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martes, 18 de abril de 2017

Shakespeare, Cervantes y el Dragón. #loscuentosdeflora

¡Bienvenidos  de nuevo!


Faltan pocos días para el 23 de abril  yen estas latitudes  celebraremos la festividad de Sant Jordi — el día de la rosa—. También se conmemora la muerte de Shakespeare y paradójicamente la del Dragón, pues la de Cervantes se adelantó por unas horas y data del 22 de abril. Afortunadamente sus obras   y también la leyenda han permanecido a través de los siglos, por lo que  que en esta semana con tantas ofertas literarias navegaremos por un océano palabras y emociones.

Mas allá de aquellos genios de la literatura, la vida  del resto de los mortales sigue fluyendo y los Jordis, Jorges y Jordinas celebran su onomástica. Hay paradas de libros por todas las calles, especialmente en la zona centro de las ciudades y de los pueblos. Las librerías  rebosan actividad: están repletas de gentes que abren y hojean las páginas  y el reverso de los ejemplares expuestos.

He  de explicar para los que visitáis este blog desde el ámbito internacional,   que este es un día  festivo en Cataluña (España), especialmente dedicado a los libros y  a la cultura, en el que tenemos por  costumbre  intercambiarnos un regalo:  un libro que  regalamos las mujeres y los hombres nos obsequian con una rosa acompañada por una espiga de trigo. Esto obedece a una leyenda.

[La leyenda de Sant Jordi, cuenta que  un dragón asedió  el castillo del rey y también el poblado albergado  dentro de sus murallas, exigiendo dos corderos diarios, so pena de comerse a todos sus habitantes de un atracón.  Transcurrieron algunos días, y  se acabaron los animales. Entonces  decidieron que había que ofrecerle dos personas cada día, elegidas a suertes, para satisfacer la exigencia del dragón y salvar así al resto, en espera de que ocurriera algún milagro que les librara de tal pesadilla. Y un día, le tocó a la princesa. El rey muy angustiado, quiso hacer prevalecer sus privilegios, pero la gente se rebeló y  la princesa fue librada al monstruo, como cualquiera de ellos.

Pero apareció San Jorge:  un caballero armado que defendió a la princesa y luchó con el dragón,  clavándole su espada en el corazón. Donde cayó la sangre, brotó un rosal de rosas rojas. Por ello desde ese día  la rosa, la princesa, San Jorge y el dragón, quedaron entrelazados en un mar de historias…]

Sant Jordi es una festividad muy especial. ¡Un día mágico!


Los autores firman  sus libros  a los lectores, que hojean curiosos las páginas de libros mil  en Las Ramblas, en el Paseo de Gracia de Barcelona, y en las plazas de los barrios,  donde se diseminan puestos y paradas donde se fomenta  el comercio de libros y de rosas al aire libre, con sol o con lluvia.   Hay multitud de gente yendo y viniendo por estas emblemáticas avenidas, jaspeando la calle de colorido gracias a las bonitas flores que todos llevan cogidas.


¡Se respira  alegría!


Escritores y lectores comparten algunos eventos literarios; también se organizan talleres de escritura en algunos jardines de la ciudad o en dependencias de interés social y cultural.

Hoy día, tanto  rosas como libros se  los regalan  las personas entre sí, algo muy gratificante, pues la cultura y los conocimientos se propagan en el marco de la diversidad y según el deseo de cada individuo, más allá de su género. Y no me refiero al de los libros.

También ha cambiado el formato de edición, que ahora es mas diverso. Algunas personas en vez de libros impresos en papel,  regalan una tarjeta regalo  para que la persona agasajada obtenga  su  
e-Book en las  librerías virtuales de Internet.  Otros regalan el  propio soporte para el libro electrónico. O una versión en audio,  descargado de las plataformas que tienen los audiolibros. Es otra forma de disfrutar de la literatura que además supone una ventaja cuando hay dificultades en la movilidad, las dislexias, o simplemente porque gusta hacer manualidades o quizás  porque exista alguna discapacidad.  Los más golosos regalan  además, la rosa  sobre un pastel  dulce de hojaldre, simulando un libro de mil hojas.   ¡Hay para todos los gustos!














Os agradezco desde aquí, a vosotros—lectores anónimos de mi blog—,vuestro interés.  Quiero deciros que estoy  gratamente sorprendida porque seguís este blog desde muchos puntos del planeta que nunca hubiera imaginado.

España, EEUU, Australia, Argentina, Chile, Brasil, México,  Colombia, Malta, Grecia, Turquía, Bielorrusia, Italia, Países Bajos, Finlandia,  Alemania, Francia, Reino Unido, Bosnia-Herzegovina, Egipto, Filipinas, Bélgica….

¡Muchas gracias a todos!

He actualizado los enlaces disponibles, por si preferís utilizarlos desde aquí para mayor comodidad. ¡Gracias!

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                                                                *******

Este año reedito esta entrada para Sant Jordi, con un relato  acorde con la temática que nos ocupa, por si os apetece leer:

(Cuando me pongo a escribir,  suelo disfrutar de la habitual compañía sosegada de mis perros que se acomodan junto a mi, al lado o debajo del escritorio
y allí permanecen todo el tiempo que dedico a la escritura, sumergida en mis mundos y navegando en mis sueños. Creo que a mis perros les arrulla el  ritmo del tecleo de la  vieja máquina de escribir, pues se pasan horas dormitando tumbados cerca de mis pies y cuando paro de teclear, mueven las orejas y suspiran. Quizás  sueñan o se imaginan historias…¡Quien sabe!


RELATO 

Todo ocurrió súbitamente  ayer  por la tarde, mientras  escribía. Mis perros dieron un respingo y salieron corriendo y ladrando insistentemente hacia la puerta. Olfatearon  la rendija que hay entre la puerta y el suelo — por la que  se filtraban algunos hilillos  desmadejados de  humo negro—. Gus y Yak gemían nerviosos de pura desazón, arañando la puerta con las patas y ladrando con ansiedad. Pensé que había un incendio y me alarmé.  Pero unos fuertes golpes—como de algo metálico—,  resonaron tras la puerta, en el rellano de la escalera. Y deduje  que, o ya habían llegado los bomberos y estaban intentando descerrajar la puerta del vecino—, o bien que ocurría algo extraño y misterioso.

Como no oía voces ni sirena alguna, me dispuse a indagar lo que ocurría—eso sí, muerta de miedo—. Asustada ante aquellos extraños golpes, cogí una espada de mano que tenía colgada en la pared—que era un recuerdo de mi padre, pues había sido herrero—  y seguidamente destrabé el cerrojo y me puse en guardia, levantando la espada aunque me temblaban las piernas;   armándome de valor, ordené a los perros que se apartaran mientras metía el pie en la abertura y con un gesto decidido abrí la puerta con él.

Cual fue mi sorpresa al descubrir que, tras las volutas de humo había un pequeño  y tímido dragón, con unos grandes ojos llorosos. Con mirada suplicante y con expresión asustada, se protegía  con sus patitas tras el escudo de su atacante, que lo empujaba contra la pared. El animalito gemía desconsolado enroscando su cola, mientras unas diminutas llamas humeantes salían de su naricilla. Frente a él, agrediéndole ensimismado, había un apuesto caballero  vestido con una armadura tiznada, que lucía un conocido blasón. Blandía su espada bastarda muy obcecado, cortando el aire a diestro y siniestro  y  no con buenas intenciones, a la vista de lo que contemplaban mis ojos.
—¡Ven aquí, monstruo! ¡Bestia inmunda! —gritó  con rabia. ¡Pelea!
—¡Basta ya! —grité con ganas.

Sorprendido ante mi súbita entrada en escena, el caballero se  quedó atónito; paralizado. A modo de cómic podía describirse así:   caballero  chamuscado;  inmóvil; con la espada levantada y boquiabierto, con los ojos  salidos de sus órbitas,  asomando por fuera de su yelmo.  La espada en alto pesa mucho y  vence con su peso el equilibrio del caballero, que da un traspiés y  cae hacia atrás. Fin de la escena.

Entonces, reconocí quien era. Y  reaccioné  con  un grito para llamar su atención:
—¡Eh..!  ¡Tú! ¿Pero se puede saber que estás haciendo?
—Cumplo con mi cometido…— contestó con voz  grave y  con porte muy ufano— .
—Ya... ¡Ya  se lo que pretendes! ¡Cada año lo mismo! ¡Bruto! ¡Desalmado! Anda—dije apoyando mi espada en el mueble de la entrada del piso. ¡Toma!  ¡A ver si te atreves con esto!—grité retándolo—, mientras le lanzaba el montón de libros que tenía apilados sobre la mesilla del recibidor para devolverlos a la biblioteca.

Viéndome tan cabreada,  aquel hombre vestido de hierro reaccionó instintivamente y soltó la espada para coger los libros  que  le había tirado a la altura de su cara, —seguramente  para protegerse  del peso de tanto conocimiento—.

Mientras, el pequeño dragón pasó por mi lado como una exhalación  humeante y se refugió en mi casa. Los perros  ladraban  ansiosos ante todo lo que ocurría sin saber que hacer,  cuando de pronto, el  maldito escudo resbaló escaleras abajo armando un estruendo colosal, dando tumbos de peldaño en peldaño; los canes se  asustaron y también corrieron al interior de la casa para refugiarse con la cola entre las patas.  Los vecinos ni se atrevieron a salir a ver que pasaba. Pero seguro que  mas de uno debía estar fisgoneando en silencio por la mirilla de la puerta.

Con los brazos en jarras, miré  al apuesto caballero de la cabeza a los pies y le dije:
-¡Pero bueeeeno! ¿Te das cuenta de la que estás liando? Seguro que suben la derrama de la comunidad con tal estropicio.
—Pero si yo no…
¡Ahh!…—Veo que en el fondo valoras los libros, puesto que has soltado la espada, en vez de cortarlos por la mitad. No sé porqué te da vergüenza  reconocerlo. ¿Qué pasa, que no hay otra manera de solucionar los conflictos que a golpe de espada? ¡Qué desastre!  Anda, toma —dije ya más  calmada, dándole unas monedas—, ¡que seguro que no llevas bolsillo donde llevar dinero en esas  mallas!

(Y dicho esto,  ví que le sentaban la mar de bien.)

El caballero aguantó estoicamente el chaparrón en silencio. Seguramente porque le había quedado trabado el barbote del yelmo, del cual tiraba con fuerza  para poder zafarse de él.  Entonces le dije:

—Ve a la floristería que hay en la esquina  y cómprale una rosa al dragón, que el libro ya se lo regalo yo—añadí muy resuelta. Al fin y al cabo también es un personaje relevante en esta historia. ¿No crees?
—Bien mirado, tiene razón mi señora—dijo el caballero—, quitándose por fin el yelmo y atusándose los largos cabellos negros que  ahora enmarcaban su cara sudorosa.¡Que sería de mí sin él!

(¡La verdad que era guapo el puñetero…! ¡Qué ojazos!)

— Voy a ver como está el dragoncito ¡No tardes!
— Pero si me permite, yo …
—¿A qué estás esperando...? ¡Corre, que van a cerrar! Voy a prepararte una tila y un tentempié para cuando vuelvas, a ver si te calmas, que seguro que no has comido nada.

El caso es que Jorge no se atrevió a decir nada más  y traspasó el dintel cargado con los libros; los dejó sobre el recibidor y bajó corriendo las escaleras de tres en tres, diciendo:
-Esperadme bella dama, que no he de tardar…

Una cascada de sonidos metálicos  como de quincalla, delató un fortuito traspiés  con su emblemático escudo, pues la luz de la escalera se había apagado  inoportunamente. Cerré la puerta resoplando y arremangándome el jersey,  pues todo esto me había puesto de los nervios y últimamente enseguida me acaloro.
—¡Cada año igual!  (murmuré contrariada).
Y me fui  a ver por donde andaba el pequeño dragón. Lo busqué aquí y allá y no estaba en las habitaciones ni la cocina.  Y los perros tampoco. Intuí lo que ocurría y me dirigí  hacia mi dormitorio donde vi la puerta entreabierta y allí afuera, en el balcón,  estaban los tres.  Llamas—que así  se llamaba el tímido dragón—,  estaba acurrucado junto a mis perros, implorándome con su mirada que lo dejara refugiarse allí.  Me agaché a acariciarlo y se tranquilizó.  En esto, que una nube luminiscente nos envolvió...

……….



¡Ding, dong!

— Ya voy, ya voy — dijo mientras iba apresuradamente hacia la puerta. ¡Hola  Jordi, que sorpresa!
— Toma,  es para ti — dijo su apuesto vecino ofreciéndole un rosa roja—. ¿Puedo pasar? —preguntó mientras se quitaba las gafas y se atusaba el largo cabello oscuro, esperando impaciente en el dintel.

—¡Muchas gracias…! Que sorpresa, chico! ¡ Uy, disculpa!  Pasa, pasa, que estoy un poco atontada. Llevo toda la tarde escribiendo y ni siquiera me he levantado para tomar un café—dijo—recogién-dose el cabello y arremangándose el jersey, pues últimamente se acaloraba por nada. Espera un momento que ahora  tomamos un trozo de pastel si te apetece. ¿O te apetece mejor  una cerveza y algo salado?
—Mejor algo dulce a estas horas…
—Vale, pero antes  voy a apagar el ordenador, que está ardiendo —dijo con la rosa aún en su mano.

Jordi entró  en el piso, y siguió los pasos de su vecina, por la que suspiraba desde hacía tiempo.  Mientras,  el joven contempló fascinado la cantidad  ingente de libros que había las estanterías del salón. Y se puso a hojear algunos. A su lado había una máquina de escribir antigua: la carcasa era negra  con el teclado redondo y  con un reborde metálico—ese que fue la pesadilla de los dedos de los escritores noveles de antaño—,  que descansaba sobre una mesa de madera tallada, también antigua.
—Tu biblioteca parece un museo —dijo en voz alta. No me había fijado. ¡Que barbaridad!
Mmmm...
— Espera,  que no se qué dices. Estoy guardando lo último en el disco externo, no sea caso que lo pierda si se me estropea. ¡Que llevo un día, que ni te cuento!
— Cuenta, cuenta..¿que  novela estás escribiendo ahora? —preguntó acercándose  a su  voluptuosa vecina.

La joven se hallaba inclinada, apoyada sobre la mesa. Sus caderas  atrapaban como un imán la mirada de Jordi, al que le salían sus ojos de las órbitas.
—Sigo con  aquella historia  de la Orden de los Caballero— contestó ella. Pero hoy estoy liada con un relato sobre la festividad, para relajarme un poco. Bueno, ¡ya está!  Ven, que voy a ponerla en agua.

Y el la siguió  en  silencio. Musa puso el tallo de la rosa  entre sus labios, mientras llenaba un jarrón con agua en la cocina. Y haciendo equilibrios para que no rebosara el agua, anduvo lentamente y dejó el jarrón sobre la mesilla de su dormitorio, sobre un posavasos.

—¿Una historia de Caballeros con yelmo y armadura? —dijo  Jordi emulando  a un caballero, con su espada imaginaria cortando el aire a diestro y siniestro, siguiéndola hasta  la puerta del dormitorio.
—Si, claro.
¡Ejem!
 —¿Puedo pasar? -preguntó Jordi  mientras andaba  hacia ella.

Y quitándose por fin su armadura,  se puso trás  aquella muchacha que le había encandilado desde que llegara a vivir en aquel viejo edificio, a pie de playa;  y acarició sus cabellos con delicadeza y en silencio, recogiéndolos con sus dedos.  Y entonces la besó  en la mejilla. El espejo del tocador mostraba la escena de la muchacha sonriendo  con la rosa en la mano, mientras  Jordi recorría el cuello de la muchacha  lentamente con sus labios, rodeando con sus brazos  el talle de la muchacha desde atrás. Ella permaneció en silencio.  Entonces  Jordi levantó la mirada y la contempló en el espejo.
—Pues si —dijo la muchacha mirándolo a su vez.  Puedes pasar, aunque lo preguntas un poco tarde —contestó— mientras sonreía satisfecha-.

Y se giró, mirándolo embelesada. Entonces con la rosa recorrió lentamente  los  labios de su apuesto vecino.
—Me gustaría leer algún capítulo…—dijo  él  en un susurro y con una mirada más que sugerente.
—Puedes leer el libro entero si quieres —dijo Musa. Y entonces lo besó en los labios, dejando caer la rosa al suelo.

De hecho, aquella tarde comenzó  una nueva historia.


A la mañana siguiente,  los restos de un delicioso desayuno salpicaban la bandeja  que había sobre el tocador.  Y los pétalos de  la rosa, yacían sobre la cama. Musa, envuelta en un salto de cama transparente, cepilló su cabello ante el espejo del tocador haciendo tiempo.  Jordi abrió la puerta que daba al balcón del dormitorio y contempló el mar  mientras apuraba el café de su taza.  La muchacha se acercó  a él y lo abrazó con ternura. Luego lo cogió de  la mano y ambos regresaron al interior de la alcoba. Al lado de la puerta, sobre unas esteras, dormitaban Gus y Yak. A  su lado había una  curiosa figura  petrificada:  un pequeño y tímido dragón, que solo cobra vida cada veintitrés de abril, desde hace siglos...
…………….

La leyenda se ha conjurado con este cuento, en que  por fortuna nadie  ha resultado herido.


Hoy os recomiendo un libro de armas tomar:

El caballero de la armadura oxidada, de Robert Fisher.  (The Knight in Rusty Armor)

Amenizo esta entrada con una  inolvidable canción que parece hecha a propósito…

*****Os esperamos en Sant Jordi, de 10 a 20 h en la parada del Aula de Escritores de Barcelona 
@aula_de_escritores  y de la Editorial Cronos, @editorial_cronos,  en la plaza de La Revolución, 9 en El Barrio de Gracia. Barcelona.

¡Hasta pronto!












4 comentarios:

  1. Gracias Flora!!
    Hoy me has regalado un maravilloso viaje en carrusel!
    Y el vídeo...y la musica...
    Lo más importante siempre es la rosa, la flor..
    Gracias!!

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  2. Bonita introducción de la leyenda de San Jordi y entretenido, ameno y relajante relato, te sigues superando Flora

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  3. Me ha encantado, Sant Jordi para mi es un día muy especial tuve la suerte de nacer este día tan bonito.

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  4. Gracias por vuestro seguimiento, queridos lectores. Quise hacer una entrada especial, para un día tan carismático como es éste. Celebro que lo hayáis disfrutado y compartido.

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