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viernes, 10 de abril de 2020

Fashion #todoirabien #loscuentosdeflora



¡Bienvenidos de nuevo!

"Los días van pasando, van pasando los meses, las flores  y los pájaros han vuelto,y tu no vuelves…"   (Gerardo Diego.)

Eso mismo pensamos refiriéndonos a la vida cotidiana que dejamos atrás.  Seguimos confinados. Pero no queda otra que prorrogar la paciencia y sacar la creatividad de los rincones de nuestro cerebro, donde está adormecida por la apatía.  Nada mejor que movernos, hacer algún tipo de ejercicio en casa. Quizás lo mejor sea  bailar, ya que el espacio en el hogar suele ser reducido y la música tiene unos efectos beneficiosos y hay mil estilos de baile en los que solo necesitamos una o dos baldosas... El secreto está en escoger músicas adecuadas para cada momento, a un volumen idóneo.
¿A qué esperáis?

El  fragmento del relato que hoy comparto con vosotros también lo amenizo con la música con que se anuncia el mismo en mi audiolibro de EntreTRENimientos.  Una historia que retrata los giros con que nos sorprende la vida, cuando menos lo esperamos...


Puedes escuchar la música, mientras lees.  O no. Tu eliges. (Imagen de Pixabay



                                   Firefly.  Quincas Moreira / Youtube music  free library



FASHION  (Fragmento)

Toc Toc
—Niñaaas… ¿Todavía estáis en el baño? ¡Por Dios, la de horas que lleváis ahí metidas!
En el cuarto de baño, Menchu y Daniela acababan de hacerse un depilado brasileño. También se habían maquillado y colocado unas pestañas postizas. La una a la otra se habían encrespado convenientemente el cabello, que ahora cubrían con esmero con unos mechones planchados, recogiéndolos en un moño de última generación, del que colgaban cuatro greñas californianas. El fino pincel delineador, que manejaba Menchu con destreza, ya había pintado de negro los bordes de los párpados de su amiga, que, acabados con forma de punta fina, pugnaban con las perfiladas y enarcadas cejas por alcanzar las sienes. Menchu sacaba la lengua de refilón hacia la comisura de los labios, con la boca entreabierta, y Daniela —más neófita en estos menesteres— procuraba no mover los ojos, cuyas pestañas temblonas más parecían unos abanicos que otra cosa.
—Estate quieta, ¡coño! —dijo Menchu con evidente fastidio.
—Jolín. Si no me muevo. Es que te chocas con las pestañas.
—¡Exagerada!
—¿Falta mucho?dijo impaciente Daniela, ya que era su primera salida a la discoteca de moda y su primera noche fuera de casa. ¡Toda la noche! Pues hoy había cumplido los dieciocho años.
—Ya está. Te faltan los labios.
—Deja, que ya me los pinto yo. ¿Me has traído los tejanos de Choni?
—Sííí, están encima de la cama… ¡pesada!
—Los de la talla treinta y dos… esos con agujeros deshilachados.
—¡Que sí!
—¡Ah!, mira, pues me queda bien el rojo pasión con brillo —dijo Daniela, mirándose al espejo.
Seguidamente, refregó los labios uno contra el otro, y con un lápiz resiguió el contorno; luego abrió la boca y, estirando los labios, enarcó las cejas, con esa pose tan característica de las que se maquillan.
—Ahh.
Menchu, sentada en la tapa del váter, se puso las espumillas entre los dedos de los pies para dar una segunda capa de esmalte turquesa a sus uñas, y le dijo:
—Ve poniéndote los tejanos, que Fonsi me llamará de un momento a otro.
—¿Estoy bien? ¿Crees que le gustará? Me he puesto los guanderbrá. ¿Se nota? —dijo con cierta preocupación por si no daba la talla.
—Pues claro, nena. Ahora se te ven un poco más… ¿cómo diría?.... ¡busconas!, eso es, ja, ja. Anda, quítate la toallita de las axilas y déjate caer el top por el hombro derecho, así, como torcido. Es lo que se lleva. A ver… ¡vale!, así. ¡Estás muy guay! ¡Qué fashion, nena! —dijo su amiga entusiasmada.
—¡Menos mal que  has venido pronto! Estoy supermeganerviosa. ¡Gracias, chumina! Muaaks —le dijo, poniendo morritos, mientras se pulverizaba por todo el cuerpo con el último perfume del Kavim Kain para woman.
—¡Mamaaá! Ayúdanos, que no me entran los tejanos.
—Ya te dije que necesitabas la treinta y cuatro —dijo su madre, añadiendo—: pero ¡qué tozuda eres!
—¡Qué va! Anda, estira tú por este lado… ¡Aaaarrg!
—Que no te entra, Daniela…
—¡Menchuuuu, ven!, que solas no podemos.
—¡Voy p’allá! —dijo su amiga, contoneándose como un pato, pues andaba con los talones para no estropearse el esmalte de las uñas de los pies. Y, de paso, cogió un gel lubricante que llevaba en su bolsa.
—¿Qué haces?
—Anda, trae. Bájate el pantalón y déjame a mí.
Dicho esto, Menchu le pringó los muslos, las caderas, las nalgas y la barriga con el lubricante, que era de sabor fresa. Seguidamente, le dijo:
—No respires y esconde la barriga.
Entre la madre de Daniela y Menchu consiguieron subirle los pantalones pitillo.
—¿Ves? Ji, ji, ji. Ahora todavía se te ve más el pecho —dijo Menchu, riendo satisfecha, pero sin cerrar los ojos, ya que tuvo que hacer una grotesca mueca para que no se le corriera el rímel, pues se había puesto tanto que todavía no se había secado.
—Uff —casi que no puedo respirar —dijo Daniela con una voz entrecortada.
—Tranquila, dentro de un rato se te ensancharán.
—Lo que hay que ver, hija. ¡Si tu abuela levantara la cabeza! —dijo su madre, moviendo la cabeza con desaprobación—. Anda daos prisa, que mejor que tu padre no te vea así —dijo entre dientes la madre, meneando la cabeza con cierta inquietud, mientras rezaba porque su marido llegara tarde. La que se iba a liar… ¡Sería gorda!
Menchu se calzó unos zapatos rojos de plataforma altísimos. Haciendo equilibrios, se miró al espejo del recibidor, donde la esperaba su amiga, que llevaba los mismos zapatos, pero en azul eléctrico, y que también estaba ya arreglada. Entonces, Daniela se colgó unos pendientes de aro con cadenitas colgantes en color fucsia, cogió su bolso de Lakahgolin Eguéga y una cazadora punk de cuero negro con chapitas plateadas y azul eléctrico, de formas desiguales.
—¡Mamaaá! ¿Me das suelto?—pidió Daniela a su madre—. Anda, que tenemos prisa —añadió muy nerviosa—. Volveremos tarde. Quita la llave de la puerta, no vaya a pasar como la otra noche —dijo, recordándole los vericuetos que pasaron para que no se despertara su padre.
—Descuida, hija. ¿Adónde vais al final?
—Nos han invitado Quiko y Fonsi a una fiesta. Dicen que es en el polígono El Mogollón, creo que en el pub Esquizo’s tripper. En las afueras de Peñazo.
—Pasadlo bien y vigilad, ¿eh? ¡Que hay mucho peligro por ahí! Porque vais tú y tu novio, Menchu, que se le ve muy formal, que si no…—dijo la madre sin que le llegara la ropa al cuerpo—. Y no vengáis demasiado tarde, que el lunes tenéis examen de diseño. Mañana tendríais que estudiar.
—Descuide, Dulce, se la traeremos entera. El domingo clavamos codos. Un sobresaliente vamos a sacar —dijo riendo Menchu—. Adiós.
—Andad con cuidado, que hay mucho malaje suelto. Y no corráis con el coche.
—Adiós, mamá. Que ya me lo has dichooo tropezientas veces.
—Y vigila tu vaso niña, que la droga… —advirtió la madre, intentando enumerar todos los peligros habidos y por haber…
—Que sí, mamaaaá —dijo Daniela con una cantinela—. ¡No me rayes! —expresó con su habitual tono de estar harta mientras cerraba la puerta con ganas.
—Menchu… ¿Has cogido los Putex?
—Claro. ¿Y tú?
—Llevo uno.
—¿Sólo uno? Pues te podías haber quitado las uñas de porcelana, que resultaría más seguro. Ya te digo. Cuando no tienes experiencia, has de extremar las precauciones. Anda, coge este otro y ándate con cuidado con esas cosas. Siempre hay que llevar al menos uno de repuesto.
—Ya. Ya tendré cuidado.
—Bueno, entonces te recogemos Quico y yo a la salida del Stripper, ¿o qué?
—Mejor dame un toque con el wtsp cuando volváis de todas maneras, por si no hay cobertura o me quedo sin batería; quedamos sobre las seis en la puerta de mi casa —dijo Daniela.
—Mira, ahí tienes a tu Fonsi. ¿Ahora tiene un Mini vintage?
—Se ve que sí. No sabía. Chao, Menchu. Pasadlo bien.
—Nos vemos, Daniela. Muak —dijo, poniendo morritos.
—Hola, nena, ¿subes?
—¿Es nuevo, Fonsi?
—¿No lo ves que sí? Agárrate, ¡que vas a ver lo bien que tira! Quiero ponerle un alerón y unos asientos de piel roja, y un equipo de música conectado a unos neones.
—¡Mooola! ¡Qué Guay!
—Pero tunearlo me costará una pasta. Y tengo que acabar de pagarlo todavía. O sea que a pocas fiestas voy a ir.
—¡Qué chulo quedará! ¡Ostia, parece que esté sentada en el suelo! Pero, ¡no corras tanto, Fonsi!

Unos cuantos kilómetros después, en el arcén de la carretera, el Mini se había empotrado contra la mediana, y, aunque sus ocupantes salieron ilesos, el coche ardía en medio de una columna de humo imponente. Fonsi despotricaba, dándole puntapiés a un árbol cercano y gritando:
—¡Maldita sea! ¡Mierda, mierda y mierda!
En eso llegaron los bomberos, que echaron un buen chorro de espuma sobre aquel pequeño montón de chatarra, y le dijeron:
—Ahora viene la policía a hacer el atestado. La grúa no tardará. Dad gracias que habéis salido a tiempo del coche, chavales.
—Pues sí—dijo Fonsi, sin acabar de creer lo que le acababa de pasar, contemplando el coche carbonizado.
Daniela daba vueltas sin parar, sollozando asustada, diciendo en voz alta:
—Pues a mí, mi padre me mata. A ver cómo le explico yo que íbamos a Peñazo a estas horas. Si no me deja ni salir del barrio. ¿Cuánto has dicho que tardaremos en irnos? Tengo que estar a las seis en la puerta de mi casa.
—¿Solo te preocupa eso? ¡Pues vete con viento fresco! Yo tengo para un rato. Maldita sea, si no te hubieras empeñado en venir a Peñazo, a lo mejor… ¡Me he quedado sin coche! —repetía el chaval desconsolado—. ¡Y me quedan dos años para acabar de pagarlo! ¡Mierda, mierda y mierda!
—No, si encima tendré yo la culpa de que conduzcas como un loco… ¡Idiota! Nos podíamos haber matado.
Los dos jóvenes se enzarzaron en una discusión hasta que se interpuso uno de los bomberos, justo cuando Daniela tiraba el bolso contra el suelo; luego pisó en un agujero del arcén, y el tacón de uno de sus zapatos se quedó clavado allí y se rompió.
—¡Chicos, chicos! Eh, lo importante es que estáis bien.
Nino… ninoo… ninooo…
Iuuu, iuuuu, iuuuuu
Un soberbio alboroto de sirenas anunció la llegada de una ambulancia y del coche de la policía. Comprobaron que los jóvenes no tenían daño ninguno; la prueba del alcohol y de drogas dio negativo. Más que nada, porque a Fonsi no le había dado tiempo a fumarse un canutillo todavía. Y la ambulancia regresó de vacío, afortunadamente. Al instante llegó la grúa. Daniela estaba muy nerviosa, y Fonsi y ella no paraban de discutir. Él, hablando del coche y ella de la bronca de su padre. Como estaban enconados, Daniela decidió abrirse de aquel marrón y se puso a hacer auto-stop. Al poco, paró un coche de alta gama, a una distancia prudencial del siniestro, cuyo conductor —un elegante joven vestido con ropas caras y con ademanes muy educados—, preguntó a Daniela:
—Hola, buenas noches, ¿puedo ayudaros en algo?
—Pues sí, querría irme de aquí lo antes posible— dijo sollozando Daniela, con un aspecto deplorable, pues andaba coja a causa del tacón roto, despeinada y con la cara tiznada a causa del rímel que se había corrido con las lágrimas.
Se acercó de inmediato uno de los policías y le dijo a la muchacha:
—Ya te acercamos nosotros a tu casa, no te preocupes.
—¿Qué no me preocupe? ¿Sabe usted lo que pasará si me lleva la policía a casa? ¡Ni se lo imagina! ¡Usted no conoce a mi padre! Y a mi madre la mato del susto… No, señor.
—Voy hacia el aeropuerto, si vive cerca de mi trayecto puedo acercarla yo.
—Sería mejor que no te fueras —argumentó el policía.
—Ya he cumplido los dieciocho, o sea que soy mayor de edad, ¿no? —dijo, mostrándole el carnet de identidad al agente. Pues prefiero irme con él —dijo señalando a Alan, que esperaba pacientemente en su coche, mientras observaba a Fonsi, que estaba pendiente de lo que quedaba de su coche, atendía mil y una llamadas de teléfono… ( …)



                                                                                 *****


¿Que nos deparará la vida?   ¿¡Quien lo sabe!?

¡Por el momento, a bailar! Os dejo con una canción  muy pegajosa de Alaska y los Dinarama, para que os ayude a marcar el paso.




¡Hasta la próxima entrada!

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