¡Bienvenidos!
Fue el año 1986 cuando muchos de nosotros pudimos contemplar el cometa Halley en su efímero viaje por el firmamento.
El concepto de efímero determina una apreciación sobre un lapso de tiempo breve. Pero…¿como medimos el tiempo? Al cometa no lo veremos durante ese lapso de tiempo que tardará en volver a pasar cerca de la tierra, pero sigue su viaje y se desplazará durante todos estos años por el universo, aunque no seamos conscientes de ello. Se verá de nuevo según ocurre cada 76 años, en el 2.062. Y eso implica que mi generación y yo, ya habremos dejado de navegar por este mar de vida.
Y ello me hace pensar en la muerte y en el transcurso del tiempo. Muchos jóvenes que alardean de su manera de vivir a tope, han puesto de moda la frase Carpe Diem como bandera a los cuatro vientos., como un sinónimo de disfrute y desenfreno ¡Es lo que les toca! A modo de conjuro algunos de nosotros, los maduros y carrozas, solemos decirla también, incluso con mayor énfasis, porque a partir de una cierta edad medimos el hipotético poco tiempo que nos queda y ya tenemos más presente que no hay que desperdiciarlo. Pero esta frase también se refiere a la otra parte de la vida, a la tristeza, al duelo, al esfuerzo, al reto. Vivir significa aceptar lo que venga. ¡Todo!
¡Carpe Diem! (Vive el momento)
En esta entrada de hoy, me gustaría que me acompañarais en esta reflexión sobre el significado y el contexto en que muchas veces repetimos ritualmente estas palabras, que en realidad inician la frase formulada por el conocido seguidor de la filosofía de los epicúreos, Horacio ( 68 a. a de C) y que dice así: [Carpe diem quam mínimim crédula postero]. (Aprovecha el día de hoy y confía lo menos posible en el mañana)
Mi apreciación sobre ella, además de vivir con intensidad el aquí y ahora, —esa frase que pregonan muchas terapias contemporáneas para tratar la ansiedad y la angustia, a las que nos precipita nuestra acelerada forma de vivir—, es que Carpe Diem no implica que nos desentendamos del mañana y de las consecuencias de nuestras acciones. Interpreto yo, que no implica impunidad ni despreocupación absoluta, o pasar de todo, como muchas veces es interpretado, quizás erróneamente. No implica solo que debemos saciar nuestros deseos de forma inminente y compulsiva, mirando solo nuestro ombligo. De lo que sí nos advierte es que el tiempo que pasa, ya no vuelve. O al menos eso hemos creído hasta ahora, con permiso de Einstein. Carpe Diem nos hace reflexionar que, sobre lo que pueda acontecer mañana, no tenemos que preocuparnos pues no todo es predecible. Ya se verá.
Pero Carpe diem nos invita a que no nos dejemos vencer por la procrastinación; que no posterguemos y no dejemos para mañana lo que podamos hacer hoy, porque el mañana es incierto. Esta frase se ha repetido desde hace siglos, pero hoy quiero hacer especial mención de ella en la escena en que el profesor Keating, -en "El club de los poetas muertos", (Peter Weir)-, hace algunas propuestas a sus alienados alumnos, mientras se sube al pupitre.
La creatividad y el cambio de posicionamiento en la forma en que observamos el mundo que nos rodea, — aunque sea subidos a una tarima— , provoca cambios en nosotros.
¡Que diferente se ve el mar buceando, o a vista de pájaro desde un avión! El mar es el mismo.
¡Que diferente se ve el mar buceando, o a vista de pájaro desde un avión! El mar es el mismo.
Cambia nuestra realidad. La realidad del observador en relación a lo observado. El observarlo desde diferentes ángulos abre nuevos enfoques y dimensiones en la percepción y en la mente del individuo. Para ello los espejos son muy útiles.
¡Volvamos al pupitre del Sr. Keating!
Cuestionarnos como postula su personaje el porqué son así las cosas y no de otra manera, supone abrir y ejercitar nuestra mente. Esto posibilita a su vez un cambio en nuestra actitud, no siempre fácil. Con ello se forja un mecanismo mental que favorece la decisión y que promueve conductas activas. El Porquesí y el porqueno quedan desterrados y esta nueva forma de ver el mundo puede resultarnos útil para vivir de acuerdo a nuestras propias inquietudes y decisiones, esas que nos posibilitarán descubrir nuevos horizontes hasta entonces impensables, pero que estaban allí.
La plasticidad de la mente -y también físicamente del cerebro, como ocurre a navegantes, músicos, taxistas y arquitectos, además de los científicos-, es inherente al ser humano y nos permite descubrir y modificar lo que está establecido a través de la curiosidad, del razonamiento y de nuevas experiencias, si desbancamos los prejuicios y las ideas preconcebidas que nuestra educación nos ha transmitido. Los genios lo son porque se permitieron la licencia de preguntárselo todo a si mismos. Y estuvieron expectantes y abiertos a todas las respuestas.
Esto me hace pensar en Einstein, que siempre fue un estudiante controvertido. Se aburría en las clases. Quizás con sus novillos hurtó el tiempo necesario para imaginar un mundo donde el espacio, la aceleración y la masa estaban relacionados. Desconozco si Einstein alguna vez se subió a algún pupitre en sus clases, pero de lo que no hay duda es de que traspasó muchos umbrales impensables y que transgredió numerosas normas y costumbres. Su curiosidad y su convicción fueron su mejor brújula. Descubrirse y confiar en si mismo y en su instinto, fue su mejor odisea: un viaje en el tiempo.
¡Que fascinante es el concepto del tiempo!
¿Os he dicho ya que suelo perderme en él...? Por si acaso, dejaré las elucubraciones de sus dimensiones para los científicos, que bastante tarea tengo hoy para acabar esta entrada al blog.
Pero el tiempo tal y como lo medimos en nuestra vida cotidiana, no es como creemos que es. Yo me enteré hace algunos años, de forma casual, en un cursillo:
El tiempo en el que vivimos es aparente. Cada día no tiene veinticuatro horas siempre. Ni cada año tiene trescientos sesenta y cinco días; por ello existen los años bisiestos. Todo es cuestión de cálculos y de ajustes matemáticos para que el transcurso del tiempo —tan variable de un lugar a otro de nuestro planeta— , haga que los pobladores del mundo funcionemos a una, al menos por zonas geográficas y políticas. Por ello inventaron los husos horarios.
La medición del tiempo para los humanos de a pie, es rutinaria. No solemos prestarle atención cuando vivimos de forma sedentaria y cómoda dentro de nuestro huso horario. Sin embargo, tanto los pilotos que realizan vuelos de largas distancias, como los navegantes transoceánicos, saben de la importancia de los desfases horarios, pues incluso legalmente tiene repercusiones el cambio de fecha. Por ello la distancia y la velocidad, influyen en el tiempo que transcurre entre el lugar de partida y el destino, que es relevante para las personas, para mercancías y trámites legales. Y para la salud, pues no hay que menospreciar el Jet Lag. Algo que no ocurre a bordo de un velero…
El gran volumen de la actividad diaria mercante y en la movilidad de viajeros intercontinentales, ha promovido que la velocidad y la frecuencia de los transportes marítimos y aéreos hayan ido en aumento desorbitadamente. Y esto está íntimamente ligado con la rentabilidad. La velocidad y la masificación serán la droga del siglo XXII, que ya hemos comenzado a padecer. Todo está inventado y optimizado para una mayor rentabilidad y en una mayor comodidad para favorecer el consumo de los miles de millones de habitantes del planeta, de manera que repercuta en los pocos sistemas financieros y políticos que gobiernan todo el mundo: "Just in time"
¡Todo a su tiempo! El caso es que no hace tantos años que se inventó el reloj de pulsera, ese artilugio que contribuía cual carcelero a controlarnos la vida al minuto. No hace tantos años, repito, en que cada día teníamos que dar cuerda al reloj, ya fuera el de pulsera y también el de pared, que antaño solía presidir el salón o el comedor de casa. Desahuciados están ya los campanarios, que marcaban los cuartos y las medias horas, amen de las campanadas horarias de rigor en todos los pueblos y ciudades. No hace tantos siglos que los navegantes volteaban el reloj de arena para contar el tiempo…
Hoy día todo ha cambiado y es muy diferente. Y quiero puntualizar que las palabras cambio y diferente no son sinónimo de negativo por si mismas. Aunque en este caso si les confiero ese matíz, pues la realidad es que vamos siempre corriendo y muy acelerados. No hay tiempo para pensar.
Todo corre prisa. la frase del siglo: Era para ayer…. ¡Demasiada celeridad!
Incluso coloquialmente nos estamos acostumbrando a hablar en años luz, cuando nos referimos a las frecuentes incursiones espaciales de cohetes, naves y satélites, que cotidianamente vemos a través del televisor. Muy pronto, el hombre (como entidad), colonizará el espacio científica y turísticamente y a lo grande —a costa de lo que sea— , como hizo con otras tierras allende los mares hace algunos siglos. Con la carrera del té, con las metas que se pone a si mismo. Lo importante es llegar primero. Y me temo que lo hará de igual manera: ¡A contrarreloj!
Esto da que pensar. La pregunta es: ¿Quedará obsoleta la frase Carpe Diem en un futuro, si el tiempo compatible con nuestra vida, fuera variable? ¡Menudo dilema!
Me gusta imaginar a Horacio sentado y charlando sosegado con sus alumnos. Pero no me lo imagino saliendo de la terminal del aeropuerto cada día, mientras come un perrito caliente y un caffelate…, para acudir de su casa a la la Universidad en avión, porque está a 300 millas de distancia, la verdad.
¿Carpe Diem es compatible con tal aceleración y con tanta hipermovilidad y frenesí?
Ahí dejo la pregunta...
A veces pienso que la velocidad en que transcurren las acciones del hombre y sus consecuencias, es de gran relevancia para la vida de los habitantes de este planeta, en que el espacio intuimos que es finito, aunque el tiempo sea relativo. Quizás también para la futura vida interplanetaria. No se que pensaría Einstein sobre todo esto…
Hoy en el espacio ya es mañana, ¡o vete tu a saber que año!…. pero podría también ser ayer, según la teoría de los mundos paralelos u otras teorías que hay sobre la mesa. ¿¡Quién sabe si a través de los agujeros de gusano, el concepto del tiempo cobrará una nueva dimensión!? ¿Donde está el límite pues, si lo hay?
Lástima que también a Einstein le faltó tiempo, pues seguro que tendría alguna respuesta más que ofrecernos… [¡En que era tan fascinante vivimos!] Esta frase me sumerge de lleno en una película sin parangón:
"Master & Commander: Al otro lado del mundo".
En ella se evidencia de la importancia de la medición del tiempo, para los cálculos de navegación. Y para la vida a bordo. Cada cosa y cada acción a bordo de aquellos navíos tenía un tiempo prefijado. Quien tenía la certeza (relativa) de que era mediodía, eran los navegantes, en este caso de la Surprise, con los cálculos que hacían de la altura del sol, -medición que hacían con el sextante, el octante o la ballestilla-, no recuerdo bien. También los alumnos del buque escuela Albatros, de la película Tormenta blanca, aprendieron que el transcurso del tiempo es relevante en todas sus dimensiones.
Disfruté de estas magníficas películas y también escribiendo la entrada de hoy -que más ha sido un ensayo que otra cosa-, por el que considero que hoy no he perdido el tiempo.
¡Disfrutadlo!
Cada semana espero ansiosa tu publicación .me distrae y aprendo!! A partir de hoy me declaro seguidora y aprendiz del epicureísmo!!
ResponderEliminarGracias Flora
La vida es un continuo aprendizaje para todos los que buscamos algo más tras el horizonte. Gracias por compartirlo.
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