¡Bienvenidos de nuevo!
"Los días van pasando, van pasando los meses, las flores y los pájaros han vuelto,y tu no vuelves…" (Gerardo Diego.)
Eso mismo pensamos refiriéndonos a la vida cotidiana que dejamos atrás. Seguimos confinados. Pero no queda otra que prorrogar la paciencia y sacar la creatividad de los rincones de nuestro cerebro, donde está adormecida por la apatía. Nada mejor que movernos, hacer algún tipo de ejercicio en casa. Quizás lo mejor sea bailar, ya que el espacio en el hogar suele ser reducido y la música tiene unos efectos beneficiosos y hay mil estilos de baile en los que solo necesitamos una o dos baldosas... El secreto está en escoger músicas adecuadas para cada momento, a un volumen idóneo.
¿A qué esperáis?
El fragmento del relato que hoy comparto con vosotros también lo amenizo con la música con que se anuncia el mismo en mi audiolibro de EntreTRENimientos. Una historia que retrata los giros con que nos sorprende la vida, cuando menos lo esperamos...
Puedes escuchar la música, mientras lees. O no. Tu eliges. (Imagen de Pixabay
Firefly. Quincas Moreira / Youtube music free library
FASHION (Fragmento)
Toc Toc
—Niñaaas… ¿Todavía estáis en el baño? ¡Por
Dios, la de horas que lleváis ahí metidas!
En el cuarto de baño, Menchu y Daniela acababan
de hacerse un depilado brasileño. También se habían maquillado y colocado unas pestañas
postizas. La una a la otra se habían encrespado convenientemente el cabello, que
ahora cubrían con esmero con unos mechones planchados, recogiéndolos en un moño
de última generación, del que colgaban cuatro greñas californianas. El fino pincel
delineador, que manejaba Menchu con destreza, ya había pintado de negro los bordes
de los párpados de su amiga, que, acabados con forma de punta fina, pugnaban con
las perfiladas y enarcadas cejas por alcanzar las sienes. Menchu sacaba la lengua
de refilón hacia la comisura de los labios, con la boca entreabierta, y Daniela
—más neófita en estos menesteres— procuraba no mover los ojos, cuyas pestañas temblonas
más parecían unos abanicos que otra cosa.
—Estate quieta, ¡coño! —dijo Menchu con evidente
fastidio.
—Jolín. Si no me muevo. Es que te chocas con
las pestañas.
—¡Exagerada!
—¿Falta mucho?—dijo impaciente Daniela, ya que era su primera salida a la discoteca de
moda y su primera noche fuera de casa. ¡Toda la noche! Pues hoy había cumplido
los dieciocho años.
—Ya está. Te faltan los labios.
—Deja, que ya me los pinto yo. ¿Me has traído
los tejanos de Choni?
—Sííí, están encima de la cama… ¡pesada!
—Los de la talla treinta y dos… esos con agujeros
deshilachados.
—¡Que sí!
—¡Ah!, mira, pues me queda bien el rojo pasión
con brillo —dijo Daniela, mirándose al espejo.
Seguidamente, refregó los labios uno contra
el otro, y con un lápiz resiguió el contorno; luego abrió la boca y, estirando los
labios, enarcó las cejas, con esa pose tan característica de las que se
maquillan.
—Ahh.
Menchu, sentada en la tapa del váter, se puso
las espumillas entre los dedos de los pies para dar una segunda capa de esmalte
turquesa a sus uñas, y le dijo:
—Ve poniéndote los tejanos, que Fonsi me llamará
de un momento a otro.
—¿Estoy bien? ¿Crees que le gustará? Me he
puesto los guanderbrá. ¿Se nota? —dijo
con cierta preocupación por si no daba la talla.
—Pues claro, nena. Ahora se te ven un poco
más… ¿cómo diría?.... ¡busconas!, eso es, ja, ja. Anda, quítate la toallita de las
axilas y déjate caer el top por el hombro derecho, así, como torcido. Es lo que
se lleva. A ver… ¡vale!, así. ¡Estás muy guay! ¡Qué fashion, nena! —dijo su amiga entusiasmada.
—¡Menos mal que has venido pronto! Estoy
supermeganerviosa. ¡Gracias, chumina! Muaaks —le dijo, poniendo morritos, mientras
se pulverizaba por todo el cuerpo con el último perfume del Kavim Kain para woman.
—¡Mamaaá! Ayúdanos, que no me entran los tejanos.
—Ya te dije que necesitabas la treinta y
cuatro —dijo su madre, añadiendo—: pero ¡qué tozuda eres!
—¡Qué va! Anda, estira tú por este lado… ¡Aaaarrg!
—Que no te entra, Daniela…
—¡Menchuuuu, ven!, que solas no podemos.
—¡Voy p’allá!
—dijo su amiga, contoneándose como un pato, pues andaba con los talones para no
estropearse el esmalte de las uñas de los pies. Y, de paso, cogió un gel lubricante
que llevaba en su bolsa.
—¿Qué haces?
—Anda, trae. Bájate el pantalón y déjame a
mí.
Dicho esto, Menchu le pringó los muslos, las
caderas, las nalgas y la barriga con el lubricante, que era de sabor fresa. Seguidamente,
le dijo:
—No respires y esconde la barriga.
Entre la madre de Daniela y Menchu consiguieron
subirle los pantalones pitillo.
—¿Ves? Ji, ji, ji. Ahora todavía se te ve más
el pecho —dijo Menchu, riendo satisfecha, pero sin cerrar los ojos, ya que tuvo
que hacer una grotesca mueca para que no se le corriera el rímel, pues se había
puesto tanto que todavía no se había secado.
—Uff —casi que no puedo respirar —dijo Daniela
con una voz entrecortada.
—Tranquila, dentro de un rato se te ensancharán.
—Lo que hay que ver, hija. ¡Si tu abuela levantara
la cabeza! —dijo su madre, moviendo la cabeza con desaprobación—. Anda daos prisa,
que mejor que tu padre no te vea así —dijo entre dientes la madre, meneando la cabeza
con cierta inquietud, mientras rezaba porque su marido llegara tarde. La que se
iba a liar… ¡Sería gorda!
Menchu se calzó unos zapatos rojos de plataforma
altísimos. Haciendo equilibrios, se miró al espejo del recibidor, donde la esperaba
su amiga, que llevaba los mismos zapatos, pero en azul eléctrico, y que también
estaba ya arreglada. Entonces, Daniela se colgó unos pendientes de aro con cadenitas
colgantes en color fucsia, cogió su bolso de Lakahgolin Eguéga y una cazadora punk
de cuero negro con chapitas plateadas y azul eléctrico, de formas desiguales.
—¡Mamaaá! ¿Me das suelto?—pidió Daniela a su madre—. Anda, que
tenemos prisa —añadió muy nerviosa—. Volveremos tarde. Quita la llave de la puerta,
no vaya a pasar como la otra noche —dijo, recordándole los vericuetos que
pasaron para que no se despertara su padre.
—Descuida, hija. ¿Adónde vais al final?
—Nos han invitado Quiko y Fonsi a una fiesta.
Dicen que es en el polígono El Mogollón, creo que en el pub Esquizo’s tripper. En
las afueras de Peñazo.
—Pasadlo bien y vigilad, ¿eh? ¡Que hay
mucho peligro por ahí! Porque vais tú y tu novio, Menchu, que se le ve muy
formal, que si no…—dijo la madre sin que le llegara la ropa al cuerpo—. Y no vengáis
demasiado tarde, que el lunes tenéis examen de diseño. Mañana tendríais que estudiar.
—Descuide, Dulce, se la traeremos entera. El
domingo clavamos codos. Un sobresaliente vamos a sacar —dijo riendo Menchu—. Adiós.
—Andad con cuidado, que hay mucho malaje suelto.
Y no corráis con el coche.
—Adiós, mamá. Que ya me lo has dichooo tropezientas veces.
—Y vigila tu vaso niña, que la droga… —advirtió
la madre, intentando enumerar todos los peligros habidos y por haber…
—Que sí, mamaaaá —dijo Daniela con una
cantinela—. ¡No me rayes! —expresó con su habitual tono de estar harta mientras
cerraba la puerta con ganas.
—Menchu… ¿Has cogido los Putex?
—Claro. ¿Y tú?
—Llevo uno.
—¿Sólo uno? Pues te podías haber quitado las
uñas de porcelana, que resultaría más seguro. Ya te digo. Cuando no tienes experiencia,
has de extremar las precauciones. Anda, coge este otro y ándate con cuidado con
esas cosas. Siempre hay que llevar al menos uno de repuesto.
—Ya. Ya tendré cuidado.
—Bueno, entonces te recogemos Quico y yo a
la salida del Stripper, ¿o qué?
—Mejor dame un toque con el wtsp cuando volváis de todas maneras,
por si no hay cobertura o me quedo sin batería; quedamos sobre las seis en la puerta
de mi casa —dijo Daniela.
—Mira, ahí tienes a tu Fonsi. ¿Ahora tiene
un Mini vintage?
—Se ve que sí. No sabía. Chao, Menchu. Pasadlo
bien.
—Nos vemos, Daniela. Muak —dijo, poniendo
morritos.
—Hola, nena, ¿subes?
—¿Es nuevo, Fonsi?
—¿No lo ves que sí? Agárrate, ¡que vas a ver
lo bien que tira! Quiero ponerle un alerón y unos asientos de piel roja, y un equipo
de música conectado a unos neones.
—¡Mooola! ¡Qué Guay!
—Pero tunearlo me costará una pasta. Y
tengo que acabar de pagarlo todavía. O sea que a pocas fiestas voy a ir.
—¡Qué chulo quedará! ¡Ostia, parece que esté
sentada en el suelo! Pero, ¡no corras tanto, Fonsi!
Unos cuantos kilómetros después, en el arcén
de la carretera, el Mini se había empotrado contra la mediana, y, aunque sus ocupantes
salieron ilesos, el coche ardía en medio de una columna de humo imponente. Fonsi
despotricaba, dándole puntapiés a un árbol cercano y gritando:
—¡Maldita sea! ¡Mierda, mierda y mierda!
En eso llegaron los bomberos, que echaron un
buen chorro de espuma sobre aquel pequeño montón de chatarra, y le dijeron:
—Ahora viene la policía a hacer el atestado.
La grúa no tardará. Dad gracias que habéis salido a tiempo del coche, chavales.
—Pues sí—dijo Fonsi, sin acabar de creer lo
que le acababa de pasar, contemplando el coche carbonizado.
Daniela daba vueltas sin parar, sollozando
asustada, diciendo en voz alta:
—Pues a mí, mi padre me mata. A ver cómo le
explico yo que íbamos a Peñazo a estas horas. Si no me deja ni salir del barrio.
¿Cuánto has dicho que tardaremos en irnos? Tengo que estar a las seis en la puerta
de mi casa.
—¿Solo te preocupa eso? ¡Pues vete con
viento fresco! Yo tengo para un rato. Maldita sea, si no te hubieras empeñado en
venir a Peñazo, a lo mejor… ¡Me he quedado sin coche! —repetía el chaval
desconsolado—. ¡Y me quedan dos años para acabar de pagarlo! ¡Mierda, mierda y mierda!
—No, si encima tendré yo la culpa de que conduzcas
como un loco… ¡Idiota! Nos podíamos haber matado.
Los dos jóvenes se enzarzaron en una
discusión hasta que se interpuso uno de los bomberos, justo cuando Daniela tiraba
el bolso contra el suelo; luego pisó en un agujero del arcén, y el tacón de uno
de sus zapatos se quedó clavado allí y se rompió.
—¡Chicos, chicos! Eh, lo importante es que
estáis bien.
Nino… ninoo… ninooo…
Iuuu, iuuuu, iuuuuu
Un soberbio alboroto de sirenas anunció la
llegada de una ambulancia y del coche de la policía. Comprobaron que los jóvenes
no tenían daño ninguno; la prueba del alcohol y de drogas dio negativo. Más que
nada, porque a Fonsi no le había dado tiempo a fumarse un canutillo todavía. Y la
ambulancia regresó de vacío, afortunadamente. Al instante llegó la grúa. Daniela
estaba muy nerviosa, y Fonsi y ella no paraban de discutir. Él, hablando del
coche y ella de la bronca de su padre. Como estaban enconados, Daniela decidió abrirse
de aquel marrón y se puso a hacer auto-stop. Al poco, paró un coche de alta gama,
a una distancia prudencial del siniestro, cuyo conductor —un elegante joven vestido
con ropas caras y con ademanes muy educados—, preguntó a Daniela:
—Hola, buenas noches, ¿puedo ayudaros en algo?
—Pues sí, querría irme de aquí lo antes posible—
dijo sollozando Daniela, con un aspecto deplorable, pues andaba coja a causa del
tacón roto, despeinada y con la cara tiznada a causa del rímel que se había
corrido con las lágrimas.
Se acercó de inmediato uno de los policías
y le dijo a la muchacha:
—Ya te acercamos nosotros a tu casa, no te
preocupes.
—¿Qué no me preocupe? ¿Sabe usted lo que pasará
si me lleva la policía a casa? ¡Ni se lo imagina! ¡Usted no conoce a mi padre! Y
a mi madre la mato del susto… No, señor.
—Voy hacia el aeropuerto, si vive cerca de
mi trayecto puedo acercarla yo.
—Sería mejor que no te fueras —argumentó
el policía.
—Ya he cumplido los dieciocho, o sea que
soy mayor de edad, ¿no? —dijo, mostrándole el carnet de identidad al agente. Pues
prefiero irme con él —dijo señalando a Alan, que esperaba pacientemente en su
coche, mientras observaba a Fonsi, que estaba pendiente de lo que quedaba de su
coche, atendía mil y una llamadas de teléfono… ( …)
*****
¿Que nos deparará la vida? ¿¡Quien lo sabe!?
¡Por el momento, a bailar! Os dejo con una canción muy pegajosa de Alaska y los Dinarama, para que os ayude a marcar el paso.
¡Hasta la próxima entrada!
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