¡Bienvenidos a bordo!
Hoy el título de la entrada no se refiere a una glamourosa marca de colonia. He de confesar que lo he puesto con una segunda intención y la verdad que nos irían bien unas gotas de perfume. Porque en la entrada de hoy algo huele mal…
El 15 de abril de 1.912 tuvo lugar la tragedia del Titanic, donde murieron 1513 personas. Algo lamentable que podría no haber ocurrido. No voy a extenderme con la historia del colosal naufragio, puesto que esta tragedia es harto conocida por todos y refrendada en una excelente película.
La prepotencia del ser humano, la avaricia y la especulación, frecuentemente originan tragedias en todo el mundo. Esto no es nada nuevo. El porqué murió tanta gente es una respuesta que solo supieron algunas personas con certeza y el porqué la mayoría de las víctimas fueron de la clase más humilde, también.
El mar engulle por causas fortuitas a los que navegan en él, pero frecuentemente también a los que lo subestiman, o a las víctimas de éstos. Las inclemencias del tiempo y los caprichos inusuales de la naturaleza son incontrolables. También el error humano está presente, pues no somos perfectos. Pero lo que cuesta es asumir que ocurran por una negligencia. Eso si que es duro. Inaceptable.
Los emigrantes que van en pateras no poseen el glamour ni las dimensiones del Titanic, pero también han comprado un billete que no llega ni a la categoría de tercera clase, aunque hayan pagado por él mucho más. Esto conlleva a una nueva clasificación en el argot náutico: Naufragio Remediable, puesto que son previsibles.
La cotidianidad de estos sucesos mientras vemos la televisión comiendo, ha hecho de estas terribles noticias algo normalizado, a lo que ya casi nadie presta atención. Ya no son noticia candente. Atrás quedó El Niño ahogado en la playa que tanto nos conmocionó. La suma encadenada y cotidiana de estos sucesos, parece que les confiera normalidad. Pero no es así.
¡No es normal, ni aceptable que ocurra esto!
Tan solo en un año -en el pasado 2016-, han muerto 3.800 personas en el Mar Mediterráneo. Mas del doble que los fallecidos por el hundimiento del Titanic. Ni pretendo comparar, ni se puede medir el dolor sufrido. Cada muerte es única. Cada duelo es propio. No debería haber categorías entre los muertos. No me gusta hablar del número de muertos, sean los fallecidos en el Titanic, o los muertos en las pateras. No son números. Son personas. Individuos de diversas índole, puesto que todos son padres, hermanos, madres, hijos o abuelas de otras personas a las que amaron, como cualquiera de nosotros.
Desterremos los números, las nacionalidades y hablemos de personas, aunque en este caso si que es relevante el hablar del porqué. Porqué se vieron obligados a emigrar y a embarcar en condiciones denigrantes: arriesgar su vida y la de sus seres queridos, porque no es un riesgo vivir bajo las bombas o porque sus condiciones de vida son miserables. El porqué lo sabemos todos.
¿Acaso no merecen una vida digna en su país, -ese con el que nuestros gobiernos tratan, negocian y comercian, para beneficio de los propios actores, mientras que los resultados de éstas conversaciones de paripé, se dilatan inexplicablemente en el tiempo y no repercuten en los intereses y necesidades de la población?
["Quien ha perdido la esperanza, ha perdido también el miedo. Tal significa la palabra desesperado."]
(Arthur Schopenhauer 1.788-1860)
La paradoja es que ellos se adentran en el mar para llegar a las costas de los "países civilizados". Y a los que estamos en ellos nos dan ganas de irnos a una isla desierta. El caso es que ya no quedan islas desiertas. Las han comprado los magnates y multimillonarios.
Volviendo a los Naufragios Fortuitos. Algunos náufragos reales y conocidos, se salvaron porque la suerte les acompañó y porque el sentido común y algunos conocimientos que poseían, les ayudaron. La industria cinematográfica con el tiempo ha hecho eco de ello y la literatura está repleta de libros que hablan sobre naufragios de diversa índole.
Este fragmento de la película Náufrago, (Tom Hanks) me gusta especialmente porque en el se muestran varias fases interesantes: el coraje y el ingenio con que se prepara para aventurarse en el mar en busca de otra vida mejor; la esperanza y la determinación que mantiene al mirar el horizonte; la tristeza con que deja atrás la isla que le ha dado cobijo y la necesidad de comunicarse con " otro", aunque sea una pelota llamada Wilson. Una estrategia de supervivencia para soportar la soledad. Aún así, Noland fue afortunado, pues estaba solo.
Peor hubiera sido estar rodeado de chiquillos a los que cuidar. Al fin y al cabo, Wilson no podía pasar hambre, enfermedad ni penalidades. ¡Un alivio!
Hoy os recomiendo algunos libros sobre naufragios, a propósito del tema. Algunos de ellos relatan escenas crudas e inimaginables que descubriréis en sus páginas -basadas en hechos reales-, mas allá de la trama de la novela que los cose.
Vida o muerte en la mar. Autor: Dougal Robertson. Cuenta la historia de un capitán mercante que decidió tomarse un año sabático y zarpó a bordo de su velero para dar la vuelta al mundo con su mujer y sus hijos. No imaginaban entonces lo que iba a sucederles.
En el corazón del mar. Autor : Nathaniel Philbrick. Basada en hechos reales, cuenta la historia de los marineros de Nantucket, que tripularon el ballenero Essex, que naufragó a más de mil quinientas millas al oeste de las Islas Galápagos, en el Océano Pacífico. Una tragedia que no deja indiferente a nadie.
Robinson Crusoe. Autor: Daniel Defoe. Una novela basada en la historia de un náufrago que pasó cuatro años en una isla del pacífico.
¡ Hasta pronto!
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