los dragones les encantan.
Pero el conde de Traspiés, entró por una puerta secreta de la biblioteca, y, enfurecido ordenó al caballero Jordi como castigo, que matara a su cómplice, el dragón, tras las murallas del castillo, y que luego se fuera, desterrado para siempre. So pena de muerte.

Montado en su caballo Jordi cruzó el puente levadizo con un libro y algunas grosellas ocultas bajo su armadura. Los soldados se llevaron a Llamas para que lo matara frente a las murallas, delante de todos. Y a Rosa la recluyeron para siempre en una mazmorra que había cerca de la torre, ya que rechazó  las lisonjas del señor del castillo.
Tras las murallas, Jordi le guiño un ojo al dragón, que, haciendo ver que aleteaba para defenderse, cogió el libro al vuelo y algunas grosellas en con la boca. El caballero Jordi clavó su lanza sobre el libro que el dragón se puso en el costado. Un zumo rojo tiñó la boca de llamas, que se hizo el muerto.

La gente aplaudió  entusiasmada ante la supuesta sanguinaria escena. Traspiés se retiró satisfecho a sus aposentos, pero en el balcón se  tropezó con el cronista del reino, que estaba a su lado. Pero el libro cayó al foso y se quemó. Viendo que el dragón seguía vivo y que habían urdido un engaño y habían huido, el señor del castillo haría falsear la historia para  siempre, para evitar el ridículo.

Dicen las leyendas que los aldeanos transmiten de boca a oreja, la historia cierta, pues el conde de Traspiés, prohibió escribir  y  publicar cualquier historia que no hubiera pasado por sus censores.
Pero lo cierto es que el dragón rescató a Rosa y  ambos se reunieron con Jordi en el país vecino, donde estaba desterrado.  La población  donde se asentaron, llamada  Incunables, y desde entonces, Jordi y el dragón  rescataron los libros genuinos, antes de que el Sr. de Traspiés los requisara, y con ellos abrieron  una librería en el pueblo, que los colmó de felicidad. Como el dragón era muy grande y no cabía por la puerta, un hechicero del pueblo hizo un conjuro y  Llamas paso a ser un dragón  con un tamaño mas  pequeño y volaba a placer por los altos techos de la librería, donde escogía los libros para los clientes. Le gustaba tanto leer, que le costaba desprenderse de ellos.  Así fue como me lo contaron...

Llamas, guardian de los libros

















                                                 
                                                                   ***


CUENTO - III



 SANT  JORDI  "EL CONFINADO".

Érase una vez, un caballero  mercenario llamado Odón El Cruel, que cabalgaba por los verdeantes páramos de un país llamado Ignorantia Supina—regentado por el rey Narh Ciso I—.  Como en muchas otras ocasiones, sus andanzas  eran financiadas  un malvado conde, que pretendía —a poco que pudiera—, derrocar a su regente. Odón el Cruel, seguido por sus secuaces, iba de castillo en castillo, secuestrando damiselas y doncellas  para llevarlas ante el conde de Enaguazar, quien las recluía para confinarlas a modo de  harén. También requisaba, por indicación expresa de su protector, todos los libros, legajos  e incunables  que cada castillo, monasterio o abadía, guardaban con celo, con el encargo de secuestrar a escribientes, maestros y poetas,  pues el conde  quería a toda costa, suprimir  las fuentes del saber. Entre ellos estaba el caballero Jordi, un noble inquieto que desde pequeño había sido instruido  en la lectura y la escritura por un monje, un amigo de su padre,  algo inusual en su profesión de armas.  Fue capturado y metido en un carro, como los demás.

A su llegada al castillo del Homenaje,  Odón El Cruel,  espoleó, chulesco, su caballo negro  para ensalzar su hazaña y cruzó  el puente levadizo seguido por una comitiva de truhanes y algunas carretas repletas de prisioneros; otras muchas estaban cargadas hasta las trancas con libros  y pergaminos de todos los tamaños. En el centro del patio de armas, hizo descargar  carros y carretas de libros y legajos y luego  entregó a  las mujeres al conde de Enaguazar, que fueron confinadas  en una de las cuatro torres esquineras del castillo amurallado.

En el foso, al pie de dicha torre, dos dragones rojos custodiaron a las doncellas para evitar que escaparan ; a Rosa—la única princesa del grupo—, la  habían separado del resto por su belleza y su origen, pues procedía de noble cuna;  ésta,  junto al resto de prisioneros,  anduvo por el camino de ronda hasta llegar a la torre gemela, donde dos dragones verdes separaron con sus llamas a los monjes y escribientes. Por deferencia a su nobleza, el caballero Jordi  fue confinado en la torre cercana a la barbacana, en la entrada al recinto amurallado, donde disponía de ciertas comodidades con las que soportar mejor su confinamiento; al fin y al cabo, el conde de Enaguazar, pretendía obtener un buen rescate por él. Le convenía  que mantuviera su buena apariencia y buena salud. Por este motivo, puso a Drac —un dragón gris, domesticado—,   procedente de la nobleza de un reino de ultramar, que había ganado en una apuesta—, y lo mandó al mismo  el calabozo, para custodiar  y   acompañar  al caballero.
Pero sabido es, que los dragones grises tienen la virtud  de cambiar su apariencia y que solo lanzan llamas en situaciones límite, pues tienen un carácter afable y les gusta la lectura, ya que sus antepasados  protegieron escritos valiosos;  en uno de los libros requisados por Enaguazar había referencias a esta historia ancestral, pero como el conde —ni quiso saber de libros, ni sabia leer—, no  supo de esta peculiaridad.

Al otro lado, de la barbacana, en la torre homóloga, el conde hizo confinar a la princesa Rosa, a la que pensaba ofrecer como presente al rey Narh Ciso I, para congraciarse con él y obtener  mas tierras y poder. Allí, en las altas y picudas torres de  la antigua fortaleza, las doncellas permanecieron cautivas, a merced del malvado conde, que las requería a su antojo.  Una vez al día las dejaba salir, para  que  cogieran cada una de ellas y llevaran sobre la cabeza—tres o cuatro libros de los requisados en castillos y abadías del condado—. Tanto Jordi, como Rosa, contemplaron  extrañados  la  comitiva literaria desde sus respectivas ventanas, preguntándose que harían con ellos.

El conde estableció  una especie de juego en el que  las muchachas debían de mantener el equilibrio, burlándose de ellas y poniéndoles como prenda, el pasar una noche con él si un libro caía al suelo; luego les obligaba a quemar  los libros en la chimenea del salón. En una de estas  noches, estuvo presente el caballero Jordi, pues  el conde lo llamó para que escribiera una carta a su padre, para pedir su el rescate y darle fe de vida. Allí  observó como las muchachas estaban allí contra su voluntad y empatizó con la angustia a que estaban sometidas; también  contempló con tristeza, como ardían aquellos volúmenes repletos de palabras, ideas, historia y sueños… Y susurró a una de las doncellas un breve mensaje con disimulo; la muchacha asintió.
Jordi volvió  custodiado a su confinamiento en la torre, donde lo esperaba el dragón, con el que había hecho buenas migas. Drac  conocía a un búho  enorme llamado  Nit,  que cada noche se posaba en el tejado. El dragón propuso  a Jordi que su plumífero amigo podría, cada noche,  llevar un extremo de un largo cordaje que había guardado en una celda del primer piso de la torre, junto a otros  pequeños objetos de las herrerías. Jordi pensó, que, con unas poleas o motones, podrían  enlazar un artilugio corredero que permitiera  conectar una ventana con otra, ya que las torres se ubicaban en los vértices de la  grisácea muralla.  Y así lo organizaron. Tendrían que  ser cautos para que la guardia nocturna no percibiera sus movimientos y tendrían que recogerlo todo  antes del amanecer.

Pasaron algunos días. Mientras, en el salón, el conde  comía y bebía a placer hasta que, saciado, ordenó llevar a sus aposentos, de buen grado, o a la fuerza, a aquellas muchachas, que,  viendo que  solas eran  muy vulnerables, se dieron apoyo unas a otras y confabularon en unirse contra  al sometimiento del malvado conde. Convinieron entre ellas, que—como por la fuerza no podrían librarse de él— , tendrían que hacer uso de la picaresca; así convinieron que, a todas debían caérseles los libros,  del que guardarían uno cada una, bajo sus enaguas, a fin de preservarlo de las llamas. Y cuando las  reunieran a todas en la alcoba del conde,  dilatarían el tiempo,  contándole historias de reinos imaginarios y condes poderosos, para  entretenerlo; así podrían preservar las muchachas su virtud.  Así lo lisonjearon y  le ofrecieron vinos y licores, hasta que ebrio, se durmió profundamente y así pudieron librarse  de él, haciéndole creer por la mañana que habían disfrutado de una noche placentera.
Algunas de ellas, antes que los  guardias las condujeran de nuevo a sus aposentos de la torre, sujetaron el libro rescatado,—como les había pedido Jordi el caballero—, y, recogiendo su vestido  con una mano, dieron conversación a los soldados y los hicieron sonreír con ocurrencias para distraerlos y que no se fijaran en los vestidos; así fueron recuperando algunos ejemplares, que escondieron  en sus aposentos, en la torre almenada, pues, aunque algunas no sabían leer, no querían que  el saber se consumiera en las llamas.
Pasaron unos dias. Una noche, recibieron con sorpresa la visita de un búho en el alféizar de la ventana. Traía un mensaje. Una de las doncellas que sabía leer, les dijo que  a la noche siguiente  el búho traería una cuerda que debía sujetar  a una de las argollas que todas las torres tenían empotradas para encadenar a los cautivos rebeldes, y debían colgar allí los libros con unos saquitos de tela para que el caballero Jordi pudiera recibirlos en su confinamiento, ya que el dragón podía esconder  tras sus alas, algunas de las pilas de libros  almacenadas y,  puesto que él siempre permanecía en la torre y los soldados no se acercaban al dragón, cuando el conde requería la presencia del caballero Jordi, no los descubrirían.

Durante el día Jordi y Drac, pasaban las horas leyendo placenteramente los libros rescatados. Incluso el dragón disfrutaba clasificando incunables, crónicas y libros antiguos de caballerías, donde pudo reconocer a algunos de sus antepasados. Y aquel dragón  gris, pasó los días  muy entretenido  junto a Jordi. Se había convertido en un dragón lector.

Rosa, la princesa, también leía, confinada, en una alcoba de la cuarta torre, pues su doncella era novia de uno de los guardias del patio de armas y le pudo conseguir algunos ejemplares. Rosa estaba reservada para el rey Narh Ciso I. Por ello gozaba de cuidados y disponía de una doncella personal.  Enaguazar pretendía derrocar al rey a la menor oportunidad, y hacerse con sus riquezas, joyas y pertenencias, entre las que estaba Rosa. Pensaba ofrecerla al rey, para luego recuperarla.

Drac, Jordi, Rosa, y las  doncellas,  confinados en sus respectivas torres, se habían saludado  desde la ventana; incluso intercambiaban libros  por las noches, con una cuerda y una polea,  a modo de tirolina, pues las doncellas, cada noche rescataban los libros que podían, llegando a coser unas bolsas bajo las enaguas, para poder ocultar más libros.

Llegó por fin un día de gran celebración en el condado: el día de la Justa de Enaguazar. Cada año, el 23 de abril,  en el castillo del Homenaje, el conde  mandaba hacer una pira de libros  enorme, en el  centro del patio de armas. Allí  organizaba  una ceremonia  ritual bajo palio, que acababa con un gran festín, con el que agasajaba a  caballeros y senescales del reino,  con la intención de congraciarse con ellos y así ganar aliados para destronar a su rey. Aquel año, también invitó  a Odón el Cruel.  El señor del castillo  lo hizo sentar a su lado como lugar de honor y mientras comían un  venado asado,  le encargó que negociara con el  padre de Jordi, el marqués de Lahcultura,  el canje de su hijo, so pena de muerte si no aceptaba el precio que le pedía, que no era poco.
Por otra parte, Enaguazar hacía vigilar a Rosa día y noche pero,  como ella se había encerrado en su alcoba a cal y canto, admitiendo tan solo la comida que su doncella le llevaba una vez al día,  sospechó que quisiera escaparse. ¡Y eso no lo podía consentir!

Mientras limpiaban los restos de la fiesta en el crepúsculo de aquél 23 de abril, el soldado que custodiaba el pasillo que conducía a la alcoba, escuchó un ruido sospechoso  y dio la alarma.
Avisado el conde, forzó la puerta de la alcoba y  apartando a la doncella de un manotazo, contempló atónito, como la princesa Rosa, —que había saltado por la ventana—, estaba llegando a la torre del dragón, colgada de una tirolina, con el peso de sus ropajes balanceándola peligrosamente. Un soldado cortó  con un tajo de su espada, la cuerda que estaba atada al soporte de una antorcha y a una pesada mesa de nogal, pero ya era tarde. El conde, enfurecido al ver que el dragón la había salvado,  hizo sitiar la torre y  ordenó prenderle fuego para que Drac, Jordi y Rosa tuvieran que salir,  o morir allí quemados.  ¡Tamaña afrenta no podía consentirla en su propio castillo el señor de Enaguazar!

Odón el Cruel, se quitó la cota de malla y el verdugo, para subir con mas agilidad por la escalera de caracol de la torre y armado con su espada  gritó con rabia y subió decidido a resarcir al conde de aquel disgusto. Simultáneamente, Drac bajó lanzando una gran llamarada que chamuscó a Odón y al resto de soldados, que quedaron fuera de combate  y carbonizados, tendidos en el suelo, algunos muertos y otros inconscientes...

                             

Drac salió al paso del camino de ronda que había entre las torres, con la princesa Rosa atada  con un arnés a su lomo, donde llevaba un fardo de libros. Y levantó el vuelo.  Jordi  cogió entonces la espada de Odón  El Cruel y  con ella amenazó al conde, que, haciendo un gesto mohíno, se subió a una de las almenas del camino de ronda, donde Rosa —gracias a un vuelo rasante de  Drac—, le lanzó un grueso libro a la cabeza, titulado La Justa; y gracias a él, el malvado Enaguazar cayó al foso del castillo. Y, no sabiendo nadar, se ahogó.

Jordi fue apresuradamente a rescatar a las doncellas de la torre, mientras Drac achicharraba a los pocos soldados que quedaban, y exigió lealtad a los dragones rojos, que, asustados ante la potente llamada de Drac, decidieron obedecerle. Las muchachas salieron en tropel, gritando de alegría, y cogiendo al caballero Jordi, lo mantearon elogiándolo.  El dragón gris hizo lo propio con los dragones verdes del foso  y Rosa liberó a los monjes y escribientes, que no se habían enterado de la misa la mitad, pues habían estado rezando  arrodillados mirando al suelo. Todos los cautivos se reunieron finalmente en el patio de armas y  comieron los restos del festín. Luego cargaron los libros que aun quedaban, en los carros y los pusieron a cubierto, hasta que destinaran una de las estancias para la biblioteca.

Tan entusiasmados estaban, que no se dieron cuenta que Odón, a duras penas, había logrado levantarse y se había descolgado  desde las almenas, por el adarve, sorprendiéndolos.  Jordi le lanzó un pesado verdugo de malla a la cara, para apabullarlo y le dio un puñetazo que lo hizo tambalear, pero  el fornido truhán, logró recobrar su compostura. Entonces cogió a Jordi por el gaznate apretando su cuello para ahogarlo. Súbitamente, la mirada del mercenario se tornó difusa y sus manos se aflojaron.  Rosa le había dado un fuerte golpe con  un grueso libro encuadernado en piel  con herrajes,  perteneciente a  Los Libros de Horas, de una colección de historia.  A resultas de ello, una vez recuperado del tremendo librazo,  quedó con secuelas y no recuperó la memoria. Algunos dragones comenzaron a dar coletazos y llamaradas, pues Odón era dueño de algunos de ellos. Drac, con una gran llamarada, puso a los dragones firmes y  una vez  calmados,  los liberó para  que volvieran  a sus lugares de origen y no volvieran nunca mas.

Rosa y Jordi tomaron  posesión del castillo. Unos meses mas tarde allí se casaron. A Odón, lo llamaron a partir de entonces, Odón El bondadoso, pues era afable y presto a ayudar a todo el mundo. Algunas doncellas se fueron  a otros condados en busca de aventuras y otras se quedaron en la corte, organizando justas para que acudieran valerosos caballeros con los que pasar un buen rato, o toda la vida, según se terciara. Al rey Narh Ciso I, le regalaron un gran espejo para que se entretuviera y no apareciera por sus tierras y también  le enviaron a los monjes, para que escribieran la vida de la corte del rey para la posteridad.  Los escribientes quedaron en el castillo a cargo de la biblioteca y las crónicas del condado. Algunos también escribieron cuentos, novelas  y leyendas. Drac desempeñó un puesto de vigía en la torre, aunque, a menudo llevaba a Rosa en su lomo, para buscar setas,  flores y  plantas medicinales. Mientras paseaban, se contaban lindas  historias  que habían leído aquí y allá, pues entre ellos se había creado un lazo entrañable.

A partir de entonces, en el castillo del Homenaje, cada Año, Jordi y Rosa convocaron la gran Justa del Libro, al que acudían caballeros y doncellas, magos, bufones, matronas y saltimbanquis; y algún que otro curandero; también herreros y escribientes. Diseñaron para la fiesta, un estandarte de color  morado,  donde  hicieron bordar un libro y una rosa.
























                                                                           ***

Reedito en esta entrada una  inolvidable canción,  acompañada por un bonito vídeo, cuyas escenas nos permitirán recordar tiempos pasados y  vivir la ficción que estamos en la calle, disfrutando…




¡Hasta pronto!








4 comentarios:

  1. Parte I: Sabían que podía darse la situación de una pandemia mundial, pero desconocían cuando y por eso no se tomaron medidas para, no digo evitarla (porque esto depende de la naturaleza), pero sí amortiguar sus efectos. Lo mismo ocurre con el cambio climático. ¿Cuánto más esperaremos? Está más que demostrado cuáles son las fuentes de contaminación, más ahora con el gran parón provocado por el confinamiento. Tenemos que poner todos nuestro granito de arena para hacer realidad ese cambio de mentalidad.

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    1. Efectivamente, los plazos se acortan, porque la agresión al medio natural es exponencial y continua y el transcurso del tiempo en que no lo solucionamos, lo agrava, porque se acumula en cantidades ingentes. Gracias por tus comentarios.

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  2. ¡Gracias por tu comentario, Ana! Celebro que los disfrutes. Un abrazo.

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