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miércoles, 5 de abril de 2017

¡CARPE DIEM !


¡Bienvenidos!

Fue el año 1986 cuando muchos de nosotros pudimos contemplar el cometa Halley en  su efímero viaje por el firmamento. 

El concepto de efímero determina una apreciación   sobre un lapso de tiempo breve. Pero…¿como medimos el tiempo?  Al cometa no lo veremos durante ese  lapso de tiempo que tardará en volver a pasar cerca de la tierra, pero  sigue su viaje y se desplazará durante todos estos años por el universo, aunque no seamos conscientes de ello.  Se verá de nuevo según ocurre cada 76 años, en el 2.062.  Y eso implica que mi generación y yo, ya habremos dejado de navegar por este mar de vida.


Y ello me hace pensar en la muerte y en el transcurso del tiempo. Muchos jóvenes  que alardean de su  manera de vivir a tope,  han puesto de moda la frase Carpe Diem como bandera a los cuatro vientos., como un sinónimo de disfrute y desenfreno ¡Es lo que les toca! A modo de conjuro algunos de nosotros, los maduros y carrozas, solemos decirla también, incluso con mayor énfasis, porque a partir de una cierta edad medimos el hipotético  poco tiempo que nos queda y ya tenemos más presente que no hay que desperdiciarlo.  Pero esta frase también se refiere a la otra parte de la vida, a la tristeza, al duelo, al esfuerzo, al reto.  Vivir  significa aceptar lo que venga. ¡Todo! 

  ¡Carpe Diem! (Vive el momento)   

En esta entrada de hoy, me gustaría que me acompañarais en esta reflexión  sobre el significado  y el contexto en que muchas veces repetimos  ritualmente estas palabras,  que en realidad inician la frase formulada por  el conocido seguidor de la filosofía de los epicúreos, Horacio ( 68 a. a  de C) y que dice así:   [Carpe diem quam  mínimim crédula postero].  (Aprovecha el día de hoy y confía lo menos posible en el mañana)


Mi apreciación sobre ella,  además de vivir con intensidad el aquí y ahora, —esa frase que pregonan muchas terapias contemporáneas para tratar la ansiedad y la angustia,  a las que nos precipita nuestra  acelerada forma de vivir—,  es que  Carpe Diem  no implica  que nos desentendamos del mañana y de las consecuencias de nuestras acciones. Interpreto yo, que no implica impunidad ni despreocupación absoluta,  o pasar de todo, como muchas veces es interpretado, quizás erróneamente. No implica solo que debemos saciar nuestros deseos de forma inminente y compulsiva, mirando solo nuestro ombligo.  De lo que sí nos advierte es que el tiempo  que pasa, ya no vuelve. O al menos eso hemos creído hasta ahora, con permiso de Einstein.  Carpe Diem nos hace reflexionar que, sobre lo que pueda acontecer mañana,  no tenemos que preocuparnos pues no todo es predecible.  Ya se verá.


Pero Carpe diem  nos invita a  que  no nos dejemos vencer por  la procrastinación; que no  posterguemos y  no dejemos para mañana lo que podamos hacer hoy, porque el mañana es incierto. Esta frase se ha repetido desde hace siglos,  pero hoy quiero hacer especial mención de ella en la escena en que  el profesor Keating, -en  "El club de los poetas muertos", (Peter Weir)-,  hace algunas propuestas a sus alienados alumnos, mientras se sube al pupitre.

La creatividad y el cambio de posicionamiento  en la forma en que observamos el mundo que nos rodea, — aunque sea subidos a una tarima— ,  provoca cambios en nosotros.

¡Que diferente se ve el mar  buceando, o a vista de pájaro desde un avión!  El mar es el mismo. 
Cambia nuestra realidad. La realidad del observador en relación a lo observado. El observarlo desde diferentes ángulos  abre nuevos enfoques  y dimensiones en la percepción y  en la mente del individuo.  Para ello los espejos son muy útiles.

¡Volvamos al pupitre del Sr. Keating! 
Cuestionarnos como postula su personaje  el porqué  son así las cosas y no de otra manera, supone  abrir  y ejercitar nuestra mente. Esto posibilita  a su vez un cambio en nuestra actitud, no siempre fácil.  Con ello se forja un  mecanismo  mental que favorece  la decisión y  que promueve conductas activas.  El Porquesí y el porqueno  quedan desterrados y esta nueva forma de ver el mundo puede resultarnos  útil para vivir  de acuerdo a nuestras propias inquietudes y decisiones, esas que nos posibilitarán descubrir nuevos horizontes hasta entonces impensables, pero que estaban allí.  

La plasticidad de la mente -y también físicamente del cerebro, como ocurre a navegantes, músicos, taxistas y arquitectos, además de los científicos-,  es  inherente al ser humano y  nos permite descubrir y modificar lo que está establecido a través de la curiosidad, del razonamiento y de  nuevas experiencias, si desbancamos los prejuicios y las ideas preconcebidas que nuestra  educación nos ha transmitido.   Los genios  lo  son porque se permitieron la licencia de preguntárselo todo a si mismos. Y estuvieron expectantes  y abiertos a  todas las respuestas. 

Esto me hace pensar en Einstein, que  siempre fue un estudiante controvertido. Se aburría en las clases.  Quizás con  sus novillos hurtó el tiempo necesario para  imaginar un mundo donde  el espacio, la aceleración y la masa estaban relacionados.   Desconozco si  Einstein alguna vez se subió a algún pupitre en sus clases, pero de lo que no hay duda es de que traspasó muchos umbrales impensables y que  transgredió numerosas normas y costumbres.  Su curiosidad y su convicción fueron su mejor brújula.  Descubrirse y confiar en si mismo y en su instinto, fue su mejor odisea: un viaje en el tiempo.


¡Que fascinante es el concepto del tiempo!  
¿Os he dicho ya que suelo perderme en él...? Por si acaso, dejaré las elucubraciones de sus dimensiones para los científicos, que bastante tarea tengo  hoy para acabar esta entrada al blog.

Pero el tiempo tal y como lo medimos en nuestra vida cotidiana, no es como creemos que es. Yo me enteré hace algunos años, de forma casual, en un cursillo: 
El tiempo en el que vivimos es aparente. Cada día no tiene veinticuatro horas siempre. Ni cada año tiene trescientos sesenta y cinco días;  por ello existen los años bisiestos.  Todo es cuestión de cálculos y de ajustes matemáticos para que el transcurso del tiempo —tan variable de un lugar a otro de nuestro planeta— , haga que los pobladores del mundo funcionemos a una, al menos por zonas geográficas y políticas. Por ello  inventaron los husos horarios. 

La medición del tiempo para los humanos de a pie, es rutinaria. No solemos prestarle atención cuando vivimos de forma sedentaria y cómoda dentro de nuestro huso horario. Sin embargo, tanto los pilotos que realizan vuelos de largas distancias, como los navegantes transoceánicos, saben de la importancia de los desfases horarios, pues incluso legalmente tiene repercusiones el cambio de fecha. Por ello la distancia y la velocidad, influyen en  el tiempo que transcurre entre el lugar de partida y el destino, que  es relevante para las personas,  para mercancías y trámites legales. Y para la salud, pues no hay que menospreciar el Jet Lag. Algo que no ocurre  a bordo de un velero…

El  gran volumen de la actividad diaria mercante y en la movilidad de viajeros intercontinentales, ha promovido que la velocidad   y la frecuencia de los transportes marítimos y aéreos hayan ido en aumento desorbitadamente. Y  esto está íntimamente ligado con la rentabilidad. La velocidad y la masificación serán la droga del siglo XXII, que ya  hemos comenzado a padecer. Todo está inventado y optimizado para una mayor rentabilidad y  en una mayor comodidad para favorecer  el consumo de los  miles de millones de habitantes del planeta,  de manera que  repercuta en los pocos sistemas financieros y políticos que gobiernan  todo el mundo:  "Just in time"  

¡Todo a su tiempo! El caso es que no hace tantos años que se inventó el reloj de pulsera, ese artilugio  que contribuía cual carcelero a controlarnos la vida  al minuto. No hace tantos años, repito,  en que cada día teníamos que dar cuerda al reloj, ya fuera el de pulsera y también el de pared, que  antaño solía presidir el salón o el comedor de casa. Desahuciados están ya los campanarios, que marcaban los cuartos y las medias horas, amen de las campanadas horarias de rigor en  todos los pueblos y ciudades. No hace tantos siglos que los navegantes volteaban el reloj de arena  para  contar el tiempo…

Hoy día todo ha cambiado y es muy diferente. Y quiero puntualizar que las palabras cambio y diferente no son sinónimo de negativo por si mismas. Aunque en este caso si les confiero ese matíz, pues  la realidad es que vamos siempre corriendo y muy  acelerados.  No hay tiempo para pensar.
Todo corre prisa. la frase del siglo: Era para ayer….  ¡Demasiada celeridad! 

Incluso coloquialmente nos estamos acostumbrando a hablar en años luz,  cuando nos referimos a las  frecuentes incursiones espaciales de cohetes, naves y satélites, que cotidianamente vemos a través del televisor.  Muy pronto, el hombre (como entidad), colonizará  el espacio científica y turísticamente y  a lo grande —a costa de lo que sea— ,  como hizo con otras tierras allende los mares hace algunos siglos. Con la carrera del té, con las metas que se pone a si mismo. Lo importante es llegar  primero. Y me temo que lo hará de igual manera:   ¡A contrarreloj! 

Esto da que pensar. La pregunta es: ¿Quedará  obsoleta la frase Carpe Diem en un futuro, si el tiempo compatible con nuestra vida, fuera variable?   ¡Menudo dilema!

Me gusta imaginar a Horacio sentado y charlando sosegado con sus alumnos.  Pero no me lo imagino  saliendo de la terminal del aeropuerto cada día, mientras come un perrito caliente y un caffelate…, para acudir de su casa a la la Universidad en avión,  porque está a 300 millas de distancia, la verdad. 

¿Carpe Diem es compatible con tal aceleración  y con tanta  hipermovilidad y frenesí?  

Ahí dejo la pregunta...

A veces pienso que la velocidad  en que transcurren las acciones del hombre y sus consecuencias,  es  de gran relevancia  para la vida de los habitantes de este planeta,  en que el espacio intuimos que es finito, aunque  el tiempo sea relativo. Quizás también para la futura vida interplanetaria. No se que pensaría Einstein sobre todo esto… 

Hoy en el espacio ya es mañana, ¡o vete tu a saber que año!….  pero podría también ser ayer, según la teoría de los mundos paralelos u otras teorías que hay sobre la mesa. ¿¡Quién sabe si a través de los agujeros de gusano, el  concepto del tiempo cobrará una nueva dimensión!?  ¿Donde está el límite pues, si lo hay?  

Lástima que  también a Einstein  le faltó tiempo, pues seguro que tendría alguna respuesta más que ofrecernos… [¡En que era tan fascinante vivimos!] Esta frase me sumerge de lleno en una película sin parangón:  

"Master & Commander: Al otro lado del mundo".  


En ella se evidencia de la importancia de la medición del tiempo, para los cálculos de navegación. Y para la vida a bordo. Cada cosa y cada acción a bordo de aquellos navíos tenía un tiempo prefijado. Quien tenía la certeza (relativa) de que era mediodía, eran los navegantes, en este caso de la Surprise, con los cálculos que hacían  de la altura del sol, -medición que  hacían con el sextante, el octante o la ballestilla-, no recuerdo bien. También los alumnos del buque escuela  Albatros, de la película Tormenta blanca,  aprendieron que el transcurso del tiempo es relevante en todas sus dimensiones.



Disfruté  de estas  magníficas películas y  también escribiendo la entrada  de  hoy  -que más ha sido un ensayo que otra cosa-, por  el que considero que  hoy  no he perdido el tiempo. 




¡Disfrutadlo!

2 comentarios:

  1. Cada semana espero ansiosa tu publicación .me distrae y aprendo!! A partir de hoy me declaro seguidora y aprendiz del epicureísmo!!
    Gracias Flora

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  2. La vida es un continuo aprendizaje para todos los que buscamos algo más tras el horizonte. Gracias por compartirlo.

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